AUTORRETRATO E INTIMIDAD
Gómez de la Serna retrata a sus amigos y se retrata a sí mismo como amigo de sus amigos, porque, entre otros motivos, su mayor felicidad es que todos ellos comparezcan en los ágapes de amistad de los «sábados». En el autorretrato que cierra la serie, se define de manera concluyente y meridiana: «Ése soy yo, el que va a Pombo». Reconoce, por tanto, que su identidad es la pertenencia a la cofradía pombiana, ya que su amor a Pombo es la medida del amor a todas las cosas, aunque sin fanatismos, como se encarga de apostillar: «Yo me sostengo en eso, pero no soy eso […]. Con mi corbata roja, la gran corbata de las solemnidades, estoy satisfecho entre todos la noche del sábado. Mi alegría no debe ofender a nadie, y si me río me río de mí en primer lugar».

Por esta razón, en la extensa galería que dibuja en Pombo, hay retratos de mayor o menor calado, algunos de pocas líneas, como fugaces instantáneas, y otros más extensos, de una decena o más páginas. De todos ellos el más clarificador para el lector, y el que permite comprender lo que ha buscado Ramón en los retratos precedentes, es el que cierra la serie, el que se dedica a sí mismo, es decir, su autorretrato: «Yo». Sin el ejercicio de autorretratarse la galería de Pombo quedaría incompleta y sin explicación, porque él no puede esconderse, ni ponerse de perfil ni jugar con ventaja para salir favorecido. «Yo soy […] un botijo, un zampatortas, un retaco». Pero nadie puede engañarse ni confundirse con el gesto voluntarista del Ramón que forcejea con su propio rostro, pues todo apunta a que el resultado será un ejercicio frustrado. El retrato corrobora la fe en la identidad, si bien esta creencia, como todas las creencias, no es demostrable ni explicable, es sólo un acto de credulidad. «Cualquier intento de perpetuación por el retrato —dice el autor— es algo corruptor de nuestro gran vacío o mejor dicho de nuestro “éter” personal, que es sólo diafanidad». Y continúa: «La fotografía tiene buena voluntad, pero no aclara nada, y hasta una mascarilla que me hicieron los Bartolozzi […] es lo que menos se parece a mí». En fin, una prueba más del escepticismo que Gómez de la Serna profesa a cualquier modo de realismo.

Justo esta mascarilla de yeso, a la que se refiere en Pombo, aparece fotografiada en La sagrada cripta de Pombo, cuando hace el ensayo de escribir una autobiografía explícita y sin veladuras ficticias, antesala de lo que será en la madurez Automoribundia. «Mi autobiografía», que así titula este ejercicio, es una humorada con ciertos atisbos de verdad, un conato más de esa «autoinspección» que comenzase en los años jóvenes de Prometeo, bajo la máscara de Tristán y otros disfraces narrativos, en la que pesan más las dudas y las preguntas que las afirmaciones. Este texto, incrustado dentro La sagrada cripta de Pombo, muestra una profusión de fotos, caricaturas y dibujos de la cara de Ramón, incluida la broma ramoniana de su (falso) retrato radiográfico. Es decir, la radiografía del cráneo de un desconocido también vale como autorretrato, pues cualquier imagen u objeto puede devenir por medio de la identificación en «la sombra simpática» de sí mismo.

Aparte de la serie de retratos de Pombo arriba referida, en un pedestal especial y aparte, Ramón levanta la efigie dedicada a Carmen de Burgos. Ya la había retratado años antes en el «Prólogo» a un libro de ésta, Confidencias de artistas (1916), y en el «Epílogo» a Peregrinaciones, otro libro de la autora del mismo año. Este retrato es un desafío y un asalto a la protegida intimidad de ambos, de Ramón y de Colombine. Según confesión propia, en el momento de escribir el libro, en 1918, su amistad duraba ya más de una década, pero era la primera vez que por escrito se refería a su pareja sentimental y literaria, aunque sin decir su nombre. Gómez de la Serna se adentra en este ejercicio, sin duda arriesgado para ambos, con delicadeza y discreción: «Alguna de esas noches secretas voy a cenar con una mujer que ha llenado de una amistad única media vida. ¿Para qué pronunciar demasiado su nombre?». En las casi diez páginas que ocupa la semblanza, Ramón no pronunciará el nombre de ella en vano, si bien todos sabrán, y las fotos reproducidas en el libro lo atestiguan, que se trata de Carmen de Burgos. Este retrato es un monumento de amor, homenaje que el escritor, agradecido, le dedica por los años de cariño y compañerismo.

