Con esta imagen del explorar en la invención para (re)conocer(se), con la vocación de la libertad y del construir en la cultura, acaso podemos apreciar la trayectoria de Guillermo Sucre con un sentido más cercano a su hacer y entrega. Así, veríamos como un hito de comienzo la formación del grupo literario Sardio,[4] cuya expresión se concretó en la editorial de libros y la revista bimensual —en circulación desde 1958 hasta 1961— que llevaban el mismo nombre.[5] La presencia y participación de Sucre fue de carácter sustancial en la revista Sardio, en particular con los siete primeros números entre los meses de mayo de 1958 y junio de 1959, precisamente en el contexto de los albores de la democracia representativa y la búsqueda de la formación de una república civil en Venezuela. En aquel momento inicial de la publicación mediante los «Testimonios» —suerte de editoriales en los que se exponía una posición sin que estos llevaran su firma—, los artículos sobre literatura, arte, cine y filosofía, así como la antología de autores, Sucre liderizaba a través de las páginas de la revista un comprometido sentido consonante con la idea de un país que, después de la cerrazón y la oscura tiranía de una dictadura militar, redirigía sus caminos en una política ideal compartida por los integrantes del grupo Sardio, con la convicción de que «la cultura y la tiranía son incompatibles»: las dictaduras «surgen como la fundamental negación de la esencialidad humana y de la inteligencia», mientras que la cultura «es la expresión de la historia, espejo de los júbilos y de las tribulaciones del hombre. El reino inquebrantable de la verdad».[6] Lejos de cualquier énfasis pero con la invitación al debate riesgoso no ajeno a la polémica, en ese ideal se perfilaban y proyectaban los caminos de un país hacia su crecimiento integral, a la atención de los valores de la cultura propia, más allá de parroquiales localismos, y a la apertura e inserción en la tradición humanista de Occidente y en el planteamiento e indagación de los dilemas e interrogantes de la contemporaneidad. Ello a su vez apuntaba a la aspiración de una propuesta en la que los habitantes de Venezuela pudieran tener acceso a «una educación racional y democrática», que se incorporaran «al goce profundo de los grandes valores del espíritu». De este modo se recoge en el primer número de Sardio:

El hombre de hoy está volcado hacia una experiencia más vasta y compleja, que sería inútil simplificar con limitaciones regionales o partidistas, y está urgido por anhelos profundos de universalidad. Orientados hacia esa gran experiencia es como debemos tratar los problemas nacionales. Es imperioso elevar a perspectivas más universales los alucinantes temas de nuestra tierra.

 

La partida de Guillermo Sucre hacia París con una beca de la Embajada de Francia y la Universidad Central de Venezuela para continuar sus estudios literarios en el verano de 1959, la convulsa historia del país cuyas nacientes instituciones trataban de fortalecer las bases de una democracia, así como las divergencias ideológicas y de opciones y perspectivas políticas de los sardianos, provocaron que el proyecto del grupo concebido pluralmente se disolviera finalmente en 1961 y sus miembros emprendieran búsquedas por otros derroteros.

