Después de los varios títulos de sus borradores –Primeros memoriales y Códice Matritense–, su ingente obra, ordenada en doce libros y estos, a su vez, en capítulos y párrafos, la conocemos hoy como Historia general de las cosas de Nueva España, y se terminó hacia 1577. Está distribuida en dos columnas, una en náhuatl y otra en español, acompañadas con ricas ilustraciones, pues su investigación, además de las respuestas de los ancianos, partía de los códices pictográficos. Más tarde, en 1580, fue llevada a España y el rey Felipe II se la obsequió a Francisco I de Medici, así fue a parar a Florencia y es por eso que hoy se la conoce como Códice florentino. Sahagún es además autor del Calendario mexicano, latino y castellano y del Arte adivinatoria. Hizo sermonarios en lengua náhuatl sobre los principios más importantes de la fe cristiana, pero también recogió pequeñas piezas retóricas de los antiguos mexicanos –como oraciones a Tezcatlipoca y a Tláloc, exhortaciones, adivinanzas, adagios y metáforas– que están incluidas en el libro sexto.
Aunque concebido y supervisado por el fraile leonés, el Códice florentino es de tradición indígena y conforma una fuente invaluable de conocimiento de todo lo concerniente al mundo prehispánico. Su obra engloba las más diversas disciplinas, desde la flora y la fauna, las plantas y piedras medicinales, las costumbres y oficios, los presagios y augurios hasta los capítulos dedicados a la conquista y al léxico de todo lo que describe y explica; es decir, es antropólogo, zoólogo, botánico, médico, historiador y lingüista. Sahagún es una suerte de Plinio y de Dioscórides de la Nueva España, pero también de san Isidoro por las etimologías nahuas que incluye y explica.
En las páginas que siguen veremos lo maravilloso de la conquista que se aborda en los libros VIII y XII y diversas manifestaciones de lo maravilloso en otros libros.
El primero que le dio importancia al hecho de la conquista desde la perspectiva de los vencidos, los mexicas, fue Miguel León Portilla con su libro Visión de los vencidos, que recopila las relaciones indígenas de la conquista, compuestas y redactadas en los años inmediatos a la misma, pero que se dieron a conocer ya tarde, en el siglo XX, pues sufrieron la confiscación, mutilación y destrucción por las Cédulas Reales de 1577, que prohibieron la literatura que se refería a América. Tales relaciones se inscriben en los modelos prehispánicos, en náhuatl, con algunas palabras en español para designar elementos que no pueden describirse por analogía o para los que no tienen palabras. Los textos son contiguos a la conquista, es posible que se formaran inmediatamente en la tradición oral. No hay un modelo hispánico para este texto del libro XII, sino que corresponde al modelo prehispánico del melahuacuicatl, o sea, la mitología en la que se funda la explicación náhuatl del mundo. Su público es el amerindio que sabe náhuatl, pero, como está en alfabeto latino, se implica que se trata de una élite y nobleza amerindia, cuyos hijos estudian en el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco y que se aferra a sus tradiciones. Es un público más reducido que el que va a leer las Cartas de relación de Cortés y, por esta razón, los códices van a ir perdiendo terreno hasta que en el siglo XVIII las medidas de la Ilustración para erradicarlos, más severas, casi los llevan a la desaparición.
El primero en observar que los indios recogían sus propias versiones de la conquista fue fray Toribio de Benavente «Motolinía» (2014, p. 153), quien transmite la admiratio de los ojos indígenas:
Mucho notaron estos naturales indios entre las cuentas de sus años el año que vinieron y entraron en esta tierra los españoles, como cosa muy notable y que al principio les puso muy grande espanto y admiración ver una gente venida por el agua –lo que ellos nunca habían visto ni oído que se pudiese hacer–, de traje tan extraño del suyo, tan denodados y animosos, tan pocos entrar por todas las provincias de esta tierra con tanta autoridad y osadía, como si todos los naturales fueran sus vasallos. Asimesmo se admiraban y espantaban de ver los caballos y lo que hacían los españoles encima de ellos, y algunos pensaron que el hombre y el caballo fuese todo una persona.[1]
Las palabras «espanto» y «admiración», que caracterizan a los receptores indios, constituyen la propia etimología de maravillarse, proveniente del verbo latino mirari, que significa admiración y sorpresa (Kappler, 2004, pp. 55-56). Estos receptores mexicas serán el objetivo principal de nuestro trabajo, ya que las maravillas que se les presentan con la llegada de los españoles son consideradas como algo inusual, extraño e insólito; y el receptor principal es Moctezuma, a quien le llegan directamente los presagios, portentos y señales que, según ellos, anunciaban la venida de estos seres extraños.
