«Los poemas no se escriben en las ciudades, sino fuera de ellas»Por Michelle Roche Rodríguez
© Maribel Muriel
Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) es poeta y médico de cuidados intensivos. Lleva más de tres décadas dedicado al solitario trabajo de amasar una obra aislada de las corrientes literarias y concentrada en la estrecha relación entre la ética y el legado del poeta. Es autor de Los bosques interiores (Visor, 1993), La mirada apacible (Pre-Textos, 1996), Al final de la tarde (Calambur, 1998), Para guardar el sueño (Visor, 2003), Entre una sombra y otra (Visor, 2006), Las estaciones lentas (Visor, 2008), Cristalizaciones (Hiperión, 2013) y Esperando noticias del agua (Pre-Textos, 2018). En 2010 publicó la antología Los bosques de la mirada (Calambur), donde reúne su poesía escrita desde 1984.
Con el libro He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes (2019) ganó la trigésimo primera edición del Premio Internacional Loewe de Poesía; se trata de un poemario en donde continúa el mensaje y la trayectoria simbólica del libro editado el año anterior. En ambas publicaciones, la poesía emerge como vocación y forma del ejercicio místico. «El poeta es el hombre arrodillado. / El poeta es el hombre que lo pinta»; «El poeta no ha elegido el futuro. / El poeta ha elegido descalzarse en el umbral del desierto», escribe Sánchez en dos poemas diferentes de su libro más reciente. Antes ha recibido el Premio Adonáis (1995), el Jaime Gil de Biedma (2003), el Internacional de Unicaja (2005) y el Internacional de Tiflos (2008), así como el Premio Extremadura a la Creación de la Mejor Obra Literaria de autor extremeño (2007) y el Premio Ciudad de Córdoba Ricardo Molina (2012).
Su vida combina dos oficios que trabajan en dimensiones esenciales pero opuestas de lo humano: la material del médico dedicado a los cuidados intensivos y la espiritual de la poesía. ¿Cómo, a lo largo de tantos años, se han ido complementando ambos aspectos de su vida?, ¿qué ha ganado o perdido cada uno?
Aunque siempre he intentado separar ambas actividades, con el paso del tiempo he empezado a apreciar lo que la medicina le ha aportado a mi poesía y la poesía al ejercicio de mi profesión. Dice Christian Bobin que la poesía es la medicina más antigua del mundo, que, en la misma época en que los hombres iluminaban las cavernas con figuras de animales, la poesía les llegaba a ellos por la misma grieta en la piel por la que les entraba el miedo, la angustia y el dolor; que aun antes de que apareciese la escritura, ya estaba ella tranquilizando almas, sosegando inquietudes.
Quizá mi relación diaria con el dolor y la enfermedad estén en la raíz de una poesía que para mí ha sido siempre un lugar de acogida y de resistencia. La materia de la poesía es la propia experiencia y, en mi caso, se ha nutrido forzosamente de mi relación directa con la curación y el sufrimiento. De manera recíproca, es posible que la poesía, a su vez, haya podido moldear, con ese espíritu de aceptación y comprensión del que hablaba Miguel Torga, mi relación con los enfermos.
He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes es el tercero de los libros de poemas que publica después de reunir su poesía en Los bosques de la mirada. A través del asunto de la fragilidad del poeta se establece una conexión entre ese libro con Cristalizaciones y Esperando noticias del agua, quizá, aquí emerge una especie de tríptico donde la palabra busca la transparencia a través de lo esencial. ¿Cómo se relacionan los hallazgos de estos libros con el realizado en los poemarios anteriores a 2009?
Creo que la poesía que llevo escribiendo desde hace más de treinta y cinco años tiene como pretensión la de construir, en medio de la intemperie y fragilidad de nuestra naturaleza, un territorio ético, un lugar de acogida en el que podamos sentirnos confortados y desde el que podamos gozar y percibir mejor el mundo. Cada uno de mis libros es una manera de registrar, con sus diversos matices, esta forma de relacionarme con las cosas a través de las diferentes fases o etapas por las que voy pasando. Cristalizaciones es un libro que indaga en la contingencia y fragilidad de la doble naturaleza del poeta: la del hombre y la del escritor. La del hombre, porque al carácter provisional de nuestra existencia se nos une nuestra radical incapacidad para desentrañarla. La del escritor, porque las mismas palabras con las que intentamos explicarnos nos llevan al convencimiento, como a Dante, de la «cortedad de nuestro decir», de la insuficiencia del lenguaje poético para dilucidar lo que somos y lo que nos rodea.
