Benjamin Moser
Por qué este mundo. Una biografía de Clarice Lispector
Traducción de Cristina Sánchez-Andrade
Siruela, Madrid, 2017
496 páginas, 34.00 € (ebook 11.99 €)
POR TONI MONTESINOS

 

Cerca del corazón salvaje (1944), la primera obra de Clarice Lispector, supuso una aparición insólita en la literatura brasileña de la época, tan marcadamente folclórica y oral. En efecto, para aquella joven de origen ucraniano, la inquietud literaria albergaba otro sentido: la investigación lingüística, para distinguir lo que se puede o no expresar, trasladada a indagar el porqué de la existencia. Incluso, en opinión de uno de sus traductores, Basilio Losada, el del «análisis minucioso del alma femenina», algo que, en realidad, es tan evidente, por sus mujeres protagonistas, como limitado, pues Lispector llega al fondo de la entera sensibilidad humana y de la incertidumbre que nos provoca la naturaleza, sin clasificaciones de género, espacio y tiempo.

Ello resulta particularmente intenso en esta poética novela cuyo título procede, de modo muy significativo en principio, de James Joyce; uno podría pensar que el irlandés constituyó para la escritora el mejor referente del artista vinculado de manera estrecha al lenguaje, habida cuenta de la trayectoria narrativa que iba a desarrollar desde aquel momento, con sólo diecinueve años, pero nada más lejos de la realidad, como aclara Benjamin Moser en la biografía Por qué este mundo, que vio la luz en inglés en el año 2009. El caso es que un colega de la entonces incipiente periodista en Río de Janeiro le sugirió ese título, tomado del Retrato del artista adolescente: «“Estaba solo. Estaba desatendido, feliz, cerca del corazón salvaje de la vida”. Éste se convirtió en el epígrafe que, junto con el uso ocasional del fluir de la conciencia, llevó a ciertos críticos a descubrir el libro como joyceano. La comparación molestó a Clarice».

Infancia, adolescencia, juventud y madurez se mezclaban en el sentimiento y la mirada de Juana, una niña rara con espíritu viejo —«víbora», la llama su irascible tía— que vivirá un complejo amor con Octavio, a su vez atraído por otra mujer, Lidia. Como siempre ocurre en las obras de Lispector, la historia de sus personajes se difuminaba tras la intuición intelectual del narrador: en el presente caso, mediante el trasfondo de la temprana muerte del padre de la protagonista y las charlas con un admirado profesor. Al respecto, todos los recuerdos, los deseos y las conversaciones tendrán un rasgo común, la formulación de preguntas que no admiten respuestas: «Al final, ¿qué importa más: vivir o saber que se está viviendo?». Lo que entronca con cómo justifica el título Moser (Houston, Texas, 1976), precisamente en la etapa en que Lispector da sus primeros pasos como autora, con una mezcla de determinación e indecisión, como si tuviera claro que su destino es convertirse en escritora y, a la vez, se colocara, voluntariamente, en una situación que la va a llevar sólo a dudas y extrañezas. Ella misma lo describió así: «Era una adolescente confusa y perpleja, a la que le rondaba una pregunta muda e intensa: ¿cómo es el mundo?, ¿y por qué este mundo?».

Esa ausencia de comprensión marca, ya desde este libro precoz, la uniforme trayectoria de la autora, que eleva gradualmente el consuelo de la escritura a motivo literario hasta llevarlo a sus últimas consecuencias en su obra póstuma Un soplo de vida (1978). Antes lo habría ensayado en la kafkiana La pasión según G. H. (1964), en el romance de Aprendizaje o El libro de los placeres (1969), donde el lenguaje lo es todo y nada a la vez, o en la delicada y transparente —si la comparamos con la considerable dificultad que encierra el resto— La hora de la estrella (1977), que cuenta la turbación de una provinciana chica en la ciudad carioca; un pequeño temor trascendente, pues su miedo a existir es y será universal. Novelas enigmáticas, hipnóticas, junto a una notable cantidad de narraciones cortas en las que se condensa la necesidad de que, tras cada frase, tras cada párrafo, se haya de repasar lo leído, saboreando la profundidad, la delicadeza, la ambigüedad de una prosa excepcional siempre. No hay en las letras, ni en el pensamiento sobre la escritura, nada parecido a la autora brasileña, fuente de duda, tratamiento meticuloso del lenguaje, incerteza que recibe respuesta en el propio proceso de escribir.

Miguel Cossío Woodward, en la introducción a los Cuentos reunidos de Lispector que Siruela acaba de reeditar, explicó bien algo realmente fácil de sentir para el lector, pero que es tan difícil de describir: «El texto, de cualquier género, es siempre para ella pre-texto y pretexto que le permite indagar en el proteico universo de las sensaciones. Su literatura es antesala y motivo de encuentro consigo misma y con la alteridad». El lector, pues, se identifica con la autora por intuiciones y desvelos comunes sobre la rareza de existir, de preguntarse sobre cosas que jamás tendrán respuesta. Moser, por su parte, con esta documentadísima biografía, muy bien asentada en citas de la propia escritora y de los que conformaron su entorno familiar e intelectual, consigue comunicar perfectamente ese entusiasmo y esa fascinación que irían despertando la belleza física, la personalidad intrigante —con su voz gutural— y la literatura rara y casi incomparable de una Lispector a la que le llovieron toda clase de parabienes con aquel debut narrativo. De tal manera que «“la extraña voz” del libro, “el aire extranjero” de su inusual lenguaje, dejó la huella más profunda en sus primeros lectores».

