Xita Rubert
Mis días con los Kopp
Anagrama, 2022
152 páginas
POR FRAN G. MATUTE

Existe entre los pocos honrados reseñistas que quedamos una norma de cortesía no escrita en virtud de la cual no resulta de recibo ser cruelmente crítico con el libro de un debutante, al que lógicamente se le supone todavía en proceso de tentativa, buscándose en el mejor de los casos una personalidad. Se trata en efecto de una norma condescendiente, basada (supongo) en el hecho de evitar que determinadas valoraciones tempranas puedan acabar sin razón con la en muchos casos insegura voluntad del que está empezando a escribir. ¿Qué debería ocurrir entonces cuando aparecen debuts tan deslumbrantes como Mis días con los Kopp, de Xita Rubert (Barcelona, 1996)? ¿Tendría el crítico que atemperar los elogios, por miedo a que sus palabras pudieran afectar de manera excesivamente positiva a la autora? El mismo razonamiento de fondo debería en un principio presidir tanto un caso como otro, pero lo cierto es que la balanza nunca se ha mostrado equilibrada en este sentido, siendo así de lo más extraordinario encontrar primeras novelas tan hondas y refrescantes como esta, tan prometedoras a su vez de una futura y brillante carrera literaria por delante, y los lectores atentos que lo veamos.

Sentado lo anterior, podría decirse que el principal espectáculo que nos depara Xita Rubert en Mis días con los Kopp no es otro que el de asistir al levantamiento de todo un mundo minúsculo y complejo de relaciones sociales y afectivas a través del breve encuentro de cuatro muy educados y bien posicionados personajes (más una estupefacta narradora) que en poco más de dos días quedarán perfectamente definidos en sus extravagantes idiosincrasias a través de sus acciones, todo ello en escasas ciento cincuenta páginas. Es fácil ver así en esta novela una privilegiada crítica a cierta clase alta supuestamente intelectualizada, tan sobrada en sus supuestos poderes como inmadura en sus innegables comportamientos, siendo quizás esto una consecuencia de lo otro. La cuestión es que leyendo Mis días con los Kopp me he acordado de aquella gran respuesta que dio el célebre Manuel Halcón, escritor y académico, conocido terrateniente y en su momento afín al régimen franquista, al ser preguntado con sorna acerca de la temática de muchas de sus novelas, especialmente aquellas que retrataron con bisturí la vida de los señoritos en el campo andaluz: «No defiendo esta mentalidad, que considero anacrónica –diría–, pero pienso que alguien debe detenerse a testimoniar un poco sobre la lenta evolución de estos señores». Y es eso, pues por las razones que sean, es justo reconocer que las clases pudientes no han sido normalmente tratadas (ni bien ni mal) en la narrativa reciente española, siendo ya solo por este motivo llamativo, al menos desde un punto de vista literario-sociológico, el muy ácido debut de Xita Rubert.

Con todo, el principal mérito de esta novela recae sin duda en el desparpajo con el que se desenvuelve la autora especialmente a la hora de ir creando un constante e in crescendo estado de tensión narrativa alrededor de su personaje estrella, el enigmático y maravilloso Bertrand, auténtico y atípico elephant in the room, que habilita a Rubert a jugar con el humor, el estupor, la indignación, la ira, el amor y el horror en pocos metros cuadrados. Se podría decir de hecho que Mis días con los Kopp es por encima de todo una novela psicológica, si no fuera por la carnalidad de los hechos que retrata, incluidos sus desvaríos sobrenaturales (y hasta aquí podemos leer). Resulta igualmente interesante el camino que la autora hace recorrer a su protagonista, testigo de excepción de los hechos narrados, representada casi como una chica florero en las primeras páginas para, una vez realizado el viaje (¿sentimental?) que aquí se le depara, acabar interpretando en las últimas el papel de madre espiritual de todos esos adultos sin destetar. Dicho viaje se despliega ante los ojos del lector a través de un elocuente y profundo (y en ocasiones, por qué no decirlo, demasiado denso) fraseo circular a lo Thomas Bernhard, apoyado este en un brillante y alocado imaginario discursivo tan solo visto por aquí en la narrativa de la gran García Llovet.

Porque «la magia no se rebobina», se dice en un momento dado en la novela, Mis días con los Kopp se va construyendo ante nuestros ojos, haciéndose cada vez más grande, a medida que leemos, reivindicándose en cada página como uno de los más impactantes debuts españoles de los últimos años.