POR ADOLFO SOTELO VÁZQUEZ
(Universitat de Barcelona)

«Soy un gran admirador de Baroja, lector
apasionado y constante de sus novelas,
que son entre las modernas de España de las
que más me interesan y deleitan»
(Gómez de Baquero, 1924)

«Gómez de Baquero es uno de los últimos críticos
de gran estilo que ha producido nuestro país»
(Luis Araquistain, 1924)

I

Hace cerca de treinta y cinco años que el profesor Carlos Blanco Aguinaga dictaba en las III Jornadas Internacionales de Literatura, celebradas en San Sebastián en la primavera de 1988, una muy interesante ponencia, «¿Perdonar a Baroja? (Un vistazo a ciertas coincidencias críticas)», en la que partiendo del artículo de Gonzalo Sobejano, «Solaces del yo distinto», revisaba la crítica que había merecido la obra narrativa de Baroja a la luz de algunos críticos, desde Azorín y Ortega y Gasset hasta Castilla del Pino y Vázquez Montalbán. Desde la lectura de dicho artículo andaba cavilando cuándo podría ocuparme de las numerosas e importantes columnas y páginas que Eduardo Gómez de Baquero (1866-1929) dedicó a las novelas de Baroja, tanto en la prestigiosa revista La España Moderna, desde 1900 hasta 1908, como en El Imparcial (desde 1901 hasta 1916) primero, y en La Vanguardia (desde 1907 hasta 1929) después, y en la última época de su vida, añadiendo a sus colaboraciones en el periódico barcelonés, las publicadas en los periódicos de Urgoiti, El Sol y La Voz.

El importante haz de reseñas y comentarios críticos (suman cuarenta textos) no habían sido considerados por la magnífica ponencia de Blanco Aguinaga, y ya en este siglo las diferentes y apasionantes biografías del escritor vasco de José Carlos Mainer (Madrid, Taurus, 2012) y de Miguel Sánchez-Ostiz (Sevilla, Renacimiento, 2021) pasan por alto –ni una sola mención- los trabajos críticos de Gómez de Baquero acerca del que calificó en 1906 de «el mejor de los noveladores de la nueva generación». Lo hacía en su habitual «Crónica literaria» de la revista La España Moderna (enero, 1906), al comentar los trabajos y los días de la «Biblioteca de novelistas del siglo XX», que había puesto en marcha en 1902 Santiago Valentí Camp desde la casa editorial Henrich, donde Baroja había publicado en 1903 El Mayorazgo de Labraz. Años después –París, 1940- Baroja recordaría con orgullo y satisfacción su participación en aquella empresa, en compañía, entre otros, de Miguel de Unamuno, José Martínez Ruiz y Rafael Altamira. Paseaba por los jardines del Retiro junto a los periodistas Antonio Palomero y Carlos del Río, cuando les aborda Blasco Ibáñez, quien conversa con el joven novelista y sus acompañantes (corre el año 1903 y la conversación no necesita glosa):

«Después se habló de literatura y el valenciano mostró sus antipatías. Un editor de Barcelona, Henrich, estaba publicando por entonces una colección titulada ‘Novelistas del siglo XX’. En esta colección iba a salir o había salido ya la novela mía El Mayorazgo de Labraz.

Blasco dijo que era una ridiculez, una petulancia, ese título de ‘Novelistas del siglo XX’. Yo le atajé, y le dije:

-Yo no veo la petulancia. Balzac, Dickens o Dostoyevski, por muy extraordinarios que sean, pertenecen al siglo XIX: nosotros, aunque seamos medianos, somos del siglo XX.

Este nosotros no le hizo ninguna gracia. Cambió de conversación».

Por otra parte, la muy útil Guía de Pío Baroja. El mundo barojiano (Madrid, Cátedra, 1987), editada por Pío Caro Baroja, había referenciado, con notable desorden y escasa precisión, algunos de los artículos de Gómez de Baquero, si bien tiene mayor rigor la indicación de las colaboraciones del crítico madrileño en El Sol y La Voz.

