1.3. OTRAS GENERACIONES
Entre los narradores que consolidaron su obra en los años noventa hay que mencionar a Alonso Cueto (Lima, 1964), uno de los novelistas peruanos más prolíficos, aunque la calidad de sus libros sea muy irregular. Tuvo una acertada incursión en la novela policial, con El vuelo de la ceniza (1995), pero amplió significativamente su proyecto literario: además de ser un buen retratista de la sociedad limeña de clase media-alta, comenzó a escudriñar la vida política del país, con el procedimiento literario de reflexionar sobre lo general desde unas vidas particulares. Demonio del mediodía (1999) es su primera novela larga y también su primera incursión decidida en ese proyecto.
Carmen Ollé (Lima, 1947) se hizo conocida como poeta a inicios de los años ochenta, aunque en los noventa desarrolló una importante y original obra narrativa. Su novela Las dos caras del deseo (1994) «inicia una línea en la redefinición de la identidad, los géneros y los actos eróticos» (Jorge Catalá). En Pista falsa (1999), Ollé lleva sus afanes experimentales a otros ámbitos, incursionando en lo esperpéntico de ciertos ámbitos limeños.
Reconocido como crítico literario, Peter Elmore (Lima, 1960) incursionó en la narrativa con Enigma de los cuerpos (1995), mezcla de policial y novela negra. Posteriormente, continuaría desarrollando esa propuesta en Las pruebas del fuego (1999), pero llevándola al plano intelectual e histórico, a través de la búsqueda de una obra pictórica del siglo xvi. Ya en el siglo xxi, Elmore completaría su trilogía novelesca con El fondo de las aguas (2006).
También merecen mencionarse novelas como Ximena de dos caminos (1994), de Laura Riesco (La Oroya, 1940-2008); La quimera y el éxtasis (1996), de José Antonio Bravo (Lima, 1937); Yo me perdono (1998), de Fietta Jarque (Lima, 1956); El cazador ausente (1999), de Alfredo Pita (Celendín, 1948); Las mellizas de Huaguil (1999), de Zein Zorrilla (Huancavelica, 1951), y El tartamudo (2002), de Abelardo Sánchez León (Lima, 1947), entre muchas otras.
2. LA SEGUNDA JUVENTUD DEL GRUPO NARRACIÓN
El grupo Narración congregó, entre 1966 y 1976, a importantes escritores peruanos de varias generaciones: Oswaldo Reynoso, Antonio Gálvez Ronceros, Miguel Gutiérrez (líder e ideólogo del grupo), Gregorio Martínez, Roberto Reyes, entre otros. Era un grupo con una clara ideología marxista, con una sólida formación académica y que, además, tenía la vocación de hacer literatura realista y popular. La revista que publicaron, también llamada Narración, tuvo apenas tres números (1966, 1971 y 1974). Los integrantes del grupo continuaron desarrollando sus obras personales, aunque siempre marcadas por las propuestas del grupo. A partir de los años noventa, muchos de estos escritores entraron en una fase de madurez creativa (algunos regresaron al país después de pasar muchos años en el exilio) que llega hasta nuestros días en algunos casos. El conjunto de su producción es, sin lugar a dudas, el fenómeno literario más interesante de la narrativa peruana de los últimos veinticinco años, y por eso nos sirve aquí como transición entre los años noventa y el siglo xxi.
El primer autor que hay que considerar es Miguel Gutiérrez (Piura, 1940-Lima, 2016), ya mencionado por su monumental novela La violencia del tiempo. En el periodo que estamos estudiando, Gutiérrez publicó siete novelas, desde La destrucción del reino (1992) hasta Kymper (2014), todas ellas de muy buen nivel literario. Sin embargo, si hay que destacar algunos títulos, comenzaríamos con El mundo sin Xóchitl (2001), una nostálgica novela sobre el amor de una pareja de hermanos. Se trata de un relato dostoyevskiano, basado en la introspección y el mundo interior de los personajes: crímenes largamente planeados, el sentimiento de culpabilidad por vivir en pecado, los castigos terribles e ineludibles, etcétera. Pero a la vez es un amplio retrato de una sociedad provinciana de los años cincuenta, desde los estratos más altos hasta los más pobres. Y también una demostración de la gran capacidad de fabulación de Gutiérrez, pues todo personaje y objeto parecen tener una historia interesante que contar.
Otro hito importante en la novelística de Gutiérrez es Confesiones de Tamara Fiol (2009), que reconstruye la vida de una luchadora social limeña a partir de las conversaciones que ella sostiene con un periodista extranjero. Las historias que Tamara cuenta abarcan tanto su entorno político (marxistas de todos los matices) como el de las generaciones previas; comenzando por la de su abuelo, un anarquista amigo de Manuel González Prada. Así, el extenso relato se convierte en una reflexión sobre el activismo y la violencia política en el Perú del siglo xx, desde las luchas por los derechos laborales y los levantamientos apristas hasta la crueldad de las dirigentes senderistas. Gutiérrez combina en su relato los personajes reales (González Prada, Mariátegui, Manuel y Delfín Lévano, etcétera) con los ficticios y los sucesos históricos con las increíbles peripecias que inventa para los protagonistas.
