Nos dejamos arrastrar por ese coro, por esas sirenas que nos inundan con sus cantos. Cumplimos la previsión de Circe, qué se le va a hacer, solo aparentamos ser normales para que no nos echaran a un lado. No hicimos caso de las advertencias de la maga y quisimos llegar a la pura voz. Para ello abandonamos la patria y transformamos el corazón. Qué delirio tan lúcido, Zaratustra. Nos hastió la luz de aquellas calles y extendimos los ojos hasta el bosque de nuestros yoes. Fuimos ricos en esta pobreza. Bajamos para no volver y, ya vaciados, decidimos llenarnos de quien más fuimos: otredad de otredades. Nos embriagamos de nuestra quimera y la habitación doble se hizo triple, cuádruple, infinita… Pasamos aquella atmosfera estancada y trasladamos nuestra ceniza  a la montaña. ¿Ya no podemos vivir en aquel que fuimos? Nos dijimos: «¿No temas los castigos que se imponen al incendiario?». Ante toda aquella náusea decidimos no regresar al espejo cóncavo. Sí, lo sabemos ya, todo aquello fue irrisión y vergüenza dolorosa. Dejamos aquella metamorfosis de fantasma a planta. Se perfilaron nuestros envenenadores y dimos un portazo. Ese bienestar de la impureza de lo monocorde. Ese civismo quería el cuerpo flaco, feo, famélico, y también la mente, el paso y la transgresión; quería lo fácil y dimos un giro. Nos habíamos mentido en la ambición, en la desmesura, en el juego acabado. Nos dijeron: «No puedes cambiar lo que eres», y soltaron todos los reclamos. El ideal del yo y los «valores culturales dominantes». Propiedad e impropiedad.

Musicalizar el pasado y los posibles, los otros que yo había sido o que pude caminar. Otro lenguaje, otro ser. Dejamos caer la conciencia para existir en lo ilusorio. Y volver, volver para comenzar todo de nuevo. Este fue mi modo de danzar en lo sagrado. El mundo es un espejismo cuando no se taladra el yo. Nos fuimos de la divina comedia. Fui consciente el mayor tiempo posible de mi identidad. Los no yoes y los noes del yo. Yo no soy mi trabajo, yo no soy mi casa, yo no soy mis amigos, yo no soy mi coche… El sentido limitado nos hace desaparecer. Miro el proceso cíclico y liquido de la conciencia a través de los recuerdos y estos nos llevan a Pablo Gaudet, Luis Yarza, Horacio Alba, Jimena Alba, Óscar de la Torre y Rafael Fuentes. Hay que cambiar la pregunta de quién soy yo por quién pude ser yo. Apegarse a ciertas formas, sentimientos, deseos, imágenes y acciones fluyentes para crear un sentido distinto de la yoidad. Nos amoldamos a nuestros  cambios, a esas cinco permutas del budismo que también encajan con nuestra heteronimia: los procesos del cuerpo físico, los sentimientos, las percepciones, las respuestas y el flujo de conciencia que se experimentan. Y nos dijimos: «No quería ver a nadie…, y mi único consuelo era la soledad; una soledad profunda, oscura, semejante a la de la muerte» (Mary Shelley nos habla). Y del a mí mismo me fui al yo y de aquí al mí en un nosotros. ¡Cuántos papeles, cuántos arquetipos y cuántos patrones! Y si al menos los hubiésemos hecho bien, los hubiésemos llevado al extremo, al teatro mundi. Nos tenemos que proteger de nuestras falsas identidades y, asimismo, de las de los demás: «No soy nada de eso […]. Sus identidades son la causa de todos sus problemas; descubran lo que hay más allá de ellas, la dicha de lo atemporal, lo inmortal» (Kornfield nos confirma).

