Así pues, el antihaitianismo o el prohaitianismo, el prohispanismo o el antihispanismo, el nacionalismo o el antinacionalismo serán los ejes que atizarán el centro de gravedad del debate intelectual en esta media isla. Otros ensayistas encausarán sus estiletes a la era de Trujillo, en su tentativa por desentrañar los mitos y símbolos que le dieron sustento ideológico. Mientras algunos intelectuales postulan por un arquetipo de ensayo, que ahonda en el origen y la esencia del pasado precolombino y del descubrimiento, para profundizar en la vida y las costumbres de los taínos, otros optan por desentenderse un tanto del polémico tema de la colonización o la esclavitud, con sus secuelas y su impacto ideológico, con respecto a la discriminación, los derechos humanos, la identidad y el mestizaje. Vale decir, sus pros y sus contras, sus aristas y vertientes ideológicas y concepciones sobre diferentes aspectos de estos ejes temáticos.

Lugar especial ameritan los grandes editorialistas, aquellos directores de diarios, cuya prosa y gracia estilística hicieron historia y marcaron un hito en el diarismo dominicano, por su concisión, elegancia y precisión, como Rafael Herrera, Germán Emilio Ornes, Freddy Gatón Arce o Rafael Molina Morillo. Salta a la vista, que el ensayo hispanoamericano tiene una gran deuda con el periodismo cultural. Desde José Martí y Rubén Darío, es decir, desde el modernismo, hasta Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, hasta desembocar en Octavio Paz, Mario Vargas Llosa, Jorge Edwards, Ernesto Sábato, Tomás Eloy Martínez o Sergio Ramírez. Es decir, desde los autores del «preboom» hasta los del boom y del «postboom», gran parte de nuestros autores (poetas o narradores) ejercieron el periodismo de opinión o cultural, en forma de combate o como crítica literaria, en los principales diarios y suplementos culturales de Hispanoamérica. Sin olvidar el magisterio desarrollado en España por Maeztu, Azorín, Pío Baroja, Unamuno, Ortega y Gasset, Feijoo, Cadalso, Jovellanos, Azaña, Américo Castro, Sánchez-Albornoz, Benjamín o Ganivet, cuyos libros son, en su mayoría, reuniones de conferencias, ensayos y artículos periodísticos. Es decir, que tanto la generación del 27 como la del 98, sus autores, a la par con la labor poética, también ejercieron el oficio intelectual, a través del ensayo o el periodismo cultural.

Desde los maestros del género, uno de los fundadores del ensayo hispanoamericano es el humanista dominicano Pedro Henríquez Ureña —junto con Alfonso Reyes—, como lo expresa en Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1927), Las corrientes literarias en la América Hispánica (1946) o Historia de la Cultura en la América Hispánica (1947). Le siguen, Max Henríquez Ureña, con Breve historia del modernismo (1964) y Camila Henríquez Ureña, en Invitación a la lectura (1954). Esta trilogía de hermanos, que, por su condición de humanistas, cultivaron temas literarios, filológicos y lingüísticos, con gran eficacia y voluntad ecuménica.

De los continuadores de la tradición, en los años sesenta, están Antonio Fernández Spencer, autor de Caminando por la literatura hispánica (1964) y A orillas del filosofar (1960); Carlos Esteban Deive (de origen gallego), en Tendencias de la novela contemporánea (1963) y Magia y vudú en Santo Domingo (1975); Marcio Veloz Maggiolo, con Cultura, teatro y relatos en Santo Domingo (1972), Arqueología prehistórica de Santo Domingo (1972) y Panorama histórico del Caribe precolombino (1991), entre otros. Así pues, la antropología, la filosofía y la historia serán los cauces temáticos que abordarán estos investigadores, cuyas obsesiones intelectuales se decantaron por la negritud, el indigenismo, el mestizaje y la esclavitud, en el proceso de conformación y configuración de la cultura dominicana.

En los años setenta y ochenta aparecen Bruno Rosario Candelier, con Lo culto y lo popular en la poesía dominicana (1977), La imaginación insular (1984), La creación mito poética (1987) y Tendencias de la novela dominicana (1988); Manuel Matos Moquete, en La cultura de la lengua (1986) y El discurso teórico en la literatura de América Hispana (1992); José Alcántara Almánzar, con Estudios de poesía dominicana (1979); Manuel Núñez, con El ocaso de la nación dominicana (1989); Miguel Aníbal Perdomo, en La cultura del Caribe en la narrativa de Gabriel García Márquez (2007) y Ensayos al vapor (2015); Soledad Álvarez, con La magna patria de Pedro Henríquez Ureña (1981) y De primera intención: ensayos y comentarios sobre literatura (2009); Enriquillo Sánchez, con El terror como espectáculo (2002); Luis O. Brea Franco, en La modernidad como problema (2007) o Claves para una lectura de Nietzsche (2003). Como se observa, muchos ensayos provienen del mundo académico americano, es decir, de autores formados en las academias de Estados Unidos o Puerto Rico, España o Francia. Algunos conjugan la crítica académica con la periodística, o el ensayo con la crítica literaria. Otros combinan el oficio de ensayista con el de poeta, novelista o cuentista. Están los que reúnen sus artículos periodísticos en un volumen de ensayo y lo publican. De los ensayistas que cultivan la crítica literaria, con más constancia y eficacia en el diarismo local, o en libro, mención especial ameritan Miguel Ángel Fornerín, Bruno Rosario Candelier, Diógenes Céspedes, José Rafael Lantigua y Plinio Chahín.

