LA DEMOCRACIA Y SUS ALREDEDORES

Tu generación luchó mucho por la instauración de la democracia. ¿Cómo sientes que está la democracia en el mundo de hoy?

Muy decaída; eso hay que reconocerlo. Ya no hay grandes líderes políticos. Bueno, no se puede decir que Barack Obama haya sido poca cosa; muy al contrario, uno de los grandes acontecimientos de la política norteamericana ha sido Obama. Pero el presidente actual de Estados Unidos no es un demócrata. Pareciera más bien que vivimos tiempos de formas contrarias a la democracia: despotismos y fanatismos de toda índole.

 

¿Crees que una buena educación o formación en valores espirituales basta para asegurar la permanencia de la democracia?

¡Tampoco se trata de tanta pureza! Pero sí habría que recordar al filósofo polaco Leszek Kolakowski, cuando hablaba de la «educación para la dignidad», que sería la educación democrática, la educación para la libertad, la tolerancia, la convivencia pacífica, y no una educación agresiva y represora para uniformar y reglamentar conciencias.

 

¿Qué ha podido fallar en la educación venezolana —con ese esfuerzo sostenido, desde 1936, de formar conciencias libres— para conducirnos a un estadio totalmente opuesto a la democracia?

No creo que la educación venezolana haya fallado. No lo creo. Yo conozco a los educadores venezolanos y son gente de gran valía. Yo no creo que los educadores venezolanos demócratas hayan dejado de serlo, incluso los jóvenes, que se han formado después. Todos han sido demócratas.

 

En tu libro La Libertad, Sancho citas a Kolakowski cuando dice que el arma secreta del totalitarismo es emponzoñar con odio toda la trama espiritual del hombre. ¿Qué razones históricas o culturales tenía ocultas Venezuela para convertirse en pasto del totalitarismo?

Eso es difícil de explicar. Te contestaría con unas líneas de Antonio Machado: «Es difícil no descender en tiempos de descenso».

 

Has afirmado que la democracia es renuente al culto a la personalidad. ¿No te parece, sin embargo, que en la historia venezolana el culto a la personalidad ha sido alto?

No lo creo. ¿De qué historia venezolana estamos hablando? En tiempos de Gómez, ¿había culto a la personalidad? No lo creo. Los jóvenes, los intelectuales de verdad, la gente con cierta mentalidad liberal, estaban contra Gómez; nunca fueron gomecistas. Gomecistas, o que tuvieron su pecado con Gómez, fueron Vallenilla Lanz, Pedro Manuel Arcaya, Enrique Bernardo Núñez, Teresa de la Parra… Lo que sí es cierto es que aquí la gente ha sido, y es, muy borrega con los presidentes y ministros. No les dicen la verdad; los adulan de manera deplorable. Si hubiese habido menos aduladores en nuestra historia política y cultural, habríamos sido un país distinto. En el campo literario, en Venezuela, todo ha sido un continuo elogio.

 

Alguna vez has dicho que el intelectual venezolano no es consecuente con sus principios. ¿Puedes ampliar esa percepción?

Si me pongo a pensar en mis amigos, todos fueron consecuentes con sus principios.

 

ASUNTOS VENEZOLANOS

En 1952, a los diecinueve años, te expulsaron del país. ¿En qué condiciones y a qué país te fuiste? ¿Hubo algún aprendizaje de esa experiencia?

Yo ingresé en la Universidad Central de Venezuela para cursar Filosofía y Letras en 1950. En octubre del 1951, debido a la agitación que había en contra de la dictadura, la Universidad perdió su autonomía, y a comienzos de 1952, junto con Rafael Cadenas, Manuel Caballero y otros compañeros, participé en la toma de las instalaciones de San Francisco, que era la antigua sede, para defender su autonomía. Entonces nos detuvieron a todos. Yo pasé dos semanas en la Cárcel del Obispo, tres meses en la Cárcel Modelo, y en mayo de 1952 tuve que salir al exilio, específicamente a Chile, junto con mi hermano José Francisco.

