ONTOLOGÍAS DIFUSAS
El hecho es que Rossi fue escribiendo cada vez más literatura y menos filosofía. Consciente de que será un dato esencial de su biografía intelectual, se pregunta en Cartas: ¿y la literatura? «Ha sido, —dice— más que la filosofía, mi santo y seña para mezclarme con la realidad». Entiendo que para organizarse en ella, para comprenderla y vivirla, y, en efecto, aclara páginas después que este es su sentido, «una especie de nueva «investigación lógica» de las razones para afirmar esto o aquello»; la narración como un tantear de bastón de ciego buscando en la realidad construir «el cuento de la vida como una incertidumbre y una adivinanza» (506). Si Rossi se hubiera familiarizado con las investigaciones del último Ortega, el que fiaba la renovación de la filosofía a una «razón etimológica», no se habría sentido incómodo, presumo, para nombrar su modo de entender las relaciones entre literatura y filosofía como «razón narrativa».
Evidentemente, Rossi no redactó nunca un tratado de metafísica u ontología, es decir, de filosofía primera. Pero eso no quiere decir que no se haya preocupado por diseñar con trazos discontinuos, como un explorador que sólo puede servirse de mapas muy elementales, una teoría de lo real que podríamos resumir en unos pocos rasgos: que impera el azar sobre cualquier otro ingrediente de nuestra existencia, individual o colectiva; que la relación entre el sujeto y sus actos es incierta, tanto que no ve justificada teóricamente la atribución de responsabilidad de nuestras acciones, «esclavos de una ficción jurídica que llena las cárceles y destruye la literatura» (253); que la realidad se presenta con una sospechosa discontinuidad de instantes, que la memoria y la imaginación guiadas por las inclinaciones y deseos, de cuyo proceso de formación nada sabemos, llegan hasta donde llegan; por tanto —como dice una de esas voces que pueblas sus relatos, «nadie puede cargar con toda su vida. Es una insensatez querer defender cada uno de nuestros actos. El error, la limitación en el juicio, la omisión definen sin remedio nuestra condición» (424).
En consonancia con esta visión, es mejor una razón un poco escéptica que «nos defienda de los sueños olímpicos» antes que una razón inmaculada que «lentamente se disuelve en una pesadilla salvaje» (482). Su credo entonces se centra en defender «una honda conciencia de que cometemos errores y, a la vez, la valentía de pensar e imaginar ardientemente» (ibidem).
El ensayo que más se acerca a una descripción metafísica de la realidad es, a mi juicio, «En plena fuga». En él quedan subrayados y escenificados, se podría decir, todos y cada uno de los datos esenciales que atribuye Rossi a lo real, entendiendo por tal nuestras vidas, pues no hay nunca en sus textos algo parecido a una teoría sobre el mundo o la materia, sobre el alma, el tiempo, Dios o sobre el ser último de las cosas. Fiel a su formación, elude en el texto que comentamos la pregunta cartesiana que dio origen a la modernidad, ¿quién soy yo? y la sustituye por otra de menor vuelo y mucho más fácil de responder, ¿dónde estoy? Y lo que sigue es una declaración metafísica que evita cuidadosamente términos como «tiempo» o «muerte», que «huelen a sacristía, a metafísica oscura y campanuda»: «Yo pienso, con angustia y banalidad que la vida se escapa. Se escapa por las rendijas que no son el tiempo ni la escandalosa muerte… Me interesan más las fisuras insidiosas de la vida cotidiana, obra de roedores, no de demiurgos» (325).
Primero ironiza acerca de los supuestos de la experiencia cotidiana: yo decido, yo me enamoro, yo sé de dónde llegan las cosas, por qué pasa lo que pasa, sé dónde estoy, ¿será verdad eso de que soy el dueño de mi vida?… y otra vuelta de tuerca «¿y qué hay de la incomprensible decisión de decidir?» (330); y concluye respondiendo a la primera pregunta, ¿dónde estoy yo?: «Sentado en un sillón, rodeado de oscuridad, monarca de un mundo en plena fuga» (331).
No resulta sorprendente que el siguiente ensayo, «De paso», se inicie con una cita de Conrad de la que extrae el reconocimiento y la aceptación de la vida como una necesaria corrupción (332), en el primer sentido del diccionario de la RAE: «acción y efecto de corromper…». Corromper: «trastocar la forma de algo, echar a perder, depravar, dañar, pudrir algo».
