POR SOCORRO VENEGAS
Elena Garro (19116-1998), escitora mexicana autora de obras como Recuerdos del porvenir Fuente: wikicommons

En 2019 la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) creó la colección de novela y memoria Vindictas para ofrecer a lectoras y lectores de nuestro tiempo un panorama más amplio de la literatura latinoamericana con un programa editorial compuesto por escritoras del siglo XX que, sometidas bajo criterios machistas, fueron marginalizadas. Bajo el mismo nombre de la colección, el catálogo editorial universitario sumó nuevas series de poesía y ensayo, y se han generado diversos proyectos de visibilización de creadoras de todas las disciplinas artísticas con la convicción de que un mundo donde se dignifique y reconozca a las creadoras nos reconoce y dignifica a todas y todos.

No importa cuántas veces me hagan esta pregunta, sigue siendo importante: ¿por qué es necesario un proyecto como Vindictas? ¿Un lector contemporáneo necesita conocer a las escritoras hispanoamericanas del pasado? ¿Por qué, si ya tenemos a Elena Garro, a María Luisa Bombal, a Clarice Lispector, a Gabriela Mistral, a Carmen Laforet entre otras? Nombres todos ellos con los cuales se ha ido ampliando el canon de la literatura del siglo XX en nuestro idioma. Hay varios porqués. Faltan otras autoras cuya mirada poderosa y voz vigente nos llaman desde aquel no lugar, desde la periferia, desde los márgenes donde muchas mujeres creadoras han tenido que habitar, en un mundo en el que se consideró durante mucho tiempo que la literatura no era territorio para las mujeres, aunque se tolerara que incursionaran en la poesía o en la escritura para niños. Esa idea machista, que quisiéramos que fuera una anomalía del pasado, no es un asunto superado. Todavía no.

Sin ellas, lo he constatado poco a poco descubriéndolas, mi biografía lectora es inconsistente y de alguna manera una parte de mi educación sentimental: cuánto bien me hubiera hecho leer, y solo es un caso más, La ruta de su evasión, novela de la costarricence Yolanda Oreamuno. Hoy, que se hurga en el núcleo familiar como en un polvorín de violencias en varios libros, leemos que esta era la exploración hace un siglo de una escritora que iba a contracorriente, una exploración de la que no se hablaba ni se escribía. En el prólogo de esta novela, la joven escritora ecuatoriana Natalia García Freire dice de ella: «Yolanda Oreamuno lejos de ser una escritora contagiosa, es inimitable, es maestra. Una madre literaria». Añade:

«Yolanda Oreamuno sabía que su escritura rompería el canon establecido en su país, la escritura vernácula costumbrista que se escribía, para llegar más allá, una forma de escritura en la que estaría sola, pero a la que llegó de las manos de Proust, o de Faulkner. No le importaba hablar de sus influencias, porque estas la habrían de llevar más allá de la palabra a una forma de escritura, muy suya, íntima, femenina y universal.

Qué importaba si en Costa Rica había dejado un mito. Ella al escribir era una mujer, una escritora capaz de acceder a los mitos, a ese tiempo fuera del tiempo, donde se llega a otro entendimiento de las emociones, sentimientos, de la propia condición humana (…)

Alberto Cañas habla de que La ruta de su evasión tuvo una suerte de reputación clandestina: “No ha habido libro costarricense del que se haya susurrado más, ni que se haya leído menos”».

