LA SOMBRA DE ETA ES ALARGADA
Después de dirigir en el País Vasco estos tres filmes basados en el ambiente social y político vasco de la Transición, con el terrorismo de ETA como telón de fondo, Uribe se trasladó a Madrid, donde realizó diversos largometrajes de temática más variada. No fue el único cineasta vasco que, después del boom del cine producido en Euskadi en la Transición, marchó a la capital de España. Este éxodo se debía básicamente a cuestiones de producción, pero también al deseo de algunos de ellos de dejar atrás el ambiente del cine vasco de la época, demasiado centrado en temas propios, en la violencia y en una identidad que, según pensaban esos creadores, podía resultar asfixiante.

Sin embargo, esta teórica necesidad de huir del ambiente politizado de Euskadi podía ir unida a una cierta fascinación por el problema vasco y a la percepción de que ETA podía ser un tema cinematográficamente atractivo y, por tanto, comercial. De hecho, Uribe siguió desde Madrid dirigiendo películas sobre ETA. Así, se basó en una novela homónima de Juan Madrid (1993) para dirigir el largometraje de ficción Días Contados (1994). No era una novela sobre ETA, pero el director vasco decidió convertir a su protagonista (un fotógrafo) en un miembro del «comando Madrid» de la organización terrorista. En una entrevista reciente, Uribe explicaba cómo surgió la idea de esta transformación del personaje en un etarra: «Se encontraba en El Escorial, ardiendo en fiebre, y acudió a su librería de cabecera, donde le recomendaron la obra de Juan Madrid y tras leerla decidió “construir una historia de amor entre dos seres marginados: Charo, una prostituta yonqui, y Antonio, un terrorista de ETA camuflado como fotógrafo de prensa”» (El Día, 5 de julio de 2019).

La película tuvo un gran éxito de público (seiscientas ochenta y ocho mil entradas vendidas) y obtuvo ocho premios Goya, entre ellos, el de mejor película y mejor director, además de la Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián. Días contados ahonda en el mundo emocional y personal de los miembros de ETA. Narra la historia de Antonio (Carmelo Gómez), un terrorista que, haciéndose pasar por fotógrafo en el Madrid más sórdido, forma parte del «comando Madrid». Mientras esperan a cometer el atentado, Antonio se instala en un viejo piso de un barrio marginal madrileño. Allí conoce a Charo (Ruth Gabriel), una joven yonqui que se prostituye para lograr droga y cuyo marido está en la cárcel.

En una escapada a Granada, supuestamente romántica (puesto que en el filme el romanticismo es sólo sexo), Charo ve por casualidad en los informativos la cara de Antonio, identificado como uno de los terroristas más buscados por la policía. A su regreso a Madrid, el comando prepara un atentado con coche bomba contra una comisaría, que estalla justo cuando Charo es arrestada por la policía. En el último momento, Antonio trata de evitar sin éxito su muerte. En esta escena se muestra que el terrorista tiene sentimientos, pero éstos desaparecen cuando asesina a víctimas inocentes. De esta manera, «Uribe nos muestra cuál sería la reacción de un etarra si conociera estrechamente a la persona que va a matar» (Barrenetxea, 2019, 342).

Antonio aparece desde la primera escena del filme como un hombre temerario y de acción. Pero, en realidad, su vida transcurre durante la mayor parte del filme entre el piso en el que se esconde mientras espera a cometer el atentado y un bar. Además, la organización terrorista se presenta como un universo complejo, en el que «la vida clandestina […] está llena de rencillas, rencores y amarguras, no de actos heroicos ni sublimes, regida por unas normas estrictas» (Barrenetxea, 2019, 396).

El filme de Uribe supuso una ruptura importante en su tratamiento cinematográfico del terrorismo, al mostrar —a diferencia de sus filmes anteriores— la crueldad que representa la organización y las fricciones dentro de ella. La figura del terrorista es tratada con muchos más matices, pero tampoco en Días contados las víctimas de ETA son protagonistas. Además, el personaje principal queda justificado por su actitud ante Charo, pese a que no se pone en cuestión su apoyo ciego a la violencia.

