POR SANTIAGO DE PABLO Y VIRGINIA LÓPEZ DE MATURANA

«Mantengo una mirada atenta a las cosas que me rodean».

Imanol Uribe

 

La violencia de la organización terrorista vasca ETA (Euskadi Ta Askatasuna/País Vasco y Libertad) fue uno de los más graves problemas con los que se enfrentó la joven democracia española tras la muerte de Franco. ETA fue fundada en 1959 y cometió su primer asesinato en 1968. Pese a haber nacido en el contexto de la oposición a la dictadura franquista, en la Transición incrementó su práctica violenta y revolucionaria, para lograr la independencia del País Vasco. Con el paso del tiempo, su actividad fue cada vez menos eficaz y más impopular, pero no cesó hasta el anuncio del final de su «lucha armada» en 2011 y su disolución en 2018. Al desaparecer, ETA dejó un legado de más de ochocientos cincuenta muertos y casi dos mil seiscientos heridos, la inmensa mayoría de ellos en la España democrática, puesto que solo cuarenta y tres asesinatos corresponden al final del franquismo (López Romo, 2015).

Durante un tiempo, según las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas, ETA fue una de las mayores preocupaciones de los españoles, llegando a ocupar el primer lugar en el año 2000. Y es que, si el nacimiento de ETA se entiende dentro de la «tercera oleada» del terrorismo internacional, representado en Europa por grupos como el IRA irlandés o las Brigadas Rojas italianas, la organización vasca destaca por su longevidad, llegando a considerarse un problema enquistado. En su desaparición definitiva influyeron factores muy diversos, como la eficacia policial, la cooperación internacional o la pérdida de apoyo entre la población vasca. En este sentido, hay que destacar el cambio de percepción de las víctimas del terrorismo, que pasaron de ser las grandes olvidadas, en los años de plomo de las décadas de 1970 y 1980, a lograr un destacado protagonismo en el siglo xxi (Rivera y Carnicero, 2010).

Lógicamente, el cine no podía ser ajeno a una cuestión que afectaba dramáticamente a la convivencia entre los españoles. De ahí que, desde el momento en que desaparecieron las trabas impuestas por la censura franquista, comenzaran a estrenarse películas sobre ETA. La evolución de este cine, desde los años setenta hasta la actualidad, está muy relacionada con los cambios sociales y políticos ocurridos en estas décadas en el País Vasco, incluyendo el cambio en el estatus de las víctimas del terrorismo, que acabamos de explicar.

Significativamente, esta misma evolución se observa al analizar la producción audiovisual del cineasta de origen vasco Imanol Uribe, que ha sido definido como el «cronista del terrorismo de ETA» (El País, 25 de abril de 2016). Nacido en El Salvador en 1950, su familia dejó muy pronto América para regresar al País Vasco, cuando Imanol tenía sólo siete años. Estudió en la Escuela de Periodismo de Madrid y en 1975 creó su propia productora, con la que financió sus primeros cortometrajes. En la Transición se embarcó de lleno en el «nuevo cine vasco», que estaba en plena ebullición en aquellos años y que es inseparable del crispado contexto de la época, marcado por la violencia. Más tarde, fruto en parte de un cierto desencanto con respecto a ese ambiente, pero sobre todo por cuestiones de producción, Uribe se trasladó a vivir a Madrid, donde ha continuado dirigiendo películas hasta la actualidad (Angulo, Heredero y Rebordinos, 1994). A lo largo de su carrera, ha sido el responsable de un buen número de filmes centrados en cuestiones históricas o sociales, como El rey pasmado (1991), Bwana (1996), El viaje de Carol (2002) o Miel de naranjas (2012). Entre esos temas controvertidos, ETA ha sido sin duda el más revisitado por Uribe, con seis filmes entre 1979 y 2015. En ellos ha mostrado una mirada cambiante ante el terrorismo, tal y como vamos a ver a continuación.

¿SÓLO VÍCTIMAS DE LA DICTADURA?
El primer largometraje dirigido por Uribe fue un acercamiento monográfico a uno de los episodios más conocidos de la historia de ETA. Se trató del documental El proceso de Burgos (1979), centrado en el consejo de guerra contra dieciséis personas acusadas de pertenecer a ETA, que tuvo lugar en Burgos en diciembre de 1970. Cinco de los acusados fueron condenados a la pena capital, aunque el propio Franco, acuciado por las numerosas presiones procedentes del exterior, incluyendo la del papa Pablo VI, conmutó las penas de muerte. En contra de lo que pretendía la dictadura, el juicio de Burgos no sólo no sirvió para dar un escarmiento a ETA, sino que hizo aún más visible a la organización, tanto dentro como fuera de España.

