La vida de Koltsóv está rodeada de muchas leyendas. Una de ellas pertenece al cineasta Román Karmén, con quien también coincidió en España. En Toledo los dos visitaron a Isabel Delgado, y el Diario de Koltsóv lo confirma en el fragmento del 14 de septiembre de 1936. Koltsóv la describió como una ridícula bruja que estaba preparando extraños bálsamos para curar heridas y blanquear los dientes, pero, pasados largos años, Karmén explicó que tenía fama de adivina y les predijo el futuro. A Koltsóv le prometió que obtendría todo lo que quisiera con una excepción: no sería feliz. Y a Karmén le había dicho al oído que viviría muchos más años que su compañero porque sobre éste ya estaba extendida el ala negra de la muerte.
Borís Efímov, famoso dibujante, hermano menor de Koltsóv, recapituló en sus memorias que, en una de las reuniones de 1936 en la que Koltsóv le estaba informando sobre la situación en España, Stalin le hizo una extraña pregunta cuando ya estaba a punto de salir de su despacho: «¿Tiene usted un revólver, camarada Koltsóv?». Y, cuando Koltsóv le dio una respuesta afirmativa, continuó: «¿Y no piensa suicidarse con un disparo?». Tal como lo confesó Koltsóv a su hermano, en aquel momento leyó en los ojos de Stalin una reprobación, como si le dijera «demasiado bullicioso». Aparentemente, tanto Efímov como Ehrenburg, que también reproduce la misma anécdota en sus memorias, lo interpretan como una muestra de descontento de Stalin con Koltsóv, un aviso de que la ambiciosa aspiración de llegar al poder político que sin duda tenía le auguraba un dramático final.
EL AÑO 1937 EN LA URSS. EL ECO DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA Y EL GRAN TERROR
Tampoco era posible no sentirse perturbado en el ambiente que se instauró en Moscú a partir de 1937. Koltsóv regresó desde España a Moscú en noviembre de 1937 siguiendo las instrucciones del Kremlin y retomó sus actividades en el puesto de director de Pravda. Un mes después, Ehrenburg también volvió a la capital rusa. Cuando se vieron, entre otras cosas, Koltsóv le contó una broma difícil de transmitir en español, basada en un juego de palabras, porque en ruso se emplea el mismo verbo para «tomar una ciudad» y «arrestar a alguien», y Teruel puede ser tanto una ciudad como un apellido: dos moscovitas se encuentran y uno le da la noticia al otro de que han tomado Teruel. Éste le pregunta: «¿Y a su esposa?». Por desgracia, en esta broma siniestra se refleja la relación que establecían los soviéticos entre la Guerra Civil en España y el Gran Terror en la URSS. Al terminar, Koltsóv le preguntó a Ehrenburg si la broma le había hecho gracia. Ehrenburg, que estaba muy desconectado de lo que sucedía en Rusia y no entendía nada, le dijo que no. De acuerdo con la versión de Mijaíl Efímov, sobrino del periodista, Ehrenburg renovó el pasaporte sin el que no podía viajar gracias a Koltsóv y se fue a España dejando atrás detenciones, purgas y muertes. Fue el último encuentro de los dos periodistas, compañeros y rivales.
Ehrenburg le rindió tributo a Koltsóv en un capítulo de su Gente, años, vida que se inscribe en la narración sobre la guerra de España porque, según confiesa, le resultaba imposible pensar en el primer año de la Guerra Civil sin mencionar a Koltsóv. Ehrenburg procura respetar la sentencia de mortuis nil nisi bene, y le dedica a su antiguo rival unas páginas en las que reconoce su talento e inteligencia. Acaso lo único que le podríamos reprochar a Ehrenburg es su resentimiento hacia Koltsóv, que no pudo superar: admite que éste lo trataba de manera amistosa, pero con cierto desprecio. Curiosamente, acompaña su confesión con un recuerdo que se remonta a los días del II Congreso Internacional de Escritores en Valencia. A Ehrenburg le molestó que Koltsóv lo apartara de las reuniones en las que se discutían cuestiones de organización, y le pareció que su contribución a los trabajos del congreso se limitó a las labores de traductor. Está claro que no quería aceptar el papel de personaje secundario, por eso solicitó que Koltsóv lo diera de baja del secretariado de la Alianza. Éste cumplió su promesa, aunque, en realidad, la Alianza no llevó a cabo ningún proyecto más en vísperas de la Segunda Guerra Mundial.
