POR JORDI AMAT
Agustí Calvet Pascual, más conocido por su seudónimo Gaziel, fue un escritor y periodista español que escribió en lengua catalana y española.

La noticia se publica tarde. De acuerdo que aquel 1914 no es nuestro 2023 instantáneo y ya hace muchos años del «está pasando y lo estás viendo», pero incluso entonces un retraso de un mes era demasiado tiempo desde la óptica de un periodismo que ya era moderno. Pero no importó. Ni importa. Lo relevante de aquel artículo no era el hecho noticiable estrictamente. Ya no. El lector de aquel ejemplar del periódico, al llegar a la página siete de esa edición del miércoles 9 de septiembre del diario La Vanguardia, conocía de sobras los hechos. Que si el inicio de la Gran Guerra, que si la movilización en Francia. Tampoco necesitaba que se lo repitiesen. Durante el mes de agosto los hechos se habían acelerado tanto que esa información debía parecerle caducada, superada por los acontecimientos. Al lector de hoy, los datos también le dan igual porque no lee como un historiador. Como al lector de entonces, le interesa otra cosa. Esa cosa, que surge de la confluencia del periodismo con la literatura, pudo y puede detectarse desde el primer párrafo. Este:

Sábado, 1 de agosto

Esta mañana escribí a mi amigo el marqués de X., que habita en su castillo de Saint Auge, en las cercanías de París: «Cuando usted reciba esta carta, la guerra estará declarada». El marqués recibirá mi carta mañana. Esta tarde he visto expuesta en la comisaria de Saint Germain des Près la orden de movilización general, llamando a todas las fuerzas de mar y tierra. La guerra es inminente. En los sitios donde la orden estaba expuesta, el público leía silenciosamente y luego se dispersaba en seguida, sin hacer comentarios. Desde esta mañana se sabe que Alemania ha declarado la guerra al imperio ruso. Ya no queda esperanza.

Lo que el lector de ese 9 de septiembre de 1914 no sabe es que ese párrafo es la presentación pública de un clásico y podría considerarse el párrafo fundacional del mejor periodismo literario en España. Él no lo sabe. Lo sabemos nosotros.

Para empezar porque sabemos lo que ocurrió algunos meses después: aquella serie de artículos encabezada por el que empezaba con este párrafo, titulada «Diario de un estudiante en París» y escrita por Agustí Calvet, se recopiló en un volumen. No era frecuente y es significativo. Del éxito. Y de algo más. Pasar de la hoja de periódico a la hoja de libro no es un cambio menor. A diferencia de lo que nos ocurre hoy, cuando el artículo del día puede estar para siempre a disposición de un clic, antes la obsolescencia de la prensa eran veinticuatro horas y después únicamente sobrevivía, como un fósil, en la hemeroteca, acumulando polvo y esperando la llegada no de un lector de periódicos sino de un investigador. El libro, ayer y hoy, por el contrario, tiene siempre un ingenuo afán de permanencia. Además, al saltar del periódico al volumen, se predispone al lector para que lea de una manera distinta. El texto es uno, pero la recepción es otra y la recepción determina la experiencia de lectura. Ni se lee de la misma manera ni se obtiene la misma experiencia al leer las mismas palabras en un diario o un libro. La diferencia básica es la continuidad del discurso y de una determinada voz contando un mismo asunto, una dinámica que es natural en un libro y artificial en un periódico.

Pero el principal cambio entre el lector de 1914 y nosotros es que aquel no concebía el potencial literario del periodismo mientras que nosotros sí. Para ese lector una cosa era la información y otra distinta eran las bellas letras. No las confundía. Después de haber experimentado como lectores que hay géneros del periodismo -la crónica, el retrato, el reportaje- que pueden darnos un tipo de conocimiento que tradicionalmente estaba asociado solo a los géneros literarios digamos clásicos, nosotros hemos aprendido que literatura y periodismo pueden mezclarse y que dicha combinación puede ser explosiva. Tampoco estalla el tipo de conocimiento del ensayo, tantas veces ha nacido también en la prensa. Es un conocimiento que trasciende la información, como puede comprobarse en este párrafo de Gaziel. Dicha trascendencia no se consigue por el tema ni porque sea una exclusiva, sino por el efecto de captura de lo humano que se consigue por el significado del estilo y a través de la voz, una voz caracterizada por su honestidad, la precisión y por su profundidad.

