El I Congreso de Escritores en Defensa de la Cultura, celebrado en junio de 1935 en París, obtuvo una entusiasmada y elogiosa prensa en la URSS. Tanto Mijaíl Koltsóv como Iliá Ehrenburg, cada uno en las páginas del periódico en que colaboraban, Pravda e Izvestia, engrandecían los éxitos del congreso y de la delegación soviética, a la par que minimizaban los fracasos. Por ejemplo, la sesión en la que Magdeleine Paz y Charles Plisnier hablaron del caso del escritor y político Victor Serge, desterrado a los Urales y privado de posibilidad de publicar libremente sus obras, fue reducida a la mención de «dos trotskistas» que calumniaron la URSS, e hicieron callar las intervenciones de los escritores André Gide, Anna Seghers e Iliá Ehrenburg. Detrás de la pomposa fachada pública se escondió todo un escándalo interno que causó el asunto de Victor Serge entre los organizadores del congreso. André Gide, pese a su defensa de la URSS en la mencionada sesión, escribió una carta a Vladimir Potemkin, embajador soviético en París, donde protestó contra la situación de Serge. La carta, naturalmente, fue reenviada al Kremlin. Además, uno de los corresponsales soviéticos, Víctor Kin, director de la oficina de la Agencia de Telégrafos de la Unión Soviética (TASS) en Francia, informó al comité del partido bolchevique que en el congreso Koltsóv había sido pasivo e ineficaz contra los ataques trotskistas. Ante la peligrosa acusación, Koltsóv tuvo que redactar su propio informe, justificarse y, de nuevo, insistir en el éxito de la delegación soviética en París.

Lo cierto es que las tensiones entre los organizadores fueron numerosas, y uno de los delegados soviéticos, el escritor Isaak Bábel, las caracterizó en 1939, ya detenido e interrogado por la policía, como una «lucha feroz». Asimismo, Ehrenburg provocó el descontento de Louis Aragon que en julio de 1935 explicaba en una carta a Koltsóv que, en los debates con los compañeros franceses acerca de la edición de los materiales del congreso, Ehrenburg intentaba imponer su opinión y les mostraba su desprecio cuando no compartían su punto de vista. Al conjunto hay que sumar el conflicto entre Ehrenburg y los surrealistas, previo al congreso y protagonizado por André Breton. Aparte de la complejidad de relaciones entre los propios escritores que se revela con este breve recuento, resulta oportuno señalar que la situación de Koltsóv y Ehrenburg ante el Kremlin era especialmente frágil: el precio de la ambición de estar frente una empresa estatal de semejante magnitud era muy alto, el fracaso era condenarse a muerte.

En todo caso, Ehrenburg era más perspicaz y precavido que Koltsóv. Es lo que muestran su correspondencia con Moscú: así, fue mucho más reservado a la hora de hacer balance del primer congreso en una carta redactada el día 20 de julio de 1935 a Bujarin. Se quejó de los fallos cometidos en la organización del evento. Entre otras cosas, también lamentó que, pese a sus advertencias, hechas dos meses antes del congreso, las respuestas de la presidenta del comité sobre Victor Serge no fueron debidamente preparadas y resultaron muy flojas. A continuación, solicitaba a Bujarin su apoyo y le pedía que lo librase de responsabilidades en el buró de la recién creada Asociación Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura a causa de las presiones de los compañeros comunistas de Moscú, puesto que la misión de intermediario entre los escritores occidentales y soviéticos acabaría con él. Una copia de la carta fue reenviada a Stalin que resolvió irónicamente la solicitud al leer entre las líneas el mensaje del escritor rusoparisino: no dejen a nuestros comunistas acabar con Ehrenburg. No sabemos qué estaba detrás de la decisión de Stalin, pero sí el resultado: le garantizó protección, al menos en aquel momento.

Tal como estaba previsto, en París fue constituida una nueva Alianza de Escritores y su oficina en Moscú formó parte de la Unión de Escritores Soviéticos como su comisión extranjera, mientras que Koltsóv fue nombrado director del departamento. En su agenda seguía la promoción activa de la URSS en el extranjero y decidió apostar por una de las figuras más célebres en el mundo literario y respetable miembro de la Asociación Internacional de Escritores: André Gide.

