El ensayista literario más importante en el panorama de la crítica mexicana del presente siglo es hijo de esta concepción y práctica. Christopher Domínguez Michael, en efecto, ha escrito un conjunto de títulos insustituibles en la historia del ensayo en nuestro país, ejemplos a la vez de una prosa, desde el punto de vista formal, rigurosa y nítida y de una inteligencia aguda y naturalmente polémica, capaz de poner en circulación el vasto acervo de la tradición en contra de las urgencias y fetichismos de la actualidad. Sin embargo, sus referentes no son los de un anticuario iconoclasta que dedica sus horas a obras, autores y épocas de un pasado que nada tiene ya que decirnos; al contrario, si hay alguien en México —y aun en el paisaje contemporáneo de la crítica en nuestra lengua— más enterado sobre lo que se escribe en narrativa, ensayo y poesía, es él. Infatigable desde sus primeros años como jovencísimo colaborador de Vuelta, Christopher Domínguez Michael lleva más de tres décadas reseñando las novedades de varias generaciones, labor que mantiene al día y hasta nuestros días en la revista Letras Libres y otros espacios de la prensa. En su trabajo coinciden el conocimiento de las tradiciones mexicana e hispanoamericana en igual medida que las literaturas norteamericana y europea. Asimismo, es un lector asiduo del accidentado continente de la historia contemporánea y, en particular, de la historia de las ideas y la fascinación que éstas han ejercido sobre la cultura, el arte y la literatura. Así pues, tanto sus ensayos de historia y crítica literaria como sus reseñas son un encuentro de exégesis formal, historia intelectual y crítica cultural desde la perspectiva de una experiencia de lectura personal. Su concepción del ensayo responde a esta lectura y, por lo mismo, es un firme defensor de la obligación del crítico de emitir un juicio sobre la tradición y sus obras, valoración que en época de estudios culturales resulta altamente polémica. Se trata de un ensayista de disposición liberal para quien la ausencia de un canon genera un vacío «donde todo valor se difumina», liquidando la posibilidad de un horizonte cultural común, frágil aspiración de toda tradición en la república de las letras. Christopher Domínguez Michael siempre ha sido un polemista implacable, sin duda porque cree en las virtudes cívicas del debate en un contexto común del cual la cultura y la literatura forman parte. En este sentido, apenas resulta extraño que haya dedicado uno de sus más extensos volúmenes a una biografía de fray Servando Teresa de Mier, clérigo liberal precursor de nuestra independencia y encarnizado enemigo de los conservadores. Al subrayar esta disposición para la polémica pretendo destacar la capacidad del ensayista para traer al plano de la actualidad el pasado como algo vivo, no porque explique nuestro presente —o no sólo por eso—, sino porque al contrastarlo lo enriquece abriendo otras posibilidades para ese mismo presente. Por supuesto, pocas inclinaciones más ajenas a Domínguez Michael que la ruptura radical dictada por una abstracción, por una idea o sistema de ideas sin un vínculo vivo con esa interacción entre pasado y presente. Algunos de las descalificaciones que ha recibido van en ese camino. Igual que a Paz, uno de los referentes indiscutibles de su árbol genealógico, se le exigen ideas «nuevas», aunque, en realidad, lo que se espera es un «cambio de paradigmas» de alta escuela, a la manera de las líneas críticas y abstracciones ideológicas del radicalismo académico. La obra de Domínguez Michael ya es amplia, abarca desde ensayos histórico biográficos (como el ya citado Vida de fray Servando o su biografía intelectual Octavio Paz en su siglo), ensayos sobre literatura y pensamiento de los siglos xix y xx (La sabiduría sin promesa. Vidas y letras del siglo xx; La innovación retrógrada. Literatura mexicana, 1805-1863 y El xix en el xxi) o reuniones de ensayos y reseñas sobre sus contemporáneos (Servidumbre y grandeza de la vida literaria y el Diccionario crítico de la literatura mexicana, 1955-2005). Todos estos títulos proceden, en mayor o menor medida, de una práctica viva y polémica del ensayo y de la crítica literaria, con textos publicados originalmente en diarios y revistas, algunos de amplia circulación, prueba contundente de que el ensayo y la crítica literaria heredadas del magisterio de Reyes y de Cuesta, pero también de Paz o Alatorre, continúan espoleando a la crítica aún más leída en nuestros días.
Nacidos en los años sesenta o poco antes y, por lo mismo, pertenecientes a la generación de Christopher Domínguez, entre los ensayistas con títulos relevantes se encuentran Enrique Serna (1959), Tedi López Mills (1959), Malva Flores (1961), Jesús Silva Herzog-Márquez (1962), Naief Yehya (1963), Armando González Torres (1964), Cristina Rivera Garza (1964), Jorge Volpi (1968) y Luis Ignacio Helguera (1962), muerto en 2003 prematuramente, y cuyo De cómo no fui el hombre de la década y otras decepciones (2010), publicado de manera póstuma, es una rareza de humor e ironía inquietantes, en la tradición de Julio Torri, Augusto Monterroso y Alejandro Rossi.