La prueba del algodón para descubrir si se trasciende la información o no y cómo se logra es la que deberíamos denominar «prueba Leila Guerriero». Me explico. En diversos artículos de su Zona de obras -una lección de periodismo literario memorable- Guerriero propone un ejercicio de lectura que, según cuenta, ha llevado a la práctica en los talleres de escritura que imparte desde hace años. Cita un pasaje de Operación Masacre. Cita otro El mesías lunático. El pasaje de Roberto Walsh o el de Alan Pauls podrían ser muy distintos, telegráficos, la simple traslación al papel de un hecho noticiable. El hecho podría ser descrito con apenas una frase o dos («un hombre mató a ese hombre»), pero la elaboración estilística que proponen Pauls o Walsh consigue que lo significativo no sea solo aquel hecho sino también y sobre todo la sedimentación de experiencia humana a su alrededor. Sin esa elaboración, sin el estilo, sería periodismo sin adjetivos. Con esa estilización del hecho, adquiere sustancia literaria. Y descubrirla es lo que Guerriero explora en ese libro. La cito. «Desprovisto de su forma, el texto ya no dice lo que debe decir». Lo que debe decir no es estrictamente información. Es información, sí, pero es algo más. Y ese «más» es lo que cuenta.

El hecho podría ser descrito con apenas una frase o dos (“un hombre mató a ese hombre”), pero la elaboración estilística que proponen Pauls o Walsh consigue que lo significativo no sea solo aquel hecho sino también y sobre todo la sedimentación de experiencia humana a su alrededor. Sin esa elaboración, sin el estilo, sería periodismo sin adjetivos. Con esa estilización del hecho, adquiere sustancia literaria

¿Qué decía Gaziel a través de ese párrafo? La información estricta, sin adjetivos, era: «ha empezado la guerra, se declara la movilización general». Pero el párrafo dice más. Lo que dice su forma es lo que ahora querría descubrir en estos cuadernos.

El Gaziel de veintiséis años que ampliaba estudios en París no era tan solo un estudiante postdoctoral de Filosofía -para decirlo con el preciso anacronismo que le correspondería-. Había leído la tesis con éxito y, aunque no impartía clases en la universidad, porque había fracasado en unas oposiciones, conservaba una clara vocación académica (y en parte también política) que vehiculaba a través de su trabajo en las oficinas del Institut d’Estudis Catalans. Su vocación de humanista la iba a complementar como colaborador puntual en un oficio que consideraba menor y secundario: el periodismo. No me refiero a esas prácticas realizadas algunos años atrás en la redacción de La Veu de Catalunya y de las que sobre todo sabemos por lo que él rememoró en sus memorias, ya que en esa época aún no firmaba los artículos. Son otros lo que cuentan. Los artículos que ha mandado desde París aquel 1914, justo antes de la guerra. Los que publica en aquel periódico catalanista, con voluntad de estilo y usando el pseudónimo que nunca abandonará: Gaziel.

En esos artículos parisinos Gaziel está ensayando una voz periodística. No le ocurrió como a Rubén Darío, pongamos por caso, que llegó a París con una mirada madura. El poeta había llegado al epicentro de la modernidad en abril de 1900 procedente de España, donde había estado residiendo durante un año y medio ejerciendo también de cronista (podemos redescubrirlo en España contemporánea). Su primer objetivo en París era contar el zenit de una capitalidad burguesa de la modernidad: el día 15 abrió sus puertas la Exposition Universelle. Podemos leerlo en Peregrinaciones. París nunca se acaba y menos entonces, cuando una idea del progreso del mundo se concentró en los palacios de la exposición. Darío fechó su primera crónica el día 20. «Ya la ola repetida de este mar humano ha invadido las calles de esa ciudad fantástica que, florecida de torres, de cúpulas de oro, de flechas, erige su hermosura dentro de la gran ciudad». Mandaba artículos para el diario La Nación. Los lectores de ese periódico, más que información, esperaban el estilo que reconocían proyectado sobre una realidad que desconocían. La comprendían porque ellos leían desde otro de los núcleos urbanos de la modernidad -el primero de Hispanoamérica-. Pero, más que la vida de París y en París, lo que esos artículos mostraban era la ciudad modernista. Hoy, más que el periodismo, lo que queda es la estética. Incluso más que la literatura. Queda el ejercicio de prosa modernista.