El regreso de Guillermo Sucre desde Francia en 1962 marca un nuevo capítulo de su labor múltiple, cuando esta vez asume la vocación docente en su querida Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Venezuela y también en el Instituto Pedagógico de Caracas. En la universidad fue profesor de las asignaturas Teoría Literaria, Corrientes Literarias Contemporáneas y Literatura Francesa,[7] lo que le permitió ofrecer su faceta profesoral en una primera etapa hasta 1968. Desde la littérature chevaleresque hasta el surrealismo y el cubismo, y asimismo los trabajos críticos de Roland Barthes, entre otros autores, formaron parte de los temas de sus cursos. Paralelamente durante ese período, la dedicación a la promoción de la literatura se extiende a la prensa periódica de Caracas, y en particular a la fundación y dirección o coordinación de espacios dedicados especialmente a la cultura. Así, en forma conjunta con Martín Cerda y Luis García Morales, trabajó desde 1962 hasta 1964 en el suplemento dominical Letras y Artes del diario La República. Este suplemento literario presentaba ensayos de crítica literaria y de artes plásticas sobre autores contemporáneos de Europa e Hispanoamérica,[8] así como la reseña a obras recientes de escritores venezolanos, con una presentación que invitaba a la lectura de una selección de sus textos. Después de esta experiencia, a partir de septiembre de 1964 integró junto con Luis García Morales el consejo de redacción Zona Franca, revista de literatura e ideas creada y dirigida por Juan Liscano.[9] La aspiración general a la cultura humanística y libre que vemos presente en los proyectos anteriores, así como la especial aproximación y conocimiento a las obras literarias de entonces, valoradas fundamentalmente por su autenticidad estética —ese sentido de la conciencia en y del lenguaje y su decir sobre el ser humano, lo que en uno de sus artículos define como «el honor mismo de la literatura: su espíritu crítico y reflexivo»—,[10] siguieron caracterizando con fidelidad los trabajos de Sucre en esta publicación. No obstante este hecho, optó finalmente por retirarse de Zona Franca al concluir 1966 debido a las desavenencias intelectuales con Liscano.[11]

Pero es con la revista Imagen, cuyo primer número sale a la luz en mayo de 1967, que la visión de Guillermo Sucre se llegó a manifestar de una forma más diáfana al crear un espacio para el despliegue de su concepción de la crítica como actividad necesaria en la formación de una conciencia estética. La publicación quincenal dedicada a la literatura y las artes era financiada por el Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA), poseía un formato tabloide con veinticuatro páginas impresas en blanco y negro y con la portada de un color, y podía adquirirse por un modesto precio en los quioscos de periódicos de las ciudades venezolanas.[12] El objetivo de la mayor difusión y accesibilidad era patente por su diseño, su formato manejable y la distribución nacional, un hecho relevante que Sucre menciona con detalle cuando recuerda los inicios de la revista fundada por él y que dirigió por todo un año hasta la salida del número 29, en julio de 1968. Vale la pena citar lo que el mismo Guillermo Sucre señalara en su despedida al dejar la dirección de la revista y que constituye un balance del alcance y objetivos de su convicción y propuesta que dejó huella en la publicación:

Creo que, en cierto modo, Imagen es la revista no tanto de una nueva generación como de una nueva actitud venezolana, y me atrevería a decir latinoamericana, frente a la cultura y a la responsabilidad de la inteligencia. Es posible que represente, más allá de diferencias de edad o de diferencias ideológicas y aun estéticas, a quienes entre nosotros propician una nueva confrontación con la creación intelectual. Esta nueva perspectiva tiene, además de otros, dos rasgos esenciales que la definen. Por una parte, una actitud crítica que permita ir más allá de las jerarquías establecidas y crear un estado de conciencia menos deferente […]. Pero, además, a este espíritu crítico va asociada una voluntad solidaria, por encima de mezquindades regionalistas, con todo lo que en nuestro país y fuera de él constituye un riesgo creador y una nueva formulación de la cultura. […] creo que ésta ha sido la mejor línea de Imagen, lo que ha hecho de ella una revista en ruptura con la idolatría vernácula y con la pereza mental tan extendida entre nosotros.[13]

 

Al mismo tiempo que logró la creación e impulso de la revista Imagen, también en 1968, Guillermo Sucre, junto a Simón Alberto Consalvi —en aquel entonces presidente del INCIBA— y Benito Milla —experimentado editor procedente de Uruguay—, participó en la creación de Monte Ávila, la muy destacada editorial del Estado venezolano. Sucre fungió como el director literario de Monte Ávila Editores hasta que inicia un nuevo periplo fuera del país ese mismo año de 1968 y que durará hasta 1975; esta vez el destino será Norteamérica, invitado por la Universidad de Pittsburgh como profesor de literatura hispanoamericana (1968-1970 y 1972-1975). Integrará para esta misma institución la comisión editorial de la Revista Iberoamericana de 1969 a 1974. Continuaría así en los Estados Unidos su escritura, sus investigaciones y también su trabajo docente, y con la obtención en 1970 de la beca Guggenheim —el primer venezolano en ganarla— disfrutó de una estancia especial en Silver Spring, Maryland.[14]

