TERENCI MOIX, EL IMPACTO DE UN INCLASIFICABLE
«Aunque el niño Ramón siempre tuvo horror a la muerte, el escritor que lo sustituía aprendió que debía morir muchas veces si aspiraba a renacer otras más». Así, premonitoriamente, acaba Extraño en el paraíso, tercer y último volumen publicado de las memorias de Terenci Moix, que llega hasta 1966, justo cuando su autor está a punto de irrumpir en la vida pública (en 1967 gana el Premio Víctor Català con La torre dels vicis capitals). La trayectoria que sigue se confunde en buena medida con su carrera literaria y, de manera voluntaria o por azares del destino, ha quedado fuera de su ejercicio memorialístico.

Esa vida posterior como escritor de éxito tuvo un desarrollo sumamente atípico, marcado por dos desplazamientos: de escribir en catalán a hacerlo en castellano y de moverse entre los exquisitos círculos culturales de la gauche divine a instalarse como superventas masivo de la mano de la editorial Planeta. Estos bruscos movimientos despistan a cualquiera que trate de analizar su trayectoria. Intentando pasar a través de ellos encontramos tres puntos clave que centran la relevancia de Terenci Moix en la cultura española del último medio siglo.

 

EL PORTAVOZ DE LA CULTURA DE LOS SESENTA
Si a estas alturas está claro que la España tradicional empezó a desaparecer en los años sesenta, ello fue, en buena medida, gracias a la irrupción de una nueva cultura internacional que trajo aire fresco al páramo franquista. Terenci, con su enorme capacidad de síntesis, la emblematizó como nadie: en sus primeros libros se dan la mano los ecos del «swinging London», el pop, la recuperación de lo camp que había proclamado Susan Sontag, el cine de Hollywood y el experimental, la mirada estructuralista…, factores que, en manos del autor barcelonés, nunca se quedaron en mera carcasa cultural porque Moix tuvo una gran habilidad para darles carne.

En El día que murió Marilyn, su mejor novela, publicada en 1969, lo hizo a través de la historia de dos jóvenes barceloneses nacidos en la primera posguerra que buscan oxígeno en el espeso entramado familiar y cultural de la época. En Olas sobre una roca desierta (también de 1969), mediante la huida de un alter ego del autor por la Europa abierta; en ensayos como Los cómics, arte para el consumo y formas pop (1967), combinando las teorías de Umberto Eco con el repaso sentimental al tebeo de posguerra, a Carpanta y al Guerrero del Antifaz…

En Crónicas italianas (1971), uno de los mejores libros de periodismo cultural publicados en España, recoge los ecos del 68 en la sociedad romana; narra una conferencia de Marcuse «contestada» por Cohn-Bendit, visita a Elsa Morante y a Pasolini, se pone bajo la admonición de Henry James («It concerns Italy and my youth —two fine things!») y acaba recordando el consejo de Josep Pla de que fuera a glosar «los mil colores de Roma».

El empeño de Moix en casar el espíritu informal y contestatario de los sesenta con los refinamientos de la alta cultura highbrow lo compartió con otros autores de la época —como los poetas novísimos apadrinados por Castellet—, pero nadie como él lo llevó tan lejos en intensidad e incidencia, tanto en el mundo de la cultura catalana, donde su aparición tuvo el efecto de un terremoto, como en el de la cultura española, con sus libros rápidamente traducidos al castellano o escritos directamente en este idioma.

 

EL ICONO GAY
«Nací a los años sesenta asumiendo que el amor entre hombres es una bendición y no el nefando delito que castiga la religión de los curas», escribió en Extraño en el paraíso. Terenci Moix ha sido el primer autor importante abiertamente gay de la cultura española —no puede decirse que García Lorca o Gil de Biedma lo fueran en vida—, con varios años de adelanto respecto a otras «salidas del armario» significativas, como la de Juan Goytisolo, o a la consolidación de escritores como Biel Mesquida o Luis Antonio de Villena. La homosexualidad planea de forma evidente sobre El día que murió Marilyn y le sirve como material no sólo biográfico, sino también de elaboración cultural en Nuestro virgen de los mártires (1983) y otras narraciones ambientadas en la antigüedad griega o egipcia, en las que desarrolla estereotipos temáticos o iconográficos asociados a este mundo.

En buena medida, Terenci ha representado en España lo que Gide en Francia en cuanto a una instalación aceptada del referente homosexual en el mundo literario. Pero, además, fue un militante «normalizador» del tema en sus artículos y en sus apariciones televisivas en programas como los de Mercedes Milá o Julia Otero. La permeabilidad social y cultural en la España de Almodóvar no debe hacer olvidar que, en los sesenta y los setenta, Terenci Moix fue un pionero en hablar claro.

 

EL SUPERVENTAS MEDIÁTICO
En 1986 ganó el Premio Planeta con la novela No digas que fue un sueño, donde las figuras de Cleopatra y Marco Antonio le permitían recrear su propia crisis amorosa con un conocido actor catalán. Se trata de una de las novelas de más éxito de la España posfranquista, con más de un millón y medio de ejemplares vendidos (entre narradores españoles de este periodo, una cifra sólo superada por el Tuareg de Vázquez Figueroa).

Siguieron otras narraciones de temática histórica, como El sueño de Alejandría (1988) o Venus Bonaparte (1994), que se prolongan hasta El arpista ciego (2002), todas ellas best sellers, aunque no alcanzan la excelencia de sus primeras novelas de los años sesenta. En otro registro publica una trilogía en tono de farsa sobre el Madrid de los banqueros y la prensa del corazón. En este periodo arranca también con sus memorias, cuyo universo y estilo entroncan con los de El día que murió Marilyn y, ahora sí, lo devuelven a sus mejores momentos.

En su condición de superventas, Moix ocupó un puesto en el olimpo de autores mediáticos de los años noventa, junto con Antonio Gala o Isabel Allende. Al igual que ocurre con ellos, acercarse a su obra plantea un problema de perspectiva, ya que una parte de la crítica de entonces pasó a percibirlos como puros productos de consumo cultural. Apreciación injusta al menos para Terenci, que fue mediático porque, mucho antes de serlo, ya contaba, además de con una prosa arrolladora y un mundo propio, con una humanidad excepcional.

(2003)

 

Nota. El trabajo periodístico obliga a menudo a redactar necrológicas, artículos de despedida a figuras que dejaron huella. Recojo aquí algunas de las que he dedicado en los últimos años a personas que traté y, en diferentes grados, también admiré, y que desde perspectivas muy distintas permiten asomarse a la Barcelona literaria reciente. En una versión inicial fueron publicadas en La Vanguardia.

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