De las narraciones de los vencidos, el texto más importante, mejor construido y más largo es el de los informantes indígenas que fray Bernardino de Sahagún incluyó en su libro XII. En este libro no han mediado la interpretación ni la interpolación de cuestionarios previos, ni intereses, ni ideologías. Es un relato espontáneo de varios autores o voces que informan a Sahagún y que son testigos o antiguos combatientes tlatelolcas, cuyo punto de vista es abiertamente hostil y encarnizado contra los tenochcas. Es un relato de testimonios directos de informantes que pudieron ser testigos oculares o activos y que dictaron a los amanuenses, los alumnos de Sahagún, su propia visión de la conquista, como él mismo afirma en la advertencia al lector. Sahagún (2002, XII, p. 1157)[2] se limitó a recoger el testimonio de «los que se hallaron en la misma conquista, y ellos dieron esta relación, personas principales y de buen juicio, y que se tiene por cierto que dixeron toda verdad». Es un relato crudo que transmite la emoción ante una matanza despiadada, sangrienta y de una gran hostilidad contra los tenochcas.
PRODIGIOS O PRESAGIOS DE LA CONQUISTA
Los estudiantes del Colegio de Santa Cruz recogieron ya desde el primer capítulo del libro VIII, al hablar de los gobernantes de México, algunas hambrunas y emigración de pueblos para buscar el sustento, pero también hechos maravillosos en tiempos del octavo rey, Ahuizotl, y del noveno, Moctezuma, que se consideran pronósticos de la llegada de los españoles. En el capítulo seis del libro VIII, aparecen ya los ocho presagios, señales o pronósticos, que se enumeran como agüeros y que casi se repiten literalmente en el primer capítulo del libro XII, excepto ciertos matices en el octavo pronóstico. En el libro VIII se dice que aparecen «hombres con dos cabezas» (Sahagún, 2002, p. 735) y en el XII, «monstruos en cuerpos monstruosos» (Sahagún, 2002, p. 1162); en ambos casos se trata de lo que Daniel Poirion (1982, p. 29) llama «humanidad monstruosa». En el VIII se habla de milagros y espantos y en el XII, de espantos y señales de algún gran mal. Para su explicación recurren a la magia: los sabios, magos y adivinos son los encargados de interpretar los prodigios que se han presentado y así poder descubrir el porvenir, ya sea favorable o funesto.
En los presagios de la conquista, hay un repertorio exhaustivo de mirabilia, una serie de fenómenos maravillosos de una naturaleza prodigiosa que se transforma ante los ojos de los hombres y que anuncia algo inexplicable a lo que debe darse una coherencia racional. Daniel Poirion (1982, p. 30) los califica como «maravillas de la naturaleza» por cuanto son manifestaciones de la potencia de los elementos naturales, que en la Edad Media eran considerados como maravillosos: las tormentas, las aguas que devoran, las tempestades, los terremotos y los volcanes, que se creían los «pozos o espirales del infierno» (Kappler, 2004, p. 196). Así nos describe fray Toribio de Benavente (1903, p. 222) un volcán de Nicaragua:
El fuego de aquel vulcan que decimos de Nicaragua, sin echarle materia ni saber dónde se puede cebar cosa tan brava, que parece que si le echasen un buey y una gruesa viga en un momento lo consumiría, por lo que algunos han querido decir que sea aquella boca del infierno y fuego sobrenatural e infernal, e lugar a do los condenados por manos de los demonios sean lanzados.