Cuando estábamos presos en la Cárcel Modelo, se nos comunicó a todos los estudiantes que íbamos a ser enviados a La Habana. De esto hablábamos mucho Rafael Cadenas, Manuel Caballero y yo. Por entonces El Nacional publicó una entrevista con Alejo Carpentier, en la cual él apoyaba el golpe de Batista contra Prío Socarrás. Luego apoyó la Revolución cubana, porque creía en el «hombre auténtico» (al parecer fue el Che Guevara quien lo respaldó ante los comunistas). Si en Los pasos perdidos el personaje que se interna en la selva de Guayana va en busca de ese «hombre auténtico», en El siglo de las luces Esteban es un escritor que había creído en la Revolución francesa y que luego se da cuenta de que todo deriva hacia una dictadura. No pude hablar con Carpentier antes de su regreso a Cuba, pero recuerdo que él me decía que yo iba a ser como un albacea en París de la Revolución cubana. ¡Imagínate tú!

 

¿Nos puedes hablar de tu presidio en Ciudad Bolívar? ¿Quiénes eran tus compañeros en ese período de reclusión?

En 1956, la dictadura de Pérez Jiménez comenzó a dar visas a los exiliados políticos. Entonces regresé a Venezuela con mi hermano Quico. En el barco, el capitán nos entregó un telegrama donde nos advertían desde París que no desembarcáramos porque la represión en Caracas había arreciado. Él nos ofrecía la alternativa de regresarnos o bajar. Como yo no tenía dinero, pensaba llegar a Caracas e irme a casa de mis hermanos. Pues apenas pude saludar a Leopoldo y Antonio, porque nos llevaron a la Seguridad Nacional y nos bajaron a los sótanos. Allí vi a Chepino Gerbasi, a Manuel Felipe Ledezma y a otros que me decían: ¡No hables con nadie! Nos registraron todos los libros que traíamos, que eran pocos, y allí encontraron un texto sobre Rómulo Betancourt que yo había escrito. El Negro Sanz, segundo hombre de la Seguridad Nacional después de Pedro Estrada, me comenzó a leer las cartas que yo traía y a preguntarme por cada una. Como ya yo estaba enfurecido, me dijo que si le seguía hablando con insolencias me iba a dar una patada. Le contesté: ¡Si usted me da una patada, lo lamentará toda su vida!». ¡Cómo se me ocurre decir eso!

Salí de allí con régimen de presentación, y me volví a matricular en la Escuela de Letras para terminar mis estudios. Conocí entonces a Ángel Rosenblat y a Mariano Picón Salas. En el verano de 1957, faltando un año para graduarme, me encarcelaron de nuevo. Recuerdo que, luego de presentar un último examen con Rosenblat, Luciana de Stefano me llevó a mi casa. Esa noche me fueron a buscar y me llevaron nuevamente a la Seguridad Nacional. El Negro Sanz me volvió a interrogar. Fue él quien bajó para anunciarnos que nos trasladarían a la prisión de Ciudad Bolívar en dos autobuses: en uno iban unos veinte estudiantes comunistas y en otro, los supuestos independientes de Acción Democrática y algunos obreros. Allí estuve durante los últimos siete meses antes de la caída del régimen, coincidiendo con Rafael José Muñoz, José Vicente Abreu, Ramón J. Velásquez y Manuel Felipe Ledezma, que era un hombre muy inteligente, profesor en el colegio judío Moral y Luces y secretario general de Acción Democrática en la clandestinidad. A él lo habían puesto preso en 1956, cuando mi hermano y yo regresábamos de Europa. Pedro Estrada dio unas declaraciones de prensa diciendo que había una conspiración de militares y civiles que ya estaban presos porque querían matar a Pérez Jiménez. Mucho tiempo después, cuando nos reencontramos con Manuel Felipe Ledezma, nos contó que eso no era verdad, que al que querían matar era a Pedro Estrada.

Cuando nos iban a liberar, que no fue el 23 sino el 24 de enero, se presentó un mayor del ejército a decirnos que el nuevo gobierno nos daba la libertad, pero que no hiciéramos de esa libertad un desorden. Yo le dije a Ramón J. Velásquez: «O usted le contesta, o yo le contesto». En fin… La caída de Pérez Jiménez no fue solamente un movimiento militar. Claro que lo fue, pero toda la sociedad civil se alzó contra Pérez Jiménez. Los manifiestos de los intelectuales los encabezaba Mariano Picón Salas, seguido por Óscar Machado Zuloaga y otros cuyos nombres no recuerdo por haber estado preso.

