El mito no es ni una mentira ni una confesión: es una inflexión.
BARTHES, (1999, p. 222)
MADRID-GUADALAJARA, JULIO DE 2017
«Es la única referencia que hacemos a la movida –relataba el comisario cultural Paco de Blas en julio de 2017–. Es difícil librarte de Ouka Leele o de los creadores que, en ese momento, indudablemente dieron un impulso a las artes plásticas».[1] Con estas palabras, quien fuera el coordinador general de la presencia de Madrid como ciudad invitada de honor en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara hacía alusión a la selección de obras provenientes de la colección del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid que, en los meses siguientes, desembarcarían en México para formar parte de una exposición. Ser ciudad invitada de honor en la FIL merecía, sin duda, ese esfuerzo logístico, como también el elevado coste económico que esta operación cultural implicaba. Así lo consideró, al menos, el consistorio de la ciudad de Madrid, entendiendo que, en la práctica, la invitación suponía convertirse en el foco de atención mediática de una feria internacional que, en esa edición, se engalanaría con la imagen de Madrid tanto dentro como fuera de su recinto ferial. Por ello, tras aceptar la invitación de la feria, el Ayuntamiento de Manuela Carmena encargó a Paco de Blas Zabaleta la coordinación general del proyecto que se desarrollaría en Guadalajara. Su trayectoria como director cultural del Instituto Cervantes en diversas ciudades del mundo lo avalaba para desempeñar la labor que entonces se le encomendaba: confeccionar un programa transversal que explicase qué era Madrid en 2017 (García Naharro, 2019).
El resultado de aquello fue un programa literario y artístico que contó con infinidad de actividades dispares, que, sin embargo, compartían todas ellas una propuesta argumental conjunta: apostar por un relato netamente urbano en toda la amplitud de su significado. No en vano, a ello contribuyeron desde la intervención urbana del colectivo Boa Mistura o los coloquios entre escritores, académicos y artistas españoles y mexicanos hasta muestras artísticas como la anteriormente mencionada, confeccionada a partir de los fondos del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid: una selección de pinturas, fotografías y dibujos con las que se dio forma a una de las dos grandes exposiciones del programa de Madrid y que, en su caso, abarcaba cronológicamente desde los años setenta hasta la actualidad. No obstante, tal y como dejan ver las palabras de Paco de Blas que abren este artículo, con ella se pretendía, en realidad, reflejar un poco la singularidad de las artes plásticas del Madrid de los años setenta y ochenta: un tiempo concreto en el que, a nivel plástico, mientras todo el mundo estaba en la abstracción o en un cierto expresionismo, en la capital se hacía la figuración de los Carlos Franco, Rafael Pérez-Mínguez, Guillermo Pérez Villalta, Carlos Alcolea, etcétera, artistas de la llamada nueva figuración madrileña y conocidos, en los setenta, con el apelativo de los «esquizos de Madrid», quienes, en su apuesta por la renovación, incorporaron a su pintura ingredientes propios de la cultura de masas (Escribano, 2009). Desde ahí, y corriendo parejos a las intensidades posmodernas de la época, algunos de ellos, como el propio Herminio Molero, darán (literalmente) el salto a la escena de la nueva ola. Así lo hará también esta exposición adentrándose de lleno en «Los años de la movida» (y su repercusión posterior) a partir de trabajos de creadores como Ceesepe (Carlos Sánchez Pérez), Miguel Trillo o el Hortelano, artistas de renombre a los que ahora se daba voz para, a través de sus obras, hablarle de Madrid al público mexicano, interpelándolo en nombre de la ciudad que fascinó al mundo.
En el fondo, esa era la finalidad y de ahí, quizá, también lo explícito del nombre de la exposición: «Pongamos que hablo de Madrid». Hablamos, por tanto, de una muestra que, como hiciera la canción de Joaquín Sabina que le da título, pretendía retratar a Madrid a partir de un compendio de creaciones plurales y fragmentarias con las que poder mostrar, en este caso, una parte de la idiosincrasia madrileña y de la particular mitología de Madrid, marcada por ese instante estelar de fascinación internacional que fue la movida. Quizá por ello, y jugando un poco a ser aprendices de mitólogos, en estas páginas se aportarán algunos brochazos para tratar de descifrar el mito del Madrid (pos)moderno a través de su significante mítico: la movida madrileña, todo un fenómeno sociocultural que, si bien hoy parece haber perdido parte de su esplendor, se mantiene, sin embargo, con vida a fuerza de aniversarios, celebraciones y exposiciones (Sánchez, 2007; Fouce, 2007; VV. AA., 2013; Sycet, 2014; Fernández-Santos, 2019; VV. AA., 2020).
