Llama la atención, digo, porque, cuando se habla de imperialismo, sin ningún tipo de pudor ni de respeto por la cronología y la demografía, se mide con el mismo baremo a países como Portugal, España, Holanda, Inglaterra y Francia, sin tener en cuenta que las diferencias son enormes. Por supuesto, ni hablemos de citar a los Imperios inca o mexica, no sería políticamente correcto. Pero no debemos olvidar que Portugal conquistó medio mundo con menos de medio millón de personas, menos de la mitad de la población de algunos barrios de Nueva York hoy, mientras que Inglaterra ya tenía más de cinco millones cuando empezó su expansión en el siglo xvii. Aunque suene a viejo recordar que el sincretismo o mestizaje racial que hubo entre los pueblos ibéricos y los amerindios, africanos o asiáticos fue, es y será una realidad palpable de su proceso colonizador, no se puede decir lo mismo de las colonizaciones inglesa u holandesa. La explotación comercial de los recursos humanos y bienes económicos de las tierras dominadas por Inglaterra fue tan brutal como lo es el porcentaje de población indígena hoy en los Estados Unidos: inferior al uno por ciento. Destaca, además, que la mayor parte de ese uno por ciento se encuentra en los estados que fueron durante muchos años tierras españolas y luego mexicanas, donde se respetó, aceptó e integró mucho más al indígena. Mi intención no es hacer una lista de los horrores que cometieron los ingleses en sus colonias de la India, Australia, África o América, o incluso en Irlanda, sino poner de manifiesto la tergiversación historiográfica que aún hoy se sigue haciendo. Los que acusan a Thomas de hablar bien de España deben recordar que las primeras universidades de las Américas (de mediados del siglo xvi), los primeros colegios mixtos y los primeros tratados científicos sobre flora, fauna, etnología y antropología, así como el origen del derecho internacional y las primeras leyes en defensa de los derechos de los indígenas, fueron iniciados por los españoles ya desde 1511. Otros historiadores ingleses como Henry Kamen, o franceses como Joseph Pérez, entre otros, han desmontado el bulo de las innumerables muertes provocadas por la Inquisición española, y digo española para que no se olvide que la Inquisición no fue un invento español.

Pese a ser un hombre muy leído, o «cultivado», como diría el propio Thomas, sí se le podría criticar, en mi opinión, la omisión del papel del elemento femenino en la expansión territorial española. Aunque esta crítica no sólo debe ir dirigida a este gran hispanista inglés, sino a la inmensa mayoría de historiadores de este periodo, incluyendo, por supuesto, a los españoles. En El Imperio español. De Colón a Magallanes, refiriéndose a la ausencia de mujeres, incluso de prostitutas, Thomas escribe que los colonos eran en su mayoría trabajadores, pagados por la Corona y supervisados por Colón. Afirma igualmente que había algunos funcionarios, pero no así mujeres, porque la reina Isabel temía que cualquiera de ellas pudiera convertirse en prostituta. La consecuencia no planificada sería —sugiere Thomas—, por supuesto, provocar que los españoles buscaran mujeres indias, que dio origen a una población mestiza en todo el Nuevo Mundo.[xix] Esta afirmación de Thomas es incorrecta, dado que desde el segundo viaje de Colón ya nos encontramos con los nombres de tres mujeres (Catalina Rodríguez, Catalina Vázquez y María de Granada), mientras que en el tercer viaje ya son treinta las mujeres que se embarcan. Más que las dieciocho mujeres del viaje del Mayflower de los peregrinos ingleses de 1620, de las que, además, sólo sobrevivieron cinco. Tampoco es cierto que no se quisiese llevar prostitutas; al contrario, se llevaron porque eran consideradas un mal menor, tal como se muestra en la siguiente real cédula (fechada en Granada en agosto de 1526), por la que se autoriza que «habiendo necesidad se puedan establecer casas de mujeres públicas en la ciudad de Santo Domingo»:

Regidores de la ciudad de Santo Domingo dela ysla española jhoan Sanchez Sarmiento me hizo relacion porque por la onestidad de la ciudad e mugeres casadas della e por escusar otros dapnos e ynconvenientes ay necesidad que se haga en ella casa de mugeres publicas y me suplico e pedio por merced le diese licencia e facultad, para que en el sitio y lugar que vosotros le señalasedes el pudiese hedificar y hacer la dicha casa o como la mi necesidad fuese, por ende yo vos mando que aviendo necesidad dela dicha casa de mugeres publicas en esa dicha cibdad señaleis al dicho Jhoan Sanchez Sarmiento lugar e sitio conveniente para que la pueda hazer que yo por la presente aviendo la dicha necesidad le doy licencia y facultad para ello et no fagades endeal fecha Agosto de mill e quinientos e veinte e seys años = yo el Rey= por mandado de magestades Francisco de los cobos= señalada en las espaldas del chaciller y el obispo de Osma y dottor carabajal el obispo de Canaria dottor beltran obispo de Ciudad Rodrigo (Colección de documentos inéditos […] de ultramar, 9, pp. 245 y 246).[xx]

 

Resulta interesante, desde el punto de vista sociológico, observar cómo en la España del siglo xvi se contemplaba con cierta displicencia el hecho de poner una «casa pública» por la necesidad de proteger la honra de los maridos, por supuesto, sin mencionar la de proteger la honestidad de las mujeres que tendrían que trabajar en dichas casas. La Iglesia católica, siempre flexible a las circunstancias, apoyó tal decisión bajo la supervisión de los obispos de Osma, Canarias y Ciudad Rodrigo. El honor de las mujeres e hijas de los funcionarios no estaba muy seguro con tanto soldado suelto… Resalta la importancia social que durante los siglos xvi y xvii alcanzaron las prostitutas, así como la tolerancia de la que fueron objeto durante largo tiempo en la sociedad, eran consideradas como un mal menor, ya que se pensaba que, sin su presencia, muchos hombres pondrían sus energías en la seducción de mujeres honradas, el incesto, la homosexualidad o el adulterio.[xxi] A pesar de todo, la función de la prostituta española en el Nuevo Mundo iba más lejos que la de una simple unión carnal remunerada, ya que los españoles, en un principio, tuvieron fácil acceso a mujeres indias. La prostituta representaba muchas veces una unión física y espiritual con la lejana metrópoli. Éste fue el caso de María de Ledesma en Potosí que, además de saber cantar, tocaba la vihuela y la guitarra.[xxii]

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