POR JULIO CÉSAR GALÁN

Lo que ocurre normalmente con los diarios de un escritor cuya recepción se ha ido ampliando a golpe sublime de progresiva calidad, es el cotilleo, y mucho más si se dan nombres y opiniones estéticas o personales (es lo que ha ocurrido con gran parte de las reseñas que se han publicado de Diarios de Rafael Chirbes). Que se hable perversa o sarcásticamente de los distintos seres y lares literarios no resulta un hecho singular. Lo que ocurre con este día a día de escritura estriba en que, incluso, cuando Rafael Chirbes se dedica a cierta disección de nuestro contexto, este resulta bello, irónico y humorístico. ¿Qué son estos diarios? ¿Una manera de guardar la caja fuerte del pasado? ¿Hacerse alguien en el presente perdurable? ¿Una vida descarnada en palabras aún descarnadas? ¿El taller de escritura de uno de los mejores narradores de la literatura iberoamericana? O como se pregunta Marta Sanz en su prólogo: «¿hemos de buscar a la persona bajo sus palabras, centrándonos en el estilo literario de estos cuadernos?». 

En estos ratos perdidos, Rafael Chirbes se va desgajando del contexto y se va quedando solo con la palabra, con la exactitud de su narrativa y su energía, con su autobiografía de sombras… Los exteriores desenfocan al escritor, pero nosotros nos vamos hacia su obra; por ejemplo, hacia una de las referencias del arte de la novela (jalón de estos diarios), la cual alude a Milan Kundera, que a su vez nos lleva a Hermann Broch: «Descubrir lo que solo una novela puede descubrir es la única razón de ser de una novela. La novela que no descubre una parte hasta entonces desconocida de la existencia es inmoral». Es ese lado inédito el que debe salir a la luz. Decía Chirbes que «El tiempo presente siempre es cristalización de épocas pasadas» y aquí reside el impulso de las grandes novelas: exponer las aristas de los cristales rotos, componer un arte de la indignación con materiales de derribo, saber hacer de espejo sin hacer de epígono del realismo, como ocurrió, en gran medida, en los años noventa. Como en sus novelas, los perfiles de los personajes de estos diarios rellenan sus fondos con descontento, irritación, recelos, odios y todo un abanico de malestares que organizan la trama vivencial. Pero también, con ternura, satisfacción, alborozo, confianza, amistad o amor. En la fuerza de las contradicciones reside la potencia del tiempo del relato, el brío de las impresiones y el ardor atrayente de los acontecimientos. Y es aquí donde se genera la profundidad descriptiva, en todas aquellas paradojas que hilan un discurso fragmentario y compacto de traiciones, inercias y desplantes.

Estos diarios están divididos en dos grandes partes, la primera sección viene con las siguientes coordenadas temporales: 1984 y 1992, más algunos ejes concretos: una habitación en París o una calle de Madrid. A lo largo de los días y de las noches nos vamos encontrando con alguien que escribe su autobiografía mediante otras biografías y que gana un espacio propio con ese acto especular. En este caso, escribir diarios es despojarse, es sentirse en la libertad de ser uno mismo, de romperse cuando hay que romperse y aclararse cuando la lucidez lo requiere. Y en esta voluntad se impulsa un intento de conjuntar geografías, combinar edades y reunir rostros. De una manera sistemática, tanto en esta parte como en la segunda, se nos pone ante la cámara la mesa revuelta, el encaje o el desligue de la escritura: las semillas para su narrativa y su ensayo (y seguramente para explicarse algunas parcelas vitales). 

¿Qué son estos diarios? ¿Una manera de guardar la caja fuerte del pasado? ¿Hacerse alguien en el presente perdurable? ¿Una vida descarnada en palabras aún descarnadas? ¿El taller de escritura de uno de los mejores narradores de la literatura iberoamericana? O como se pregunta Marta Sanz en su prólogo: “¿hemos de buscar a la persona bajo sus palabras, centrándonos en el estilo literario de estos cuadernos?”