He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, al igual que Esperando las noticias del agua, publicado sólo un año antes, recoge, fundamentalmente, mi preocupación por el hecho de que las transformaciones sociales de las últimas décadas nos están dejando como herencia una sociedad más pulcra en lo material, pero enormemente pobre en lo espiritual; una forma de vida en la que la riqueza, la comodidad y la complacencia hedonista se han acabado pagando con sordidez moral. En ambos, la idea fundamental es que la resistencia activa de carácter moral es lo único que nos puede ayudar a superar las inclemencias de una época que, en muchos de sus aspectos esenciales, adolece de inanición y de sequía. Que el acuerdo con lo que nos rodea es lo único que puede hacer posible la viabilidad de nuestro futuro.
Llama la atención que en la antología Los bosques de la mirada no incluyera su primer poemario publicado, A este lado del alba (1984). En su libro biográfico La creación del sentido ha escrito estas bellas frases: «Pero con veinticuatro años, no conoce todavía el orden secreto de las palabras. Con veinticuatro años todas las tentativas le parecen hallazgos». ¿Cree que para llegar a la voz más personal es necesario romper el silencio con un primer libro y luego olvidarlo?
Los que me conocen saben que a lo largo de todos estos años no he cambiado sustancialmente. Los poemas de A este lado del alba, escrito en 1983, tal vez traten de los mismos asuntos que los poemas más recientes. Quizás hayan cambiado las formas, ahora pretendo ser más claro, más transparente, intento que el poema de las ideas que está dentro del poema de las palabras pueda ser escuchado, como decía Wallace Stevens. Pero los temas son los mismos, y esto es algo que he sabido reconocer siempre. En aquel primer libro sensorial y apasionado de la juventud ya estaba todo lo que quería expresar, pero mi voz no tenía todavía el tono definitivo de mi lenguaje, ese timbre personal que mi estrecha relación con las palabras se ha encargado de afinar con los años. Nunca he querido olvidar mi primer libro, pero la voz con la que me identifico no conseguí encontrarla hasta más tarde.
Su formación como poeta coincide con el desarrollo de la llamada «poesía de la experiencia», que proclama lo opuesto a lo defendido por sus obras: el hincapié en la existencia cotidiana, el acercamiento a lo material y la ruptura con el esteticismo. ¿Por qué dos sentidos opuestos de lo literario pueden haberse desarrollado durante el mismo tiempo histórico?
En cualquier tiempo histórico pueden convivir, sin anularse, las diferentes voces personales con las que puede llegarse a la poesía. En la época hegemónica de la «poesía de la experiencia», yo vivía en la clandestinidad de la provincia y en una relativa oposición a esa forma de entender la poesía, a mi juicio excesivamente plana y escorada a lo obvio. Sin embargo, los conceptos de claridad, historicidad y reflexión moral que tradicionalmente se han asociado a esta corriente no andaban muy lejos de mis propios planteamientos poéticos, a pesar de defender escrituras como las de José Ángel Valente, Edmond Jabès o René Char, tendentes a la esencialidad y con vocación mística y filosófica. Con el paso de los años, mi escritura se ha ido situando en una posición intermedia, asumiendo la naturalidad y la transparencia como formas de expresión de un pensamiento hondo de carácter moral, comprometido con su época y con afán de trascendencia.
Intento que el poema de las ideas que está dentro del poema de las palabras pueda ser escuchado
Algunas influencias literarias que ciertos críticos le han atribuido incluyen las obras de Claudio Magris, Giuseppe Lanza del Vasto y Adam Zagajewski: ¿A través de qué rasgo se integran poéticas tan diversas en su obra?, ¿existe en castellano algún poeta, o poetas, que presente ese mismo rasgo?
Yo creo que la ética es parte fundamental e indisociable de la experiencia estética de la poesía, por eso comparto con los poetas que me gustan, además de la búsqueda de la esencialidad y la sencillez, una misma visión humanista de la vida, una forma de entender la escritura que arraiga en la tradición meditativa y que pretende conciliar en el poema el pensamiento con la imagen y el sentimiento con la ética. Que intenta trascender nuestras relaciones con las cosas para percibirlas y disfrutarlas de otro modo, para establecer con ellas un vínculo distinto basado en la confianza y el respeto.
