Pegamos nuestra cara al peligro del otro lado y crecen demasiado las alas, así que es necesario hacer el puente con aquello de no mirar melancólicamente para atrás, de no ser tibio ni manso. Unimos el ocaso y la aurora y nos lanzamos a la hendidura de ambas. Y claroscuro tras claroscuro, en la hora más plena, en la hora del aplauso y del hurra, vamos haciendo cuanto nos dijiste: «No dejes una gota de celebración en el espíritu del cuerpo cuando este muera». El yo ido nos da la entraña del ser. Lo más puro de nosotros por la impureza de quienes fuimos. La sinceridad del fantaseo. Pero no nos evadimos, nos liberamos y llegamos al nomadeo. Trastocamos a Rousseau: lo que provoca la miseria humana no es la contradicción, pues esta se encuentra entre nuestro estado y nuestros deseos, entre nuestros deberes y nuestras inclinaciones, entre la naturaleza y las instituciones sociales, entre el hombre y el ciudadano; volved al hombre múltiple y asimilaréis la incoherencia, el absurdo, la paradoja, el disparate, la discordancia, la antítesis, la impugnación, la refutación, el rebatimiento y las réplicas. Volvamos al hombre consecuente consigo mismo, siendo el que quiere parecer y pareciendo el que fue. Entonces se habrá puesto la ley propia en el fondo de vuestros corazones.
El ego, ¿cuánto tiempo estuvimos apegados a esa masa informe de objetos, a ese perro que tira de la correa, a esa numeración que tantas veces nos puso en la fila? Ese que te dijeron que debías ser, ese quedarse en medio de la nada haciendo lo mismo que todos.
¿Cuánto tiempo pensabas que iba a durar esta mentira? El ego y esa famosa respuesta de Diógenes a Alejandro Magno cuando este le dice que le pida lo que quiera y Diógenes le pide que se aparte porque le está tapando el sol. Eso muestra que el poder sobre uno mismo es preferible al poder sobre los otros y sobre el mundo. ¿Seguiremos escuchando cantos de sirenas, las negaciones de la vanidad y la soberbia, los sistemas que justifican su propio sistema, las amistades burguesas que alimentan aún más nuestra ausencia social, el dentro y fuera del vómito de cada urbe?
Y me hice y tendí la cuerda sobre el abismo y, al hacerlo, la luz se desenrolló sin más. Y me enterré en varias ocasiones y sufrimos aquellos pedazos hasta poder integrarlos.
¿Sentimiento o pensamiento de identidad? Digamos que todo era regresar, volver, vernos de nuevo en lo antiguo (sin nostalgia ni melancolía o llevando la nostalgia y la melancolía hasta la frontera). Revivir los instantes de nuestra evolución: había que curarse del pasado, había que deshacerse del falso self. Reinstalarse. Nuestra puesta en abismo, cruzando la fantasía de nacer de nuevo. Giremos la rueda para ser tragados y poder mirarnos al espejo. Hagamos contraste y comparación con los límites de los espejismos. Lanzo las semillas de los otros en el yo y crecemos en cada heterónimo. La industria natural de producir identidades. Personas para ir a la gran fiesta. Guías para una buena ceremonia del Fausto.
¡Casi siempre todo es tan normal! Los actos de sumisión y el conformismo, ¿recuerdan?
¿Cuántos hicimos? ¿Cuántos has hecho, lector? ¿Estamos a tiempo? Las parcelas de las relaciones condicionadas e incoherentes. Ademanes y posturas. Entraremos en la contradicción, pero no en el contrasentido. Y ahí estarán los argumentos del progreso. Somos las voces de nuestros desconocidos, verdad, Valéry.
EN REALIDAD, NUNCA ESTUVIMOS ALLÍ
En ese proceso de desapego desentrañamos símbolos y metáforas. En algún lugar de Molloy hablaban también de nosotros: «Porque en mí siempre ha habido, entre otros, dos payasos, el que solo aspira a quedarse donde está y el que imagina que un poco más lejos se encontraría mejor». Nos alejamos de los nombres nacidos a medias. Juntamos la geometría de los choques de la realidad-deseo con nuestros destinos personales, horizontes del yo que aparecen tras nuestras otredades. La palabra múltiple debe cultivarse, labrarse con tesón, con paciencia, con abismamientos y epifanías. Siempre para tener esa sensación de renovación en ese escribir siendo otro. Incipit vita nova. Las viejas mentiras generan nuevas verdades. La fresca aurora que nos aleja de subvivencias. El no lugar que se convierte en éxtasis de regreso. Identidades móviles que nos llevan a comprender nuestros mitos y nuestros distintivos. Nuestra prole de la noche blanca: antes de morir, quisimos anular la distinción entre tiempo y eternidad. La heteronimia con su efecto boomerang y con su (des)figuración de (auto)biografía. Descenso y decepción, pero también lo contrario. Nos autoplagiamos; conferimos dignidad a las máscaras, otorgamos y deformamos rostros, los ajenos y los propios. Figuras, figuraciones y más desfiguraciones y algunos cobijos.