El caso de Gaziel fue distinto. Durante los primeros meses de 1914, al tiempo que investigaba en la Biblioteca Mazarino, estuvo buscando una forma periodística. Tenía un modelo, pero aún no tenía plenamente su forma. Dos ejemplos de ese articulismo en catalán evidencian lo avanzado de ese work in progress en búsqueda de una voz propia.

Su pieza sobre un curso dictado por Henry Bergson en el Colegio de Francia evidencia una brillante capacidad de descripción irónica de la realidad culta y social inequívocamente injertada con la mirada del intelectual urbano y cosmopolita formalizada en catalán por Eugeni d’Ors en su columna diaria en La Veu. Segundo ejemplo. El 25 de marzo de ese 1914 falleció Frédéric Mistral, el poeta francés que escribía en occitano. Gaziel redacta un artículo en primera persona para que sus lectores de Barcelona sepan que Mistral, precisamente porque escribía en occitano, apenas había sido considerado por la prensa parisina. Pero lo que interesa del artículo, porque sabemos lo que escribirá al cabo de pocas semanas, es la manera que utiliza para que su lector interiorice su discurso. Se presenta como un estudiante que vive en una pensión y lo que le permite construir la escena es la convivencia en la pensión de gentes de culturas o países distintos. Piensa a cuál de los pensionistas podría explicarle lo que Mistral representa para un catalanista como él y ofrece una reflexión sintética de las personas con las que convive. Ninguno le sirve. Tal vez un dálmata que se opone a la dominación austriaca. Pero tampoco. Y sale a la calle en dirección a la biblioteca para continuar con sus estudios, circunstancia que le permite progresar con el discurso que quiere transmitir.

Cito estos dos artículos porque son ejemplos del estilo periodístico del Gaziel que está a punto de eclosionar con el artículo del 9 de septiembre de 1914. Antes de ese día, como articulista, en buena medida es un desconocido, pero la mirada que desarrollará había empezado ya a ensayarla. No iba a improvisar. Por ello no parece muy creíble la confesión que abre la entradilla que encabezó la primera entrega. Esa primera entrega en prensa del Diario se publicó en la sección «La guerra europea» de La Vanguardia. Como el autor se estrenaba en el periódico con ese artículo y como el género que iba a practicar no era el convencional de un mero analista de los acontecimientos bélicos, a diferencia de los otros periodistas, el texto iba encabezado por esta confesión. «Al escribir este Diario jamás hubiere imaginado su autor que llegase a publicarse». Lo dudo. Es una pose. El punto de vista era el de un diarista, de acuerdo, pero el grand style de su prosa traducía la letra y el espíritu ensayado en esos artículos previos. Dicho con otras palabras, ahora más pomposas, Gaziel sabía que iba a actuar como un humanista adecuando su vocación intelectual al periodismo porque era consciente que vivía unas circunstancias históricas.

En el artículo de Gaziel publicado el 9 de septiembre de 1914, el primero que publicó en castellano, la profundidad de su mirada, su originalidad, se puede detectar desde el primer párrafo. El párrafo podría decir: «Alemania decretó la guerra a Rusia y Francia dio ordenó la movilización general». Esa información era la más relevante el 1 de agosto. Esa información no es ni mucho menos la más relevante de ese párrafo. El texto decía y dice más porque lo dice de una determinada forma. ¿Qué decía Gaziel en esas 109 palabras?