Hubo que esperar al secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997 para que la sociedad comenzara a movilizarse y concienciarse de manera clara a favor de las víctimas. Esta «gran explosión unitaria contra ETA» que provocó el asesinato del joven concejal del Partido Popular de Ermua también tuvo su reflejo en el cine a partir del año 2000 (De Pablo, 2017, 341-394). Uribe ya se hizo eco de este cambio de tendencia en Plenilunio (2000). En esta adaptación de una novela de Antonio Muñoz Molina, la acción se desarrolla en una pequeña ciudad del interior de España, pero incluye la historia de un inspector de policía que llega allí tras pasar diez años en Bilbao, amenazado por ETA. Tanto él como su mujer están traumatizados por su estancia en Euskadi, sufriendo lo que ha sido definido como el síndrome del norte, un trastorno que afectó a muchos policías o guardias civiles destinados en el País Vasco durante los años de plomo. El hecho de que el protagonista —con el que el espectador se ha identificado a lo largo de la película— sea al final asesinado por ETA refuerza su estatus de víctima, no sólo psicológica sino también real.

Ello implicaba un cambio de perspectiva por parte de Uribe, que se hizo aún más explícito en Lejos del mar (2015). Se trata de un largometraje de ficción, que aborda la posibilidad de venganza por parte de las víctimas de ETA, pero también aboga por el perdón y la reconciliación. El filme narra la historia de Santi (Eduard Fernández), un miembro de ETA que sale de la cárcel en 2014 gracias a la derogación de la doctrina Parot, después de haber cumplido parte de su condena.[3] Desvinculado totalmente de la organización y decidido a dejar atrás su pasado, no regresa a Euskadi, sino que decide trasladarse a Almería a visitar a un preso común al que conoció en prisión y que se encuentra gravemente enfermo. Santi se topa allí por casualidad con Marina (Elena Anaya), la hija de un militar, por cuyo asesinato en San Sebastián en 1987 había sido condenado, y que ejerce de médica en un hospital. Marina fue testigo del asesinato cuando solamente tenía ocho años y no puede olvidar su traumático recuerdo, por lo que en un primer momento piensa en vengarse. Sin embargo, tras herir a Santi, cambia de opinión y lo atiende, manteniéndolo oculto. La historia da un inexplicable giro cuando ella, sin ni siquiera sentir atracción por él, decide tener relaciones sexuales con Santi. Sin embargo, la llegada a Almería de una hermana de Santi y de su novio, que había sido compañero de comando del protagonista, pero que se había escapado a México, dejando que aquel cargara con toda la responsabilidad, provoca el fin de la tragedia. Cuando el entorno de ETA se hace presente, las diferencias entre la víctima y el verdugo pasan a un primer plano y Marina culmina su venganza.

En Lejos del mar, Uribe da voz por vez primera a las víctimas de ETA, en lugar de a los terroristas, como había hecho todavía en Días contados. Incluso el personaje del etarra es diferente a los protagonistas de las anteriores películas: se trata de un terrorista arrepentido, que pide perdón a la hija de su víctima. Además, no llega a integrarse en las redes de apoyo a los presos de ETA y se niega a regresar al País Vasco, marchando al otro extremo del país, donde trata de pasar inadvertido. De hecho, el protagonista es incapaz de olvidar el crimen que ha cometido, a pesar de que ha pagado por ello con veinte años de prisión.

Uribe incluye en el filme otros elementos de interés, como el debate en torno a la anulación de la doctrina Parot, la postura de los medios de comunicación ante ETA o el rechazo de la sociedad al terrorismo. En lo referente a las víctimas, en esta ocasión las fuerzas de orden público no son representadas de manera negativa. No obstante, la hija de la víctima es un personaje que en ningún momento resulta creíble, que está afectada por los efectos del terrorismo hasta el punto de padecer un desequilibrio mental, reflejado en su enfermiza relación con el etarra y en el desenlace del filme.

Lejos del mar recibió un buen número de críticas negativas, tanto por su realización como por lo poco creíble de la relación entre víctima y verdugo, incluyendo una venganza que nunca se ha dado en la historia real. No obstante, cabe destacar el cambio sufrido por un cineasta que en la Transición había sido acusado sucesivamente de ser el portavoz cinematográfico de Herri Batasuna/ETA Militar y de Euskadiko Ezkerra/ETA Político-Militar. Por el contrario, tras el estreno de Lejos del mar, la prensa próxima a la izquierda nacionalista radical criticó la versión que Uribe daba de ETA e incluso le acusó de representar lo «que implica el ser español» (De Pablo, 2017, 402).