El autor y su continuum, pero aquí llega una pregunta medular, una pregunta que uno debe hacerse (o no): ¿Qué es un autor? Y se hace este lazo, el mito de Narciso como base de la heteronimia, como circunferencia que traza la circularidad de la autoría. La lectura como Narciso. Esa sed es un ladrón que siempre nos trae la ganancia del agua. Escribir refleja la adición de la otredad junto a su hermana, la lectura. Qué afán por no estar allí ni acá. ¿Vivirá si no se llega a conocer? ¿Vimos demasiado como Tiresias y nos cegamos?
«¿Doble empobrecido en las palabras de los otros?». La pasión por redoblar el eco sonoro, pero no nos engañemos, no hay ninguna trascendencia en las líneas de tinta. Plano sonoro y fuente en donde caer. La avidez y la sequía. Nuestros excesos y nuestros desiertos. Y susurra: «Tú crees que me matas. Yo creo que te suicidas». Igualados en lo múltiple. No rechazamos el eco, lo hacemos nuestro y aquí la venganza se hace contra aquello que nos dijeron que éramos. La caza de los nombres. Fascinados por el reflejo de lo que se va en aquello que seremos. Thanatos en Eros (y viceversa y al mismo tiempo). Recreo de contrarios. La relación de la heteronimia y el mito de Narciso no es la de una exaltación del yo o del ego, sino al contrario, la de una disolución. Al ver a Narciso describimos la tragedia de la pérdida del yo y la hacemos celebración. Y, asimismo, una imagen especular que se hace y deshace. Ir hacia la sombra de la belleza para saber de sus frontispicios. Encontrarse para disolverse. Simetrías en las discordancias. Juego de dualidades que se van destruyendo para ser autoconscientes de la extrañeza y del asombro. Y haremos de la sombra cuerpos. Cogemos imágenes fugitivas que se van haciendo pasmo unificado: «A su manera, pues, y por un camino inverso al de la mística, Narciso descubre en el dolor y la muerte la alienación constitutiva de su imagen». Le damos la vuelta al mito de Narciso y al drama de la heteronimia (seguimos charlando con Fernando Castro): privados del uno, tenemos una pequeña salvación. Los laberintos del agua nos conducen a las palabras afirmativas. El inventor del sí. El autor como fabulador, la heteronimia como fantaseo. La autobiografía ficticia de las memorias verdaderas. ¿El narrador que dice tú pero no siempre es tú? La escena imaginaria con director ausente. Los irreales presentes. El patetismo por la festividad.
La heteronimia es un buen ejercicio vitalista para saber irse. Los complementarios de los complementarios. Un yo autónomo que reanima al subyugado. El doctor Jekyll y míster Hyde se funden y generan a Jehy (¿más allá del bien y del mal?), que al hacerse a sí va recorriendo una galería de edades. Todos los heterónimos forman el macropersonaje. La huida del personaje tipo (en lo social y en lo ficticio, o ¿lo social siempre ficticio?) de lo plano y lo superficial para llegar al calidoscopio psicológico que matiza el estudio del carácter propio del personaje. En el doble se polariza o exagera algún o algunos rasgos, mientras que en el heterónimo se hace lo mismo, sin embargo, se extreman tanto que el monopolio dual salta por los aires. Aquí se trastoca el mito de Narciso: en el camino vamos pasando por el apócrifo, el doble y el complementario hasta nuestros heterónimos. Y todos ellos entre el ludismo lingüístico y la gama reflexiva, entre la función autocrítica y la indagación adicional a la personalidad (y en el barco ebrio escuchamos «el pensamiento cantado y comprendido del autor»). Rimbaud, ¿los viejos imbéciles ya encontraron el yo y su significación falsa? Digamos adiós a Narciso, terminemos por unos instantes con estos pensamientos ondulados y, para saldar la cuenta, quedémonos con esta pregunta de Juan de Mairena a través de Antonio Machado: «¿Pensáis que un hombre no puede llevar dentro de sí más de un poeta? Lo difícil sería lo contrario, que no llevase más que uno».
NOTAS
[1] He aquí la información bibliográfica sobre algunos heterónimos.