David Samoilov (1920-1990), poeta y traductor, ofreció en sus memorias su propia visión de Ehrenburg. No es favorable y, quizás, injusta, y Samoilov lo reconoce; no obstante, detrás de sus amargas palabras se esconde un profundo análisis de la época y de lo que significaba ser un escritor tan próximo al poder, como también lo fue, sin duda, Ehrenburg. No desprovisto de talento, ambicioso e inteligente, Ehrenburg apostó por servir al régimen y se convirtió en un estalinista occidentalizado en el que convivían su refinado gusto de amante y conocedor de la literatura y el arte europeos, la poesía de François Villon que estaba traduciendo y la obra de Picasso que tenía en su colección privada, con el deseo de reconocimiento y de los honores más altos del Estado. ¿Es posible que en las circunstancias históricas que le tocó vivir el servilismo no condujera a la inmoralidad? «¿Existen los servidores honestos?», pregunta Samoilov. Según el poeta, en otoño de 1962 Kruschev le mostró su descontento a Ehrenburg. Durante 1955-1967, sus actitudes demasiado independientes en más de una ocasión llamaron la atención de los altos cargos del partido. Entre otras cosas, el título de la novela El deshielo, que evidentemente prometía una primavera en el gélido clima político de la URSS, causó el enfado de Kruschev: las autoridades consideraban que ya se había hecho lo suficiente, las críticas del estalinismo no suponían una transformación más radical del sistema, no se trataba de una promesa de las futuras reformas en el país, ya existía un cambio que había que aplaudir. Kruschev y otros representantes del Gobierno le reprocharon a Ehrenburg su hipocresía: en los años de la dictadura estalinista elogiaba a Stalin, y a él personalmente no le afectaron ni represalias ni otras privaciones, sin embargo, en sus memorias el pasado está representando de una manera demasiado oscura y pesimista. Ehrenburg no pudo soportar el conflicto con el jefe del Gobierno y se deprimió, y no quiso o no se atrevió a pronunciarse, a decir algo que realmente tuviera peso y significado, porque durante muchos años estuvo al servicio del régimen soviético que al compensarle de ese modo su inalterable lealtad lo obsequiaba con favores. A cambio, cuando el Kremlin lo necesitaba, le tocaba guardar el más respetuoso silencio, y las convenciones de su relación con el poder quedaron intactas: Ehrenburg no dijo nada.
Éste, al tratar en sus memorias las represalias estalinistas, intenta justificarse: explica que un joven escritor que en 1938 tenía cinco años le había preguntado cómo había logrado esquivar la muerte en aquellos años, y afirma que no lo sabe, que la vida entonces parecía una lotería y no hay ninguna explicación racional a su milagrosa salvación. Quizás, pasados los años y desclasificados nuevos documentos, podríamos decidir si le había tocado el Gordo u otras causas condicionaron su destino. Tanto el expediente de Koltsóv como otros comunicados secretos contenían suficiente información para acusar a Ehrenburg de espionaje y ataques contra la URSS. Mientras tanto, la pregunta del joven escritor, ficticio o real, sigue vigente.
El congreso en Valencia también marcó la relación entre los Alberti y la URSS. El 10 de noviembre de 1937 Stalin recibió un informe de Stavski donde éste le explicaba que uno de los delegados soviéticos, el traductor e hispanista Fedor Kelin, había regresado recientemente de España. Kelin aseguró que Rafael Alberti y María Teresa León habían cambiado de actitud respecto a la Unión Soviética y se habían convertido en los enemigos de la URSS. León estaba divulgando calumnias sobre su reunión con Stalin y, además, conseguía del general Miaja información secreta sobre las operaciones militares que, a continuación, revelaba en la Alianza, donde solían reunirse varios periodistas y literatos extranjeros o, dicho de otro modo, de acuerdo con el vocabulario de la seguridad soviética, espías y agentes secretos. No es fácil comprobar o desmentir ese informe. En marzo de 1953 Alberti publicó su sentido poema a la muerte de Stalin. Al mismo tiempo, no olvidemos tampoco que tras el encuentro con Alberti y María Teresa León dejó de reunirse con los escritores, y Alberti regresó a la URSS tan sólo después de la muerte del dictador. Al parecer, el guía de los pueblos tenía muy buena memoria y no perdonaba a los que traicionaron su confianza.
Uno de los más reconocidos investigadores del fenómeno del estalinismo, el historiador Oleg Khlevniuk, sostiene que la Guerra Civil española influenció notablemente la campaña del Gran Terror llevada a cabo en la URSS a partir de 1937. Los acontecimientos españoles demostraron a Stalin que las grandes potencias europeas, Francia y Gran Bretaña, con su política de no intervención, eran incapaces de ofrecer una resistencia eficaz a Alemania. Por otro lado, la falta de unidad entre los republicanos le convenció a Stalin de que, para evitar los más mínimos desacuerdos, las purgas masivas en la URSS eran imprescindibles. La expresión «quinta columna» también formó parte del vocabulario político de los altos cargos soviéticos durante la guerra de España. Stalin estaba seguro de que los republicanos estaban perdiendo la guerra porque entre ellos había muchos traidores. Al mismo tiempo que enviaba a España las instrucciones para eliminar a los opositores, recrudecía las represalias en la URSS.
Tal como hemos podido comprobar, tanto la celebración del II Congreso Internacional de Escritores por la Defensa de la Cultura en 1937 como los destinos de los literatos que participaron en su organización resultaron inscritos en ese amplio contexto político e histórico hispano-soviético. Las experiencias vividas por Alberti y Ehrenburg, la trágica muerte de Koltsóv hacen inevitable la evocación de la guerra de España y el Gran Terror. En cuanto al II Congreso Internacional de Escritores, a Ehrenburg le pareció especialmente apropiada la frase «Cuando hablan las armas, callan las musas». Imposible no acordarse de que Marco Tulio Cicerón señalara también el silencio de las leyes en los tiempos de guerra. Terminadas las guerras, adquiere gran importancia la tarea de leer e interpretar tanto las palabras como estos silencios, obligados o no. Los escritores que se habían reunido en Valencia y Madrid en 1937 pronunciaron discursos y dejaron varios testimonios, pero la reflexión sobre sus silencios permite, asimismo, evitar simplificaciones y entender la compleja relación entre la literatura y la política, los escritores y los políticos, tan propia del siglo xx.
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