De esa vida, decía Roland Barthes (1915-1980), va a nutrirse el mito que, como tal, no se define tanto por el contenido de su mensaje como por la forma en que se articula y por cómo se trabaja para comunicarlo, después, de una forma apropiada, una forma que, si bien hace que el sentido (es decir, su historia, su sistema de valores, etcétera) se aleje, no termina nunca por suprimirlo; lo mantiene, en cambio, con vida a modo de «reserva instantánea de historia, como una riqueza sometida» de la que poder alimentarse (Barthes, 1999, p. 113). Precisamente por ello, al convertirse en significante mítico, la movida madrileña ha sido, en buena medida, despojada también de su historia para devenir en esa «historia que ha sido contada de mil maneras –dirá Fernando Castro Flórez (2016, p. 144), el curador de la exposición– y, seguramente, todas dicen la verdad porque no son otra cosa que testimonios de cómo se lo pasaban en el seno de la fiesta».
GUADALAJARA-MADRID, DICIEMBRE DE 2017
«El arribo de la cultura madrileña –escribía el presidente de la FIL, Raúl Padilla López, sobre el programa de Madrid como ciudad invitada de honor– contempla también dos grandes exposiciones en el Museo de las Artes y el Instituto Cultural Cabañas» (FIL, 2017, p. 3). Así, a kilómetros de distancia del epicentro del espectáculo (o, lo que es lo mismo, del pabellón de la ciudad invitada de honor, ubicado entre el salón Jalisco y el salón Guadalajara, dentro del recinto de la Feria del Libro), la presencia de Madrid en la FIL Guadalajara 2017 se extendió también (entre otros emplazamientos) al Museo de las Artes (MUSA) de la Universidad de Guadalajara y al Hospicio Cabañas, este último, un edificio emblemático de la ciudad de Guadalajara, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1997.
Años antes, entre los días 18 y 19 de julio de 1991, en el recinto del Hospicio se celebraría también la Primera Cumbre Iberoamericana, que contaría con dignatarios de la talla de Fidel Castro, Carlos Menem o Alberto Fujimori. Por parte de España, estuvieron presentes tanto el rey, Juan Carlos I, como el presidente del Gobierno, Felipe González. Para entonces, hacía ya casi una década de la victoria, por mayoría absoluta, del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en las elecciones legislativas de 1982, mismo año en que Elena Asins (1940-2015) mostraba su obra en Madrid, en el salón del Reposo, y Ceesepe, Ouka Leele y Mariscal hacían lo propio en Barcelona, en la galería René Metrás (Escribano, 2009, pp. 443-444).
Nombres ilustres de otro tiempo, algunos de ellos se recuperaron en aquellos meses finales de 2017 para dar contenido a las muestras artísticas trasladadas desde Madrid para ser expuestas en México. Así, por ejemplo, mientras la obra de la madrileña Elena Asins viajaba –por primera vez– fuera de España para exponerse en el MUSA de la Universidad de Guadalajara[2], en el Hospicio – Instituto Cultural Cabañas se instalaba la exposición «Pongamos que hablo de Madrid» –abierta al público desde el 24 de noviembre de 2017 hasta el 18 de febrero de 2018–, una muestra que se abría invitando al espectador a adentrarse en «El mapa y el territorio» de Madrid de la mano de dos de los objetos artísticos del madrileño Fernando Bellver: Grabado de Madrid (1997) y Dibujo de Madrid (1998), dos obras de gran tamaño que descomponen el plano de la ciudad entre edificios, parcelas, objetos cotidianos y gatos negros. Esta planimetría acotará el espacio urbano por el que discurrirá la exposición, cuyos edificios más emblemáticos –el edificio Metrópolis, las torres Kio, la puerta de Alcalá, etcétera— cobrarán protagonismo en las secciones «Instantáneas metropolitanas» y «La ciudad hiperreal», con piezas de José María Sicilia, Christo (Vladimirov Javacheff) (1935-2020) o José Manuel Ballester, situadas, sin embargo, en salas al otro lado del patio central del Hospicio Cabañas.
Esos iconos urbanos quedarán atenuados en favor de la iconografía del mundo cotidiano, teñida ahora de color, que impregnará el breve (pero intenso) paseo por «La estética de los esquizos», orquestado en torno a obras de Carlos Franco, Guillermo Pérez Villalta, Chema Cobo, Carlos Alcolea o Rafael Pérez-Mínguez. Este último, además, figurará también en la sección temática de «Los años de la movida» con su icónico cartel para el concierto de Almodóvar, McNamara, Dinarama + Alaska en Rock-Ola (1983). Pero, no solo él, también Sigfrido Martín Begué o Herminio Molero –con su inolvidable Serie rock (1967-1968)– figurarán mezclándose con trabajos de Javier Mariscal, Alberto García-Alix o el Hortelano.