Perder el yo en los yoes para fundirse en el yo verdadero. Por eso, al abrirme el rostro en otros rostros, supe del vacío pero también de la llenura. Comprendí las formas de esa vacuidad y fui feliz, pero también me hundí en grandes amarguras. Don y castigo. Hice del pasado agua limpia, y ya clara de nostalgias podía beberse. Poseí mis recuerdos y sus maneras de pensar. Reconciliarse con nuestras mentiras y nuestros desvíos. Y soné: ni adentro ni afuera. Hablamos con palabras trastocadas de Sri Nisargadatta. Al heterónimo lo vemos a través de la red de nuestros deseos, dividido entre dualismos tópicos: entre el dolor y el placer, entre lo bueno y lo malo, entre lo interno y lo externo. Para ver su universo, hay que situarse más allá de esa malla. Para ello, hay que fijarse en sus agujeros. Cuando unimos algunos puntos del pasado y del futuro, cuando nos vaciamos en el presente, salimos de ese tiempo ajeno e impropio, estamos en el oleaje calmado de nuestra ficción veraz… Desde estos espacios se reciclan los anhelos insatisfechos, las frustraciones intermitentes y los deseos irrealizables. Estado de ecuanimidad.

 

IRSE PARA COMENZAR TODO DE NUEVO

 El maestro Eckhart nos dice: «Primero contigo mismo y ¡renuncia a ti mismo! De cierto, si no huyes primero de tu propio yo, adondequiera que huyas encontrarás estorbos y discordia, sea donde fuere». Los heterónimos, por mi parte, simbolizan esos planos trascendentes en que uno puede perderse y desclavarse de los objetos, de la gente y de uno mismo. Voy del cambio a la decadencia y, finalmente, a la disolución, a lo inmóvil, a  lo vivo, a lo naciente. Y nazco una y otra vez cada vez que soy otro. Hay que deslizarse por la ricordanza. Hay que deslizarse por el sí para llegar a su olvido. Los lastres se sueltan con los heterónimos cuando el yo aquel se une con el yo este.

Para recordar que el yo aquel se fue y este puede enajenarse, vamos de vez en cuando a ver ruinas susurrantes: fábricas desguarnecidas con sus grafitis, escombros en la áspera llanura, la casa desvencijada de nuestros abuelos en aquel campo, junto aquella vía del tren… Así contemplaremos el fuego en la ceniza. ¿No escuchas la música? Formaremos nuestra ceremonia, el rito que hace que nuestro pasado sea nuestro, realmente nuestro. Y conste que sabemos que todo esto es olvido, pavesa, nada. Y lo celebramos. Lo bello, lo sublime reside en saber de esos otros de uno mismo y en saber que toda esta escritura es anónima, un vacío luminoso en la inmensidad de una gota de rocío. La cúpula infinita del cerebro por la cual el humo sube y sube y sube. Somos el actor sin nombre. Nos refugiaremos en los sentidos que son los cazos de las efemérides. Despertar en otros ojos, y aquí entra otro ejemplo: Pablo Gaudet. Vayamos a su próximo libro ¿Una extraña orquídea o un superviento estelar? ¿Qué fue aquello que inició este libro y en qué situación se encontraba nuestro actor? Se preguntó qué libro le gustaría leer y se dijo:«Un libro de poemas que nos cuente los éxtasis de la alegría, los instantes de felicidad plena. Pongamos por caso, relatar líricamente cuando la madre ve la cara de su hijo recién nacido, cuando el preso sale de la cárcel después de años de presidio, cuando el corredor llega a la meta el primero, cuando los amigos celebran una fiesta tras licenciarse, cuando el cuerpo llega a la suspensión del orgasmo, cuando el silencio de los libros te dice aquello que querías escuchar y te vuelve a reconstruir, cuando los niños juegan en el parque un día aromático y azul de primavera […]».

¿Cuál era la manera para llegar a ese rostro? Desde un principio, debo decir que cuando empieza a irse el yo empieza a entrar el ya. Su biobibliografía estaba ahí como la de los otros, con excepción de Horacio Alba, Óscar de la Torre y Rafael Fuentes[2], que son los más ajenos a mí y los últimos en llegar. 1984, Deià, Palma de Mallorca. Trabaja como bibliotecario en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de las Illes Balears. Autor de la plaquette Prodigar el prodigio (2009) y del libro de poemas ¿Baile de cerezas o polen germinando? (2010), así como de la serie experimental Videopoemas cetáceos (2008) y del poema hipertextual La muñeca rusa (2012).

