En He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes escribe: «Acercarnos con afecto a las cosas / nos permite intimar con lo sagrado / que permanece en ellas». Y éste es apenas un matiz que la interioridad toma en su poesía. ¿Qué relación tiene la palabra con lo sagrado?, y, puesto que no toda intimidad se incorpora en esa condición de lo venerable, ¿qué relación hay entre lo sagrado y esa dimensión que usted antes ha calificado de lo «pulcro en lo material»?

Decía el poeta cretense Nikos Kazantzakis que se sentía como una miga de pan en medio de un estanque, rodeado de sombras como peces. Que, puesto que nuestra naturaleza nos conduce de una manera u otra a convivir con la oscuridad, no nos queda otra cosa que sostener entre los dedos la cerilla de lo visible, la llama diminuta de la calidez y la esperanza, de todos los recuerdos que perseveran en la luz. Eso es para mí lo sagrado, esa esencia inmortal que vive con nosotros y que nos impulsa más allá de nuestra naturaleza.

Mi libro Las estaciones lentas, de 2008, lo encabezaba con una cita de Rainer Maria Rilke: «Soy como un hombre que recoge hierbas medicinales, que aparece ocupado en cosas menudas, mientras los árboles se alzan en torno a él, orando». Como diría el propio Kazantzakis, más que el hombre, la tierra o el cielo, lo que nos interesa a los poetas es la llama que devora al hombre, al cielo y a la tierra. Y ésa es, para mí, la condición de lo sagrado. Quizás lo religioso no sea otra cosa que el sentimiento íntimo de que uno forma parte de un todo.

 

Creer en el carácter íntimo y solitario de la poesía, en su condición humilde y en su capacidad para darnos protección y cobijo

La incansable labor del poeta que describe la voz de cada obra suya es la de un orfebre, ¿qué herramientas le sirven de bruñidor para las palabras?

La voz de la poesía es la voz del cuidado, la de la atención minuciosa a lo que nos rodea. La poesía es un intento de desentrañar una realidad que se nos escapa y en la que estamos incluidos nosotros. La complejidad de este empeño es de tal calibre que el poeta, cuando algo consigue vislumbrar, tiene la obligación de registrarlo, para sí y para los demás, de la forma más sencilla posible, sin añadirle oscuridad. Y para ello no hay más herramientas que las de la humildad, el trabajo y la paciencia.

 

En La República, Platón oponía la filosofía a la poesía, inaugurando lo que María Zambrano llama la «condenación de la poesía», o su andar errático, en la periferia de las sociedades. ¿Cree que el rechazo de Platón ha servido, más bien, para afianzar la labor de la poesía?

La crítica de Platón a la poesía se centra, fundamentalmente, en que su saber no es un saber reflexivo, sino el producto de una inspiración, un estado de ánimo o locura divina, la expresión de un don o un entusiasmo semejante al de los augures y profetas, sin ninguna utilidad práctica y sin la función social o pedagógica que sí tiene la filosofía.

Para Platón, el saber del poeta es un saber de imágenes alejado de la realidad, que no está orientado al conocimiento; para él, las palabras de la poesía tienen la capacidad de sugerir y simbolizar, pero no hacen comprender. Y ésta es, a mi parecer, una magnífica definición de la poesía, que en el fondo no es otra cosa que «un saber sobre el alma», como diría, con toda lucidez, y utilizando el lenguaje poético, la filósofa María Zambrano.

 

Algunos símbolos reconocibles de su poesía son el frío, el árbol —que en su poemario más reciente toma la forma de un nogal— y la palma de la mano, que con frecuencia aparece en forma de cuenco. Pero la imagen del cristal es la más poderosa, casi establece una poética: «El cristal hace suyo / el frío de la intemperie, / pero es obra del fuego […]», escribe en el poema «Cristalizaciones» del libro homónimo. El poema, como el cristal, también resulta de un proceso de «sedimentación y transparencia» en el que también participan «las presiones y la temperatura, / la soledad y el tiempo». Ahora, volviendo a la cuestión en La República, ¿cómo se explica que un oficio tan imbricado en la fibra moral de las sociedades necesite del aislamiento para florecer?

Es verdad que la experiencia de la poesía está imbricada en la fibra moral de las sociedades, pero a esta conciencia ética sólo puede llegarse desde la periferia de las ciudades a las que nos relega Platón, y desde el silencio. Desde el aislamiento, porque, como dice Philippe Jaccottet, cada obra comienza en el interior de cada uno a partir de una incertidumbre profunda, una suerte de estado oscuro, confuso, una pérdida, casi un extravío, pero son precisamente estas condiciones de pérdida y de oscuridad las que pueden hacer posible la aparición de las palabras. Desde el silencio, porque sólo en el silencio puede uno llegar a ser quien es. «La poesía es un mensaje en la pared de una gruta escribo en La creación del sentido—, una nota a propósito, para los que se pierden en la noche, para los que no tienen un lugar como propio». Los poemas no se escriben en las ciudades, sino fuera de ellas. El poeta es una mujer con alcuza.

 

Miguel Ángel Lama señala, en el proemio a Los bosques de la mirada, que «la casa» está en el espíritu fundacional de su poesía. Quizá lo más exacto sea referirse no a la casa como elemento arquitectónico, sino al hogar como seno del desarrollo de la intimidad. ¿De qué manera la intimidad y lo familiar han sido herramientas para el desarrollo de una voz propia?

Después de muchos años escribiendo poesía, continúo con las dudas e incertidumbres que tenía al principio, pero he podido alcanzar, sin embargo, tres pequeñas certezas: la de creer en el carácter íntimo y solitario de la poesía, en su condición humilde y en su capacidad para darnos protección y cobijo. La poesía es un lugar de acogida y de resistencia, esa casa familiar, humilde e invulnerable que los hombres y las mujeres nos hemos visto obligados a levantar a la intemperie para proteger nuestra intimidad, nuestros deseos y nuestros sueños. Toda mi poesía se ha construido con estas herramientas.

 

En La creación de sentido, el universo de lo familiar coloca en la madre, el abuelo y el padre la concreción del poeta. El padre pintor, que antes de irse a trabajar corregía la pincelada de algún cuadro, como el escritor que «sustituye un adjetivo o una coma en un verso reticente» y para quien «la mirada del artista no está en sus ojos», ¿cómo influyó en su visión meditativa de la literatura?

Mi libro La creación del sentido está dedicado a mis padres. A mi padre, por las imágenes. A mi madre, por la música. Cuando era niño, mi padre pintaba al óleo, y yo seguía de cerca la evolución de sus pinturas, los cambios de matices y de perspectivas. Mi madre, andaluza, siempre tuvo una garganta privilegiada y nos educó a todos los hermanos en la música, en el sentido de la melodía. Decía Octavio Paz que la poesía es imagen y es ritmo, ¿podría haber recibido mejor herencia?

 

 

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