Para quien suele consumir ficciones, en cualquiera de los formatos impresos y audiovisuales disponibles, el conflicto se internaliza y altera para siempre la pureza de las percepciones. La lectura provoca esas experiencias vicarias que Borges acumuló a lo largo de su vida y que resumió de forma magistral en su último cuento, titulado con justeza «La memoria de Shakespeare». Metáfora narrativa de la anegación del propio yo ante el caudal imponente de un autor al que se venera.
Otro tanto sucede con nuestra percepción de las ciudades. La literatura trata de fijar en palabras el efecto que éstas dejan en sus habitantes, o en algunos de ellos, y luego, si las palabras fueron bien escogidas y juntadas, la ciudad literaria adquiere una existencia propia. Hasta el punto de sustituir o de adelantarse, en no pocas ocasiones, al trato directo con el lugar: antes de ir por primera vez a Buenos Aires, yo ya había experimentado un previo fervor gracias a la fundación mítica que hizo Borges de su ciudad natal en su primer poemario, del año 1923.
En el caso de Caracas, como una manera de recoger este sentimiento y de potenciarlo, en el año 2015 se editó Fervor de Caracas. Una antología literaria sobre la ciudad. El título, de evidentes reminiscencias borgeanas, es un acierto de su compiladora, la escritora Ana Teresa Torres. El libro está dividido en doce secciones que desglosan y a la vez vuelven a unir la multiplicidad de las miradas poéticas sobre Caracas, desde los siglos xviii y xix, con autores como José de Oviedo y Baños y Arístides Rojas, pasando por todo el siglo xx venezolano, hasta las más recientes generaciones de escritores que han publicado sus primeros libros en lo que va del siglo xxi. En el apartado sexto, titulado Casas y mudanzas, se incluye el cuento «Central», de José Balza. El texto ocupa las páginas que van de la doscientos ochenta y ocho a la doscientos noventa y nueve de un volumen exacto de seiscientos folios. Aprovecho entonces este azar bibliográfico para hilvanar algunas notas sobre el silencioso lugar central de la narrativa de José Balza en el contexto de las letras contemporáneas, y su efecto particular en Caracas y en las posteriores representaciones literarias de la ciudad.
Central es un relato en el que confluyen las hipotéticas vidas de varios personajes unidos por un mismo espacio urbano y ficcional: el complejo de edificios y torres de Parque Central. Este complejo urbanístico, conformado por varios enormes edificios de viviendas y dos rascacielos que fueron, durante un tiempo, las torres más altas de América Latina, fue inaugurado en su primera etapa en 1973, justo cuando Venezuela estaba por materializar la nacionalización del negocio petrolero para convertirse en uno de los países más ricos del mundo. Parque Central fue una de las diversas demostraciones de la nueva bonanza que, junto a la estabilidad de su sistema democrático, convirtieron a Venezuela y a Caracas, su capital, en uno de los núcleos de la modernidad latinoamericana de la segunda mitad del siglo xx.
Así lo refleja una de las secuencias del relato, enfocada en la breve historia de una pareja que, en uno de los apartamentos, vela el sueño de su hijo. Allí vemos cómo el convertirse en propietarios de una vivienda en Parque Central, por entonces uno de los lugares más modernos y codiciados de la ciudad, son vistos como una metáfora exacta del afán del ascenso social. Desde la ventana de su apartamento, atalaya privilegiada, la pareja contempla la ciudad que posa como un paisaje retratado sólo para ellos. Y de igual forma, ese apartamento es un refugio frente a una realidad ante la que se establece una distancia estetizante y elitista: «Quisieron tener una casa extraída de la imaginación, que reflejara la claridad de su amor, la nitidez de sus pensamientos: y aquí está todo. Cada vez, al entrar, saben que una burbuja espléndida, pulposa y blanca los protege. Su casa se cierra en ellos en una reflexión de belleza».
