Este año Rafael Argullol ha publicado la antología Nunca y siempre, en la cual se han integrado textos poéticos de diferentes libros, con la excepción de Poema (2017), me refiero a Disturbios del conocimiento (1980), Duelo en el Valle de la Muerte (1986), El afilador de cuchillos (1998), Poema de la serpiente (2010) y Cantos del Naumon (2010) más un extenso poema, «Alegato contra la codicia». Toda selección poética supone una retrospectiva, una manera de ordenar una vida poética. En este caso y desde una vista panorámica, podemos decir que por esos poemarios circulan una serie de constantes poéticas: la tensión entre el mito y el ideal, entre las alturas de la fantasía y el abismo de la desazón, el recorrido por las múltiples tonalidades del Romanticismo y sus consiguientes exploraciones, o la preocupación por lo social y cívico. En estos límites se integran la mayoría de sus textos, los cuales pasan por recobrar el valor perdido de una palabra sagrada (una reconstrucción de lo sublime) y escapar de sus continuas degradaciones. Toda esta edificación de la identidad poética se conjuga de un modo más concreto en una poesía traspasada por una imaginería variada, de corte existencialista, que da lugar a una forma pensativa de sensaciones y símbolos; y en una vuelta a la sacralización de la palabra desde su expresión alegórica y teatral (espacios expresivos básicos). Estas cuestiones se ramifican hacia una visión calidoscópica de lo trágico del héroe (moderno y no tan moderno), de las razones y laberintos del mal o de los distintos modos de residir en este mundo y en la poesía. De esta manera y si unimos estas concepciones poéticas, podemos visualizar la imagen del libro como viaje, como ceremonia de la belleza con sus sacrificios y epifanías o como salvación de los momentos áureos.
Estos asuntos estilísticos articulan una forma creadora que se asienta en lo distintivo, en la fidelidad a un conjunto de temas y formas expresivas que fijan el poema como unidad, como un todo. Por esta razón, se tiende hacia un único poema fragmentado en diversas composiciones, algunos ejemplos los tenemos en El afilador de cuchillos, el Poema de la serpiente o en su última muestra, Poema. Así, nos encontramos con una marcha conceptual y vital que requiere de un lector que sepa encajar todas estas piezas. Y ese camino se presta a diferentes retrospectivas, pues, por un lado, nos conduce hacia las revisiones tempo-existenciales y, por otro, hacia el rechazo de algunos ideales (sociales) porque durante largo tiempo esos modelos han provocado errores manifiestos en la historia de la humanidad.
Esas oscilaciones de los idealismos, con sus malestares e incertidumbres, propician una búsqueda de la vigencia y la vitalidad de la palabra poética. En este tránsito vemos que el poeta se distancia y se reconcilia con ella, creando nuevas tensiones fructíferas, nuevos ciclos curativos, nuevas perspectivas y conexiones con los exilios espirituales del hombre. Pero en Rafael Argullol no sólo hay un intercambio de palabras consigo mismo, también observamos una disección de lo real y de sus símbolos, de sus apariencias y de sus metamorfosis. Esta particularidad se traslada de forma textual por medio de la exactitud de la palabra pensante y pensativa, con el añadido de perfilar detalladamente la imagen de las sensaciones. Viaje por las afueras y por los adentros, diálogos y dialécticas enlazadas y diseccionadas con el tiempo histórico.
Durante las seis publicaciones poéticas, Rafael Argullol ha expresado de manera constante ese trayecto por lo histórico y lo mitológico, vía que, a su vez, nos enseña —con todas las consecuencias y todas las preguntas— las orillas temáticas del destino o la libertad; con sus aprendizajes adquiridos a lo largo de estos años (sobre aquello que tiene sentido y sobre aquello que entra en lo absurdo). Esos interrogantes sin contestación quedan sueltos para que el lector forje el enigma con sus paradojas y misterios. Este marco poético dibuja diversos ámbitos claroscuros que siguen estimulando la tentativa de revelar, de abrir, de desnudarse. Pero esto no implica un cúmulo de abstracciones o ensimismamientos, pues su indagación monológica procede de la experiencia personal y va hacia lo colectivo.
Si nos vamos a lo cívico, nos podemos encontrar con un ejercicio sistemático de crítica hacia la tragicomedia de la cultura, con una querencia por los caminos dobles, las criaturas enmascaradas, la distancia de la lejanía o los hijos del temblor. Testimonios que dan fe del instante, que se alejan para acercarse y que llegan a través de esos símbolos y mitos tan constantes en la obra poética de Rafael Argullol: las enseñanzas que se recogen de las ilustraciones de la beldad, la presencia del héroe o la heroína como espacio para una épica propia, espiritual, elevada (algo que podemos observar en su último libro, El enigma de Lea. Cuento mítico para una ópera), sin olvidarnos de las aperturas hacia lo dionisiaco y las destrucciones fáusticas, las cuales van desde Disturbios del conocimiento hasta los Cantos del Naumon. Estas miradas recrean esa conversación que tenemos con aquello que nos rodea y mediante la cual damos paso a la otredad. Además, tenemos ese diálogo abierto con los clásicos o con autores contemporáneos que personifica una extensión viva de su escritura transversal; ahí están esas fusiones de lo poético, lo narrativo y lo ensayístico en Enciclopedia del crespúsculo o El cazador de instantes.
