Usted dice que el amor es un misterio, un enigma que los escritores de todos los tiempos se empeñan en descifrar, una verdad inalcanzable al entendimiento humano y por eso está ocurriendo siempre. ¿Cree que todavía la gente puede perder la cabeza por amor?

Habría que preguntárselo a la gente.

 

¿Eva es la inventora de este sentimiento?

No. Los sentimientos no tienen inventores. Sentimos lo mismo que nuestros más remotos antepasados. Lo que varía son los códigos que cada cultura elabora para permitir y prohibir lo que se puede decir a propósito de los sentimientos. Gracias a esto existe la literatura amorosa. Lo que Eva advierte es que Adán, que es ingenuo, no ve: que no lo tiene todo, que algo le falta y es la libertad, para lo que debe conocer el mal, es decir, comer del fruto prohibido. Y en esta carencia del sujeto, sumada a los demás castigos bíblicos –morirás, trabajarás, te enfermarás, sufrirás, tendrás historia–, se funda la literatura amorosa, escrita por el animal humano que se sabe imperfecto y no soporta la imperfección, por lo que fantasea la plenitud utópica.

 

¿Amar es buscarse fuera de sí mismo? En otras palabras, ¿es una proyección del amor a uno mismo?

Sí, es la proyección de lo que creemos y queremos ser al decir «uno mismo». Lo que pasa es que no siempre somos uno y el mismo, ni una y la misma. Esto hace del amor no una ontología, es decir, algo del orden del ser, sino una experiencia, algo del orden existencial.

 

¿El amor se mete en todo?

Desde luego, como la filosofía.

 

¿Amamos lo que nos falta?

Amamos lo que tenemos, tanto que hallamos la falta y nos enamoramos de quien suponemos habrá de colmarla y satisfacernos.

 

Pienso en esos grandes personajes femeninos como Dulcinea de Cervantes y Julieta de Shakespeare. ¿El amor tiene cara de mujer?

De mujer y de hombre, aunque los hay descarados.

 

En este libro, usted también habla del ciclo de las adúlteras, y dice que Flaubert lanza el modelo con Madame Bovary. También está Ana Karenina de Tolstói. ¿Son mujeres más interesantes y complejas? ¿Fundan lo que luego se dio en llamar bovarismo?

Son interesantes como personajes, o sea, dentro de los libros. Fuera de ellos, supongo que habrá de todos, o sea, de todas. El bovarismo fue una supuesta enfermedad mental a comienzos del siglo y conforme a cierta psicología positivista. Hoy supongo que no se habla de eso.

 

¿Piensa, como Proust, que el arte es la verdad de la vida y la música el paradigma del arte?

Depende del alcance que se dé a la categoría de verdad. En el contexto de Proust es así.

 

Llama a sus ensayos reunidos bajo el título Novela familiar. El universo privado del escritor con un símil freudiano: La novela familiar del neurótico. Al mismo tiempo, El malestar en la cultura le presta servicio para revisar los conceptos primordiales vertidos por Freud y desgranar una verdad más amplia y acorde con los tiempos actuales –«No hay neurosis sin sujeto y sin cultura»– y luego añadir: «El modelo del desarrollo neurótico de la subjetividad es una novela». ¿La escritura opera como conciliación?

Sí, porque sin literatura no hay novela.

 

Usted afirma que la producción intermitente de una obra se parece al engendrar y al concebir, a la expulsión del parto y al conjuro de la nominación, de la autoría. ¿Qué implica la autoría?

La autoría es el derecho de propiedad que se adjudica a un sujeto del que solo conocemos el nombre. Basta con eso, aunque se pueda conocer mucho más del individuo concreto del que se trata. El autor tiene una identidad recortada, en tanto el otro tiene confines difíciles de concretar, como la vida de cualquier individuo.

 

¿El escritor juega con las palabras, altera sus finalidades para producir una literatura propia?

Inevitablemente. No hace otra cosa.

 

En el caso de un creador, ¿su infancia se vuelve especialmente un invento de su estadio adulto?

Solo si le sirve para realizar una obra.

 

Usted dice que la infancia es protección materna, pero ¿toda escritura ineluctablemente impone un orden que proviene de la ley paterna?

Esquematizando en una dicotomía, sí.

 

Para usted la escritura es el resultado comprometido de un acto de liberación. ¿Con quién es el compromiso? ¿Quién lo fija?

El escritor es libre, no lo ata ningún compromiso. Lo que escribe siempre está comprometido por las circunstancias de la lectura. Es el lector quien dilucida tal compromiso.

 

Escribir es apelar, ¿a quién? ¿Se trata de un llamado a todos los demás?

Sí, es un llamado universal. A nadie se excluye de entrada.

 

Usted señala que la relación paterno-filial es de tipo normativo, moral y jurídica. ¿Para qué existe?

Para que el sujeto se sujete, para que aprenda a convivir por medio de una norma que es la misma para todos. En definitiva, para que reconozca a los otros.

 

Nombrar es cargar al sujeto con una historia que desconoce y que se pasará la vida averiguando. ¿Escribir, como dice, es resolver el tema de un plumazo?