 

Entre 1959 y 1962, viviste en París. ¿Qué escritores o artistas venezolanos o hispanoamericanos frecuentabas?

Mariano Picón Salas, Octavio Paz, Juan Sánchez Peláez, Alejandra Pizarnik y algunos chilenos como Nicanor Parra y Jaime Valdivieso, que era locutor en español para la BBC de Londres.

 

En 1962 se inicia un movimiento de guerrillas en Venezuela. ¿Cómo se reflejaba esa tensión política en el campo intelectual?

Muy fuerte, pues casi todos mis amigos eran pro-guerrilleros, aunque al final no fuese del todo cierto. Manuel Caballero, por ejemplo, nunca lo fue; tampoco intelectuales como Isaac Chocrón, José Ignacio Cabrujas o Rodolfo Izaguirre. Teodoro Petkoff, entre otros, a partir de la invasión soviética a Checoslovaquia, muy pronto se opuso a la violencia de la guerrilla y a una izquierda que siguiera a la deriva del comunismo soviético. Pero al comienzo nadie los oía. Y en la UCV, en la Facultad de Humanidades, que era la que yo conocía, algunos profesores se jactaban de ser revolucionarios sin serlo realmente, aunque colaborasen con la guerrilla.

 

¿Cómo explicas que intelectuales de prestigio, algunos de tu generación y hasta amigos personales, hayan apoyado al chavismo?

Al comienzo, en una entrevista que le hicieron, Ernesto Mayz Vallenilla dijo: «¿Cómo Chávez va a ser un dictador si está apoyado por mí?». Uslar Pietri también lo apoyó, como también Juan Liscano. ¡Esto es imposible explicarlo!

 

¿Se puede hablar de una crisis moral en la Venezuela de hoy?

Claro que sí. Ahora bien, yo no soy moralista, porque la moral es un asunto muy pomposo. ¡Yo soy inmoral! Moralizador era Sartre, pero no Camus. Creo que los dictadores comienzan por ser moralistas y, en lo que la gente no responde, se vuelven unos dictadores. Y eso le pasó a Chávez, sin duda.

 

PREGUNTAS PERSONALES DE CIERRE

¿Qué imagen inmediata te viene a la cabeza cuando oyes la palabra Venezuela?

Me viene a la cabeza lo que se oye cuando uno enciende la televisión: «Venezuela, el país más bello del mundo», «Venezuela, todos estamos unidos por el futuro», propaganda gobiernera que insertan como «Tome Coca-Cola». La primera vez que viajé a Chile, que fue en el barco Belvedere, el capitán a veces conversaba con nosotros y nos decía: «Es que ustedes no parecen venezolanos». A los venezolanos les tenían miedo: bebían, se emborrachaban y comenzaban a hablar de Caracas, la capital del cielo. ¡Es una cosa increíble! Los venezolanos somos muy autosuficientes, incluso los escritores, que siempre creen estar escribiendo el mejor poema del mundo. ¡Qué horror!

 

¿Puedes hablar de algún dolor mayor?

Cuando veo las noticias, y escucho hablar a Maduro, me da un dolor muy grande. Creen que van a gobernar por cien años, para siempre. ¡Eso es inmoral! Y lo es más que unas Fuerzas Armadas lo acepten. Eso es aún más vergonzoso. Uno oye hablar a estos militares y es algo deleznable. Parece que no hubieran ido ni siquiera a la campaña contra el analfabetismo que inició el maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa.

 

¿Puedes hablar de alguna satisfacción mayor?

La resistencia, el hecho de que todavía estemos vivos. Ésa es la verdad.

 

 

Al novelista chileno Roberto Bolaño le preguntaron en sus últimos días cómo quería llegar a la muerte, y él respondió: «Ella entra y yo salgo». ¿Te animas a responder la misma pregunta?

Quisiera llegar entero, sabiendo que voy a morir.

 

[Esta entrevista fue grabada en Caracas durante varias sesiones entre los meses de noviembre y diciembre de 2019]

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