Ello refleja cómo, al igual que la propia sociedad, Imanol Uribe ha ido modulando su discurso. Si en sus primeras películas ponía el foco en los terroristas, representados como héroes y víctimas del franquismo o de la represión policial, con el tiempo ha pasado a dar protagonismo a las víctimas de ETA. Pese a que, como ya hemos señalado, algunas interpretaciones de sus primeros filmes escaparon a su voluntad creativa, el propio Uribe declaró años más tarde que «hoy no retrataría igual a los terroristas» (El Correo, 26 de agosto de 2007). Se trata de un proceso personal, pero que hay que enmarcar en el cambio producido en la sociedad vasca y española con respecto a la violencia política, e incluso en la evolución de la percepción del terrorismo a nivel internacional, en especial tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York.[4]

 

BIBLIOGRAFÍA

· Aguirresarobe, Javier (2004). Luces y sombras en el cine de Imanol Uribe. Valladolid: Semana Internacional de Cine.

· Amigo, Ángel (1978). Operación Poncho: Las fugas de Segovia. San Sebastián: Hordago.

· Angulo, Jesús; Heredero, Carlos F. y Rebordinos, José Luis (1994). Entre el documental y la ficción: El cine de Imanol Uribe. San Sebastián: Filmoteca Vasca/Caja Vital Kutxa.

· Ballesteros, Isolina (2001). Cine (ins) urgente: Textos fílmicos y contextos culturales de la España post franquista. Madrid: Fundamentos.

· Barrenetxea, Igor (2019). Días contados (1994), de Imanol Uribe. «Desmitificando el terrorismo de ETA». En Carlos Navajas y Diego Barco (eds.). El reinado de Juan Carlos I (1975-2014): Actas del VI Congreso Internacional de Historia de Nuestro Tiempo. Logroño: Universidad de La Rioja, pp. 329-344.

· Casquete, Jesús (2009). En el nombre de Euskal Herria. La religión política del nacionalismo vasco radical. Madrid: Tecnos.

· Casquete, Jesús (2012). Proceso de Burgos. En Santiago de Pablo, José Luis de la Granja, Ludger Mees y Jesús Casquete (eds.). Diccionario ilustrado de símbolos del nacionalismo vasco. Madrid: Tecnos, pp. 636-647.

· De Pablo, Santiago (2017). Creadores de sombras. ETA y el nacionalismo vasco a través del cine. Madrid: Tecnos.

· Fernández Soldevilla, Gaizka y Domínguez Iribarren, Florencio (coords.) (2018). Pardines. Cuando ETA empezó a matar. Madrid: Tecnos.

· López de Maturana, Virginia y Barrenetxea, Igor (2007). El mito de ETA. Cine y Transición en el País Vasco: El Proceso de Burgos (1979). En Rafael Quirosa-Cheyrouze et al (coords.). III Congreso Internacional. Historia de la Transición en España. El papel de los medios de comunicación. Almería: Universidad de Almería, pp. 853-867.

· López Romo, Raúl (2015). Informe Foronda: los efectos del terrorismo en la sociedad vasca (1968-2010). Madrid: Los Libros de la Catarata.

· Rivera, Antonio y Carnicero, Carlos (eds.) (2010). Violencia política: historia, memoria y víctimas. Madrid: Maia.

· Torreiro, Mirito (1979). Entrevista con Imanol Uribe. Dirigido por, 69, 53-54.

· Zunzunegui, Santos (1985). El cine en el País Vasco. Bilbao: Diputación Foral de Vizcaya.

 

 

[1] Todas las cifras de espectadores de las películas, que se citan a lo largo del texto, corresponden a entradas vendidas en salas comerciales en España y provienen de la página web oficial del Ministerio de Cultura: <www.mecd.gob.es>, acceso 1 de julio de 2019.

[2] Tal y como indican algunos testimonios, en un primer momento la idea era centrarse más en la denuncia de las torturas, pero después el tema de la homosexualidad pasó a un primer plano. La mezcla de ambos temas y el final abierto del filme permitieron diversas interpretaciones, también desde el punto de vista político, ya desde su estreno en el Festival de Berlín.

[3] Según esta doctrina, basada en un dictamen del Tribunal Supremo de 2006, los beneficios penitenciarios se aplican a cada una de las condenas recibidas y no al máximo de treinta años previsto en el Código Penal, lo que alarga la estancia real en la cárcel. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictaminó en 2013 que la aplicación de la doctrina Parot con carácter retroactivo vulneraba el Convenio Europeo de Derechos Humanos, por lo que varios presos —tanto de ETA como comunes— salieron de la cárcel.

[4] Este artículo forma parte de un proyecto de investigación subvencionado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades PGC2018-094133-B-100 (MCIU/AEI/FEDER,UE), en el marco de un Grupo de Investigación de la Universidad del País Vasco (ref. GIU 17/005).[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]