La idea de recuperar para lectoras y lectores a estas autoras vino acompañada de otra necesidad: que se abriera una conversación intergeneracional, entre las autoras del siglo pasado y las de las generaciones más recientes del XXI. Ver qué tenían que decir escritoras como Brenda Navarro, Jazmina Barrera, Aroa Moreno Durán, Francesca Dennstedt, Ave Barrera, Gabriela Damián, entre otras, acerca de las obras de esas escritoras a las que muchas veces leen por primera vez o han estudiado con la sensación de dedicarse a autoras de culto. Esta mirada desde el presente ha logrado tender puentes por los que nuevos lectores llegarán a obras de creadoras que fueron escasamente leídas en un ámbito en el que la literatura ha sido territorio masculino. Aniela Rodríguez, por ejemplo, cuenta que fue durante la maestría en Letras cuando descubrió a María Elvira Bermúdez, pionera de la novela policiaca en México y creadora de la primera personaja detective en la narrativa latinoamericana. Ese encuentro literario le reveló a Aniela que sus modelos literarios eran hombres y que, a partir de entonces, como dijo en una entrevista, quería «sacar[s]e de la cabeza que el género está dominado por el patriarcado y por los hombres» y a «darle la vuelta a las fórmulas que conocía del detectivesco».

Las han leído a pesar de -y sobre todo por- lo que de ellas se dice: así lo cuenta en su prólogo a La única, novela de Lupe Marín, la poeta y ensayista Ana Clara Muro, que se asombró con las opiniones del reconocido poeta mexicano José Juan Tabalada («repugnante e indiscreta», «un chiquihuite de ropa sucia») y receló de esos adjetivos y prefirió confiar en su propia lectura. Porque también de eso se trata, de abrirse paso entre los prejuicios, de ir más allá de la información que se ha privilegiado al hablar de ellas. En el caso de Guadalupe Marín no se mencionaba la existencia del libro, sino que fue pareja de dos artistas, ambos famosos y alabadísimos: el poeta Jorge Cuesta y el muralista Diego Rivera. De la magnífica cuentista colombiana Marvel Moreno se destacaba que había sido reina de belleza. De Asunción Izquierdo Albiñana hubo más notas periodísticas morbosas sobre su asesinato, que sobre la singularidad de sus historias. De la escritora María Luisa Elío nunca falta quien tenga presente que es una de las dos personas a las que García Márquez dedica Cien años de soledad. No vayamos tan lejos: recuerden la faja que apareció hace siete años en la edición de Drácena de la obra de Elena Garro: «Mujer de Octavio Paz, amante de Bioy Casares, inspiradora de García Márquez y admirada por Borges»: ni rastro de la escritora y del valor de su obra. A eso nos referimos cuando hablamos de invisibilización.

Faltan otras autoras cuya mirada poderosa y voz vigente nos llaman desde aquel no lugar, desde la periferia, desde los márgenes donde muchas mujeres creadoras han tenido que habitar, en un mundo en el que se consideró durante mucho tiempo que la literatura no era territorio para las mujeres, aunque se tolerara que incursionaran en la poesía o en la escritura para niños

Otra razón para invitar al diálogo a las jóvenes escritoras ha sido saber por ellas qué nos perdemos si no leemos a nuestras antecesoras, qué valores estéticos encuentran, cuáles son las búsquedas, qué significaban esas escrituras entonces y ahora. Conocer, valorar, comprender y difundir un linaje escritural. Compartir sus reflexiones desde una posición de cierta horizontalidad, y no desde el estrado, con sus contemporáneos. Dado su perfil universitario, Vindictas apuesta por alcanzar a esos lectores que están ahora mismo en las aulas. Que comience allí a implantarse el germen de la curiosidad por leer escritoras de todos los tiempos, que se trascienda el canon perpetuado en planes de estudio que escasamente proponen la lectura de autoras. Cada título de Vindictas, sea de la colección novela y memoria o de las series de poesía y ensayo, presenta a una dupla de autoras en una conversación a la que nos gustaría sumar a tantas y tantos lectores como sea posible.

Son las prologuistas de Vindictas quienes argumentan la calidad de la colección: no las publicamos porque son mujeres, sino porque podemos leerlas, valorarlas y encontrar lo que las hace únicas y necesarias en el texto mayor de la literatura latinoamericana. Entrar en la belleza de su lenguaje, en los universos que construyeron, en los umbrales que cincelaron muchas veces adelantándose a los tiempos dolorosamente precarios en que existieron.