Atendiendo a estas consideraciones iniciales, quiero relatar, sin ningún ánimo de exhaustividad, parte de la historia de las reseñas y comentarios de Andrenio a las novelas de Baroja. Debo advertir que prescindo de los análisis que dedicó a la extensa colección de las Memorias de un hombre de acción, «serie de novelas que son una nueva colección de Episodios Nacionales, trazadas en torno de la curiosa figura histórica de un conspirador español, don Eugenio de Aviraneta», según la definición de Andrenio en El Renacimiento de la novela española en el siglo XIX.

Pío Baroja en el primer tramo de sus excepcionales memorias, Desde la última vuelta del camino, «El escritor según él y según los críticos» (1944), se refiere a la crítica que lee en un abanico de periódicos viejos. Con ademán escasamente académico la divide en varias clases: cordial, dramática, de tono medio, elogiosa y agresiva. Ejemplifica con el nombre de varios críticos, y en la que denomina de tono medio -«en que se le prestan al autor grandes condiciones generales y algunas deficiencias, como las del estilo»-, sitúa a Gómez de Baquero. Más adelante se refiere al artículo que Andrenio publicó sobre su novela Las mascaradas sangrientas (Madrid, Caro Raggio, 1927), perteneciente a Memorias de un hombre de acción, en La Voz (29-XII-1927):

«Gómez de Baquero, a juzgar por varios artículos, y por uno que escribió […] sobre mi novela Las mascaradas sangrientas, llamaba escribir bien al estilo oratorio. El estilo oratorio es fácil de hacer y fácil de comprender. El estilo sencillo, que explique bien, que dé la impresión bien, sin afectación, sin petulancia, eso es lo que me parece más difícil».

Sin duda el pasaje de la reseña de Andrenio al que se refiere Baroja es el siguiente:

«Baroja escribe, generalmente, sus novelas en estilo narrativo y un diálogo escueto, seco, sin afeites; mas cuando quiere o cuando le sugestiona un episodio o un particular, hace estilo; espontáneamente surge el estilo literario. En sus libros hay paisajes maravillosos, divagaciones filosóficas, intermedios líricos, de una expresión insuperable».

En efecto, cabe la interpretación de que para conseguir estilo literario hay que «hacer estilo», si bien hay que advertir que en el tramo de sus memorias, «Final del siglo XIX y principios del XX» (1945) cita el pasaje de la reseña de Las inquietudes de Shanti Andía, que Andrenio publicó en El Imparcial (1-V-1911) y recogió en Novelas y novelistas (1918), donde elogia sin reticencia alguna la descripción de los paisajes y el retrato de los tipos humanos, «sin retórica, con muy sencillos elementos». Ciertamente, Baroja tenía a mano el libro de Andrenio, que en dicha reseña contradecía a los críticos que negaban a Baroja un estilo propio con esta sentencia muy propia de sus quehaceres: «De Baroja dicen algunos que no tiene estilo, sin reparar que no tenerlo es ya un estilo, una manera especial». Como se advierte, en Desde la última vuelta del camino Baroja no echó en saco roto la trayectoria crítica de Andrenio sobre su obra novelística.

II

Conviene ahora recorrer, con brevedad y selección, el itinerario crítico de Gómez de Baquero en la prensa periódica, aprovechándolo para indicar los trabajos que dedicó a las novelas de Baroja, prescindiendo de la agrupación, nada respetuosa con la cronología, que hizo en Novelas y novelistas, libro que le mereció a don Ramón Menéndez Pidal en su discurso de contestación al del ingreso en la Academia (21 de junio de 1925) de Gómez de Baquero, «El triunfo de la novela», el siguiente juicio:

«La personalidad literaria de Galdós, Baroja, Valle Inclán, Unamuno, Ricardo León, Pérez de Ayala, la Pardo Bazán, aparecen trazadas aquí con esa claridad y doctrina por la cual, cada vez más, los escritos de Baquero adquieren una eficacia magistral que se gana la simpatía aquiescente del lector. Por eso este libro es muy leído dentro y fuera de España».

La claridad y la doctrina a la que alude don Ramón se basaba, en la estética, en el gran realismo europeo del siglo XIX, permeable a sus metamorfosis de las primeras décadas del siglo XX y, en la ética, en el racionalismo pragmático de su maestro más querido, don Francisco Giner de los Ríos. La síntesis la define con claridad Menéndez Pidal: «La novela —dice Baquero— es la historia de los que no tienen historia. Y nadie como él comprende delicadamente el valor histórico de esos anónimos que realizan la desgranada cotidianidad».

