Patricio Pron
Traumbuch
Editorial Delirio
126 páginas
Dice Pron que dice Valery que quien desee contar su sueño debe estar infinitamente despierto. Infinitamente despierto -interpreto- en los dos sentidos: en el de ser consciente de lo que narra (para saber qué es significativo y qué no) y también en el de estar lo más alejado posible del estado onírico, en otro lugar, en vigilia. Y es que, al fin y al cabo, la única manera de estar dentro y fuera del sueño, de volver a ingresar en ese espacio ya abandonado, es interpretarlo, reutilizarlo, manipularlo. Traumbuch nace, en ese intento, como un diario de sueños parecido al que mantuvieron en vida autores tan célebres como Adorno, Kafka, Kerouac, Burroughs, Graham Greene, Ernst Jünger, René Descartes, Michel Leiris, Georges Perec, Hélène Cixous, Marguerite Yourcenar, Raymond Queneau, Michel Butor, Julio Cortázar, y tantos otros mucho más olvidables: es decir, primero como archivo, luego como material.
Como bien comenta el autor en el prólogo fueron los siglos XVIII y XIX los que presenciaron el traslado de una interpretación religiosa y profética de los sueños, a su interpretación simbólica a manos del psicoanálisis. Desde entonces, la especie humana ya no ha vuelto a soñar «ingenuamente», es decir, sin dejar de buscarse a sí misma. Es imposible pensar nuestros sueños sin una perspectiva utilitarista. Y «no importa cómo se responda a la pregunta de “qué hacer” con el sueño -afirma Pron- la idea de que éste podría tener una utilidad somete al sueño a servidumbre, le impide ser, gloriosamente, él». Hay por parte del autor de Traumbuch, cierta nostalgia de la inutilidad del sueño (también en su jungiana apuesta por la difuminación de la autoría), cierta nostalgia que niega en parte la propia escritura de este libro, donde los sueños acaban resultando particularmente útiles, al menos para publicarlos aquí.
Dice también Pron que dice Puglionesi algo que confirma y niega esa teoría utilitarista: que una de las peculiaridades de los sueños es que dan la sensación de ser triviales y trascendentales al mismo tiempo. Y es precisamente esa doble cara inasible (¿Cómo puede ser algo banal e inquietante a la vez? ¿Para qué sirve algo cuya naturaleza siempre se nos escapa?) la que hace que no haya manera de apropiarse de ellos, o para ser más precisos, la que provoca que todos los intentos de apropiación de lo onírico sean inevitablemente fallidos. Tal vez por eso, siguiendo su habitual sentido del humor, Pron empieza su libro de sueños en la periferia: con un listado de autores que no pudieron dormir, o peor aún, que temían ser enterrados vivos mientras dormían. Toda una constelación de insomnes o catalépticos, miedos y penurias que seguramente padezca también el autor, porque no hay miedo tan cierto como el que se confiesa en la primera línea.
Dice también Pron algo un poco más controvertido, a saber: que un libro de sueños «nunca es un libro más de su autor, que de hecho ni siquiera es de su autor si se piensa en sus peculiares condiciones de producción y la falta de control que ha tenido sobre su forma» y que también el sueño se sustrae al juicio crítico, porque «¿cómo leerlo? ¿Cómo juzgarlo? ¿Cuál es su valor, y en relación a qué?». Se me ocurren dos maneras; en tanto que puro material onírico (como es el caso el estudio clásico de Charlotte Beradt Das Dritte Reich des Traums [El Tercer Reich del sueño] (1966), en el que la autora narra los sueños que le contaron personas comunes y corrientes en la Alemania nazi entre 1930 y 1939, es decir un valor antropológico-sociológico) y en tanto que libro de los sueños de un autor muy concreto: Patricio Pron, tal y como nos sugiere que deberíamos hacerlo la portada, es decir un valor fetichista. Y tal vez es aquí es donde la mera existencia del libro niegue el statement inicial de su autor, porque si hay algo que está claro en este Traumbuch es que es un (estupendo y muy consciente) ejercicio de literatura y que debe juzgarse como tal. No solo un libro más de Patricio Pron, sino también quizá, un libro importante para entender a Patricio Pron: en primer lugar porque es una selección que implica un descarte. Pron elige aquí un puñado de sueños tenidos durante nada menos que treinta años. ¿Con qué criterio? A mi juicio con dos: uno estrictamente literario, es decir, donde la historia es particularmente literaturizable y otro biográfico, donde los personajes (muchos de ellos reales y perfectamente identificables) revelan en sí rasgos de su propio carácter: sus autores fetiche, sus filias literarias, su familia, su perra, sus gustos musicales y cinematográficos, sus ganas de charlar con Bob Dylan, etc. Traumbuch funciona, a la vez, como libro de relatos y como autorretrato más o menos ficcional. Al fin y al cabo sabemos de Pron lo que Pron quiere que sepamos y tampoco hay nada que le deje particularmente mal parado. Es un libro de su autor también por otro motivo importante: la redacción de los sueños es cuidadosamente literaria y está muy alejada de un sentido meramente «archivístico». Pron, a diferencia de cualquiera, escribe sus sueños como escribiría un cuento, es decir, haciendo uso de todo su talento y con toda la verdad propia de la impostura literaria, con recursos de estilo para los arranques, para la indeterminación de los personajes, etc. En su peculiar estilo libre me recuerda mucho a la forma en la que Georges Perec o Kafka escribieron los suyos, es decir, probando el potencial literario de esas historias y no siendo necesariamente fieles a lo que soñaron. Es también un libro de su autor porque su autor no puede evitar a veces la tentación de interpretar sus propios sueños (pag. 28) o de decir lo que ocurrió ese mismo día poco después (pag. 44) o incluso muchos años después, cuando le contó su sueño a Roberto Bolaño (pag. 99) o de comparar su sueño con otro que tuvo Walter Benjamin (pag.85). A veces los sueños ni siquiera son un solo sueño, sino un conjunto de sueños que se repiten con variaciones (pag.61) o funcionan como microrrelatos («Si se tiene la marca de un pie en la planta del pie entonces se es el diablo (oído en un sueño)» Pag.65) o recuerda al despertar, literalmente, textos de ¡cinco líneas de largo! (pag. 58).
Contamos nuestros sueños -dice Pron que dice Blanchot- «por una necesidad oscura: para hacerlos más reales: para apropiárnoslos, constituyéndonos, gracias a la palabra común, no sólo en dueños del sueño, sino en su principal autor y apoderándonos así de ese ser parecido, aunque excéntrico, que fuimos durante la noche». Para mí el sentido de este libro de sueños es precisamente ése: el intento del Patricio Pron diurno de apoderarse de ese doble tal vez no del todo fiable que fue el nocturno Patricio Pron. Reconozco mi debilidad por algunos: el sueño en que se circuncida a un Borges que luego resulta no ser ciego (con la consiguiente monstruosa decepción de su autor) (Pag.48), el sueño orwelliano donde se aplasta a los bebés para luego modelarlos de nuevo (pag. 33) o el método de adivinación de dos personas que se escupen la una a la otra en la boca, en la que la transferencia de líquidos es también la de los proyectos y deseos. También la recurrencia del tema de la orina que aparece en al menos cinco sueños con sentidos distintos otorga esa fascinante estructura onírica en la que un mismo miedo enlaza historias aparentemente disímiles. «No se puede beber agua y orinar al mismo tiempo», parece que le dijo alguien en sueños a Patricio Pron. (pag.59) Pero la afirmación resultó ser falsa, lo descubrió por la mañana.