Uno de los primeros textos recopilados en Zona de obras se titula «Qué es y qué no es el periodismo literario: más allá del adjetivo perfecto». En un momento Guerriero se refiere a dos periodistas literarios -Susan Orlean, Martín Caparrós-, ella se pregunta retóricamente por qué hicieron lo que hicieron para escribir -dos años enterrada en pantanos, recorrer 30.000 kilómetros en un auto- y ella misma ofrece la respuesta que le parece más probable. «Lo hicieron, creo yo, porque solo permaneciendo se conoce, y solo conociendo se comprende, y solo comprendiendo se empieza a ver. Y solo cuando se empieza a ver, cuando se ha desbrozado la maleza, cuando es menos confusa esa primigenia confusión que es toda historia humana -una confusa concatenación de causas, una confusa maraña de razones-, se puede contar». El Gaziel estudiante postdoctoral, que podría haber regresado a Barcelona cuando estalló el conflicto, permaneció en París. Se queda en la pensión de la que había hablado ya, está atento a lo que sucede en la ciudad. Y si se quedó, probablemente, fue para contarlo en una serie de artículos como los que había escrito. No como el periodista que responde a las cinco W. Como un humanista que ejerce su labor cívica en un periódico. En buena medida como hará el Manuel Chaves Nogales de La agonía de Francia, ese reportaje sobre la ocupación nazi de París y que cierra la parábola memorable del periodismo español que se había iniciado un día de 1914 en La Vanguardia con el párrafo que citaba en el arranque de esta reflexión y que ha llegado el momento de comentar.

Periodista trabajando en la máquina de escribir durante la Primera Guerra Mundial.

Ha llegado el momento de someter el párrafo a la prueba Guerriero: analizar su forma para interpretar qué quiere comunicar Gaziel.

Lo primero que sorprende es el solapamiento de momentos del día y tiempos verbales distintos en un mismo párrafo. No estamos ante mero periodismo informativo. Gaziel empieza hablando en pasado de la carta que ha escrito por la mañana y transcribe una frase de esa misiva donde aparece un subjuntivo y un futuro. Nos dice cuando el receptor recibirá la carta: mañana. Luego nos sitúa en otro escenario y relata telegráficamente, también en pasado, una escena que ha contemplado esa tarde. Del plano general al plano concreto. La calle, la comisaria, un cartel. Y tras esa descripción, una afirmación categórica en presente. «La guerra es inminente». De nuevo otra instantánea urbana redactada en pasado. La clave del periodismo literario, como sabe Guerriero, es la mirada. Gaziel ve cómo la orden de movilización impacta en la ciudadanía. La cuestión, una vez visto el hecho, es convertir en palabras lo que se ha interpretado de la realidad a través de la mirada. Ha visto gente leyendo la orden. Los ha visto justo después. Pero el valor de su testimonio no es transmitirnos la estampa sino hacérnosla escuchar, la reacción sinónima con la que caracteriza los dos instantes. Podría haber contado solo uno de los dos, pero cuenta los dos. Así intensifica una sensación que no se percibe como artificiosa sino como real porque el escritor evita la sentimentalización de la escena o la ampulosidad estilizada que se mira a sí misma a través de los adjetivos y nos aleja del hecho.

Al instante, otro salto. Hemos estado en la calle, hemos visto la gente concreta y su reacción. Y de repente, sin transición, nos sitúa en la dimensión digamos geopolítica. Alemania ha declarado la guerra al imperio ruso. Es la tercera vez que usa la palabra guerra en el párrafo. No una ni dos. Tres. Porque la guerra lo cambia todo y esa transformación modifica pasado, presente y futuro. Y destruye el sueño del humanismo, como sabe un académico que acaba de transformarse en periodista y desde entonces ejercerá su oficio con tanta cultura que, sin que apenas se note, podrá rematar el primer párrafo del artículo que cambia su vida haciendo resonar los ecos del infierno dantesco. «Ya no queda esperanza». Es la guerra.