Esta visión lúcida, fría y desapegada de las cosas, que acepta la vida como una estancia breve y confusa en el mundo, debe guardar relación con algunos rasgos profundos de la biografía de Rossi, así como su manera poco fiel pero valiente de no quedarse quieto en una filosofía o en un estilo. Sus lejanos orígenes europeos, italianos, cruzados de sangre materna venezolana, su niñez, repartida entre Florencia y Venezuela, su bachillerato en Buenos Aires y su instalación definitiva en Ciudad de México le llevaron a juzgar su propia escritura como marcada por la extraterritorialidad: «la relación con la literatura está marcada por una situación esencial: la extranjería» (500). Ignoro si Rossi había leído el breve ensayo de George Steiner «Extraterritorial». El crítico literario se refiere en él a los escritores desarraigados de su nación-lengua materna que abandonan esta y comienzan a escribir en otra. Menciona a dos irlandeses que emigran del inglés al francés, Oscar Wilde y Samuel Beckett, a poetas como Heinrich Heine y Ezra Pound; también a Borges. Aunque este sólo ha escrito en español, su profundo conocimiento del inglés, francés y alemán inclina a Steiner a incluirlo en el club de los «extraterritoriales»: «muy frecuentemente, un texto inglés […] se encuentra a la base de su frase española». El ensayo está dedicado al novelista de origen ruso Vladimir Nabokov, el más plurilingüe de los escritores del siglo xx, que escribió su obra en tres lenguas: ruso, alemán e inglés, y es posible que redactara un cuento en francés. Steiner termina su ensayo viendo en Nabokov y en su originalidad lingüística una especie de arquetipo del creador para un tiempo de guerras y revoluciones: «Un gran escritor a quien las revoluciones sociales y las guerras empujan de lengua en lengua, es símbolo cabal de la era del refugiado. Ningún otro exilio puede ser más radical, ninguna otra hazaña de adaptación a una nueva vida puede ser más exigente. Nos parece justo que quienes crean el arte dentro de una civilización casi bárbara, que ha desposeído de sus hogares a tantas personas, que han arrancado lenguas y gentes de cuajo, sean también poetas sin casa y vagabundos a través de diversas lenguas».[18] De haber conocido Steiner a Rossi, le habría incluido en su lista de escritores extraterritoriales.
Rossi ha terminado por asumir que lo definen mejor ciertas negaciones: «yo no soy un especialista en nada. No soy un científico, ni tampoco el deslumbrante erudito en algún autor o periodo y no puedo declararme poeta o novelista. Ni siquiera puedo refugiarme en esa zona de bordes indefinidos que es el ensayo» (483). Y en otro lugar nos da toda la coherencia que es capaz de reunir su desencajada existencia: «¿No es natural que quien en su adolescencia se deslumbró con la prosa de Borges, se sintió atraído por aquellos manuales de lógica escolástica y luego con el correr de los años, por las preguntas de Wittgenstein?» (506). Pero nunca le abandona la impresión de extranjería que hemos ya mencionado y que tengo la impresión de que constituye la cifra de su biografía. «Se trata del ya insuperable desencaje de mi vida, el efecto ácido de haber estado aquí y allá. La consecuencia de una extranjería excesivamente prolongada» (603). Aunque siempre deberá el lector hacer una reserva: está leyendo un texto sobre una primera persona desteñida por la ironía.
No es poca cosa como argumento de una vida para alguien que creyó que los demiurgos menores que regían nuestros destinos eran el azar y la corrupción. En cierta ocasión, admitió que se sentía cómodo en una vida sostenida por una «ontología destartalada».
[1] Cito siempre que no indique otra cosa por el volumen Obras reunidas, México, FCE, 2004. Doy el número de página a continuación del texto.
[2] «Arrojar la escalera» es la expresión que el traductor del Tractatus emplea y que da pie a Rossi para su broma. El texto de la proposición 6.54, penúltima del tratado, dice: «Mis proposiciones esclarecen porque quien me entiende las reconoce al final como absurdas, cuando a través de ellas —sobre ellas— ha salido fuera de ellas». (Tiene, por así decirlo, que arrojar la escalera después de haber subido por ella). Cito por la edición Gredos, Madrid, 2009, Tr. de Isidoro Reguera.
[3] Obras completas, vol. xix. México, UNAM, 1999, 243.
[4] Primera edición en Siglo XXI, 1969. La del FCE 1989, consta de los siguientes trabajos: «Sentido y sinsentido en las investigaciones lógicas» (1960); «Lenguaje privado» (1963); «Teoría de las descripciones, Significación y presuposición» (1964); «Descripciones vacías» (1967) y «Nombres propios» (1969).
[5] Agradezco a Aurelia Valero, investigadora del Instituto de Investigaciones Filosóficas que me haya facilitado copia del expediente académico de Rossi. Archivo histórico de la UNAM. «Expediente personal: Alejando Francisco Rossi Guerrero», núm. 16180.