 

DEL 2000 HASTA EL PRESENTE

En las décadas del 2000, surgen Néstor Rodríguez, autor de Escritura de desencuentro en la República Dominicana (2005); Eugenio García Cuevas, con Poesía dominicana moderna del siglo xx en los contextos internacionales (2011); Miguel Ángel Fornerín, con Ensayos sobre literatura puertorriqueña y dominicana (2004); Pura Emeterio Rondón, autora de Narrativas dominicana y haitiana (2007); Franklin Gutiérrez, autor de Enriquillo: radiografía de un héroe galvaniano (1999); Odalís G. Pérez, con La ideología rota (2002); Fernando Valerio Holguín, autor de Presencia de Trujillo en la narrativa contemporánea (2006), Banalidad posmoderna: ensayos sobre la identidad cultural latinoamericana (2006) o El bolero literario en Latinoamérica (2008); Plinio Chahín con (¿Literatura sin lenguaje? Escritos sobre el silencio y otros textos (2005) y Pensar las formas (2018); José Mármol, autor de Las pestes del lenguaje y otros ensayos (2004), La poética del pensar y la Generación de los ochenta (2007); Miguel de Mena, en Iglesia, espacio y poder: Santo Domingo 1498-1521 (2007); Basilio Belliard, autor de Soberanía de la pasión (2012), El imperio de la intuición (2013), Octavio Paz o la búsqueda del presente (2019) y Ritual de las ideas (2019); Fernando Cabrera, con Utopía y modernidad: poesía finisecular dominicana (2008) y Ser poético: ensayos sobre poesía dominicana contemporánea (2012); Guillermo Piña Contreras, autor de Enriquillo: el texto y la historia (1985) y Juan Bosch, político a su pesar (2019). Igualmente, en este nuevo siglo, como cultores del género, se destacan Néstor Rodríguez, Jochy Herrera, Miguel Collado, Nan Chevalier, Máximo Vega, Fidel Munnigh, Juan Carlos Mieses, Avelino Stanley, José Báez Guerrero, René Rodríguez Soriano, Manuel García Cartagena, Diógenes Abreu, Andrés Merejo, Esteban Torres, entre otros.

El ensayo de los últimos veinte años acusa otros desafíos y vertientes expresivas; también recibe los influjos del mundo académico americano o europeo. Acaso su centro reflexivo se expande a otros ámbitos e intereses temáticos. Confluyen ensayistas de generaciones anteriores, o poetas y narradores que incursionan en el ensayismo, tardíamente. Convergen pues en la novela y la poesía, sus teorizaciones y críticas, y el interés de sus cultores o autores de ficción por cultivar el ensayo con más conciencia del oficio. Otro rasgo que aparece es la irrupción de académicos y ensayistas de la diáspora dominicana de Nueva York, que desarrollan una concepción de su vida de inmigrantes o diaspórica, en relación al país de origen, desde la errancia y el desarraigo existencial, que entraña su estatus de exilio o autoexilio, con polémicos ensayos. A esa tribu pertenecen autores como Silvio Torres Saillant, autor de El retorno de las yolas (1999) o Diógenes Abreu, con Sin haitianidad no hay dominicanidad (2013); de igual modo, Néstor Rodríguez, Franklin Gutiérrez, Esteban Torres, Keiselym Montás, Ramona Hernández, entre otros. Igualmente, historiadores que articulan un discurso ensayístico desde una filosofía de la historia, matizada por una visión crítica y autocrítica de la historiografía tradicional.

Mención especial experimenta el ensayo de estirpe filosófica, que los académicos surgidos de la Escuela de Filosofía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo —algunos de los cuales han obtenido el Premio Nacional de Ensayo, con sus tesis—, como Rafael Morla, Alejandro Arvelo, Andrés Merejo, Ramón Leonardo Díaz, Edickson Minaya, Dustin Muñoz, Julio Minaya, Domingo de los Santos y Roque Santos, quienes han venido desarrollando una obra ensayística, desde las vertientes de la filosofía de la historia, de la ciencia, del arte y de la tecnología.

Como se ve, el ensayo ha adoptado nuevos bríos y empuje, tanto desde el ámbito académico como no académico, y tanto en autores citadinos como de nuestra diáspora o de provincias. Algunos han desarrollado su faceta de ensayistas tardíamente, y otros, de modo esporádico o constante. Sin embargo, no se vislumbra una generación de ensayistas puros, sino que provienen del ejercicio del ensayo de autores de ficciones y de poesía, es decir, de narradores y poetas, que conjugan la creación y el pensamiento y, por tanto, no poseen una estricta teoría del ensayo.

Los caminos del ensayo escrito en Santo Domingo dan las pautas para la comprensión de los derroteros del pensamiento dominicano, cuya práctica intelectual tiene sus precursores egregios, sus representantes conspicuos y sus continuadores actuales. Como prosa de no ficción y literatura de ideas, el ensayo tiene una vocación persuasiva que, en ocasiones, apunta al adoctrinamiento, la exposición de ideas o a la confesión. El ensayista usa la inteligencia y fantasea con ella: cultiva la prosa desde la conceptualización poética y hace que la razón cante. Por su libertad expresiva, el ensayo cumple una función estética en el uso del lenguaje literario, donde sobresalen la imaginación y la sensibilidad.