En la última década, las relaciones entre la literatura y el arte han sido grandes y fructíferas. Hay un arte que se encuentra en los libros y que se lee. El arte, sobre todo el contemporáneo, aparece como una suerte de género de la literatura que tendría una o varias poéticas propias. El desarrollo de estos imaginarios del arte es consecuencia de la extrema iconicidad contemporánea y de los cambios de percepción, que han fomentado el deslizamiento comparatista entre disciplinas. Como recuerda Iván de la Nuez: «Estas narraciones nos sitúan frente a un arte surgido de las palabras cuando se daba por segura la victoria de las imágenes sobre éstas» (Nuez, 2017). A lo largo de este artículo, se estudiará desde diversos puntos de vista un corpus de alrededor de veinte libros en castellano publicados entre los años 2006 y 2017.
En primer lugar, los autores saben la diferencia que hay entre la literatura y el arte, y el texto y la imagen, y escriben sobre ella. Son conocedores de la situación extrema de ambos en la época de la imagen y se sitúan frente a la tensión que provoca. Verónica Gerber se define como «una artista visual que escribe». La protagonista de su novela, Conjunto vacío, YO (Y), es una «artista visual pero casi todo lo pensaba en palabras» (p. 33); sin embargo, «hay cosas que no se pueden contar con palabras» (p. 117), por ejemplo, los retratos de los personajes, de ahí que los dote de su equivalente en figuras geométricas y signos (en la tradición de Henri Michaux y la caligrafía japonesa). Conjunto vacío presenta la paridad y equivalencia más grande entre imagen y texto de los libros de este estudio, pues todo es necesario para dar lenguaje y sentido (sombra) a lo que no existe: la desaparición de la madre y la soledad de la protagonista. La artista Alicia Kopf culmina en Hermano de hielo el ciclo creativo multidisciplinar de Àrticantàrtic. «No soy escritora» (p. 177), asegura, aunque «Lo único que me devuelve la fuerza es escribir: construir sentido. ¿Me he creído una relación increíble para ver adónde me llevaba narrativamente?» (p. 189), y: «Es determinante la influencia del factor escala en las obras de arte […]; un signo, en cambio, no pierde nunca su poder, por pequeño que sea. Por eso me interesan más las palabras que las esculturas» (p. 231). Las relaciones entre la palabra e imagen son muy estrechas. Lo visual la arrastra hacia otros sentidos y se manifiesta a lo largo de un continuo de metáforas e imágenes que intentan reproducir las sensaciones y emociones de las imágenes originarias del proyecto (quizás la de la desolación del mapa de Islandia de Roni Horn que ella misma cita), con objeto de dar sentido a las exploraciones polares y a su propia vida. Y, así, surge el gran encuentro del libro: la atmósfera de frío, blanco y cristal. El arte también parece contener claves para la existencia en los cuentos entrelazados de Ut pictura poesis y otros tres relatos (2018), de Mario Martín Gijón, un original proyecto narrativo que nos devuelve un reflejo turbio de la actualidad de Europa. Además de contener ilustraciones de gran importancia para descifrar el relato, las tres partes de Ut pictura poesis comienzan con la écfrasis de un cuadro imaginario, que cada uno de los personajes asume como una especie de símbolo de lo que les ocurre, determinando parcialmente su destino.
La literatura ve el arte y reflexiona sobre la mirada y la imagen. Los escritores ya no se fijan sólo en la descripción de las formas y los comportamientos artísticos, sino que los construyen, en una suerte de écfrasis de la experiencia del arte. Martín, el protagonista de El instante de peligro, de Miguel Ángel Hernández Navarro, dedica las primeras semanas en el Clark Art Institute a ver sin descanso las películas del proyecto de la artista Anna Morelli: «Era cuestión de tiempo y mirada» (2015, p. 150), «Nunca había empleado tanto tiempo en la observación de una imagen, ni tampoco en una descripción» (p. 49), pues quería tener «una experiencia. No una imagen» (p. 113). Para Marcos, el protagonista de su novela anterior, Intento de escapada, «El arte […] es una forma de saber mirar […], lo importante es lo que hemos visto, no lo que vayamos a decir. El arte es una manera de decir. Pero sobre todo es una manera de mirar» (2013, p. 69). La descripción de la experiencia artística crea la acción y el tiempo real. El arte, como afirma César Aira en Sobre el arte contemporáneo, tiene una presencia tan acentuada que crea su presente. La literatura lo dota de un aura mayor y le añade el espacio del impulso novelesco, conformando «“una reproducción ampliada”, en todas las direcciones de un continuo multidimensional» (2015, p. 24).
Abrir el proceso de creación y work in progress de una pieza es una característica del arte contemporáneo. La literatura lo traslada y lo convierte en un recurso narrativo, por ejemplo, para crear conflicto y suspense, cómo y de qué manera se resolverá y expondrá finalmente la obra. «Lo importante es la experiencia. El proceso, pensar, hacer, sentir, ver…, todo eso es la obra» (Hernández Navarro, 2013, p. 69). Del mismo modo ocurre con el collage, procedimiento narrativo de Un andar solitario entre la gente (2018), de Antonio Muñoz Molina, o de Fred Cabeza de Vaca (2017), de Vicente Luis Mora.
