En esa explosión cultural que tocó casi todas las artes, cabe preguntarse por qué parece tan difícil mencionar escritores del movimiento, ¿no se generó literatura? La movida sí se ha narrado a posteriori en libros como Corre, rocker: crónica personal de los ochenta (2000), de Sabino Méndez, o en las novelas de Luis Antonio de Villena Madrid ha muerto (1999) y Malditos (2010); sin embargo, el propio movimiento artístico madrileño, enclavado en un ambiente poético que va de los supuestos novísimos a los poetas de la experiencia, parece ajeno al ámbito literario, hecho aún más sorprendente si se piensa que los protagonistas de la inicial nueva ola beben de las mismas fuentes que los primeros, aquellos poetas que empezaron a escribir en los alrededores del sesenta y ocho –los aquí llamados «hermanos mayores»–, y comparten juventud con los segundos, aquellos que escriben versos en los ochenta. Será quizá que la pregunta está mal planteada: ¿La movida realmente no generó literatura o más bien podría pensarse que produjo una poesía dislocada, un acto literario difícil de enmarcar?
La amnesia con respecto al pasado es una manera de romper con el bagaje estético e ideológico de los hermanos mayores, aquellos que aún esperan que en la transición se produzca la utopía que los movilizaba y unía en la lucha antifranquista. No obstante, esta demarcación de los jóvenes de la nueva ola no implica deshacerse de aquellos poetas. De hecho, es revelador que una de las revistas más emblemáticas de la movida, La Luna de Madrid, publicara en su primer número textos de Leopoldo María Panero, Luis Antonio de Villena, Vicente Molina Foix y Eduardo Haro Ibars, junto con propuestas tan representativas del movimiento madrileño como textos de Pedro Almodóvar, retratos de Pablo Pérez Mínguez, letras de canciones de Siniestro Total, Ramoncín, Glutamato Ye-Yé, Golpes Bajos, Los Zombies… (García-Torvisco, 2012, pp. 371-372). Además, se tiene constancia de que existieron numerosas colaboraciones entre los poetas y los músicos. J. Benito Fernández (1999, p. 246) resalta la amistad entre Panero y Santiago Auserón –miembro de Corazones Automáticos primero, de Radio Futura después y, posteriormente, Juan Perro– y los proyectos entre ambos, algunos exitosos y otros sin concluir, en los que Panero traducía poemas de sus ídolos, a los que ponía música Auserón. Como dato adicional, Fernández (1999, p. 339) subraya incluso que el cantante, en su primer disco en solitario, compone un tema a partir del poema de Panero «Spiritual I» y de una traducción que hacen juntos de un texto de Erza Pound, uno de los escritores más admirados por los hermanos mayores.
De igual manera, Sabino Méndez (2010, pp. 29-30) resalta que la amistad entre Villena y Javier Gurruchaga –cantante del grupo Orquesta Mondragón– también los llevó a diversas colaboraciones. De hecho, otros escritores como Luis Alberto de Cuenca, cuando ya estaba afianzándose como poeta de la experiencia, y Haro Ibars escribían letras para Orquesta Mondragón. Por lo tanto, a pesar de las diferencias, estos intercambios existen. De hecho, dos de estos poetas, el propio Haro Ibars y Xaime Noguerol, que por edad y trayectoria pertenecen a la generación anterior, se convierten sorprendentemente en padrinos tácitos de la movida, en hermanos mayores aceptados y admirados.
Si la convivencia y colaboración son posibles, por otro lado, la ruptura con los padres y hermanos mayores es evidente y se observa incluso en la labor de los letristas. Diferenciarse de los primeros –niños, jóvenes y adultos durante el franquismo– y de los segundos –jóvenes poetas utópicos, ansiosos por ver caer el régimen y construir un futuro mejor basado en todos los valores que el antifranquismo sostenía–[2] es la mayor marca de rebeldía de los jóvenes de la movida. Recuérdese la emblemática canción de Kaka de Luxe «Rosario» (1978): «Rosario se ha escapado, se ha ido de su casa / ha matado a su padre con una lata», letanía que se repite cambiando simplemente de protagonista –de «Rosario» a «Bernardo» y luego a «Olvido» – para terminar preguntando al oyente: «¿A qué estás esperando para irte de tu casa?, puedes matar a alguien con una lata». La misma ruptura es la que busca Mecano[3] en «No me enseñen la lección» (1982): «El clan familiar está contra ti. Ellos ven que tú no eres muy normal. Y gritas: “No, no, no, no me enseñen la lección”», grito que se convierte en estribillo repetitivo y concluye: «Que no tengo ganas de aprenderlo todo».
