El 27 de febrero de 1937 la pareja de escritores llegó a Leningrado y de ahí prosiguió su viaje a Moscú. Evidentemente, fueron candidatos ideales para tratar un asunto tan importante con las autoridades soviéticas: tenían buenos contactos gracias a sus estancias en Rusia en 1932 y 1934, y en más de una ocasión demostraron su lealtad a la URSS.
En Moscú Alberti y León pasaron más de tres semanas. En las conversaciones con los funcionarios que los acompañaban en su visita volvían constantemente al tema del congreso. Para mostrar que se trataba de una importante iniciativa gubernamental aducían los nombres de Jesús Hernández, Carlos Esplá y Álvarez del Vayo, que les habían autorizado para respaldar la convocatoria. Los Alberti no podían entender por qué Mijaíl Koltsóv e Iliá Ehrenburg, como representantes de la URSS, habían firmado en las reuniones de la Alianza la convocatoria del congreso, pero luego su organización no se ponía en marcha. Sabían por Ehrenburg, con quien se vieron justo antes de llegar a Moscú, que los delegados soviéticos no habrían participado en el evento si André Gide hubiera decidido asistir. Al hablar con los soviéticos los Alberti insistían en su deseo de reunirse con Stalin y Dimitrov y emplearon un argumento que parece muy acertado, si tenemos en cuenta la importancia que se daba en Moscú al peligro del trotskismo: el encuentro sería clave en la lucha contra el trotskismo en América Latina, donde el libro antisoviético de André Gide, que había sido publicado recientemente en español en la editorial Sur de Buenos Aires, ganó gran popularidad. Sin embargo, lograron una cita con Stalin tras compartir con sus interlocutores unos datos que hoy en día no son fáciles de verificar: las presuntas negociaciones de Álvarez de Vayo con Gran Bretaña mantenidas poco antes de su marcha a la URSS en Valencia durante un crucero. Al leer Stalin el informe secreto con el resumen de lo dicho por los literatos españoles, esa misma noche les envió la invitación al Kremlin. La reunión tuvo lugar el 20 de marzo de 1937 y, al día siguiente, el 21 de marzo, el Buró Político del partido bolchevique aprobó la propuesta de escritores españoles de convocar el congreso en 1937. Koltsóv y Ehrenburg fueron los encargados de su organización como representantes de la URSS junto con el escritor Alekséi Tolstói. Los Alberti regresaron a España con una buena nueva: el congreso tendría lugar.
Naturalmente, la falta de confianza entre Koltsóv y Ehrenburg no representó un problema cuando las decisiones fueron tomadas a un nivel tan alto, la colaboración fue inevitable y obligatoria. Pero las tensiones se hacen especialmente patentes en cartas, diarios y memorias. Así, el 23 de mayo Koltsóv informaba a Stalin que Ehrenburg le había pedido abandonar el comité organizador alegando que sus relaciones con algunos escritores franceses no eran buenas, posiblemente, se refería a André Malraux o Louis Aragon, y porque creía que la guerra impediría la celebración del congreso. El 1 de junio de 1937 Koltsóv volvió a mencionar a Ehrenburg en su mensaje, esta vez dirigido al escritor Stavski que, tras la muerte de Gorki, se responsabilizó de la Unión de Escritores Soviéticos. Según narraba Koltsóv, Ehrenburg molestó con un comentario inoportuno a María Teresa León, que hablaba con entusiasmo de Moscú, probablemente, de la acogida que habían tenido los Alberti en la URSS. A Ehrenburg se le ocurrió decir que la simpatía de los soviéticos hacia los españoles era tan grande que, si desde España hubiera venido una vaca, la habrían recibido como si fuera un toro, con todos los debidos honores. Sea cierto o no, no lo sabemos, María Teresa entonces se enfadó con Ehrenburg, lo que no favorecía a un ambiente de trabajo en la organización del encuentro en Valencia. Acto seguido, Stavski, en un comunicado a Stalin, mencionó que para los preparativos del congreso no había que contar con Ehrenburg, cuya ayuda consideraba cuestionable.
En sus memorias Ehrenburg da a entender que no estaba de acuerdo con los delegados soviéticos que en sus ponencias en el congreso hablaron de los enemigos del pueblo: Tujachevski y Yakir, los militares soviéticos que fueron procesados y fusilados. Koltsóv, a su pregunta sobre el objetivo de esas menciones, se limitó a mascullar que era necesario, que mejor no se lo preguntase. Ehrenburg deja aquí su observación sin terminar, pero está bastante claro que alude a los métodos con los que eliminaban en la URSS a aquellos que por algún motivo se convertían en los «enemigos», y nos obliga a los lectores a pensar en el tema, a ofrecerle una respuesta. Las páginas dedicadas al congreso, que denomina irónicamente «el circo ambulante», muestran sus reticencias al respecto, así como su descontento con el deseo de los escritores Vishnevski y Stavski de ir a Brunete y ver el avance de los republicanos. Ehrenburg menciona las palabras de Julien Benda al respecto de André Gide y se solidariza con él, pero no se hubiera atrevido a formularlo con sus propias palabras: André Gide está en tierra de nadie, es absurdo que los soviéticos den tanta importancia al asunto y que en Madrid, sobre la cual la artillería franquista arroja su metralla, se entienda a la perfección que hay que disparar como lo hacen los fascistas, es decir, contra sus contrarios. Asimismo, parece que en estas páginas Ehrenburg mantiene un permanente diálogo con Mijaíl Koltsóv, aunque en el momento en que fue escrito Gente, años, vida éste ya no le podía contestar.