El fervor, del que habla Adam Zagajewski, —que es el entusiasmo al que hacía referencia Friedrich Hölderlin—, es el rasgo que integra en mi poesía a diferentes autores con los que comparto una misma forma de entender la experiencia poética. Un modo de escritura que, consciente de la realidad en la que vive y comprometido con ella, es capaz de sobreponerse al agotamiento y desengaño de nuestra época. Somos muchos los poetas que, de una manera u otra, asumimos estos planteamientos, pero es el manejo individual de los materiales estéticos lo que nos singulariza.
En La creación de sentido establece la relación entre la índole de una obra y la personalidad de un autor. Entre varios ejemplos, se refiere a su lectura de Campos de Castilla (1912), de Antonio Machado, en quien descubre la producción de una poesía que se adentra en sí misma para buscar no sólo aquello que «la humanidad tiene de genérico», sino además el talante intimista que relaciona con esa búsqueda. ¿Qué resulta cuando hace el mismo ejercicio con su propia obra?
En ese libro decía que, si bien es cierto que la excelencia de una obra literaria se produce al margen de la buena voluntad del autor y de los valores éticos con los que afronta su vida y la de los demás, la naturaleza del escritor determina de alguna manera la naturaleza de su obra. Y ponía como ejemplo a Antonio Machado, al que tuve la ocasión de acercarme, a principios de la década de los años noventa, atraído por la sensación de compañía humana que irradiaba y por ese halo de honradez que caracteriza a los autores que asumen el compromiso de su época y ofrecen a la ciudadanía el esfuerzo de un lenguaje desprovisto de falsificaciones. Es un poeta cuya obra se vuelve hacia su interior, pero sólo para buscar en él lo que de genérico tiene nuestra naturaleza y en el que encuentra el fundamento ético de su quehacer. Para mí, y esto intento recordármelo cada día cuando escribo, la poesía es inseparable de la vida, pues así como la índole de un hombre es deducible de su obra, la idiosincracia de una obra tan sólo es deducible de la personalidad y la conducta de su autor.
En esta pregunta, tomada del poema «Cartografía incompleta» de Cristalizaciones, se reconoce una preocupación constante de su literatura: «¿quién puede mantener en lo que dice / la solvencia de sus significados?». ¿A qué se refiere con la «solvencia» de los significados?
La poesía es el fraseo de lo humano ante el asombro de lo que permanece sin sentido, el vaho de una palabra en el espejo sobre el que reinventamos el lenguaje. «Cuando sale a la calle —escribo en el poema—, ¿qué puede hacer un hombre / que es consciente de sus limitaciones / y que además escribe / ante la expectativa, / afianzada en la noche, de enfrentarse / de nuevo con lo inmenso, ¿con lo que desconoce?». Los poemas de Cristalizaciones ahondan en la fragilidad de nuestra naturaleza, nos hacen ver que, habitando en un mundo que nos precede y nos rebasa, que desmantela una y otra vez nuestras previsiones y proyectos, estamos condenados a asumir la condición de extranjeros. Una fragilidad que se extiende también a la escritura, a la que acudimos para protegernos de la intemperie, pero que en realidad nos deja sólo ante las puertas, en el mismo zaguán.
La imagen del poeta que se arrodilla para encontrar lo natural y lo transparente que puedan enriquecer al espíritu se repite a lo largo de sus últimos tres poemarios (y existe, no como alegoría sino como búsqueda personal, en libros anteriores), ¿es la misión de la poesía rescatar al mundo arcaico de la conexión prístina con lo divino?
La poesía es una forma humilde y respetuosa de acercarse a las cosas. No pretende agotarlas ni definirlas, sólo sobrevolarlas, disfrutarlas y vivirlas. Y en esto, la poesía se aproxima a la mística, que, a diferencia del conocimiento científico, que es utilitarista y dominante, se constituye en cauce para el conocimiento gratuito y maravillado del mundo. Más allá del reduccionismo de las confesiones, la poesía es la sala de silencio de los taoístas, la celda de meditación de los místicos.
En nuestra tradición, el desierto —que es el lugar donde se fundan las religiones y de donde nace la poesía— es el espacio de la espiritualidad. Los verdaderos avances de nuestra especie se han producido siempre tras una ardua marcha a través de los desiertos de la soledad, la incomprensión y el ascetismo. Todas las religiones buscan la luz. Nosotros, los poetas, mendigamos la luz porque vivimos en medio de la oscuridad, reivindicamos un mundo a nuestra medida porque hemos aprendido a convivir con las ruinas.
La imagen del poeta que se arrodilla —pero sólo ante sí mismo— es la imagen del recogimiento y de la búsqueda del centro. Una actitud de escucha, una forma de expresar la humildad con la que uno debe afrontar la escritura y su propia vida.