Eligiendo este tema, Uribe quiso reflejar en la pantalla la importancia de este juicio para la historia del País Vasco. Para entonces, el proceso ya se había convertido en un símbolo del antifranquismo, contribuyendo a glorificar la memoria de una ETA «buena», opuesta a la dictadura, cuando aún no se podía prever la trayectoria de ETA en las siguientes décadas (Casquete, 2012, 636-647). Hay que tener en cuenta que desde 1974 la organización estaba escindida en dos ramas (ETA Militar y ETA Política-Militar), que mantenían posturas diferentes ante la Transición. En esas fechas, todos los condenados en Burgos habían salido de la cárcel tras la amnistía total de 1977, optando cada uno por distintos grupos políticos: la mayoría, por las coaliciones que representaban a las dos ramas de ETA (Herri Batasuna, a ETA-Militar; y Euskadiko Ezkerra, a la Política-Militar), y el resto por otros grupos de izquierda.

Al decidirse por un filme de género directamente político, basado casi en exclusiva en los testimonios de los antiguos miembros de ETA juzgados en Burgos nueve años antes, y de algunos de sus abogados, Uribe se encontró con el problema del paso del tiempo: todos los protagonistas estaban orgánicamente e ideológicamente unidos en 1970, pero cuando se produjo el documental sus posturas políticas se habían separado. A pesar de las dificultades, Uribe logró contar con la colaboración de todos ellos y, de este modo, obtener el material completo a partir de una serie de entrevistas individuales (Zunzunegui, 1985, 251-253).

Ya entonces, Uribe explicó el enfoque que le quiso dar a su trabajo: «Uno de los objetivos que yo tenía a la hora de realizar el filme era, justamente, que se viese fuera de Euskadi, que la gente se diera cuenta de lo que era ETA en el setenta y, de alguna forma, ayudar a desmontar la campaña de desprestigio antivasca que se está fomentando en estos momentos en algunos puntos del Estado» (Torreiro, 1979, 53). Ello demuestra la imposibilidad de separar un filme, aunque se trate en este caso de un documental centrado en lo sucedido en Burgos en 1970, de su contexto de producción. De hecho, la película, interpretada en clave política y presentista, recibió presiones de todo tipo antes de su estreno.

Por un lado, el Gobierno español, en manos de la Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez, era consciente de que se trataba de un documental que podía enaltecer a los sectores afines a ETA o provocar reacciones contrarias por parte de la extrema derecha. Al no poder vetarla, pues hubiese implicado volver a los tiempos de la censura propia del franquismo, intentó infructuosamente limitar su difusión.

Otro tipo de presiones vinieron de la izquierda nacionalista radical ligada a ETA Militar y a Herri Batasuna. El documental arranca con un prólogo explicativo de uno de los abogados, Francisco Letamendia (Ortzi), que resume la historia del País Vasco, del nacionalismo vasco y de ETA. Ortzi había escrito varios libros sobre estas cuestiones y en todos ellos, lo mismo que el prólogo, daba una visión muy parcial e ideologizada de esa historia, desde la cosmovisión de la izquierda nacionalista próxima a ETA-Militar, puesto que en esos momentos él era uno de los máximos dirigentes de Herri Batasuna. Ortzi explica la supuesta historia de un pueblo vasco casi independiente desde la noche de los tiempos, en la que ETA aparece como la culminación de un proceso histórico liberador y como la auténtica representante del pueblo vasco, al haber logrado fusionar la liberación nacional y la revolución social.

Esta introducción histórica dio al filme una interpretación política favorable a Herri Batasuna, no prevista por Uribe. De hecho, años más tarde, este contó que había intentado recortar o suprimir el prólogo en el montaje final, siéndole imposible hacerlo por las presiones que recibió del propio Letamendía, de Herri Batasuna y de un dirigente de ETA-Militar. Estos afirmaban que, sin esa secuencia inicial, «la película estaba hecha contra ETA», por lo que sólo le quedaban dos opciones: «añadir la secuencia o renunciar a la película» (Angulo, Heredero y Rebordinos, 1994, 111; Aguirresarobe, 2004, 49-59).

Con independencia de este prólogo, aquí nos interesa la visión que el documental da de los miembros de ETA procesados en Burgos. Así, tras la introducción histórica, se da paso al testimonio de los propios protagonistas, que comentan sus impresiones, interrumpidas en ocasiones por imágenes que muestran un País Vasco idílico, y acompañadas de una música de fondo en euskera. En la primera parte del documental se revelan las circunstancias que llevaron a los protagonistas a militar en ETA. Aparecen aquí la «opresión nacional al pueblo vasco», las heridas sin cerrar de la Guerra Civil o la represión de la lengua vasca, que es «también una forma de lucha política» (Torreiro, 1979, 54).