Koltsóv habló del congreso en su Diario de la guerra de España (o, en traducción más exacta, Diario español); no obstante, la narración sobre el encuentro de escritores en Valencia y Madrid corresponde a la inacabada tercera parte del segundo volumen que fue retirado de la imprenta tras su detención el 14 de diciembre de 1938 y se publicó como libro tan sólo en 1957. Naturalmente, al igual que las memorias de Ehrenburg y la mayoría de los textos de la época, es un relato autocensurado, medido acorde a la visión oficial de la guerra y orientado hacia las autoridades en muchos aspectos. Koltsóv se limita aquí casi y únicamente a informar, por su naturaleza, esas páginas se acercan al reportaje, pues les falta por completo el intimismo de un diario. Llama la atención lo mucho que Koltsóv insiste en denunciar la disidencia de André Gide: dedica al congreso seis fragmentos correspondientes a los días del 3 al 8 de julio de 1937 y vuelve al tema de la traición del novelista en cuatro de ellos. Parece que de esa manera el periodista desea asegurar una y otra vez al lector (y a sus jefes de la dirección del partido bolchevique) que los escritores reunidos en España supieron dar una sólida respuesta a los ataques trotskistas y al antiestalinismo de Gide, y que él, como responsable de la organización, cumplió perfectamente con su misión. Ahora bien, es posible afirmar que las autoridades no consideraron su explicación demasiado contundente.
Junto a esa versión pública existe otra, apenas conocida y no destinada inicialmente a la divulgación: es el expediente judicial y los interrogatorios de Koltsóv que él, como acusado, tuvo que firmar ante su fusilamiento en febrero de 1940. En 2002 los editó Víctor Fradkin, sobrino nieto de Koltsóv. Leer esas páginas no es una tarea fácil, están escritas con sangre. Tampoco es una fuente histórica fiable: no es la voz de Koltsóv, interviene aquí la policía secreta soviética, son acusaciones que bajo tortura Koltsóv se vio obligado a asumir. Entre los hechos relatados figuran asimismo el congreso de 1935, la visita de Gide a la URSS y el congreso de 1937. Así, Koltsóv en sus declaraciones del 9 de abril y del 16 y 17 de junio explicó que los discursos de la delegación soviética no fueron debidamente preparados y resultaron flojos y pesimistas, sin alcanzar aquella importancia que el momento requería. Además, el periodista detenido confesó que por varios motivos —en primer lugar, por su prepotencia— los escritores soviéticos causaron muy mala impresión en España. No se trataba tan sólo de falta de prudencia, como cuando Vishnevski molestaba a otros delegados proponiéndoles ir a matar a los fascistas tal como lo «habían hecho otra noche» los escritores soviéticos, sino también de conductas poco cívicas, porque el propio Vishnevski aparecía ante los compañeros bajo los efectos de alcohol. Koltsóv admitió que era culpable de los hechos, al ser responsable de la delegación de la URSS. En cambio, destacó el cese de Gide de la dirección de la Alianza como un mérito que justificó la celebración del congreso.
A diferencia de su Diario, un lugar importante en las declaraciones de Koltsóv ocupa Ehrenburg y su papel en la Asociación de Escritores. Koltsóv acusaba a Ehrenburg de derrotismo y actitud antisoviética. Así, aludía a su escepticismo ante el congreso de 1937. Según Ehrenburg, los juicios públicos que se llevaban a cabo entonces en Rusia habrían podido atraer a los intelectuales trotskistas para criticar a la URSS, por lo que no era un momento apropiado para reunir a los escritores de la Alianza. Cuando en Moscú fue tomada la decisión oficial de convocar el congreso en 1937, Ehrenburg bromeó con que, visto así, podrían alargar los preparativos hasta el 31 de diciembre. Por fin, consideraba que excluir a André Gide de entre los asistentes al congreso contradecía los principios democráticos, y que toda la retórica contra Gide en las intervenciones de los delegados soviéticos era excesiva e innecesaria. Por último, Koltsóv asumió que, junto con Ehrenburg, había cometido varios fallos en la gestión de las relaciones internacionales de los escritores soviéticos. Y si estas confesiones aún tienen algún sentido, sobre todo si las cotejamos con lo que quiso narrar Ehrenburg en sus memorias, luego aparecen algunas afirmaciones tan siniestras como absurdas: Koltsóv admitía que Ehrenburg y Malraux, ambos agentes franceses, lo reclutaron como espía y que desde 1935 estuvo pasando informaciones secretas a los servicios de inteligencia franceses. Y, por muy absurdo que pudiera parecer, las acusaciones de espionaje contra la URSS a favor de Alemania y Francia formaron parte de la sentencia del tribunal. El 2 de febrero de 1940 Koltsóv fue fusilado.