Hay una tendencia en la novelística de Gutiérrez a radiografiar, encontrar las claves del «radicalismo político» de izquierda en Perú. En ese sentido, existe una continuidad y afinidad entre novelas como La violencia del tiempo, Confesiones de Tamara Fiol y Kymper (la última que publicó). En todas ellas se ve cómo Gutiérrez va experimentando con diferentes registros narrativos: la saga familiar, la novela autorreferencial y el relato policial.
Oswaldo Reynoso (Arequipa, 1931-Lima, 2016) fue el otro líder del grupo Narración. Su obra narrativa tiene dos etapas; la inicial, que abarca desde su emblemático libro Los inocentes (1961) hasta El escarabajo y el hombre (1970); y la de madurez, que corresponde exactamente a este periodo de segunda juventud del grupo Narración. Esta segunda etapa está compuesta por las novelas En busca de Aladino (1993), Los eunucos inmortales (1995) y El goce de la piel (2005), entre otras. Los eunucos inmortales es, sin lugar a dudas, su libro más ambicioso de este lapso de tiempo, y cuenta la experiencia personal de Reynoso en China, a donde viajó para trabajar de traductor en los años ochenta; es también un testimonio imparcial de algunos importantes sucesos políticos que entonces se vivieron en ese país.
El caso de Juan Morillo Ganoza (La Libertad, 1939) es similar. Publicó solamente un libro de cuentos en los años sesenta y, después de formar parte del grupo Narración, viajó a China, también a trabajar como traductor. Fue allí que comenzó a escribir su obra novelística, que publicó recién a su regreso al Perú. La primera de estas novelas es la extensa El río que te ha de llevar (2000), cuyas acciones transcurren en la sierra del departamento de La Libertad, a las orillas del río Marañón, entre finales del siglo xix y la mitad del xx, periodo que abarca sucesos importantes de nuestra historia, como la guerra con Chile (la invasión de los chilenos y los movimientos de resistencia) o la sublevación de Atusparia. Una relectura de medio siglo de la historia peruana, pero hecha desde la perspectiva de los pobladores de la Sierra y su cultura. Esta particular perspectiva se logra gracias al empleo de narradores-personajes que, a través de extensos y bien elaborados monólogos, son los encargados de contar los diversos episodios que componen el libro.
La saga continuaría con Fábula del animal que no tiene paradero (2003), otra novela amplia y ambiciosa que convirtió a Morillo en uno de los narradores más interesantes de inicios del siglo xxi. Este ciclo novelesco abarca otros tres títulos, entre los que cabe destacar Aroma de gloria (2005), la más autobiográfica de todas, pues cuenta la vida de un escritor y disciplinado militante revolucionario de los años sesenta, aunque también asiduo concurrente a los bares bohemios de Lima y Trujillo. Como en todas sus novelas, Morillo mantiene aquí la vocación de totalidad y va incorporando una extensa galería de personajes secundarios y una gran diversidad de ambientes (Costa, Sierra; ciudad, campo). El resultado es un amplio retrato de época, en el que no faltan los nombres ni los sucesos reales, especialmente los relacionados con los escritores que entonces se reunían en el bar Palermo.
Augusto Higa Oshiro (Lima, 1946) se dio a conocer a finales de los años setenta como autor de relatos urbanos que recogían toda la creatividad del habla de los jóvenes limeños de la época. Posteriormente, viajaría a Japón y, a su regreso, comenzó a publicar su obra de madurez con la novela Final del porvenir (1992), «recreación de uno de los ambientes más sórdidos, pero a la vez más vitales y sorprendentes de Lima» (Roberto Reyes Tarazona). Cada uno de los capítulos de la novela presenta a un personaje distinto, su contexto, sus ocupaciones diarias (muy diversas para cada uno de ellos) y, después, lo integra al flujo de acciones de la novela, que giran en torno al desalojo de los inquilinos de uno de los edificios de esta tugurizada zona limeña. Aunque el mayor reconocimiento lo alcanzó Higa con sus dos libros posteriores: La iluminación de Katzuo Nakamatsu (2008) y Gaijin (2014), dos novelas breves, intimistas e intensas, ambientadas en Lima y protagonizadas por hombres marginales y solitarios, descendientes de japoneses. Dos novelas que, además, resultan opuestas y complementarias al resto de la obra de Higa.
Por último, hay que mencionar a Roberto Reyes Tarazona (Lima, 1947), otro destacado integrante del grupo Narración (sociólogo y profesor universitario), aunque más dedicado a la crítica y al relato corto, que dio el salto a la novela con El vuelo de la harpía (1998). La historia nos remite a la mitad de los años ochenta, tanto a la ciudad capital como a la Selva, convertida entonces en una especie de «patio trasero» del país: el lugar en el que se concentraban, y en su mayor magnitud, todos nuestros problemas sociales. Reyes muestra la transición de una problemática social urbana (que recogieron en gran medida los narradores del cincuenta) hacia otra mucho más violenta y terrible, la del terrorismo y la violencia política.