Luis Yarza (La Alberca, Salamanca, 1983), licenciado en Veterinaria por la Universidad de Extremadura, trabaja como ornitólogo en el parque nacional de Monfragüe. Es autor de los libros de poemas Gajo de sol (Diputación de Cáceres, 2008) y Para comenzar todo de nuevo (Ay del Seis, 2017). Ganó el Premio de Poesía Vicente García de la Huerta (2016) por sus poemas de La llanura.
Óscar de la Torre (Bello, Teruel, 1973) estudió sociología en la Universidad de Salamanca y se doctoró en la misma con la tesis La identidad como signo. Antropología de la palabra social. Entre sus ensayos cabe destacar El autor como crítico: la única crítica (2010, Teruel), Misticismo y heteronimia (Teruel, 2011), Pessoa-Machado-Fonollosa (México, 2011), Una historia de los epígonos poéticos españoles (Madrid, 2014), La misantropía como humanismo (2014) y Limados. La ruptura textual en la última poesía española (2016).
Jimena Alba (Bilbao, 1986), aunque nació en Bilbao, ha pasado gran parte de su vida en La Paz (Bolivia). Realizó estudios de Economía en la Universidad de Granada, que no terminó y cambió por los de Arte Dramático en la Universidad Nacional de las Artes (Buenos Aires), carrera que decidió terminar en la Stella Adler Academy of Acting and Theatre. Es autora del libro de poemas Introducción a la locura de las mariposas (Tigres de Papel, 2015) y del ensayo El último manifiesto (Trea, 2019).
[2] Rafael Fuentes, el heterónimo librero, aquel que solo hablaba con sus clientes de los libros que más admiraba, aquel que sabía desde muy joven qué camino seguir, aquel ser tranquilo que parecía que había hecho visible su utopía (por real). Su trabajo consistía en ejercer la maravilla, en destinarse a la exquisitez, en fascinar por aquello que deslumbraba, pero estaba escondido. Su escrutinio diario, en ordenación y expurgo, su receta mental de cada día, en rejuvenecimiento de la memoria propia y colectiva, había creado la epifanía necesaria para tomar conciencia de los momentos áureos: su librería.
Su genealogía estaba en el Bartleby, en el artista sin obra y, en consecuencia, en las ocasiones de llovizna saudosa se decía para sí mismo y en silencio: «O la perfección o la nada. Eso de quedarse en la mitad, en la literatura, no resulta una opción plausible. No quise convertirme en fabricante de palabras. La obra sin páginas, mi obra. Yo fui como esa mujer elegante y noble y proustiana que pasa y sonríe a sus admiradores. Nada de los vulgares contratiempos de los hombres de pluma. Sigo en la esfera pura y etérea. No publicaré jamás. Si no puedo ser un clásico, y un clásico sabe cuándo lo es, entonces, ¿para qué convertirme en un contendiente de opereta?».
No tenía hijos, ni pareja, ni coche. Decía que los hijos eran innecesarios, porque los instintos no le habían llamado por ahí, ni los consideraba un medio de trascendencia, porque algún día el mundo explotaría. Sus libros fueron su única familia.
BIBLIOGRAFÍA
Alba, Jimena. Introducción a la locura de las mariposas, Tigres de Papel, Madrid, 2015.
El último manifiesto, Trea, Santander, 2019.
Beckett, Samuel. Molloy, Alianza Editorial, Madrid, 2012.
Castro Flórez, Fernando. Narciso y Acteón: el deseo y la mirada, ERE, Mérida, 1990.
Eckhart. Tratados y sermones, Las Cuarenta, Buenos Aires, 2012.
Jihad Racy, Ali. «Tarab, arte y éxtasis en la música árabe», 2014. En línea: <https://danzaorientalenegipto.com/2014/05/23/tarab/>.
Gaudet, Pablo. ¿Una extraña orquídea o un superviento estelar? Bala perdida, Madrid, 2021.
Kornfield, Jack. «La identidad y la ausencia del yo en el budismo», Revista de la Universidad de México, 2017. En línea: <https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/c22b4d27-0d67-4f9b-8888-41dce04fb4b9/la-identidad-y-la-ausencia-del-yo-en-el-budismo>.
Machado, Antonio. Juan de Mairena, Castalia, Madrid, 1972.
Ovidio Nasón, Publio. Las metamorfosis, Cátedra, Madrid, 2005.
Nisargadatta Maharaj, Sri. Yo soy eso, Sirio, Málaga, 1976.
Rousseau, Jean-Jacques. Escritos políticos, Trotta, Madrid, 2006.
Shelley, Mary. Frankenstein, Nórdica, Madrid, 2016.
Valéry, Paul. Cahiers, Gallimard, París, 1997.
Yarza, Luis. Gajo de sol, Diputación de Cáceres, Cáceres, 2008.
Para comenzar todo de nuevo, Ay del Seis, Madrid, 2017.
[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]