[6] ¿Cabe suponer que Rossi, borgiano incondicional, haga burla de Ernesto Sábato, autor de un libro titulado precisamente El escritor y sus fantasmas y que exhibe además una tendencia a desplegar en sus novelas doctrina filosófica? Un ejemplo: los resúmenes de Hegel en Abaddón el exterminador.
[7] «La ironía», en Cuestiones disputadas, Madrid, Revista de Occidente, 1955, 27-42.
[8] Hablando del método que se propone seguir para interpretar a Cervantes, escribe Ortega: «Necesita [su novela], cual la verdad científica, que le dediquemos una operosa atención, pero sin que vayamos sobre él rectos, a uso de venadores. No se rinde al arma: se rinde, si acaso, al culto meditativo. Una obra del rango del Quijote tiene que ser tomada como Jericó. En amplios giros, nuestros pensamientos y nuestras emociones, han de irla estrechando lentamente, dando al aire como sones de ideales trompetas. (OC, I, 761).
[9] Los hijos del limo, Barcelona, Seix Barral, 1974, 71. Y como para confirmar la observación de Paz, Booth en su ensayo La retórica de la ironía dice: «Si la ironía es, como enseñaron al mundo Kierkegaard y los románticos alemanes, negatividad absoluta e infinita, entonces todos los significados se disuelven para formar el único significado supremo: ¡No hay significado!» (135).
[10] Yo diría que las siguientes palabras de Ortega resumen la intención irónica que subyacen en muchos textos de Rossi, hasta el punto de constituir una de las marcas más significativas de su estilo: «La ironía es siempre ser, a la vez dos cosas —una que se es de verdad y en plenitud y otra en que, con creadora modestia, se finge ser menos de lo que se es» (OC, IX, 255).
[11] Filosofía y vocación, VVAA, México, FCE, 2012. Citaré por FV, y el número de página.
[12] El título que puso a su discurso de ingreso en El Colegio Nacional merece una reflexión. Rossi se presenta ante sus pares como un extranjero, un diplomático que presenta sus cartas. No ignora que «credencial» remite a «crédito» y a «creencia». Solicitaba, por tanto. un acto de confianza hacia su obra y para ello endosa como valor su vida y sus logros intelectuales. De ahí que adopte su discurso la forma de autobiografía. A Valero no le pasó por alto que cuando Rossi explica sus preferencias filosóficas en el mencionado discurso, confirmó «el valor del sustrato autobiográfico en el modo de concebir la filosofía, [aunque] no llegó a reconocer siquiera una sombra de afinidad con sus primeros profesores universitarios» (FV, 27). En efecto, en el pasaje que comenta Valero, Rossi salta de la evocación de un manual de lógica escolástica, ya mencionado, que leyó en su juventud, a la filosofía analítica.
[13] Esta es una observación de Hegel en su Fenomenología del espíritu (1807). No deja de ser significativo que la primera opción filosófica de Rossi fuera Hegel y su Lógica, donde se daba forma al saber absoluto y se revelaba la esencia del mundo reflejada en la mente del mismo Dios. También es cierto que este primer amor no llegó a buen puerto. Rossi renunció a publicarla.
[14] Obras completas, xii, 427. En el epílogo a la edición de Filosofía y vocación, Guillermo Hurtado comenta este pasaje en los siguientes términos: «En este curso de 1960, Gaos se hizo un dramático harakiri filosófico frente a sus alumnos, mas ellos no lo acompañaron en su suicidio ritual y se quedaron como espectadores. Gaos sabía muy bien que su concepción de la filosofía era rechaza por sus discípulos y que era correcto que así fuese» (FV, 128-129).
[15] La categoría de «encuentro», en la estructura metafísica de la vida humana, aúna paradójicamente los ingredientes del azar y el destino en urdimbre. En la vida de Rossi esto es diáfano.
[16] No es posible enumerar aquí todas ellas. Mencionemos La institución libre de enseñanza, la reforma de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid a comienzos de los 30, según el Plan Morente, La Revista de Occidente y su editorial, etcétera.
[17] No se trata de una exageración o una invención mía. El artículo publicado por Rossi en El Universal (México, 3 de septiembre de 1998) «Recuerdo de Hugo», comienza con las siguientes palabras: «El 29 de agosto se cumplieron veinte años de la muerte de Hugo Margáin Charles. Esa noche lo asesinaron. Salía del Instituto de Investigaciones Filosóficas en ciudad universitaria con su amigo inglés…» (617).
[18] «Extraterritorial». En Extraterritorial. Ensayos sobre literatura y la revolución lingüística, Barcelona, Barral, 1973, 23-24.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]