El discurso de Castro continúa con una disquisición acerca del término y concepto de intelectual, uno de los centros del debate de finales de los sesenta, como hemos adelantado, y que en el congreso de 1968 ofreció polémicas interesantes. Fidel afianza la opción radical. Considera que hay un grupo que ha monopolizado el «título» y ha dejado fuera de él a los científicos, profesores, ingenieros e investigadores y señala que, además, algunos de los «verdaderos intelectuales» han abandonado la gestión de ese «título», dejándola «en manos de un grupito de hechiceros», que «conocen las artes y las mañas de la cultura». Pero todo eso –vaticina– va a terminar porque el esfuerzo revolucionario en la educación, en la ciencia y en la cultura va a poner de manifiesto la decadencia de los modelos anteriores y la pujanza de lo que Cuba propone:

Y así, Europa capitalista decae, y decae cada vez más, y no se sabe adónde va a parar en su caída, como barco que se hunde… Y con los barcos, en este mar tempestuoso de la historia, se hundirán también sus ratas intelectuales.

Cuando digo ratas intelectuales, esté claro que no nos referimos, ni mucho menos, a todos los intelectuales. ¡No! ¡Allá también son una minoría! Pero digo los marineros, las ratas que pretenden convertir en cosa trascendental su mísero papel de tripulantes de embarcaciones que se hunden en los mares tempestuosos de la historia.

Es así. Y es cuestión de años, ¡y tal vez ni siquiera de muchos! Es cuestión de tiempo. Esas sociedades decadentes, podridas y carcomidas hasta la médula de los huesos por sus propias contradicciones, no durarán largo tiempo. Y mientras van hacia el fondo, nosotros, con trabajo, con esfuerzo, con dificultades, sí, pero vamos hacia arriba.

En una última sección del discurso, para consolidar las predicciones, habla del desarrollo fabuloso que va a experimentar la isla. Gracias al esfuerzo en la educación y en la cultura, al trabajo de todos y para todos, en una homogeneidad ideológica y práctica, en algunos años (entre 15 y 30) el país podrá ver numerosos frutos. E introduce, para terminar, otro de los lugares comunes en la retórica de los años sesenta: los estímulos y satisfacciones «morales». Esta es una vieja polémica, planteada por el Che desde el comienzo del período revolucionario, que tuvo su momento álgido entre 1963 y 1964. Guevara, ministro de Industria, defendía una transición al socialismo basada más en los estímulos morales que en los reconocimientos materiales y económicos y que consisten en la satisfacción de mantener un equilibrio entre todos los sectores productivos en el contexto social mediante la planificación estatal. Frente a esta postura radical, Carlos Rafael Rodríguez –por entonces ministro de Agricultura–, Alberto Mora –quien, por cierto, trabajaba codo a codo con el Che y era cercano a Padilla– y otros preferían combinar el control estatal y la planificación con ciertos elementos relacionados con el funcionamiento del mercado, que funge como regulador de actividad social, aceptando así los estímulos materiales. Además, el corte con el equilibro de los espesores económicos internacionales se completaba para el Che en el rechazo a la burocratización de la Unión Soviética y al juego de oposiciones con el capitalismo, mientras que el oficialismo que finalmente triunfó veía con buenos ojos aceptar métodos y dependencias con respecto al bloque del Este.

Castro, en los últimos párrafos del discurso, adelantaba que, como el socialismo estaba en construcción y el corte con la historia había sido categórico, mientras la nueva sociedad alcanzaba cotas más visibles de desarrollo solo habría satisfacciones morales, aunque poco a poco llegarían otros estímulos como una mejor educación y reconfortantes perspectivas de futuro. No obstante, en el «orden material» deberían pasar entre 20 y 30 años para experimentar los frutos del esfuerzo. Esto lo dice justo después del fracaso de la zafra de los diez millones y la consiguiente constatación de que la economía del país era un espejismo, resultado de la omnipresente subvención, en tiempo y espacio, por parte de la Unión Soviética. El líder combina entonces la retórica triunfalista (todo lo estamos haciendo bien, y somos una sociedad homogénea y feliz) con la victimista (lo que no funciona es culpa del imperialismo de las 90 millas, de la desfachatez de la caduca Europa y de los «falsos intelectuales» o «ratas intelectuales») y asegura que, mientras el desarrollo económico llegue, al menos habrá para el cubano «grandes satisfacciones de orden moral», «la felicidad», «el bienestar moral». Y lo hace mediante una valoración política que anuncia el período de represión que luego resultó tristemente real porque «para un burgués cualquier cosa puede ser un valor estético, que lo entretenga, que lo divierta, que lo ayude a entretener sus ocios y sus aburrimientos de vago y de parásito improductivo. Pero esa no puede ser la valoración para un trabajador, para un revolucionario, para un comunista», porque «no puede haber valor estético sin contenido humano», y el sentido humano del contenido lo decide, precisamente, el gobierno revolucionario. Padilla opinaba que la autocrítica fue una estrategia de Castro no solo contra él sino contra todos los que estuvieron en el acto y fueron señalados por el poeta, porque la conversación fue grabada y constituyó un chantaje a los que asintieron y no se defendieron por miedo: «Nuestra vida –asegura Padilla– después de esta autocritica (la vida de Pablo Armando Fernández, de César López, de Díaz Martínez, de Belkis, del propio Norberto Fuentes) no fue fácil. Todos fuimos actores en aquella gran farsa» (Verdecia, 1992, p. 84). Muchos de ellos dejaron de publicar en los setenta o lo hicieron de modo intermitente y evitando los conflictos con la UNEAC. De esa forma, el discurso pronunciado por Castro pocos días después de aquella pantomima venía a corroborar de un modo público y universal esas nuevas reglas que de forma tácita ya se habían anunciado alrededor de cada uno de los episodios que constituyeron el «caso Padilla».

UNIVERSIDAD DE GRANADA

 

NOTAS

[1] Todas las referencias al discurso se han extraído de la página web oficial del gobierno cubano titulada Discursos e intervenciones del comandante en jefe Fidel Castro Ruz, presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba, alojada en <http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/>. Dicha web contiene todos los discursos pronunciados por Fidel Castro desde el 1 de enero de 1959, desde el parque Céspedes de Santiago de Cuba, hasta la última de las «Reflexiones del compañero Fidel», del 22 de febrero de 2008. En concreto, el discurso al que aludimos se encuentra en: <http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1971/esp/f300471e.html>.

 

BIBLIOGRAFÍA

Bell, Daniel. Las contradicciones culturales del capitalismo, Alianza, Buenos Aires, 1988.

Benedetti, Mario. Cuaderno cubano, Schapire Editor, Buenos Aires, 1974.

Edwards, Jorge. Persona non grata (editado por Ángel Esteban y Yannelys Aparicio), Cátedra, Madrid, 2015.

Gilman, Claudia. Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina, Siglo XXI, Buenos Aires, 2003.

Verdecia, Carlos. Conversación con Heberto Padilla, Kosmos Editorial, San José de Costa Rica, 1992.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]