Pero si tenemos que destacar una especial contribución a este proceso de patrimonialización de La Habana Vieja, resulta obligado que nos detengamos en el papel tan determinante que ha tenido la Oficina del Historiador de la Ciudad, creada en junio del año 1938 con la misión de proteger el patrimonio cultural de este importantísimo conjunto histórico. Desde la Oficina del Historiador se irán vertebrando los instrumentos para la protección del patrimonio cultural: la Comisión de Monumentos, Edificios y Lugares Históricos y Artísticos Habaneros (antecesora de la actual Comisión Nacional de Monumentos), el proyecto de Ley de los Monumentos Históricos, Arquitectónicos y Arqueológicos (que data de 1939 y es antesala de las Leyes (1 y 2) del Patrimonio Cultural y de los Monumentos Nacionales y Locales respectivamente, aprobadas en 1977) y también el trabajo conjunto realizado con la Junta Nacional de Etnología y Arqueología.

En realidad, el primer «Historiador de la ciudad de La Habana» había sido nombrado por don Guillermo Belt Ramírez, alcalde de la ciudad, en julio de 1925. Se trataba de Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964), escritor y abogado nacido en la capital de Cuba. Formado en Derecho, había obtenido el título en el año 1916, fecha a partir de la cual desarrollará su carrera como abogado al tiempo que cultiva el periodismo y la literatura, ámbitos desde los que practicó un antiimperialismo militante durante toda su vida, como atestiguan obras muy señaladas como La ingerencia (sic) norteamericana en los asuntos interiores de Cuba (1913-1921) (1922), el discurso en la sexta reunión anual de la Sociedad Cubana de Derecho Internacional titulado Análisis y consecuencias de la intervención norteamericana en los asuntos interiores de Cuba (1923) o el libro Cuba no debe su independencia los Estados Unidos (1955), entre otros ensayos. Pero, como ha señalado Félix Julio Alfonso López, «sin duda fue a través de la Oficina del Historiador de la Ciudad que la labor de Roig alcanzó a un nivel cualitativamente superior en la difusión de los mejores valores de nuestra historia y de nuestra cultura, a través de la publicación de libros y revistas sobre historia habanera y de las luchas cubanas por su independencia, la realización de ferias del libro y la organización de bibliotecas, así como el homenaje permanente a cubanos y extranjeros ilustres».[7] Emilio Roig mantuvo la vinculación con la Oficina hasta su muerte el 8 de agosto de 1964.

Tras un difícil periodo de transición, la dirección de esta institución pasaría en 1967 a manos de Eusebio Leal Spengler (La Habana, 1942). Doctor en Ciencias Históricas por la Universidad de La Habana, especialista en estudios latinoamericanos y en Ciencias Arqueológicas y con formación de postgrado en Italia, Eusebio Leal constituye la personalidad más importante de este proceso de recuperación del centro histórico de La Habana Vieja que se ha desarrollado en las últimas cuatro décadas y encarna a la perfección el enorme esfuerzo que se ha realizado para la difusión de ese legado universal que la ciudad representa. Nombrado director del Museo de La Habana, cargo en el que sucedió al doctor Emilio Roig de Leuchsenring, durante la década de los setenta, Leal lideró las obras de restauración de la Casa de Gobierno (el antiguo Palacio de los Capitanes Generales) y de la Casa Capitular, que concluyeron en 1979. A partir del año 1981, se convertiría en el responsable de las inversiones para la restauración del patrimonio edificado en La Habana Vieja, asumiendo en 1986 la dirección de los trabajos de restauración de sus dos monumentos más emblemáticos: el castillo de los Tres Reyes del Morro y la fortaleza de San Carlos de la Cabaña.

 

LOS INSTRUMENTOS Y LAS DIFICULTADES PARA LA RECUPERACIÓN DEL CENTRO HISTÓRICO

El estado cubano comenzó la rehabilitación del centro histórico de La Habana a comienzos de los años ochenta, después de su declaración en 1978 como Monumento Nacional y, como ya hemos señalado, el organismo elegido para la gestión y administración de este proceso resultó ser la Oficina del Historiador de la Ciudad.