El ideal vital del ortónimo empieza a volverse circular. Entra la música –en este caso, el jazz– y empezamos a sentir la posibilidad-Pablo: Deia y la biblioteca, el cerco de los amigos de toda la vida y la familia inquebrantable, las noches de dolce vita por el puerto de Palma (¿Las que tuvimos? ¿El grupo amical que sigue en estos momentos pero de otra manera?) y de viajes de aquí para allá, sobre todo, a la India (¿Las huidas soñadas?), en donde conoció, estudió y ejercitó el hinduismo. Desde aquí hacia la vía de la peregrinación de la tradición advaita para irse de ese no-dos, para no creerse la incompletud y no llenarse de hijos, de relaciones indeseadas, resignadas o descuidadas. ¡Cuántos caminos invisibles  andamos por el ortónimo! Si este hubiese sido más hábil, más firme, más él, no le hubiese hecho falta la escritura del otro. Y el budismo, el budismo tántrico y esos diferentes niveles de profundidad de la conciencia (¿Habla Pablo o tú?).

A cierta edad uno sabe si va hacia sí mismo o se ha perdido ya en la maraña de los medio seres. Nos sustentamos en lo que queda. Un eclipse para ser solar. Nos vamos a la armonía de los contrarios. La unidad del otro y la separación y la unión y subimos por los anhelos y las esperanzas. Las islas de nuestras islas. El corazón íntimo de aquello que se fue y no pudo ser; pero no nos entristece la raíz fría de nuestras pérdidas, hacemos de las envolturas otros peregrinajes. En los heterónimos se encuentra la medida de los deseos y las esperanzas pasadas, esa irreprimible melancolía de la ausencia (mitología de la saudade). Nacemos a medias y, cuando andamos, nos vamos indefiniendo aún más. Larva. Esa represión del tiempo que ya no es tiempo. Albergarse consiste en esa metafísica de la experiencia que se hace vital, dichosa, sagrada. Multiplicidad de rostros, máscaras y tiempos, los cuales no sabemos musicalizar hasta que hacemos nuestro círculo. Los trasfondos del no soy nada ni nadie. La noche bocabajo en donde corresponde no mentirse. ¿Caímos en las demandas de los demás o los despistamos? Al absorber el pasado, lo absolvemos en busca del inédito, de nuestro inédito.

Maneras de sentirse sin cargas y sin cargos. Pedazos embrionarios. Esa efímera fijación de aquellos sentidos. El misterio y la extrañeza de algunas sensaciones y, a partir de ahí, creamos ese intervalo, esa oscilación. Y ¿así ya no se nota la separación de los cuerpos sin órganos? Los cuerpos incluidos dentro del cuerpo. Nos ponemos del lado subjetivo para hacernos objetivos. A través del camino heredado nos encaramos en el muro de las aporías. Cambios: postsentir todo de todas las maneras y con diversas intensidades, es decir, volver al azul. Para escuchar esos vacíos anónimos, entramos en esos «rápidos de la melancolía / pasando junto al / espejo pulido de las heridas: / por allí son conducidos a flote los cuarenta / arboles descortezados de la vida» (Paul Celan al fondo). Con la heteronimia excitamos las ideas hasta hacerlas emoción y, en este relato especular de la identidad, la tristeza está dentro de la alegría, la calma dentro de la angustia y el miedo, o la ternura dentro del odio, y así vamos perforando las emociones. «La existencia resultaba escasa», nos repetimos. Lo sabemos, el amor pierde su intensidad a lo largo del tiempo y fantaseamos, la amistad pierde su intensidad a lo largo del tiempo y fantaseamos, el trabajo pierde su intensidad a lo largo del tiempo y fantaseamos… Dos historias en una, heterónimo y ortónimo. Uno como reflejo del otro, en imagen invertida (como todo espejo transformado). Otredades que se abisman cuando se encuentran con otras.

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