En efecto, como remarca Cossío, Lispector, desde muy pronto, no escribió relatos convencionales, sino «impresiones fulminantes de la realidad, trozos de vida, ardientes como carbones». Relatos de claro trasfondo autobiográfico, como «Felicidad clandestina», la anécdota de una niña cruel que juega con los sentimientos de una compañera, ansiosa por lograr un preciado libro; o como en «Los desastres de Sofía», en el que una adolescente obsesionada por fastidiar a su profesor acaba desconcertada tras no entender sus propios actos, o comprenderlos por su ignorancia. Los personajes de Lispector se enfrentan de continuo a eso: a las extrañezas del día a día, al silencio de los gestos y el afán de comunicación, como la mujer que despide a su madre en el tren en «Lazos de familia», la quinceañera de acomplejada fealdad en «Preciosidad» o la joven que vuelve de la compra en «Amor» y se espanta al ver los ojos de un ciego. Así, la sorpresa es continua para el alma sensible que, ajena al mundo y, a la vez, enraizada en todo lo viviente, busca poner en palabras lo que es imposible definir. En este sentido, Moser contextualiza de modo magnífico, a partir de determinadas y trascendentes vivencias personales, cada una de las obras de Lispector, de quien cabe decir que ya se publicó una biografía en español en el 2007, igual de extensa que la del escritor norteamericano e igual de sobresaliente. Se trataba de Clarice. Una vida que se cuenta (editorial Adriana Hidalgo), de Nádia Battella Gotlib, con la que ya pudimos conocer la entrega artística de la escritora y, en especial, cómo su personalidad, que tanto se refleja en su obra, bebió de sus deslumbramientos y soledades infantiles.

Esta profesora universitaria venía a llenar el vacío de algo que muchos lectores podrían plantearse: quién era, en realidad, esa mujer tan elegante, de pasado familiar increíblemente sufriente en su tierra ucraniana en el seno de una comunidad judía masacrada, esa mujer tan misteriosa, tan tierna que, con tanta pasión e inseguridad, escribía libros. Y ahora Moser es bienvenido a ahondar y prolongar esa inquietud, porque todo el que entra en el universo de Lispector queda trastocado por una mano que lo guía a preguntas sin respuestas sobre la vida y la escritura. El también biógrafo de Susan Sontag añade y completa todos los aspectos esenciales de la biografiada; pone mucho énfasis, por ejemplo, en la trayectoria vital de su hermana Elisa, asimismo una mente privilegiada y autora de una novela basada en la emigración de sus más allegados, en el trasfondo sociopolítico convulso del Brasil de los años treinta o de la Europa de comienzos del siglo xx o en declaraciones innumerables de todo tipo de personas que conocieron a Lispector y se crearon una opinión llena de deslumbramiento: «Lo menos que puedo decir es que era impresionante», dejó dicho el poeta Lêdo Ivo, que la conoció en el tiempo de Cerca del corazón salvaje y que destacó su «belleza y luminosidad»: «Yo no tenía ni veinte años y, bajo el impacto del libro, sentí que estaba ante Virginia Woolf».

Y, sin embargo, de nuevo, Lispector parecía escribir sin haber acogido dentro de sí a los representantes de una nueva narrativa que iba a cambiar del todo la literatura de la pasada centuria. «No me gusta cuando dicen que tengo una afinidad con Virginia Woolf (por cierto, no la leí hasta después de escribir mi primer libro): es que no quiero perdonarla por haberse suicidado. El terrible deber es el de llegar hasta el final». Moser recoge este tipo de citas atravesando de forma impecable la vida y obra de la escritora desaparecida en 1977, el momento en que su deber de ser llegó a su fin por culpa de una enfermedad incurable sólo unas semanas después de publicarse La hora de la estrella, y nos da las claves esenciales: sus raíces humildes en el pueblo de Chechelnik (donde nació en 1920 en plena huida del hambre y la guerra), el sufrimiento descomunal de sus padres inmigrantes, su casamiento con un diplomático con el que pudo viajar por el mundo, su divorcio en 1961, la desgracia de padecer un incendio cinco años después en su habitación, lo que le dejaría graves secuelas…

Para una amante de lo cabalístico y de las matemáticas, de alguien que hacía lo posible para tender hacia el número 7 y evitar el 13, de una supersticiosa que desde pequeña ya se sentía una especie de visionaria, la muerte la esperaría, asimismo, envuelta en simbolismos de vida y obra. «Clarice había dicho que “Todo el mundo escoge la manera de morir” —escribe Moser—, y la manera que ella escogió era apropiada de un modo espeluznante. Después de una vida escribiendo sobre los huevos [de niña pasaba horas con las gallinas del corral de su casa] y el misterio del nacimiento —en La hora de la estrella se refería de manera insistente a los ovarios envejecidos de Macabéa—, ella misma sufría ahora de un intratable cáncer de ovario». Contó ya Battella Gotlib, y también, por supuesto, Moser, que de camino al hospital, acompañada de una amiga, fingió que, en realidad, se dirigía a París y que tenía muchos planes allí. Luego vendrían días de hospitalización en que su pulsión de escritura no iba descansar; presa de la intuición de un fin inmediato, dejaría anotado en un bello texto: «Muero y renazco».