A finales de 2019, el mismo año en que se lanzaron los primeros cinco títulos de Vindictas Novela y Memoria, Jorge Volpi, coordinador de Difusión Cultural en la UNAM por aquel entonces, le propuso a Juan Casamayor, de la editorial Páginas de Espuma, coeditar una antología de cuentistas que se inscribiera en la perspectiva de Vindictas.

En 2020, año de la peste, comencé a trabajar con Juan en sesiones trasatlánticas de Zoom, buscando a las cuentistas secretas de nuestra lengua. Realizamos la investigación, selección y edición de cuentos que publicamos en Vindictas. Cuentistas latinoamericanas, donde incluimos a veinte narradoras, una por cada país de la geografía del español. Desconocíamos a la mayoría. Recibimos mucha ayuda convocando a escritoras, académicas, investigadoras para que nos recomendaran autoras que a su parecer debíamos leer para este proyecto. Me conmovía que Juan, que conoce a profundidad la cuentística latinoamericana y ha caminado y cavado en estos territorios, terminara diciendo con cierto estupor: «Ni siquiera puede decirse que sean autoras olvidadas. No se creó el recuerdo. Publicaron libros que no fueron leídos». Vivimos otros momentos que eran de rabia: las antologías más «completas» del cuento hispanoamericano del siglo XX apenas incluyen autoras.

Vindictas, colección coordinada por la UNAM y Páginas de Espuma para rescatar voces de mujeres.

En general la obra de las autoras de Vindictas no forma parte de la bibliografía recomendada en la academia. No es extraño que la escritora ecuatoriana María Fernanda Ampuero haya resumido así nuestro proyecto editorial: «escritoras exhumando escritoras». Reeditarlas ha implicado buscarlas en sitios donde se ha normalizado que aparezcan como una curiosidad: en librerías de viejo, en bibliotecas muy especializadas donde los ejemplares son únicos y rara vez han sido solicitados en préstamo, en los libreros personales de generosas y generosos lectores que extraen los títulos como un tesoro para compartirlos y verlos de nuevo en circulación. Reeditarlas también es la lucha por rastrear quiénes son los herederos de los derechos de autor. No recuerdo a alguna que haya hecho un testamento y, por ello, cabe preguntarse por el motivo: ¿para proteger una obra que no consideraban tal y que reiteradamente fue desdeñada?

Hay otras preguntas que me rondan: ¿qué tendría que transformarse para que los espacios sean equitativos, y ellas sean leídas sin prejuicios? ¿Qué hacer para que en el próximo siglo no sea necesaria otra reivindicación de autoras? Para que hoy la mayor presencia de escritoras no sea considerada una anomalía transitoria inventada por el mercado, un nuevo boom, como si no hubieran existido antes mujeres que escribían y merecían la visibilidad que hoy sus herederas están conquistando.

En la serie Vindictas Poetas Latinoamericanas hemos publicado la obra de la guatemalteca Alaíde Foppa, y en la nota introductoria la joven poeta Elisa Díaz Castelo dice:

«A lo largo de los cuatro años durante los cuales cursé la carrera en Letras Inglesas y leí cientos de páginas de poesía, revisamos en clase a sólo dos poetas mujeres y a ninguna de ellas a profundidad: Emily Dickinson y Christina Rossetti. Me formé en un mundo académico en el que las mujeres todavía estaban del todo marginadas y creo que es nuestra responsabilidad construir un canon alterno que nos dé soporte e historia y que siente los cimientos de lo que las mujeres poetas escribimos ahora y de lo que futuras generaciones de mujeres escribirán. Es momento de reconocer la herencia invisibilizada de aquellas mujeres que escribieron a contrapelo, oponiéndose a un sistema literario y social que las desfavorecía, de apoyarse en su valentía y arrojo y de leerlas de nuevo para que sean, como deseó Alaíde Foppa, “una voz clara/ -no pesado silencio-/ alguna vez escuchada”».

Y que sea así en adelante para todas.