Como recuerda Patricia Rodríguez Alomá, el centro histórico de la ciudad ya había sido objeto de «múltiples estudios y propuestas de planificación; los primeros se iniciaron con el siglo xx. En los años sesenta se enunciaron planes directores para la ciudad que incluían la zona. Se hicieron luego otros estudios como parte del procesamiento de la documentación para reconocerlo como Monumento Nacional y Patrimonio Cultural de la Humanidad, y más tarde, a propósito de la redacción de los Lineamientos Generales para la Recuperación del Centro Histórico (1985), elaborado por especialistas del Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología y la Dirección Provincial de Planificación Física y Arquitectura, o ante la encomienda del Plan Director Municipal (1991) —a cargo de la Dirección de Arquitectura y Urbanismo del municipio—. Sin embargo, todos estos planes se interrumpieron durante una circunstancia de gran impacto en el país: la caída del bloque socialista».[8]

El proceso de colapso y desaparición de la Unión Soviética (1990-1991) traerá como consecuencia para Cuba el inicio del llamado «Periodo Especial», una difícil etapa de crisis económica que se agravaría con el recrudecimiento del embargo norteamericano a partir de 1992 y que produciría en la isla una fortísima recesión económica, con graves restricciones de abastecimiento, especialmente de petróleo. Para paliar los efectos de esta severa crisis, que remitiría progresivamente a partir de 1995, el país se abrió con decisión a las oportunidades que ofrecía el turismo internacional. Y, desde esa perspectiva, La Habana Vieja venía a constituir uno de sus más valiosos activos.

Así, en 1993 el centro histórico de la ciudad sería declarado «zona priorizada para la conservación», dotándose a la Oficina del Historiador de la capacidad de gestión necesaria para el más ágil desarrollo de iniciativas propias que contribuyan a la financiación de los proyectos de rehabilitación e intervención, entre las que cabe destacar la creación, en el año 1994, de la Compañía Turística Habaguanex S.A. para la explotación del potencial hotelero y comercial de La Habana Vieja.

Este periodo está también señalado por algunas importantes contribuciones españolas, lideradas por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), entre las que cabe destacar la creación de la Escuela-Taller «Melchor Gaspar de Jovellanos», en la que se han formado cerca de seiscientos jóvenes en distintos oficios relacionados con la conservación y la restauración del Patrimonio Histórico (albañilería, carpintería, cerrajería y forja, etcétera), en una línea de trabajo que, desde la puesta en marcha del Programa de Escuelas Taller de la Cooperación Española en 1990, ha venido desarrollando una importante labor en la lucha con la pobreza a través de la mejora de las condiciones de vida de las personas en situación de vulnerabilidad social y económica, y sin acceso a una formación básica. Entre las aportaciones españolas hay que destacar, sobre todo, el decisivo respaldo en la redacción del Plan Maestro de revitalización integral de La Habana Vieja, promovido por la Oficina del Historiador en 1994, en el que intervino como asesor técnico el arquitecto español Fernando Pulín Moreno, que dirigió el plan entre 1995 y 1998, contando con el apoyo de la directora del Programa de Preservación del Patrimonio Cultural en Iberoamérica de la AECID, la arquitecta María Luisa Cerrillos, quien había coordinado, entre 1983 y 1988, el Programa de Estudios de Revitalización de Centros Históricos de Iberoamérica del Instituto de Cooperación Iberoamericana (ICI).

El Plan Maestro tenía como principal objetivo la recuperación del centro histórico, desarrollándose en tres etapas: una primera de recopilación de toda la información, una segunda etapa de diagnóstico, y una tercera y última etapa de diseño de los instrumentos jurídicos, económicos y de gestión para la puesta en marcha de aquellas acciones a emprender con el objetivo de revitalizar La Habana Vieja, siempre en un marco general que aspiraba a tener como principal prioridad a los propios habitantes de la ciudad histórica. Y lo cierto es que, a pesar de las muchas dificultades que esta empresa ha tenido, sus resultados han sido extraordinarios. Como recordaba el propio Fernando Pulín en una entrevista en el año 2012: «mi intervención en La Habana Vieja se centró en intentar defender la zona de las influencias negativas de una explotación turística. Fijar las áreas de vivienda con restricción de hoteles, pensiones y locales fuera de los de aprovisionamiento diario, marcar las áreas de oficina aprovechando los edificios propios para dicho uso, regular las zonas de aprovisionamiento, restringir las ventas de viviendas a extranjeros y, en síntesis, intentar un esqueleto en el que la habitación permanente tuviera prioridad sobre cualquier otro uso».[9]

Y esta ha venido a ser una de las aportaciones más importantes de la experiencia de recuperación de La Habana Vieja: dar prioridad a los aspectos sociales de la rehabilitación del tejido histórico, fijando población y contribuyendo al mantenimiento de una ciudad «vivida», no fingida, en la que la actividad cultural acompaña a las actividades comerciales y turísticas, haciendo posible el mantenimiento del centro histórico como un espacio habitado.