HACIA EL NÚCLEO
Desde los cincuenta y cinco poemas de Disturbios del conocimiento, su primera incursión en el mundo de la poesía, Rafael Argullol nos introduce en la conciliación de la verdad y la ilusión, en su consiguiente conocimiento y sus consiguientes desencantos. De ese cruce, emerge la necesidad de traspasar sus límites y sus tópicos (lo bueno y lo malo, el acierto y el error, lo claro y lo difuso…). Asimismo, hay un deseo de roturar nuestra condición de extraños en el mundo y de regreso al ámbito natural como estado mítico. A través de las cinco partes se replantea el quiebro de los grandes discursos utópicos, pero no desde su hundimiento total, sino que se constituye a partir de la asimilación de sus prejuicios, delirios y figuraciones, así como de sus grandezas y epifanías. Estas cinco secciones, «Disturbios del conocimiento», «Nostalgias del héroe», «Fragmentos del amor», «Nociones de ética» y «Mediterráneo destino», actúan como áreas temáticas, las cuales enclavan la muerte de las ideas y el exceso de sabiduría; el juego del arte con sus escepticismos y sus celebraciones; el manto antiguo de la antigua belleza; o la escena en que actuamos y nos miramos. Todos estos poemas de Disturbios del conocimiento están delimitados por una cronología que va del año 1966 hasta 1980 y cuya radiografía del pensamiento poético se perfila inicialmente en el poema-pórtico de José María Valverde, nos quedamos con estos signos a modo de resumen: «[…] y gustas el licor de la palabra / como desde muy lejos, con distante / ironía, con voz de quien no olvida / que hablar es un papel en una escena / que no hemos inventado, y donde, extraños, / nos miramos actuar, sin aplaudirnos…».
Estas cuestiones, esa degustación por el mensaje certero, esa fina ironía, ese marco de la teatralidad persistirán, se dilatarán y se retomarán desde el inicio por medio de diversas percepciones, impresiones y pensamientos, como ocurre con este primer libro de poemas. Sin embargo, no se trata de una insistencia que acabe en rutina o automatismo, sino que con el transcurso del camino toman una luz diferente en cada momento poético. Estas esferas de estilo agrandan sus perfiles y marcan las directrices principales de cada poemario, en este caso, nos referimos a la necesidad del mito y de belleza y a los patrimonios románticos, que pueden concretarse en el espíritu trágico y en los ensueños de personajes díscolos, independientes y subversivos. Desde estos puntos cardinales nos encontramos con el retorno (en ascenso) hacia la médula de los dioses antiguos (en su plano desesperanzado y heroico), aspectos que observamos en textos como «Poema del augurio»: «Arroja, dios de la tentación, / arroja tus torbellinos sobre mis años». Esas realidades antiguas establecen diversas dualidades que se encuadran en la realidad y el deseo, entre los sueños y la verdad; a las cuales hay que sumar el conflicto y la asimilación de la banalidad de la rebelión, pero con diversos matices. De aquí surge otro estrato poético: el hallazgo de otra existencia más alta, esa que se funda en la contemplación y el descubrimiento de los bienes del arte. Durante esta formación se producirá inevitablemente el encuentro con los estorbos de la mediocridad, de lo mezquino, de la medianía, obstáculos que se resuelven en numerosas ocasiones a través la barbarie y la burla. Algunos ejemplos los podemos encontrar en los poemas «Estrategias de la voluntad» o «Sueños de mendigo».
Pero esto no quiere decir que estemos ante una poesía que se aleja de lo real, de lo cotidiano. La apariencia es ésa y esta impresión suele proceder del propio uso del lenguaje. Esta posible barrera se establecerá en el lector poco avezado, inclinado a la leedura más que a la lectura pausada y regresiva, esencial en la poesía, cuestión que desde hace años en gran parte se ha olvidado. En la creación poética de Rafael Argullol y desde este primer libro, el afuera y el adentro chocan, y de esta confrontación surge el engrandecimiento de la reflexión frente a las variadas negaciones cotidianas. Entonces, la palabra lírica se convierte en un arma contra los arietes del poder; en este punto comienza su concepción del héroe y la escritura (otra frontera más, otro confín cruzado). Estos protagonistas están situados, por una parte, en la dignidad de la creación y en su contrapunto: las menguas cotidianas (los héroes modernos son, por ejemplo, Dante, Goethe, Leopardi, Hölderlin, entre otros) y, por otro, en la voluntad heroica de sobreponerse a las distintas deficiencias humanas. En este poemario se refleja esa conversación con los otros, con los preceptos de sus diferentes caminos y fluye la conciliación de las contradicciones y el ajuste del yo con sus distintos perfiles. De esas tiranteces surge una sabiduría antigua mediante la cual se asimilan las derrotas del heroísmo y las derivas de la verdad con todas sus creencias.