POR GIOCONDA BELLI
Hace ya años leí un libro de Aldous Huxley que se quedó grabado entre mis referencias y explicaciones del mundo: Las puertas de la Percepción. En éste, el autor desarrolla una hipótesis: la de que, contrario a la idea de que el cerebro humano nos permite percibir cuanto nos rodea, su real función es la de hacer de filtro de la realidad. Sin ese filtro, afirma, los seres humanos no podríamos funcionar. Una hoja, el pliegue de un pantalón, acapararía nuestra atención por horas. Los artistas, especula, carecen de un filtro adecuado, sus cerebros no funcionan igual que los de los demás; su talento artístico obedece a que ellos y ellas tienen abiertas las puertas de la percepción. Así se explica la textura de las telas de un Tiziano o un Vermeer, el ojo perceptivo, la imaginación de un Shakespeare, un Cervantes, una Virginia Woolf.
En su más reciente novela-ensayo: El peligro de estar cuerda, Rosa Montero nos acerca a esta hipótesis. Su maestría narrativa le permite usar los recursos de la investigación periodística y sus propias vivencias para estructurar una trama novelística que sin ser ficción se lee como si lo fuera. Para empezar, usa su propio ejemplo: nos cuenta y describe los ataques de pánico que sufrió de los 17 a los 30 años. Describe así el primero: «la habitación empezó a alejarse de mí, el mundo entero se achicó y se marchó al otro lado de un túnel negro, como si yo estuviera mirando la realidad a través de un telescopio. Y junto a la anomalía visual llegó el terror». Su historia es, por supuesto, el imán que nos lleva a seguir las peripecias, no sólo de su mente, sino de las que relata, las de decenas de escritores cuyas abiertas puertas de la percepción les cobran un precio significativo. El coste de su creatividad les dificulta a menudo el adaptar su terrestre realidad al desdoblamiento que implica la construcción de una realidad imaginaria. Ser el «otro» encarnar mentalmente las personas múltiples que habitan sus literaturas, observarse como sujeto que vive para contarlo, les llena la vida de episodios insólitos o los descompone mentalmente. «Soy multitud», titula la escritora la segunda sección del libro. ¿Cómo conserva la cordura quien es uno y muchos al mismo tiempo? ¿Cómo distinguir la textura de lo real cuando lo imaginario nos invita a sus inexplorados territorios? Rosa nos habla del «Buitre impaciente», de la «Musa malvada» y se adentra en los mecanismos que usan y han usado esas mentes creativas para consolarse de la tensión de guardar ese equilibrio: el alcohol, las drogas, la autodestrucción. «Según un estudio sueco, los escritores tienen un 50% más de posibilidades de suicidarse que la población en general», nos dice. Entre otras historias que relata, se destaca el caso de la extraordinaria poeta Sylvia Plath. Su delicada psique abatida por la discriminación del establishment intelectual a la inteligencia femenina, la arrogancia dominante de su pareja, el escritor Ted Hugues, permite a Rosa desplegar su capacidad para involucrarnos emocionalmente en la vida, pasión y muerte de esta mujer, que se suicidó el 11 de febrero de 1963, y es hoy una de las poetas consagradas del Olimpo literario estadounidense.
No es la primera vez que Rosa Montero parte de su experiencia personal para conducirnos por los sinuosos senderos de la condición humana; lo hizo en La loca de la casa, en La ridícula idea de no volver a verte y lo ha vuelto hacer en este libro. El peligro de estar cuerda es a mi juicio, el más personal y mejor logrado de los tres. Además de una notable investigación y recopilación de los demonios que han padecido escritores cuyas obras nos han marcado, Rosa nos revela su propio miedo a la fragilidad que acompaña al talento. Si el título de libro habla del peligro de la cordura, la reflexión que desarrolla ahonda sobre los peligros de perder la cordura y también sobre la tentación de hacerlo. Al adentrarse en esa disyuntiva y bucear en el fondo de todos los miedos, nos encontramos con la angustia vital primigenia: la «ridícula idea» de que moriremos y que contra la muerte no hay genio que haya triunfado. Rebelarse contra esa noción efímera de la vida, insistir en permanecer, vivir no una, sino muchas veces, ¿es acaso ésta la motivación del arte? ¿Viene de allí la búsqueda apurada y desafiante de encontrarse una vida cuya intensidad y otredad compense el fin inevitable? La filosofía aguerrida de la autora, a la par de su decisión de no evadir lo desconcertate de ese desenlace, hace de este libro un espejo que nos enfrenta con realidades complejas y duras, pero que nos reafirma el privilegio de estar vivas.
Rosa dejaría de ser la escritora que nos seduce una y otra vez si no hubiese también hallado la forma de convertir un ensayo en una novela de suspenso. Como prestidigitadora que se saca un conejo de la manga, ella se crea una impostora. En las páginas de este libro hay una sombra, un enigma inquietante. La persigue en medio de sus reflexiones y, como lectoras, la perseguimos también e intentamos desentrañar sus reales motivaciones. ¿Es o no es ficción lo que nos cuenta de ese alter ego caprichoso que suplanta su identidad? Para averiguarlo y para sumergirnos en el territorio fascinante de lo que hay detrás de esas puertas de la percepción, esa vida sin filtro que Rosa nos descubre, hay que leer este libro. Vale cada minuto de tiempo que le dediquemos.