El arte se convierte en vida. Enrique Vila-Matas lo aleja de los museos y lo introduce en su día a día. En Kassel no invita a la lógica, las descripciones del arte contemporáneo de la Documenta del 2012 le ayudan a explicar la vida y a modificar su forma de ser. Lo que consigue con la escritura, que avanza gracias a la sorpresa que le producen las piezas artísticas y a la posibilidad de crear una pieza de su vida, o, mejor, ser un performer de su invitación a la Documenta: «La escritura…, el dilatado relato de cómo poner por escrito lo que en su momento deberíamos haber puesto en la vida» (2014, p. 155).
El arte es para los escritores conocimiento, laboratorio, novedad e inspiración. Una apertura hacia otras artes, conceptos nuevos (Vila-Matas, p. 168), creatividad, entusiasmo, fascinación (p. 258) «renovación y […] optimismo» (p. 281). «Una fuente inagotable de fantaseos productivos» (Aira, 2015, p. 14) que pone «en circulación valores nuevos» (p. 30). Y, para los historiadores y teóricos del arte, «una manera de sacar las cosas de contexto […], de trastornar y traquetear al espectador» (Hernández Navarro, 2013, p. 41). Sin embargo, el arte también es enigma, secreto y misterio, es decir, una posibilidad de avanzar en negativo hacia el conocimiento. Kassel significa «una invitación a la ilógica que abre el camino a la lógica no conocida» (Vila-Matas, 2014, p. 250) y una posibilidad de desvelar el secreto del arte contemporáneo a un escritor. Para Marcos, el protagonista de Intento de escapada, el trabajo del artista que tanto admira le parece un enigma (Hernández Navarro, 2013, p. 181) y por eso le interesa. Para la protagonista de Conjunto vacío, los dibujos, palabras, silencios y espacios en blanco son recursos para dar forma a la madre desaparecida, ya que «Todos estamos esperando que por fin aparezca eso que no podemos ver» (Gerber, p. 52).
Es en el imaginario y a través de las imágenes (cargadas de sentido en esta época de visualidad extrema) donde se funden la literatura y el arte, surge el enigma que hace ver y permite construir con palabras y dibujos: «Y ahí subyace la fascinación que siento por esa imagen [de Roni Horn] […]. Las imágenes se adelantan siempre al pensamiento y contienen a menudo la respuesta a muchos enigmas» (Kopf, p. 133). Para Aira, «La imagen […] debe surgir como enigma» (2015, p. 64) y, en la mediación de las imágenes, surge un espacio «en el que las palabras pueden resonar y multiplicar su expresión» (p. 13). Una resonancia y reverberación que la literatura, como ninguna otra disciplina, puede dar forma y que Marcos (Intento de escapada) recoge en una novela que le permite clausurar finalmente su experiencia con el artista conceptual Jacobo Montes: «Ahora también sé que las imágenes continúan reverberando, como un eco, siempre, incluso cuando ya no quede nadie para recordarlas» (Hernández Navarro, 2015, p. 223). El Prohaska de Ricardo Menéndez Salmón hace de la mirada fotográfica obsesiva un arte en Medusa (2012), continuando el sendero de expresión literaria a través del arte, que ya había comenzado el mismo autor en su novela La luz es más antigua que el amor (2010).
El arte es para la literatura un mundo de especulación y dinero. Mientras el arte mueve dinero, los libros apenas generan ingresos. Ambos comparten entre sí un «clima de trabajo festivo» (Aira, 2015, p. 49) de residencias, talleres, ferias, turismo y experiencias de promoción de la creatividad. Una de esas residencias en el extranjero es determinante para Pedro, el pintor que protagoniza la novela Silencio tras el telón del sueño (2017), de Mariano Antolín Rato. Jacobo Montes, el personaje de Hernández Navarro, termina descubriéndose como un oportunista e interesado: «Las cosas se hacen por dinero. El arte es lo más importante. Pero el arte es dinero» (2013, p. 152). Fred Cabeza de Vaca escribe críticas y crea piezas en función de los intereses del mercado y de cierta mezquindad, pues, por ejemplo, vende en eBay las obras que le regalan los artistas a cambio de críticas positivas. El mundo del arte es una especulación y genera beneficios, aunque sólo para unos pocos, como recuerda Kopf: el artista es hoy en día su propio mecenas y debe trabajar para subsistir (2016, p. 167).
El humor y la ironía son otros de los recursos narrativos del arte en la literatura. Vila-Matas proyecta su acostumbrado sentido del humor en las descripciones del arte contemporáneo de Kassel. Mitad cínico, mitad irónico, Fred Cabeza de Vaca habla del arte y la situación política en España con humor corrosivo.