«Lo poético no es un género, es una actitud espitirual expresada literariamente»Por Beatriz García Ríos
Rafael Argullol Murgadas (Barcelona, 1949), narrador, poeta y ensayista, es catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra. Colaborador habitual de diarios y revistas, es autor de más de treinta libros en distintos ámbitos literarios. Entre ellos, de poesía: Disturbios del conocimiento, Duelo en el Valle de la Muerte, El afilador de cuchillos; novela: Lampedusa, El asalto del cielo, Desciende, río invisible, La razón del mal (Premio Nadal, 1993), Transeuropa, Devalúo el dolor; y ensayo: La atracción del abismo, El Héroe y el Único, El fin del mundo como obra de arte, Aventura: Una filosofía nómada, Manifiesto contra la servidumbre, Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio, la celebración de la belleza, Una educación sensorial (Premio Ensayo de Fondo de Cultura Económica, 2002). Como escritura transversal más allá de los géneros literarios ha publicado: Cazador de instantes, El puente del fuego, Enciclopedia del crepúsculo, Breviario de la aurora, Visión desde el fondo del mar (Premio Cálamo y Ciudad de Barcelona, 2010). Sus últimas publicaciones son Pasión del dios que quiso ser hombre (2014); Mi Gaudí espectral. Una narración (2015) y Tratado erótico‑teológico (2016).
Comencemos por el final, que es un nuevo comienzo: su libro Poema, escrito entre enero de 2012 y enero de 2015. Se trata de un libro de poesía extensísimo, lo contrario de lo que se esperaría de un libro en este género: una suerte de memoria, a la Wordsworth, pero sobre todo, como usted confiesa, de captura tanto del pasado como de lo que está pasando. ¿Es, en alguna medida, un diario? Y si lo piensa así, ¿cómo concibe eso que algunos llaman poesía y que en nuestros días parece diluirse en otros géneros, en la ambigüedad?
Poema no es un libro de poesía ni, tampoco, un diario aunque tenga algo de ambos. Es una captura literaria de momentos realizada diariamente a lo largo de tres años. En ella hay pasado, presente y también presentimiento del futuro, mucho presentimiento del futuro. Para desplegar esta captura he utilizado procedimientos presentes en mi obra anterior, sobre todo en Visión sobre el fondo del mar. No me gustan los conceptos entresacados de la teoría literaria y prefiero recurrir a figuras simbólicas de uso personal: el escritor como cirujano, el escritor como astrónomo.
Con esto quiero aludir a un doble desplazamiento, a un doble viaje. Con la recurrencia al cirujano indico que el escritor hurga en la piel de las palabras hasta llegar a los subsuelos del lenguaje. El astrónomo es la reivindicación de lo objetivo, de lo universal. El mundo íntimo deriva, entonces, en mundo exterior y compartido. Para explicar este doble desplazamiento también me sirve la metáfora de dos instrumentos: el microscopio y el telescopio. Con el microscopio contemplo a través de la lente que traslada a lo interior. Por ahí transcurre la memoria personal, la memoria íntima. Por ahí se desciende a lo que casi es inexpresable por demasiado próximo. Pero cuando siento que lo que capta la lente llega a la frontera de lo descarnado, casi de lo obsceno, giro el significado de aquella. El microscopio se transforma en telescopio. Es el momento de partir hacia la indagación de las ideas y de los conceptos. Lo particular deviene universal. No obstante, simétricamente, cuando surge el temor de que lo universal se traduzca en abstracción reoriento de nuevo la lente para dirigirla otra vez hacia el microcosmos. Lo literario, por tanto, es un juego circular que parte de la sensación y vuelve a la sensación. Y en medio, las redes lógicas y lingüísticas desplegadas dan constancia de los sentimientos, de los pensamientos, de los recuerdos, de las presunciones.
Respecto a mi aproximación a la poesía, nunca se me ocurriría decir que lo poético es un género literario. Considero lo poético como una destilación de lo expresable, como una esencialidad. Para el escritor los géneros literarios son estados anímicos y actitudes ante el lenguaje. Por mi experiencia, se escribe en medio del ruido y a veces rozando el silencio. Se escribe asimismo en todo el espectro de posibilidades entre el ruido y el silencio. El ensayo periodístico, por ejemplo, tiene que discurrir en el ruido; el relato narrativo depende de una situación intermedia. Lo poético casa bien con el silencio, es un fruto del silencio. Lo poético no es un género, es una actitud espiritual expresada literariamente.
¿Se ha planteado el problema de los géneros literarios, y dentro de la poesía, la tensión entre el poema extenso y el poema corto? Adelanto al lector que su libro está amparado por una estructura que podríamos denominar autobiográfica, pero que supone el testimonio de mundos externos, pasajeros. La biografía parece sostener al poema, pero está minada por rupturas de instantes.