Al regresar a Caracas retoma la dirección literaria de Monte Ávila Editores, sin embargo, poco después la deja —en 1977—, otra vez por las diferencias con la política editorial de la vicepresidencia de la empresa. Es de esta forma y a partir de 1975 que Guillermo Sucre se concentra especialmente en una nueva etapa de docencia y el trabajo universitario. Vuelve a impartir cursos en el Instituto Pedagógico de Caracas e ingresa como profesor titular en la Universidad Simón Bolívar con la que se vincula durante diez años. Así, a ella se dedica no propiamente a dar clases en una licenciatura de especialización literaria, sino en el programa de Estudios Generales característico de la universidad y que es parte del pénsum de formación de los estudiantes de las distintas carreras de pregrado. La obra de Ramos Sucre, la narrativa breve de Kafka, la literatura de Borges, los ensayos de Picón-Salas, el libro Los hijos del limo de Octavio Paz y una selección de sus poemas —con la oportunidad de leer también páginas de la tradición poética de Occidente, desde el Romanticismo y Baudelaire, pasando por las vanguardias, hasta T. S. Eliot y Ezra Pound— integran parte del repertorio de los exigentes cursos de lecciones deslumbrantes que fueron seguidas con afición por estudiantes y algunos profesores. Pero Sucre asimismo en 1979 logró organizar y fundar la Maestría en Literatura Latinoamericana Contemporánea, convirtiéndose en su primer coordinador, y de la que, en el transcurso del tiempo, se graduaron la mayor parte de los profesores-fundadores de los postgrados de estudios literarios de las universidades de Venezuela. La experiencia de sus estimulantes clases se extendió con naturalidad a la oferta de cursos específicos de la maestría: la poesía y la narrativa de Borges; el poema en prosa latinoamericano y la obra poética Ramos Sucre; los poemas y los ensayos de Octavio Paz; la poesía modernista con una atenta lectura de Rubén Darío; los seminarios de literatura comparada, uno sobre Huidobro y el cubismo —con especial detenimiento en los trabajos de Reverdy— y otro acerca de la «poética de las cosas», que permitía confrontar los textos de Francis Ponge, Jorge Guillén, E. E. Cummings, Ezra Pound y William Carlos Williams con los de Residencia en la tierra de Pablo Neruda. A la vocación por la enseñanza corresponde a su vez la necesidad de estimular la crítica literaria con miras a configurar un verdadero pensar en y con nuestra literatura, y así en febrero de 1980 preparó en la universidad el simposio Perspectivas sobre la literatura latinoamericana con la participación de importantes invitados.[15] Por otra parte, coordinó el equipo de profesores del Departamento de Lengua y Literatura que elaboró, en dos tomos, la Antología de la poesía hispanoamericana moderna, una obra de indudable y capital importancia a nivel del continente para conocer un panorama de la creación poética de nuestros escritores, desde el movimiento modernista hasta las obras escritas durante las primeras tres cuartas partes del siglo xx.[16] En el prólogo del primer tomo que presenta la Antología, Guillermo Sucre explica cómo funcionan los criterios de lectura y selección de los poetas, así como del breve estudio introductorio de cada muestra, que van desde las «simpatías y diferencias» y «las exigencias que impone la enseñanza de la literatura en una universidad, hasta algunos ordenamientos que ya la crítica literaria ha consagrado o, al menos, establecido»:

El contrapunto, el diálogo y la oposición entre textos, los cambios de relaciones y no simplemente de fuerza, las yuxtaposiciones y no la pura linealidad: ojalá sean estos los rasgos que caracterizan a esta antología. Nada más fascinante, y misterioso, que lo inevitable: como idea y experiencia del destino, es decir, como figura que se dibuja a sí misma desde sus propias exigencias, desde sus propios impulsos. Períodos y poéticas, temas y motivos, estilos y formas verbales han buscado indagarse en esta antología a fin de dibujar esa figura.