Una de las escenas más significativas de este cuento (cuyo dispositivo consiste en las fabulaciones que el narrador, que vive también junto a su mujer en uno de los apartamentos, elabora a partir de los atisbos de las vidas de los vecinos o de la gente anónima con la que se cruza en el multitudinario complejo urbano) se produce cuando la joven pareja se dispone a disfrutar de la calma después de acostar al niño. Aún no se ha asentado el silencio, y un extraño ruido viene a interrumpir la paz pequeñoburguesa. Algo como una filtración, o un goteo árido, más bien, los obliga a levantarse y a inspeccionar la casa. Entonces descubren que el ruido proviene de la propia habitación de su pequeño hijo, especie de caja fuerte donde atesoran la causa y el producto de su bienestar. Al abrir la puerta ven que el niño se ha despertado y se ha puesto a jugar volcando varios botes de talco por todo el cuarto. La casa como refugio, esa «burbuja pulposa y blanca», aparece allí desmoronada y espolvoreada con infantil derroche. La imagen habla, también, de los desórdenes que ocurren a puerta cerrada en los compartimentos estancos de los otros apartamentos: un extraño concierto de ópera improvisado en un dúplex o el asesinato y descuartizamiento de una mujer por su esposo adúltero. Es decir, es una anticipación del espacio, de los dramas ocultos bajo el lujo vulgar de una modernidad súbita. Y también una anticipación del tiempo, pues la historia del país, tanto en la política, como en la economía, en lo social y hasta en lo arquitectural, va a alcanzar las visiones sutiles y ominosas del cuento de Balza.
Porque es bueno recordar que este cuento es del año 1980. Es anterior a los dos acontecimientos que fueron las fisuras principales de la democracia representativa, financiada por el rentismo petrolero, que sería desmontada y arrasada, junto con el país, a partir de la llegada de Hugo Chávez al poder en las elecciones presidenciales de diciembre de 1998. Me refiero, primero, a lo sucedido el viernes 18 de febrero de 1983, cuando el bolívar sufrió una gran devaluación con respecto al dólar estadounidense, trastocando para siempre la economía nacional. Día funesto que pasó a ser conocido como «Viernes Negro». El otro acontecimiento sucedió a finales de esa misma década, el «Caracazo», nombre que se le dio a la revuelta popular ocurrida los días 27 y 28 de febrero de 1989 en Caracas. Aún es difícil establecer una interpretación unívoca sobre los detonantes de la conmoción social. ¿Fue un espontáneo y auténtico levantamiento de las clases más necesitadas ante las arbitrariedades del gobierno de Carlos Andrés Pérez? ¿O fue, más bien, un movimiento subversivo que canalizó y utilizó en su beneficio el legítimo hartazgo popular? La o las respuestas a estas preguntas son todavía motivo de debate. Lo cierto es que las protestas condujeron a una represión por parte del Estado que produjo un altísimo número de asesinatos, en un contexto de violación sangrienta de los derechos humanos.
Un ejemplo de los efectos que estas conmociones provocaron en el imaginario arquitectónico y literario de Venezuela es el libro de cuentos Historias del edificio (1994), de Juan Carlos Méndez Guédez. Allí, Méndez Guédez lleva la estructura vecinal y cruzada de las historias, que Balza concentra en un solo relato, a la totalidad del libro-edificio que construye. Cada relato de este primer libro de Méndez Guédez es un apartamento con su número y su ventana desde donde se contempla una ciudad degradada y violenta, que se opone al ambiente moderno, confortable y esnob de Central, como su registro problemático y en sombra.
Como si no quisiera dejar un margen de duda, la realidad venezolana de los años posteriores se ensañó en demostrar la condición oracular del relato de Balza. El 17 de octubre de 2004, cuando la revolución bolivariana de Hugo Chávez acababa de vadear con éxito el cisma político del año anterior y se encaminaba a su entronización en el poder, un incendió devoró la parte superior de uno de los rascacielos de Parque Central. La lenta recuperación de la Torre Este en los últimos años ha sido una burocrática forma de abandono. Junto con la debacle estructural del resto del complejo, es un símbolo incontestable de la debacle aneja del país, en los tiempos de mayor conflictividad social, económica y política en su historia republicana.
Una revisión somera de la obra de José Balza de los años ochenta puede ser aleccionadora en este sentido. Tomando como ejemplo el cuento Central, que ya comenté, y una novela como Percusión, del año 1981, vemos al escritor configurar algunos de los momentos más importantes de su obra en circunstancias históricas de Venezuela donde, en apariencia, no pasaba nada. Es la calma engañosa de ese apartamento de Parque Central donde el futuro es un niño obediente que se acuesta a dormir, o, al menos, eso creen sus padres, y es también esa ciudad de Caranat, trasunto cuasi onírico de Caracas, adonde el protagonista de Percusión regresa después de cuarenta años de ausencia.