Me planteé tempranamente la cuestión de los géneros literarios, no por voluntad clasificadora sino por falta de ella. Cuando empecé a escribir me di cuenta de que mi cabeza funcionaba en dirección opuesta a las clasificaciones literarias. En un determinado momento se me ocurrió reivindicar una escritura transversal. Se hablaba poco entonces de transversalidades y la expresión ha tenido cierta resonancia. Es verdad que al hablar de escritura transversal yo me refería a ir más allá de los géneros, y así lo he intentado en varios de mis libros. Sin embargo, lo que yo pretendía y pretendo, no es tanto una transgresión de los géneros como la búsqueda de una unidad entre sensación y conocimiento. Mi libro Poema es mi tentativa más acabada en esta dirección. Eso quiere decir que aspira a ser poético y narrativo al mismo tiempo.
Con demasiada frecuencia la cultura occidental ha incurrido en una suerte de dualismo. Por un lado, lo que Nietzsche denominaba una «filosofía sin cuerpo»; por otro lado, lo que podríamos denominar «una literatura sin cabeza». Creo que las causas son antiguas. Soy un ferviente admirador de Platón, como filósofo y como literato, pero pienso que fue Platón quien inauguró este dualismo de efectos demoledores. En La República el arte queda a expensas de la mentira mientras que la filosofía es la tuteladora de la verdad. En la ciudad ideal la máscara es prohibida, y con ella la auténtica representación diversa de lo humano.
No obstante, la máscara y el hombre son lo mismo. El conocimiento y la sensación son dos caras de una misma realidad. El cuerpo y el espíritu también. Por eso en algún lugar he escrito que «el espíritu es el cuerpo sometido a su máxima tensión». En relación al dualismo tan predominante en nuestra cultura he defendido un monismo que he extendido a mi literatura. Expresado de manera radical, ese monismo me lleva a concluir que también el yo y el cosmos son dos caras de una misma realidad.
Poema es totalmente autobiográfico y, por lo mismo, totalmente disuelto en una especie de mar cósmico. Somos náufragos en este mar que algunas veces alcanzamos, o creemos que alcanzamos tierra firme. El lenguaje da testimonio de estas travesías.
En su obra narrativa hay, por momentos, una fuerte presencia del mito, y también en algunos momentos de Poema. ¿Qué es un mito para usted?
El mito lo es todo. Es el puente entre el hombre y el enigma. Esto explica que no habiendo hombres iguales, sino infinitamente distintos, haya brotado una infinidad de mitos. El mito es la gran telaraña sobre la que se sostiene la imagen del mundo y, en el centro de ella, nuestra propia imagen. De hecho, estoy convencido de que, si pudiéramos trazar un mapamundi que contuviera todos los mitos de todas las culturas, tendríamos por fin una idea aproximada de lo que es la humanidad. Es evidente que, partiendo de esta convicción, cualquier empobrecimiento en el tejido mítico redunda en un empobrecimiento de nuestra conciencia. En nuestra actualidad debemos permanecer alertas contra la masiva destrucción de los mitos que implica la uniformidad global. Cada mito destruido, cada lengua mutilada, nos lleva a una percepción más pobre de nosotros mismos.
El mito lo es todo tanto en el plano colectivo como en el individual. Esto es fácil de comprobar en la memoria que tenemos de nuestro pasado. En ella fusionamos sin contemplaciones lo que realmente ocurrió con lo que hemos mitificado. Dicho de manera más rotunda: somos nuestro mito personal. Y lo mismo sucede con las comunidades, cuya historia es una mezcla indeslindable entre hechos acaecidos y mitificaciones de esos hechos. La épica de todos los tiempos ha hecho visible esta unidad.
De ahí, asimismo, la gran identificación entre literatura y memoria. Baudelaire decía que el poeta era el maestro de la memoria. De una manera todavía más hermosa Mandelstam afirmaba que el poeta era un maestro de los ecos. No puedo concebir mi literatura al margen del mito porque el mito es la carne y el espíritu de la literatura. Yo hablo en mi tiempo y desde mi experiencia de lo que tantos otros han hablado desde sus tiempos y sus experiencias: el mito de la infancia, el mito del origen, el mito de la Edad de Oro. El mito de la caída. El mito de la resurrección.
Estos dos últimos mitos podrían servir para resumir toda la historia de la literatura. En un solo día podemos vivir varias veces la caída y la resurrección. Poema recoge abundantemente esta paradoja, que es quizá la principal del ser humano y aquella que le ha permitido sobrevivir.