El primer diario en el que Gómez de Baquero colabora (desde 1887) es el periódico oficial del partido liberal-conservador, La Época: un periódico tan aristocrático que ni siquiera aparecía en los quioscos, sino que se vendía por suscripción. En este diario es donde empieza a usar por primera vez el seudónimo de Andrenio en 1904, como tributo a Gracián y a El Criticón. Sus colaboraciones finalizaron en el año 1922. Precisamente en los años veinte publicó dos importantes trabajos sobre dos novelas de la serie Memorias de un hombre de acción, que anticipan postulados que defendió meses después en la conocida polémica entre Baroja y Ortega.

El segundo capítulo de sus colaboraciones en la prensa lo abarca El Imparcial, donde publica su «Revista literaria», primero con algunas semanas de intervalo, y luego (desde 1903) con mucha mayor regularidad, entre 1901 y 1916. Como ha escrito Cecilio Alonso, «Eduardo Gómez de Baquero –procedente de La Época y La España Moderna– entraba en 1901 para hacerse cargo de la crítica de libros tras la muerte de Clarín».

El crítico madrileño reseñó, entre agosto de 1901 (Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox) y enero de 1916 (Los recursos de la astucia), incluyendo las novelas de Memorias de un hombre de acción, dieciocho títulos. En la primera reseña, Andrenio que ya había analizado los relatos de Vidas sombrías en La España Moderna (XII, 1900) –«creo que quien ha escrito Vidas sombrías irá lejos si sigue cultivando las letras»- afirma que la novela de la trilogía «La vida fantástica» está «llena de ingenio fino, de plasticidad imaginativa, de penetración psicológica», especialmente en la pintura de los tipos extravagantes. A Camino de perfección (1902) no le dedicó más atención que un paréntesis hablando de Gorki: «Camino de perfección vale más que muchos de los libros de Gorki» (14-IV-1902). Años después, en La España Moderna (noviembre, 1906), haciendo balance de la producción barojiana hasta ese momento, sentencia, categórico: «Camino de perfección, una de las mejores obras de este autor».

De la trilogía «La lucha por la vida» se ocupa tan sólo en El Imparcial de Aurora roja (7-I-1905), destacando, al margen de las dichosas consideraciones sobre el estilo, la voluntad de Baroja de desentenderse del bagaje literario y de las normas convencionales de la novela, para, con la picaresca como equipaje, «ver lo real con ojos nuevos y sagaces, que no se han gastado mirando al través de los vidrios de colores de los tópicos literarios». Al mismo tiempo, destaca la concisión y la sobriedad de Baroja, que en las descripciones, «cada pormenor es un trazo preciso, significativo, necesario para que resalte el conjunto de la imagen». El párrafo final de la «Revista literaria», suprimido en Novelas y novelistas, habla por sí solo de las cualidades que Andrenio apreciaba en Baroja:

«Virilidad, fortaleza artística, potencia creadora, clara visión del mundo y de los hombres, son las cualidades distintivas de esta nueva obra del señor Baroja, que ha de confirmar su merecido renombre de novelista».

Al sobrevolar los sucesivos comentarios de Gómez de Baquero sobre los quehaceres de Baroja desde las columnas de Los lunes de El Imparcial, quiero apuntar aquellos aspectos que el crítico remarca con mayor intensidad e insistencia. Sigo en la breve selección el orden cronológico.

Analizando Las tragedias grotescas (20-V-1907) anota la capacidad de Baroja para la pintura de «todo género de personajes raros o anormales». Figuras intensas que «están trazadas con rasgos firmes y viriles de creador». A finales de la primavera de 1910 (6-VI) comenta Zalacaín el aventurero: coteja el modo narrativo de Baroja con el de Unamuno (Paz en la guerra) y Valle-Inclán (La guerra carlista), para concluir que Baroja se distingue de ambos «por una visión dura, escueta fría, pero de una intensidad extremada», que nace de la manera artística que maneja, novela de acción y de movimiento.

El 22 de enero de 1912 la «Revista literaria» se detiene en la novela más importante de la trilogía «La raza», El árbol de la ciencia, de la que no acierta ver su importancia, según atinada apreciación de Pérez Carrera. Sus comentarios son poco sagaces y su desacierto mayor es considerar que la discusión que sostienen, acerca del problema del conocimiento, Hurtado e Iturrioz es «un paréntesis o una digresión filosófica», que poco tiene que ver con el pensamiento de la novela y con su acción. Mientras afirma que «Baroja es un escritor de tipo intelectual».

