Muchas veces le han preguntado sobre qué tiene que tener un cuento para que sea perfecto, pero es imposible resistirse a la pregunta siendo usted reconocido como uno de los grandes fabuladores y representante del género del cuento de la literatura contemporánea española.
Gracias por esas palabras… Yo le he puesto al cuento muchos adjetivos para señalar lo que es necesario en el género: brevedad, intensidad, condensación narrativa, concentración dramática, concisión expresiva, depuración de lo superfluo, capacidad de sugerencia, libertad formal… Como de estudiante se me daban mal las matemáticas, hasta me inventé una fórmula: «Cuento: extensión inversamente proporcional a intensidad». Pero lo sustantivo del cuento —como de toda la narrativa— es el movimiento. Por poca que sea, en el cuento tiene que producirse algún tipo de mudanza. Y, por supuesto, el cuento necesita una atenta colaboración lectora, que incluso puede dar lugar a variedad de interpretaciones… Yo siempre pongo como ejemplo estupendo de un cuento, que aunque satisface a quien lo lee deja abierta la puerta a varias interpretaciones diferentes, «La corista» de Anton Chéjov. El caso es que un buen cuento tiene que atraer la atención lectora desde el principio y mantenerla sin interrupción hasta el final. Y no defraudarla, aunque deje cosas abiertas.
La agresión de lo humano a lo natural no humano ya está plenamente globalizada, sea cual sea la cultura de la que provengamos
Le agradezco su tiempo, pero antes de finalizar esta entrevista me gustaría que nos diera su opinión sobre la falta de interés por los libros de cuentos y relatos. ¿Cuánto hay de insuficiente en la educación escolar y desinterés comercial en la industria del libro para que la difusión y venta de libros de cuentos y relatos sea menor que el de la novela?
Ya lo apunté antes: es un problema de falta de cultura literaria, y ello tiene mucho que ver con la sociedad —empezando por la familia— y el sistema educativo. A mí, el cuento literario me parece fundamental para entrar en lo que es la literatura, porque presenta atmósferas —espacios, escenarios—, conductas —es decir, personajes—, tramas —por sencillas que sean—, transcurso del tiempo —decisivo en la narrativa—, utilizando muy pocos medios, de manera que se hace accesible rápidamente. ¿Quieren ustedes conocer lo que es el modernismo?: lean, por ejemplo, Beatriz, de Valle Inclán… Pero eso requeriría una especial formación lectora en los programas de capacitación del profesorado, que lamentablemente no existe. Se supone que el profesorado viene leído de casa, quiero decir tiene su particular formación, lo que es falso… Por otra parte, en sus ambientes familiares el alumnado ya no oye ni un solo cuento oral, ni nadie le lee cuentos. Sólo imperan la televisión, los videojuegos y el móvil. Para mí, el cuento es una pieza sustantiva en la introducción a la literatura, pero no se utiliza por desconocimiento del género e ignorancia de sus posibilidades, sencillamente. Y esto repercute, como es lógico, en la preparación de los posibles lectores. Yo he dado talleres de cuento en los que la mayoría del alumnado —gente adulta— no había leído ni un solo cuento en su vida. En cuanto al desinterés comercial —salvo que se produzca uno de esos fenómenos inesperados, que no están bien estudiados por los sociólogos, como el de Los girasoles ciegos de Alberto Méndez o el de Manual para mujeres de la limpieza de Lucía Berlin—, creo que responde especularmente al desinterés lector. Yo recuerdo, ya lo he contado alguna vez, que en una feria del libro alguien se acercó a ver el que yo presentaba, y pensé que por fin firmaría alguno, pero al hojearlo y comprender que era de cuentos lo dejó, pretextando: «es que los cuentos se acaban enseguida…». Para la mayoría de la gente, poco formada en materia de lectura, los cuentos son algo prescindible; lo bueno son esos best sellers reiterativos e inacabables… Pero así son los signos de los tiempos.