En junio de 1932 Gide publicó páginas de su diario en La Nouvelle Revue Française donde confesaba su interés en el éxito del plan quinquenal soviético. Un mes más tarde las mismas confesiones fueron reproducidas en el diario moscovita Literaturnaya Gazeta y, a partir de ahí, surgió una nueva reputación política de Gide: lo calificaron como amigo de la URSS. En 1933 Gide rechazó la invitación de parte del editor Lucien Vogel, que lo animaba a tomar parte en el I Congreso de Escritores Soviéticos en Moscú. En cambio, en primavera de 1935 el novelista francés aceptó benévolo la nueva propuesta, gestionada esta vez por Alexander Arósev, director de VOKS, responsable de intercambios culturales con el extranjero, pero la importancia del I Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura le obligó a posponer el viaje. En ese caso Arósev actuó como un agente de Koltsóv, al que en gran parte le pertenecía el plan de viaje, y que insistía mucho en que la visita de Gide se realizara, incluso después del congreso en París, donde Gide mostró su desacuerdo con las intervenciones de los delegados soviéticos y se sintió indignado con el caso de Victor Serge. Si tenemos en cuenta que, después de la defensa del escritor ruso desterrado, se produjo el acercamiento de Gide a los círculos antistalinistas —primero con Magdeleine Paz y, más tarde, con el propio Serge, que logró volver en 1936 a Bélgica—, el deseo de recibir a Gide, que no era comunista, sino que pertenecía a los así llamados «compañeros de viaje», desde el punto de vista soviético, era muy arriesgado. En vísperas de la llegada de Gide a Moscú, Victor Serge publicó su carta abierta al escritor, en francés y en ruso, haciéndole un llamamiento a permanecer con los ojos abiertos, a no permitir que lo engañara la propaganda de los sóviets, fachada pintoresca detrás de la cual se ocultaba una férrea e inhumana dictadura de Stalin. Pero a Koltsóv la condición de Gide ni su propensión a vacilaciones y cambios de opinión no le provocaron ninguna duda: estaba seguro del éxito de su empresa.

Gide llegó a la URSS en junio de 1936 y pasó un mes viajando y visitando varios lugares del país, Moscú y Leningrado, Georgia y Crimea. Según un acuerdo tácito, tras la visita a la URSS los escritores extranjeros compartían sus impresiones de viaje, y se esperaba que fuese una visión entusiasta y llena de simpatía con los cambios sociales e industriales soviéticos. No resultó así en el caso de Gide, que a finales de 1936 publicó Regreso de la URSS. En otoño del mismo año en el Kremlin ya sabían que el novelista estaba trabajando en su ensayo. La principal fuente de información fueron los comunicados de Ehrenburg, conforme a los cuales el futuro libro de Gide podría ser utilizado con fines antisoviéticos. Dado el efecto negativo que conllevaría la publicación de una obra crítica con el régimen bolchevique firmada por un escritor de tanto renombre, Ehrenburg le propuso a Moscú negociar con Gide la posibilidad de abandonar sus planes de edición por el momento y dejarlos para el futuro. A finales de octubre de 1936 visitó al escritor francés en su despacho e intentó convencerlo de que sería mejor no publicar el libro, pues el país vecino, España, estaba inmerso en una guerra civil, y la URSS estaba prestando ayuda a la República. Ehrenburg, al considerar que la experiencia española lo persuadiría de renunciar a la publicación de Regreso, le sugirió hacer un viaje a España donde, además, lo recibiría y acompañaría Jaume Miravitlles, literato y comisario de propaganda de la Generalitat de Cataluña. Sin embargo, al salir de la casa de Gide, Ehrenburg no estaba nada seguro de que el novelista le hubiera hecho caso y hubiera descartado la publicación de sus impresiones, y no tardó en transmitir al Kremlin su preocupación, intuitiva pero justificada.

En noviembre de 1936 Gide publicó su prólogo a Regreso de la URSS en el diario Vendredi, que inmediatamente fue traducido y enviado a Stalin. Cuando el libro salió a la calle y ya no había vuelta atrás, Gide se convirtió en un trotskista y fascista, odioso hipócrita y detractor del comunismo. Pero la sonada ruptura con el novelista francés que tan de repente dejó de ser amigo de la URSS no supuso la desaparición completa de su nombre de los documentos secretos soviéticos. Su participación en la dirección de la Alianza de Escritores Antifascistas se convirtió en el principal obstáculo para la celebración del II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura que el Gobierno republicano, junto con varios intelectuales, pensaba convocar en España.

A finales de junio de 1936, aun antes del estallido de la Guerra Civil, los intelectuales antifascistas reunidos en Londres decidieron que el segundo congreso se celebraría en España. Las reuniones posteriores en Londres y Madrid confirmaron esa decisión. De nuevo el protagonismo perteneció a Mijaíl Koltsóv, que propuso al Gobierno soviético convocar el próximo congreso de la Asociación de Escritores a principios de marzo en España, alegando que Álvarez del Vayo y Esplá Rizo lo habían apoyado y le habían asegurado su ayuda. No obstante, todo se complicó cuando en el Kremlin supieron que el secretariado de la Alianza de Escritores planteó la posible participación en el congreso de André Gide. Los compañeros franceses consideraban que apartar a Gide del segundo congreso equivaldría a disolver la Alianza, mientras que Ehrenburg, que también estuvo en las conversaciones, dudaba de que la colaboración de los soviéticos con Gide fuese viable después del escándalo causado por su libro de viaje. A finales de enero de 1937 la convocatoria del congreso suscitó unos fervientes debates: los españoles estaban muy interesados en la participación de los delegados de la URSS. Ehrenburg esperaba las instrucciones del Kremlin y opinaba que, dadas las circunstancias, lo mejor sería boicotear el congreso bajo cualquier excusa. Al parecer, las autoridades soviéticas decidieron tomarse una pausa o, probablemente, seguir el consejo y desestimar el proyecto de la reunión de escritores. Para lograr la respuesta positiva de Moscú la República necesitaba a un hábil negociador, y la misión fue encomendada a Rafael Alberti y María Teresa León.