Por último, en este breve recorrido, me detengo en la reseña de El mundo es ansí, de la trilogía «Las ciudades», que publica el 4 de noviembre de 1912. Se trata de una reseña interesante porque Andrenio enfatiza «el interés intelectual» de las novelas de Baroja, quien siembra sus páginas narrativas de ideas, hasta sostener, con una insólita exageración en su tan ponderado temple crítico, que «la literatura de ideas no tiene en España representante más típico y caracterizado que Baroja».

Pío Baroja en el primer tramo de sus excepcionales memorias, Desde la última vuelta del camino, “El escritor según él y según los críticos” (1944), se refiere a la crítica que lee en un abanico de periódicos viejos. Con ademán escasamente académico la divide en varias clases: cordial, dramática, de tono medio, elogiosa y agresiva

El tercer capítulo de los trabajos críticos de Andrenio en la prensa diaria lo ocupan sus colaboraciones en La Vanguardia barcelonesa. En el diario de los Godó empezó a colaborar en 1907 gracias a la decisión de un intelectual mallorquín fundamental en los albores de la España del siglo XX, Miquel dels Sants Oliver (1864-1920), quien fue sucesivamente director del Diario de Barcelona y de La Vanguardia. Gómez de Baquero publicó en La Vanguardia más de seiscientos artículos hasta poco antes de su muerte en 1929. Esta labor tan dilatada se debe a la gran confianza que como crítico le mereció a Agustí Calvet, Gaziel, el extraordinario periodista catalán que dirigió el periódico durante los años veinte y treinta del pasado siglo. La habitual columna de Andrenio en La Vanguardia se ocupó de Baroja en diversas ocasiones. Momento cenital es su espléndido artículo sobre el prólogo barojiano a La nave de los locos (1925), texto fundamental en la polémica del novelista con Ortega. Escribía en La Vanguardia (25-IV-1925), apoyándose en el ideario defendido por Clarín en el «Folleto literario», Mis Plagios. Un discurso de Núñez de Arce (1888), la idea que ya había expresado con anterioridad en 1923: «Creo que la novela no es un género limitado y preciso, sino un género imperial que abarca muchas provincias diferentes, un género multiforme o proteico que, en el fondo, es lo mismo».

El cuarto capítulo de la aventura crítica de Andrenio en la prensa diaria corresponde a sus trabajos en El Sol y La Voz, donde comienza a colaborar en la primavera de 1922. Se trata de una importante gavilla de artículos que van más allá de la crítica literaria (en La Vanguardia ya lo venía haciendo). De Baroja analiza una decena de novelas pertenecientes a la serie de Memorias de un hombre de acción. Precisamente en el periódico fundado por Ortega publicará el 18 de diciembre de 1924 un artículo en el que aborda la técnica de las novelas barojianas con una ya muy sólita convicción: «Soy gran admirador de Baroja, lector apasionado y constante de sus novelas, que son entre las modernas de España de las que más me interesan y deleitan».

Por último, el quinto capítulo de los quehaceres críticos de Gómez de Baquero debe detenerse en sus amplias colaboraciones en las revistas culturales, especialmente en La España Moderna. La pluma autorizada de la profesora Raquel Asún señalaba en un artículo derivado de su tesis doctoral, publicado en el volumen de 1991 del Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo:

«En el mes de abril de 1895, Gómez de Baquero emprende una de sus tareas más rigurosas: la asidua colaboración en La España Moderna, compromiso con el rigor, la elaboración y fundamentación de los juicios respectivos. La sección fija ‘Crónica literaria’ que se continuará hasta enero de 1910, reúne el corpus más importante del crítico».

En la sección «Crónica literaria» aparece en varias ocasiones la obra de Baroja, aunque aborda por extenso sólo cinco novelas –al margen de los relatos de Vidas sombrías– pertenecientes a las trilogías de «El pasado» y «La raza», que también reseñó en El Imparcial. Reseñas estas últimas que son la base –con variaciones y supresiones de notable interés- del tomo Novelas y novelistas.