Desde el inicio de este primer periodo, en el que transcurren unos seis años, se van desgranando las teselas del mosaico: «conseguir una hora sin que te asalte la imagen del otro, sin darle vueltas a cuanto viviste con él, supone todo un éxito». Observación certera para la actualidad y el futuro, la de huir (algo que posteriormente volverá), la de buscar una pausa, la de concentrarse en uno mismo sin interferencias. Otra tesela: la de la nocturnidad con sus insomnios, sus abismos y sus fugacidades; la de los encuentros, los paseos, los viajes, las ciudades con su sedimento de soledades, las costras de la conciencia o las vidas posibles de la urbe; la metaliteratura bajo lo íntimo y lo autoficticio; o la de la lectura como significado de vida y la escritura, como sentido de la misma. 

Vamos pasando por esos tres cuadernos que forman esta primera parte: el primero de ellos, «Restos del cuaderno grande», y el segundo, «El cuaderno negro con lacerías», forman un díptico temporal que rozan o hacen el año de anotaciones, mientras que el tercero y último, «El cuaderno de Burdeos», ronda los seis años. Todos los retazos incluidos en estos tres cuadernos conforman una mirada calidoscópica, aunque con algunas diferencias formales: algunas entradas tienen aspecto de relatos, y otras son trenzas de citas, impresiones críticas, anécdotas sabrosas o testimonios certeros, caminos que constatan interrogantes, caminos para perderse o caminos para no volver. 

En su prólogo, Fernando Valls nos señala la importancia de estos diarios en la trayectoria de Rafael Chirbes, afirmación que podemos comprobar con la marcha de las páginas, pues se convierten en una poética viva, en proceso, contundente. ¿Por qué decimos esto? Por las referencias, los modelos, el análisis y el ajuste con su propia vida de puertas para adentro, la búsqueda del matiz, del punto exacto de fusión entre aquello que pasa y aquello que se quiere detener y por el tono que encuentra para hablar de cada estrato de la realidad. Si, sobre todo, en «El cuaderno de Burdeos» se va forjando esa conciencia reflexiva sobre la narración, es decir, de tomar en gran medida el diario como campo de pruebas y mapa para la aventura; en la segunda parte de los diarios esta se afronta como una constante, como una obsesión e, incluso, como algo que lleva su lado oscuro a través de la desazón, la inseguridad y la tristeza. 

Casi se podría decir que estos diarios son -con sus intermitencias- un ensayo de críticas literarias que van desde 1995 hasta 2005 (con diversas paradas en títulos como «El cuadernito negro con anillas», «El tomo gris», «El cuaderno de hojas azules» o «Agenda Max Aub»). En diversas ocasiones, Rafael Chirbes nos apunta que toma un buen acopio de notas (de La niñez defendida), de voluntad de relecturas (Los hermanos Karamázov o Tirant lo Blanc), de apuntes de bibliografía (como la del tratamiento del lenguaje en La Celestina) o de cultivos para componer la sinfonía de la próxima novela. Podríamos dividir esta veta en la siguiente lengua bífida: interpretaciones del afuera e interpretaciones centrales. Las primeras se abren al exterior, al noble arte del análisis crítico, a diversos géneros: la novela, el ensayo (diestro en su brevedad con observaciones como las de La tentación de lo imposible de Vargas Llosa) y la poesía (una de ellas, la de Roger Wolfe, va girando hacia el humor y el sarcasmo, puntos que se agradecen), además de otras ramas creativas como el cine o la música. La principal, la de la narrativa, mezcla la exégesis con la intuición, lo certero y lo lúcido, o la sugerencia más la enseñanza. En cuanto al segundo grupo de interpretaciones, van desde el descubrimiento de un momento iluminador, como la lectura de El tesoro de la Sierra Madre, a la presencia de figuras fundamentales como Musil o Dostoievscki, o las relaciones entre ética y narrativa.

Si durante el siglo XX se produjo el progresivo reemplazo de la novela epistolar y géneros similares por el diario, la finalidad de estos escritos de Rafael Chirbes es la de contar de la manera más aguda e introspectiva algunos actos y pasiones. Se agradece una escritura nada edulcorada, nada condescendiente con el yo, nada impostada en su resolución. Estamos ante unas pequeñas memorias de un gran lector y ante un gran arte vivencial de resistir (y de disfrutar).