La generación que le sigue a esta rápida lista es, en sentido estricto, la de los autores del nuevo siglo, nacidos en los años setenta, ochenta e incluso en los noventa. Algunos a cuya obra les ha sucedido una presencia constante en el medio son Luigi Amara (1971), Vivian Abenshushan (1972), Heriberto Yépez (1974), Geney Beltrán (1976), Humberto Beck (1980), Valeria Luiselli (1983), Jazmina Barrera (1988) o Luciano Concheiro, este último nacido en 1992 y a los veinticuatro años finalista, gracias a Contra el tiempo. Filosofía práctica del instante, del Premio Anagrama de Ensayo 2016.
En buena medida, la batalla en torno a la tradición se ha dado entre los nacidos en los sesenta y esta nueva generación de autores, a quienes les ha tocado experimentar el cambio de siglo y la revolución tecnológica que ha puesto en crisis a los medios impresos (el libro y las publicaciones periódicas) y, según algunos, a las puertas de su desaparición inminente. Fenómeno acompañado de innegables cambios en las prácticas de la lectura, la distribución de textos y la concepción misma de la escritura literaria. Muchos de los jóvenes que escriben en la actualidad poseen una formación y una cultura proveniente, en gran medida, de la web. En ésta crean nichos relacionados por comunidades de intereses y con un intercambio instantáneo y horizontal que parece autorizar la idea de una realidad regida por dicha lógica virtual. Si bien las utopías digitales han aminorado tras un auge en la primera década del siglo, la imaginación tecnológica continúa bombeando con vigor en las arterias de las formas más experimentales de la escritura, convocando una vez más el espíritu disruptivo de las vanguardias, ya no desde la perspectiva de las izquierdas utópicas o científicas de principios del siglo xx, sino más bien tentadas por un ánimo neosesentero que, similar a las revueltas juveniles, instruye su natural antisistémico en las enconadas variantes de la guerra cultural.
Un ejercicio a propósito de este contexto dio como resultado un volumen de ensayos con el tema, precisamente, del ensayo en el siglo xxi. Publicado en 2012, su título quiere ser provocador, aunque resulta también un tanto equívoco: Contraensayo. Antología del ensayo mexicano actual. En efecto, si el género invocado es indeterminado por definición, una suerte de género que no cabe en los géneros, ¿qué reúne este volumen? La respuesta que ofrece el prólogo, a cargo de Vivian Abenshushan, no dice otra cosa que no hayan expresado y suscrito anteriores practicantes del ensayo, de Reyes y su «centauro de los géneros» (el ensayo) a ese mismo género como un centauro en el horizonte de la posmodernidad, según Sergio González Rodríguez. La subrayada diferencia no es definitiva, sino de intención: la antologadora ha querido reunir ensayos, dice, «no conformistas». Esta rebelión del ensayo milita en contra de un medio ceñido por las demandas del mercado lo mismo que por ese otro mercado, el del saber escolarizado e institucionalizado; y se opone, asimismo, al mermado mundo de las publicaciones periódicas, esa máquina productora y devoradora, a su juicio, de textos a destajo y deadlines enemigos del ensayo creativo. La alternativa, en cualquier caso, está por verse y el ensayo debe reinventar, en esa incertidumbre, sus nuevas formas de creación y de circulación. Desde luego, la salida más obvia a esta situación se encuentra aliada a las posibilidades que ofrece la web, entre las que se mencionan el blog, los links, así como las múltiples posibilidades de colaboración interdisciplinar, que anula la idea de autor en favor de la colaboración colectiva y, en el mismo sentido, las alternativas para un activismo en favor del copyleft, etcétera.
El volumen es interesante en la medida que reúne a un grupo de nuevos y no tan nuevos ensayistas cuyas preocupaciones y aspiraciones cuadriculan una parte importante del desarrollo de nuestra literatura en este siglo. En este sentido, si para el Monsiváis de los años sesenta la sociedad y la cultura mexicana habían visto nacer a la primera generación de norteamericanos en México; cincuenta y tantos años después a nadie extraña, y acaso tampoco importa, que las élites educadas a las que pertenecen los escritores de las nuevas generaciones formen parte de la multitud global siempre conectada en tiempo real. Una multitud que en nuestro caso está muy marcada por las políticas de la diversidad de los campus norteamericanos para quienes, acaso, la afirmación de Monsiváis hoy resultaría potencialmente ofensiva.
[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]