Como tan acertadamente ha señalado Eusebio Leal: «el encuentro con la ciudad viva, histórica, llena de complejos problemas humanos, donde el elemento esencial es hábitat, las formas de la vida, nos llevó a concebir la idea de que no era posible actuar por separado en cada una de las materias, sino que debíamos, necesariamente, tener una concepción multidisciplinaria, una concepción integradora que abordase la cuestión monumental junto a la cuestión humana. ¿Para quién o para quiénes son los monumentos del pasado? ¿Para quiénes son las grandes obras de la arquitectura y el urbanismo que han llegado a nuestros días? ¿Qué lecciones podemos aprender de quienes nos precedieron?».[10] Pues bien, si hacemos nuestras las palabras del arquitecto Mario Coyula Cowley (1935-2014), podemos respondernos que «La Habana ha pasado muchas duras pruebas, algunas aparentemente terminales; y ha salido de ellas golpeada pero airosa. Porque, en definitiva, la complicidad compartida que capa a capa impuso el tiempo fue tejiendo una malla tupida de relaciones y significados que trasciende el plano físico de las fachadas para extenderse a la gente que se afana por las calles sin tener que alzar la vista para saber que la vieja compañera de sueños sigue todavía en su lugar, despellejada, vacilante, deformada por la sal y el agua, maravillosa e increíblemente viva, útil todavía. Una ciudad que ya no es, pero que sigue siendo. La Habana siempre, siempre mi Habana».[11]

 

 

[1] Puede consultarse el listado completo en el enlace: <http://whc.unesco.org/en/list/>

[2] Véase: <http://whc.unesco.org/en/criteria/>

[3] Véase: <http://whc.unesco.org/en/list/204>

[4] Sobre las características del conjunto monumental de La Habana puede consultarse la espléndida guía de arquitectura que publicó en su día la Junta de Andalucía, en una primera edición de 1993 que incluía La Habana colonial y, posteriormente, en una segunda edición de 1998 ampliada a la arquitectura y el urbanismo del siglo xx. Véase: Martín Zequeira, Elena y Eduardo Luis Rodríguez Fernández (1998): La Habana. Guía de Arquitectura. Havana, Cuba. An Architectural Guide. La Habana / Sevilla: Ciudad de la Habana / Junta de Andalucía / Agencia Española de Cooperación Internacional – ICI. 327 págs.

[5] Solá, Miguel (1935): Historia del Arte Hispano-Americano. Barcelona: Labor, pág. 33.

[6] Véanse, por ejemplo, las obras: Weiss, Joaquín E. (1972): La arquitectura colonial cubana. La Habana: Letras Cubanas, con reediciones en 1979, 1996 y 2002; Cámara, Alicia (1998): Fortificación y ciudad en los reinos de Felipe II. Madrid: Nerea; Cámara, Alicia (coord.) (2005): Los ingenieros militares de la Monarquía Hispánica. Madrid: Ministerio de Defensa; Gutiérrez, Ramón (2005): Fortificaciones en Iberoamérica. Madrid: Ediciones El Viso.

[7] Alonso López, Félix Julio (2006): «La Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana y la defensa del Patrimonio Histórico de La Habana», en Curso sobre Manejo y Gestión de Centros Históricos, pág. 3. La Habana: Oficina del Historiador de La Habana / Plan Maestro de La Habana.

[8] Rodríguez Alomá, Patricia (2008): «De un Plan Maestro al Plan Especial de Desarrollo Integral», en Regulaciones Urbanísticas. La Habana Vieja Centro Histórico, pág. 68. La Habana: Ediciones Boloña.

[9] Rivera Blanco, Javier (2012): «Entrevista a D. Fernando Pulín», en Papeles del Partal núm. 5, pág. 55.

[10] Leal Spengler, Eusebio (2002): «El desarrollo de la cultura, única certeza para un proyecto sostenible legítimo», en Pensar Iberoamérica. Revista de Cultura, núm. 1 (junio-septiembre 2002).

[11] Coyula Cowley, Mario (1998): «La guía otra vez, La Habana siempre», en La Habana. Guía de arquitectura. Havana, Cuba. An architectural Guide. La Habana / Sevilla: Ciudad de la Habana / Junta de Andalucía / Agencia Española de Cooperación Internacional – ICI, pág. 23.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]