Del mismo modo que se distancian ideológica y artísticamente de los hermanos mayores, descreen de sus ídolos y se declaran iconoclastas. Germán Labrador Méndez (2017, p. 581) señala un hecho representativo: tras el asesinato de John Lennon en 1980, la editorial La Banda de Moebius, manteniendo la idea de colaboración artística entre poetas y jóvenes de la movida, decide publicar un homenaje al cantante reuniendo textos de miembros de todas las generaciones, «desde históricos sesentayochistas hasta los grupos de la nueva ola, entre poetas, dibujantes, músicos y escritores. […] Pero los más irreverentes serán los representantes de la nueva música –el Zurdo, Glutamato Ye-Yé o Aviador Dro–, despiadados hasta con la memoria de la contracultura y el patriarca Lennon. No podían soportar su amor por las flores». En efecto, el homenaje de quienes lo habían admirado no es más que burla de los más jóvenes, determinados en la amnesia del pasado y, por definición, iconoclastas con respecto a toda la cultura anterior.
Diferenciarse de los hermanos mayores también pasa por alejarse de sus textos, aquellos escritos vanguardistas que exponen todo el pasado poético europeo, textos que condensan la Modernidad por medio de citas de otros autores y referentes simbólicos para, inicialmente, reaccionar estéticamente contra la dictadura. En efecto, recurriendo a la vivencia estética de los autores extranjeros de la ansiada Modernidad, pueden alejarse metafóricamente de España. Según esta hipótesis, eje de Culpables por la literatura (2017) de Labrador Méndez, los poetas hipercultos que se dan a conocer en los últimos años del régimen recurren a las corrientes de vanguardia con el mismo impulso que había movilizado en el pasado a los escritores vanguardistas europeos: rebelarse estéticamente contra el sistema imperante. Y, en este caso:
[…] La estética antifranquista no quería oponerse solamente a la cultura del régimen, sino al régimen mismo, a su forma de organizar cuerpos, espacios y lenguajes, y a las formas de vida que se vehiculaban en el proceso. Las vanguardias «emergentes» no solo se enfrentaban contra las corrientes artísticas oficiales, sino contra una más amplia «poética del Estado» que se expresaba de forma dominante en el No-Do, los tachados de pintadas, los periódicos, los uniformes de policía, las cabinas de teléfonos y los cánones de belleza. El «franquismo» era también un orden de representación asociado con todo tipo de manifestaciones propias de «la vida cotidiana» (Labrador Méndez, 2017, p. 272).
Partiendo de esta hipótesis, se podría suponer que los protagonistas de la movida buscan alejarse, por lo tanto, de una estética rebelde que no les pertenece, puesto que, recordemos, consideran que su lucha no es la de sus hermanos mayores. Si esa poesía nacida antes de la transición y aún presente condensa el mundo poético de la Modernidad, no es difícil pensar que los jóvenes del movimiento cultural madrileño se alejen de todo el imaginario poético europeo que les precede. ¿Dónde buscar, entonces, la poesía de la movida si en la oposición con los hermanos mayores hipercultos se pierde no solo la poesía contemporánea sino todo el canon europeo? Probablemente, habrá que separarse de la idea tradicional de literatura y buscar una poesía dislocada.
Acerca de la relación con el texto literario de los jóvenes de la movida, Haro Ibars, como su primer padrino tácito, en una entrevista realizada en 1984, comenta:
[…] Desde pequeños se nos ha hecho odiar el texto escrito. Se ha ligado literatura con trabajo, con estudio, con algo ingrato, con mazacotes de bachillerato. Se ha fomentado el odio al hecho literario…, cosa que no creo que pase en otros países… Y al final aquí también se odiará la imagen porque ya la están uniendo a las clases, al estudio, etcétera. Harán que odiemos toda la cultura…