No, escribir no resuelve nada por más plumazos que dé. La literatura más bien propone escenarios problemáticos, no soluciones a problemas.

 

Usted comenta que, en la tradición monoteísta semítica, la escritura, lugar de la revelación, es en principio cosa de hombres, lo mismo que el sacerdocio. En un mundo que durante siglos solo tuvo escuetas minorías de gente que podían leer y escribir, el espacio para las mujeres, por regla general, estuvo especialmente restringido. ¿Cuándo se aproxima la mujer a la escritura? ¿A partir del salón barroco e ilustrado, donde se lee y escucha lo que dicen los varones? ¿Desde cuándo cambia esa situación?

Es un tema muy complejo y de largo recorrido. Lo he tratado en varios libros, algunos que ha citado, pero también en Genio y figura de Victoria Ocampo.

 

En Puesto fronterizo se exhuman y exploran diarios, memorias, biografías y autobiografías, textos de ficción y de ensayo relacionados con Goethe, Freud, Chateaubriand, Rilke, Thomas Mann, Proust o Pío Baroja. ¿Qué forma esa materia? ¿Qué le gustaría a usted que se viera en esta exploración?

Es lo que traté más casuísticamente en Novela familiar, o sea, una antropología del escritor a partir de la aparición vocacional de la literatura en su vida y lo que cada cual entiende por escritura.

 

¿Por qué está tan presente Freud en sus escritos? ¿Tiene que ver con el hecho de que Freud era un científico que creyó con probada fe en el saber del arte o en lo que el arte puede llegar a revelarnos?

Me interesa Freud como ensayista y narrador, es decir, como escritor. De su aspecto clínico nada puedo decir. En él se da una síntesis entre la antropología romántica de la enfermedad –el hombre como animal enfermo que se vive como tal– y la ciencia sexológica y neurológica positivistas. Es el Freud de Thomas Mann.

 

¿Para escribir es necesario tener una conciencia aguda de lo otro, de aquello que parece oculto y, por extensión, de toda la humanidad?

Muy largo me lo fiais. Para escribir siempre conviene lo mismo que para cualquier cosa, tener un máximo de conciencia. Luego están los enigmas, que se pueden resolver, y los misterios, que son impenetrables por cerca que los observemos.

 

En otro de sus libros, Lógica de la dispersión o de un saber melancólico, realiza un exhaustivo recorrido por la historia del pensamiento apelando a la filosofía, pero también a la teoría de la ciencia, a la literatura, a la música y a las artes visuales, incluso al psicoanálisis (pero menos que en Puesto fronterizo), para revisar cuatro estaciones de la historia del pensamiento: el clasicismo (de Grecia hasta la baja Edad Media), el Barroco, el Romanticismo y la posmodernidad. Y pone sobre el tapete a poetas y pensadores que han hecho de la fragmentación y la dispersión su razón de escribir y su forma de crear: Paul Valéry, el Adorno de Minima moralia, etcétera, autores más de aproximaciones que de construcciones sólidas. ¿Hay un saber de lo fragmentario y lo incierto que nos lleva a operar con lo discontinuo, con lo disperso, lo fragmentario y lo intermitente?

Sí, desde luego, y ese es el tema conductor del libro. Incluso podría pensarse la historia como vaivén entre el pensar fragmentario y el pensar sistemático, de modo que dialoguen entre ellos y se hagan compañía, porque nada ni nadie existe sin su contrario, sin su alteridad.

 

En este libro dice que, desde Platón, estamos viviendo un ocaso, un tiempo de extinción: olvido del ser, abandono de la sacralidad de lo verdadero, escisión entre ser y pensar. ¿Nos hemos quedado con un ser que fluye, que está por ser, que nunca es?

Sí, se trata del ser de la existencia, del que está ahí, abandonado en un mundo que debe hacer suyo sin saber quién le manda hacerlo y, por lo mismo, prescindiendo de toda compulsión. Tiene una libertad escuálida pero enorme, todo el mundo a su disposición.

 

Hay muchos años de escritura, muchos libros en su haber. ¿Halló la nota reveladora, la voz desconocida que puede tomar como legítima, el fragmento de invención dichosa que lo justifique o lo salve de la zoología del espíritu?

Escribo porque creo haber encontrado esa voz legitimadora que siempre me dice que vale la pena escribir. Desde luego, no basta con obedecerla desde la libertad de desobedecerla. Hay que tener ganas de escribir. De lo contrario, la tarea resulta falsa. Todo sin olvidar que escribir es corregir, no simplemente seguir la corriente, el impulso. La voz hay que impostarla, como hacen los cantantes. Nadie nace sabiendo cantar. Hay que aprender por medio de ejercicios gimnásticos de aliento, lo mismo que hace un deportista o un bailarín o, como dije antes, un cantante. Hay dicha placentera si el escritor mantiene sus límites. También hay gozo, placentero o doloroso, cuando los sobrepasa. La corrección final es ineludible. No creo en el valor del puro arrebato ni en la inspiración.

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