POR FRANCISCA NOGUEROL
(Universidad de Salamanca)

En marzo de 2023, la Casa de México organizó un homenaje a la escritora mexicana Margo Glantz (1930) anunciado con un significativo título: Glantz: romper moldes, transgredir lo genérico. Allí intervine con una conferencia de la que proceden estas líneas, encaminada a subrayar la excentricidad de una autora que, aunque hoy se encuentre reconocida con las más prestigiosas distinciones (académica de la Lengua mexicana, Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, entre otros) tardó en publicar y, aún más, en ser reconocida por la rareza de su escritura.

Efectivamente, su primer libro de creación vio la luz a la edad de 48 años. Y ello, por la condescendencia con que la trataban amigos escritores como Agustín Yáñez, quien le espetó la frase: «Mire, Margo, a mí me parece muy elegante lo que usted hace, pero son como las cuentas sueltas de un collar». Ante esta situación la gran lectora, crítica y profesora universitaria fue ganada por la inseguridad, como ella misma ha reconocido en numerosas entrevistas, y solo en 1978 se atrevió a publicar por cuenta propia el conjunto de micronarrativas Las mil y una calorías: novela dietética, signada por su diversidad tipográfica y la conjunción del texto con los dibujos de Ariel Guzik. En ese momento, Glantz constató que sabía escribir, pero lo hacía de forma distinta a lo exigido por el canon de su tiempo.

Vida en movimiento

«El estilo es una autobiografía», reza uno de los aforismos más famosos de Andrés Neuman. Y la vida de Glantz explica su escritura híbrida por diferentes razones. Así, la autora procede de una familia judía ucraniana que emigró a México en el primer cuarto del siglo XX, lo que nos habla de su identidad fronteriza; además, sus lecturas son tan variadas como numerosas, lo que explica que cursara Letras Inglesas en la UNAM e Hispánicas en la Sorbonne. Pero la cosa no queda ahí: por su trabajo como docente, agregada cultural y escritora, ha mantenido un trasiego de viajes continuo, residiendo frecuentemente en el extranjero. Esto la ha llevado a practicar una poética muy cercana a la que definiera Roland Barthes en Crítica y verdad (1966) «escribir, es de alguna manera, fracturar el libro, rehacerlo»-, refrendada posteriormente en El placer del texto (1973): «método de desprendimiento [que] consiste en la fragmentación si se escribe y en la digresión si se expone o, para decirlo con una palabra preciosamente ambigua, en la excursión». Expresión esta última más que acertada, pues las ideas de Glantz asumen el significado etimológico de excursio, saliendo de su curso acostumbrado para practicar el movimiento perpetuo.

Una tradición alternativa

No puedo dejar de mencionar la filiación excéntrica de la literatura mexicana a la que se adscribe la autora, de la que Augusto Monterroso constituye ilustre representante con la miscelánea titulada, precisamente, Movimiento perpetuo (1972).

Pero antes de Monterroso, cultivaron los híbridos genéricos y fragmentarios autores como Salvador Novo -inolvidables resultan, en este sentido, Ensayos (1925) y En defensa de lo usado (1938)- o Alfonso Reyes (Marginalia, 1954). Y, más cercanos en el tiempo, Salvador Elizondo (Cuaderno de escritura, 1969); Alejandro Rossi (Manual del distraído, 1978)-; Guillermo Samperio (Textos extraños, 1981); Felipe Garrido (La musa y el garabato, 1984); Bárbara Jacobs (Escrito en el tiempo, 1985); Agustín Monsreal (Diccionario de juguetería, 1996); o Sergio Pitol –El arte de la fuga (1996) y El viaje (2000)-, por citar unos cuantos textos inolvidables, que aúnan sin empacho la reflexión erudita con la observación de los hechos triviales.

Todos ellos pueden adscribirse a lo que supo comentar Pitol en «Los raros», ensayo incluido en El mago de Viena (2005):

«Los “raros”, como los nombró Darío, o “excéntricos”, como son ahora conocidos, aparecen en la literatura como una planta resplandeciente en las tierras baldías o un discurso provocador, disparatado y rebosante de alegría en medio de una cena desabrida y una conversación desganada. Los libros de los «raros» son imprescindibles, gracias a ellos, a su valentía de acometer retos difíciles que los escritores normales nunca se atreverían. Son los pocos autores que hacen de la escritura una celebración. […] Sus miembros han desarrollado cualidades notables, conocen amplísimas zonas del saber y las organizan de manera extremadamente original. […] Escriben de la única manera que les exige su instinto. El canon no les estorba ni tratan de transformarlo. Su mundo es único, y de ahí que la forma y el tema sean diferentes. […] En fin, un escritor excéntrico es capaz de marcarle la vida de varias maneras a los lectores para quienes, casi sin darse cuenta, definitivamente escribía».

