En el mismo año que se edita Poema de la serpiente sale a la calle Cantos del Naumon, con el que guarda algunas conexiones. Se trata de un nuevo regreso a lo originario y, en concreto, a esas «marionetas cósmicas» con su proyección dramática, en este caso para la representación de La Fura dels Baus; aunque al igual que Poema de la serpiente también acoge una lectura a modo de texto independiente. Una de las cuestiones visibles de este poemario reside en su estructura, pues a través de ese juego de espejos duales de poemas y contrapoemas se arma la progresión discursiva. Mediante este dualismo se establece un alegato poético que hila su traje crítico. Para ejercitar estas armas, se utiliza un lenguaje en el que se concreta la máxima expresión en una forma escueta, cerrada, con potencialidad escénica.

Como explica Rafael Argullol en la nota preliminar este canto debe parte de su nombre al barco teatral con el cual la compañía catalana recorrió diferentes puertos como Génova, Alejandría o Hong Kong. Durante siete años, los Cantos del Naumon cruzan principalmente sus voces por medio de dos gigantes mitológicos: Tamor, cuya errancia continua le hace pasar por diferentes «edades, razas y sexos». En el trasfondo de este personaje está la visión de la vida y del libro como viaje, rasgo que hemos podido comprobar en otras obras suyas tan magníficas y poliédricas como Visión desde el fondo del mar (2010). El contrapoema, el contrapunto, lo tenemos en el otro gigante, Dai, quien con su invisibilidad forma parte de los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. Las características de ambos personajes se entrecruzan, al igual que ocurre en los poemas. En este caso, si el poema es una reconstrucción de la realidad, el contrapoema representa una forma de descomponerla para una asimilación más despejada y sugerente (y viceversa).

En este poemario, la conversación se convierte en imagen y la escritura parece decirnos: en todo vitalismo se encuentra un poso de escepticismo. A través de estos dos demiurgos se intenta aunar las distintas paradojas humanas y mundanas, y en esa ligazón surge lo dialéctico, ese ir y venir desde al «Grito» hasta «El caminante». Según la lingüista Deborah Tannen, en la conversación aparecen una serie de estrategias de complicidad: ritmo, repetición de fonemas o palabras y figuras de estilo, como la antítesis o la inderectividad, entre otras; elementos que, en gran medida, vertebran estos poemas y que nos descubren sus diferentes niveles de significación, desde la contundencia afirmativa hasta la expresión misteriosa, pasando por lo biográfico y lo anecdótico, ascendiendo por lo filosófico, lo puramente lingüístico y lo sociológico.

Este cuadro teatral de la cosmogonía posee un detalle llamativo, diferenciador de otros: la utilización de un lenguaje próximo a la publicidad. La convivencia de lo lírico y la mercadotecnia nos trasportan a diferentes gozos y sombras del espíritu y el cuerpo; a diversos paisajes de la pobreza, el sexo, la música o la riqueza. Todo en continua transformación, de ahí la incesante construcción y destrucción que alzan todos los poemas. Hasta 2010 y con Cantos del Naumon, Rafael Argullol ha perfilado una obra que brilla por sí misma, sin necesidad de generaciones o grupos; desde ese año han aparecido varios poemas entre los que destacamos «Alegato contra la codicia», otra inclinación más por la crítica social, política y cívica; una dura disección de la realidad que concentra toda la furia, el dolor y la irritación de lo anterior y de lo actual.

 

ÚLTIMA PARADA: TESTIMONIO HACIA ARRIBA

Con su obra poética, Poema, Rafael Argullol sella un periodo poético nuevo. En 2017, la editorial Acantilado publica este diario de mil ciento treinta y seis páginas. Durante tres años, el autor fija el viaje de clavar algún fragmento del día en la página; exactamente, desde 2012 hasta 2015 empieza a crecer un texto como registro del instante. Esta caza del momento en su vía de diario, bitácora o crónica ya se había dado con anterioridad en Duelo en el Valle de la Muerte o El afilador de cuchillos, entre otros libros. Si desbrozamos algo de la crítica que se ha hecho de este libro, escuchamos lo siguiente: «Argullol crea y recrea un mundo en el que triunfan la belleza, la sacralización de lo pagano y la religiosidad del agnóstico» (Masoliver Ródenas dixit); «La hazaña que Rafael Argullol realiza con su libro Poema tiene pocos parangones en cualquier literatura» (palabras de José Luis García Martín). Nos quedamos con estas dos observaciones, pues no podemos estar más de acuerdo con ellas. La primera establece de manera resumida los temas principales de este calendario de poemas. Las percepciones sobre la identidad con sus reminiscencias forjan la base meditativa de las sensaciones, del matiz de cada sentimiento. Eso sí, conservando el mensaje espiritual de los antiguos mitos, el uso de la alegoría como espacio expresivo habitual o el sesgo de crítica civil.

En este libro, la meditación sobre la identidad y el lenguaje se entrecruzan, del mismo modo que la realidad surge de un modo intenso por su asiduidad y estrecha conexión con lo anterior. A lo largo de Poema a uno le asalta la siguiente pregunta: ¿Escribir es la consecuencia de haber vivido? La sensación que se instaura tras la lectura es que hay, por parte del autor, una ausencia de uno mismo en sí mismo o dicho de otra manera: una querencia de silencio ya que la mudez es el habla.

Esta conciencia se diversifica en varios aspectos, uno de ellos reside en que el proceso de escritura construye un camino en donde se pierde el rostro y la propia existencia; otro se incardina en que nada ni nadie se constituye a través de una posición fija y unívoca, sino que en su marcha y en sus fluctuaciones se producen la transformación y el surgimiento de los contrarios, de aquello que somos precisamente desde lo complementario y desde su carencia.

Y en ese ejercicio de sencillez y de reconocimiento de sí mismo, se manifiesta el deseo de quedarse en la lectura como proceso de creación parejo a la escritura o superior, ya que a través de esa necesidad se va, una vez más, a los márgenes de lo escrito. Una de esas lindes es la tendencia, en ocasiones, hacia lo narrativo, por ejemplo, en uno de los primeros instantes cazados se nos cuenta lo siguiente: «El león esperaba pacientemente a los pies del anacoreta. Cuando, al fin, se producía la caricia apaciguaba toda su fiereza […]». Desde estas palabras nos vamos —en eterno retorno— hacia aquello que siempre le ha preocupado a Rafael Argullol en el ámbito poético: la necesidad del mito, entendido desde su origen: como diálogo y también como épica de las pequeñas cosas con esas vías posibles. Podríamos tomar unas palabras de Jimena Alba para este asunto: «Cada poeta lleva una mitología a cuestas y escribirla puede personificar esa vida no vivida. Imaginar significa crear posibilidades».

Habíamos aludido a una segunda crítica de José Luis García Martín que nos decía que este libro apenas tiene referentes en la poesía y es cierto. Si contemplamos el ámbito hispano, tan solo encontramos algunos referentes similares como Diario de un poeta recién casado de Juan Ramón Jiménez o Cancionero. Diario poético de Miguel de Unamuno; junto a Poema, tres testimonios que encuentran su sazón en el detalle cotidiano, en la cetrería de la belleza y en la colectividad íntima. Esta obra de Rafael Argullol simboliza la culminación de su trayectoria poética y, también, una de las obras capitales de este principio de siglo.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]