En La sagrada cripta de Pombo, Ramón da un pasito más en este desvelamiento íntimo de su relación con Colombine. Y también de sus previsibles problemas, sobre todo, los derivados de la barrera de los veintiún años que los separaban. Éste será un momento de «mayor sinceridad», y el escritor, que hasta ahora había callado el nombre de Carmen, se decide a decirlo, aunque de manera sobria, «por si el aire empaña la firme diafanidad con que lo pronuncio».

Ramón colma el retrato de Colombine con atributos positivos sin ningún rebozo ni medida: ella es la franqueza, la sinceridad y la rectitud. Cualidades rotundas que el autor no suele reconocer en otros. Su cuerpo, asimismo, concita la misma adhesión incondicional: «Su morenez […] obedece al apasionamiento y al fervor del corazón. […] Bella […] [y] recia [con la belleza] […] [de la] madurez». Aunque la belleza resulta baladí al lado de la nobleza de espíritu y a su abnegación de madre. Para el escritor representa «un tipo de mujer casi desaparecido, […] cándida y robusta, selvática y silvestre, rústica y montaraz, […] heroica, mártir de sus ideas sin estrépito, […] sin vanidad», que tiene reservado un lugar en el porvenir.

Es consciente de que Colombine lo «ha salvado de lo irreparable de la femenina impertinencia a latere que, cuando alguna rara vez desaparece en la mujer, es porque se convierte en la mártir, en la sacrificada o en la discreta». El agradecimiento de Ramón es sincero, si bien no ignora el obstáculo que supone la importante diferencia de edad entre ambos, que marca la relación y amenaza el porvenir de la pareja:

¡Han pasado doce años para nuestra amistad llena de confianza y de exclusiones! Quizás esta mujer está en su ocaso, pero hay que saber ser abnegado con este ocaso, que no es de ella, sino de la vida que guillotina, quieras que no, todos los días al día, hasta cuando es un gran día que no debería pasar. ¡Fiesta terrible y roja la de la guillotina del ocaso! ¡Pero qué gran ocaso! (Pombo).

 

Y concluye con una frase que señala, al mismo tiempo, tanto la promesa de fidelidad como el temor de su incumplimiento: «¡Quiero ser abnegado frente a ese ocaso y a esa desigualdad de las irreparables tardanzas y las alteraciones de hora de las que sólo es culpable la creación!».

Seis años más tarde, en La sagrada cripta de Pombo, Ramón renueva e incrementa los elogios, y confiesa que sin Carmen de Burgos la travesía del desierto literario y la dura prueba del vivir le habrían resultado más hostiles. En ella habría encontrado compañía e independencia en la «soledad de juicio» y alivio en su opinión sensata. Del mismo modo que ya en Pombo advirtiese el escollo de la edad que los separaba, aquí lo corrobora: «Este compañerismo no será eterno, como no podrá serlo ninguno: tendré que ver, quizá antes que de los míos, las nubes de sus ojos». En el espacio lúdico y libre de Pombo, se comenzaba a abrir la semilla tan temida del drama que acabaría distanciándolos pocos años después, y no sólo por razón de la edad… Pero ésta es ya otra historia que no corresponde contar en este momento.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

BIBLIOGRAFÍA
· Gómez de la Serna, Ramón. Pombo. Prólogo de Andrés Trapiello. Madrid, Visor, 1999.

–. La sagrada cripta de Pombo. Madrid, Visor, 1999.

–. Obras completas (19 vols.). Ed. de Ioana Zlotescu. Barcelona, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 1998-2004.

· Umbral, Francisco. Ramón y las vanguardias. Madrid, Austral/Espasa, 1978.

· Zlotescu, Ioana. «El libro mudo, luz en los orígenes de Ramón Gómez de la Serna», prólogo a Ramón Gómez de la Serna, El libro mudo. Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1987, pp. 13-67.

–. «El retrato, espejo del autorretrato y refugio de la autobiografía», Turia, 41 (1997), pp. 120-126.

–. Tres prólogos, siete preámbulos y dieciocho notas: en torno a Ramón Gómez de la Serna. Madrid, Albert Editor, 2015.