De obras y «sobras»

Definido el contexto, repasemos algunos hitos en la producción de Glantz. En ellos, la página se descubre como un «cajón de sastre» donde la narradora -identificada con los traperos que rebuscan en la basura- relata desde las ruinas o, como ella misma destaca en un ingenioso juego de palabras, desde sus «sobras».

Lo apreciamos en Síndrome de naufragios (1984), conjunto de minificciones que reflejan los «despojos» acarreados por los viajes. En la misma línea se encuentran las meditaciones integradas en Doscientas ballenas azules y cuatro caballos (1981), con hilo conductor en ciertos animales y reflejo de su temprana preocupación ecocrítica, o los caleidoscopios dedicados a reflexionar sobre el hecho de nombrar –No pronunciarás (1980) y sobre la saña –Saña (2006)-, conformados por citas de otros autores, leyendas y signos de los más diversos orígenes (firmas, imágenes digitales, facsímiles verdaderos y espurios…).

La crónica familiar Las genealogías (1982) la consagró definitivamente como escritora. Estructurada en forma de entrevista, la obra incluye desde recetas de cocina a fotografías, constituyendo un nuevo ejemplo de escritura expandida. Estas «memorias rotas» y multimodales presentan una estructura muy similar a la planteada por otros dos autores de ascendencia judía, interesados en retratar su incómodo encaje en el ambiente intelectual francés: Edmond Jabès, que sufrió la expulsión de su Egipto natal y asumió su condición intersticial a través de textos paradigmáticos de la escritura fragmentaria como El libro de las preguntas (1963-1973), El libro de los márgenes (1975-1991), El libro de las similitudes (1976-1980) o El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha (1982). Y Marcel Bénabou, nacido en Marruecos y autor de los provocadores Por qué no he escrito ninguno de mis libros (1986), Arroja este libro antes de que sea demasiado tarde (1992) o Jacob, Minahem et Mimoun. Una epopeya familiar (1995).

Regresando a la obra específica de Glantz ¿cómo no hablar de Coronada de moscas (2013), libro de viajes acompañado de fotografías de Alina López Cámara, que transita entre autores y experiencias cotidianas para mostrar las enormes desigualdades existentes en la India? ¿O de los proyectos ensayísticos dedicados a una parte específica del cuerpo –La lengua en la mano (1984), De la amorosa inclinación a enredarse en cabellos (1984), Esguince de cintura (1994), La cabellera andante (2015), Por breve herida (2016), con el hilo conductor de los dientes, que complementan el pensamiento desarrollado en su ficción? En ellos, se muestra una actitud equivalente a la asumida por quienes han sabido retratar el mundo a partir de una parte muy específica -y generalmente ignorada- del cuerpo: Armonía Somers con la matriz (La mujer desnuda, 1950); Georges Bataille con «El dedo gordo del pie» (Documentos, 1969); o Andrés Neuman con todos los órganos olvidados por «la historia oficial» (Anatomía sensible, 2019).

Dejo para el final dos proyectos que prueban la radiante juventud del pensamiento de Glantz, relacionados con su interés por unas redes sociales en las que se muestra muy activa y sobre las que ha comentado en entrevista con Fernanda Lobo (2021): «Para mí, funcionan para poder expresar cosas que son muy fragmentarias, muy evanescentes, que de otra manera no puedo yo decir. Pero, por otro lado, siento que la comunicación se fortalece, hay una posibilidad de interacción».

Este hecho explica la aparición de Yo también me acuerdo (2014), libro conformado por tuits y construido a través de la anáfora «me acuerdo» para rendir homenaje a Joe Brainard y Georges Perec, quienes la precedieron en la elaboración de mosaicos literarios con los que retrataron la historia de su tiempo. Así lo afirma ella misma: «Me acuerdo que Brainard y Perec escribieron, cada uno en su país, la autobiografía de una generación. // Me acuerdo que advierto que el tuiteo es semejante a lo que hicieron Brainard y Perec en Yo me acuerdo». Por su parte, adopta un verso de su admirada sor Juana Inés de la Cruz -sobre la que es una de las más reconocidas críticas- para titular Y por mirarlo todo, nada veía (2018), volumen donde va entreverando las noticias más diversas para denunciar la entropía informativa que aturde nuestro día a día.

En definitiva, todas estas obras revelan lo que comentó a la revista Colofón en 2018: «Me interesa la ruptura absoluta del canon, la intertextualidad, el emborronamiento de los límites entre los géneros canónicos. Quiero doblar la teoría aristotélica de la causa y el efecto». Recordando posiblemente que su nombre, Margo, procede de Margarita, plasmó este hecho en una magnífica frase inscrita en Yo también me acuerdo: «Me acuerdo de que este libro es como deshojar una margarita».

Pues eso, que nadie lo sabría decir mejor.