Antonio Rivero Taravillo
1922
Pre-Textos
324 páginas
POR FRAN G. MATUTE

Dos cenas cosen todo lo que Antonio Rivero Taravillo (Melilla, 1963) ha tenido a bien hilar en este 1922, que gira, cómo no, alrededor de aquel revolucionario año del que se celebra ahora, no casualmente, su primer centenario: una primera, en enero, en la casa parisina de Ezra Pound, teniendo de invitados a James Joyce y T. S. Eliot, y una segunda en diciembre, de nuevo en casa de Pound, con James Joyce y W. B. Yeats a la mesa. Entre medias, todo un mundo artístico, científico y literario puesto patas arriba gracias a una serie de obras, gracias también a una serie de personalidades que hicieron lo posible por romper con las formas del pasado para expresar mejor las complejidades del presente. Nótese que es París el lugar donde transcurren ambas comidas, como también lo es donde transcurre el grueso de las acciones desgranadas con mano de entomólogo por Rivero Taravillo en esta atípica novela, que bien podría haberse titulado París 1922, si bien es cierto que no toda ella transcurre en la capital francesa (habrá alguna que otra escapada dublinesca), o, ya puestos, París c. 1922, toda vez que la acción de la misma no se supedita estrictamente al año de marras. Los cambios históricos, y esto nos lo hace ver prístinamente el autor a lo largo de su texto, pocas veces comienzan en enero y acaban en diciembre, aunque en este caso sí sea cierto que en dichas fechas tuvieron lugar los encuentros que abren y cierran la novela, en los que los personajes comentarán los avatares padecidos por el Ulises de Joyce, cuya publicación conmocionaría inmediatamente a medio mundo.

Sobre qué es verdad y qué es mentira en estas páginas, pregunta que se harán asombrados la mayoría de los lectores curiosos, quizás baste decir que todo es verdad salvo alguna cosa. He aquí de hecho una de las claves de la elocuente propuesta narrativa de Rivero Taravillo, que convierte en maravilloso y nutritivo puré para neófitos lo que se presiente ha tenido que ser un ocho mil de profundas investigaciones. El propio autor lo ha confesado en alguna que otra entrevista: 1922 nació como un ensayo que devino a medias de su escritura en narración de no ficción, proceso este similar al que ya sometiera en 2018 a su magnífica novela El ausente, donde la controvertida figura de José Antonio Primo de Rivera acabó transformada más que en biografía en contradictorio personaje de carne y hueso sin tener que sacrificar por el camino ni un solo gramo de rigor histórico, siendo precisamente en ese complicado ejercicio de equilibrio formal y espiritual donde Rivero Taravillo saca tanto músculo como desparpajo a la hora de inventar situaciones, desgranar intencionalidades y hacer explícito, en definitiva, el polémico fuero interno de muchos de sus protagonistas, quejumbrosos y envidiosos artistas la mayoría, deseoso por rozar aunque fuera con la punta de los dedos un mínimo trozo de gloria celestial. El mero hecho de que sus nombres aparezcan en 1922 –no hubiera estado mal que esta novela contara al final con un índice onomástico– sería prueba más que suficiente de que lo consiguieron, pero ha de reconocerse que entonces la transcendencia de las vanguardias no era una cosa tan evidente. 

Así entendidos, nada tienen que ver estos acercamientos narrativos con la novela histórica ni siquiera con las biografías con estilo, como así lo eran sin duda sus dos excelsos y canónicos tomos que Rivero Taravillo dedicó en su día a Luis Cernuda, así como especialmente su maravilloso texto dedicado a Juan Eduardo Cirlot. La cuestión es que, poco a poco, Rivero Taravillo, siempre tan ecléctico, ha ido construyendo, probablemente sin saberlo, un género híbrido propio, cuyas últimas pretensiones parecen no ser otras que dar corporeidad a verdades históricas a partir del levantamiento de situaciones cotidianas que permitan al lector, desde la ficción, comprender mejor las motivaciones vitales de aquellos personajes históricos sobre los que trabaja. Desde este punto de vista, 1922 es un cántico a la miniatura con independencia de que por sus páginas se paseen algunos de los grandes nombres de su tiempo, desde Albert Einstein a Pablo Picasso pasando por Ernest Hemingway o André Breton, pues más que al alumbramiento de genialidades, al lector le será dada la condición de testigo de breves encuentros callejeros, recepciones hogareñas varias y alguna que otra charla de café (o prostíbulo), siendo así como acceda, en vivo y en directo, a las miserias menos confesables con las que han convivido siempre todos los grandes nombres de la historia, a veces tan pétreos, a veces tan intocables desde la ensayística más ortodoxa. Junto a ellos, muchos otros nombres más esperan en la barra del bar de la historia su merecido reconocimiento, pues tras los artistas existieron siempre mecenas, editores, amigos, amantes e incluso camareros, sin los cuales nada de lo que aquí se cuenta hubiera seguramente ocurrido. Muchos nombres de mujer, por cierto, de mujeres poderosas e influyentes, han quedado sepultados por el camino. Rivero Taravillo se encarga aquí sin embargo de poner a cada una de ellas en su sitio.

Ayuda a dar entidad a todo lo anterior el hecho de que el autor no solo sea un consumado investigador de vidas ajenas sino que además no sea para nada un dominguero del período. Tanto Joyce, como Eliot, Pound o Yeats, más tantos otros que se dejarán ver por su 1922, han sido en algún momento tratados por este escritor y traductor todotorreno, que conoce de primerísima mano la calidad de la arcilla que aquí moldea. Especialmente valiosos son así sus empeños por contextualizar el zeitgeist, no limitándose a señalar la influencia ejercida por las novedosas aportaciones estéticas derivadas de las vanguardias artísticas en los procesos creativos, sino participando también estos de los últimos logros científicos, ampliando a su vez el foco hacia lo espiritual, con la moda del orientalismo de fondo, pues no debe olvidarse que Herman Hesse publicaría su Siddhartha en 1922. Hay en la novela de hecho un capítulo especialmente elocuente en este sentido, el titulado «Un montón de imágenes rotas», en directo homenaje al verso que Eliot incluyera en su poemario La tierra baldía, con el que Rivero Taravillo resitúa al lector dando cuenta brillantemente, a modo de resumen, de todo este contexto histórico-cultural. 

Y, sí, con independencia de que en algunos momentos pueda uno sentirse sepultado bajo tanta información, se hace justo señalar que 1922 es, por encima de todo, una novela de lo más juguetona (lo es sin duda en las formas, que el autor retuerce en varias ocasiones haciendo guiños evidentes al Ulises de Joyce, inventando por ejemplo canciones o pequeñas dramaturgias), y en consecuencia de lo más divertida y desenfadada, nada solemne, iluminadora por otro lado, a su manera, de variadas coincidencias de interés, como sin duda lo será la reconocida influencia renovada que la Odisea de Homero tuvo en tantos otros productos culturales de la época, no solo en Joyce, lo que vendría a sentar aún más si cabe la percepción de que toda aquella experimentación aparentemente sin control bebió en su día fuerte de la más troncal de las tradiciones. Homérico fue casi todo entonces, parece plantearnos Rivero Taravillo en su novela, e igual de homérico –también en términos fordianos– se nos antoja este 1922, imprescindible puerta de entrada a aquel mundo de ayer moldeador sin duda del mundo en el que vivimos hoy.