En Mañana nunca lo hablamos incluyes una cuestión tabú asociada a un momento crucial en la historia de Guatemala: el conflicto armado. Ese niño observador que sospecha que no hay diferencias étnicas entre guerrilleros y militares y que busca una respuesta que le será negada porque de “eso no se habla”, tal como le dicen en su familia, ¿simboliza el sentimiento de muchos guatemaltecos? ¿Cómo ves el país cuando da la sensación de que el período de posguerra no ha terminado? 

Un tema que sigue siendo tabú, un silencio que no se resuelve, algo que se debe hablar y que sigue sin hablarse en la sociedad guatemalteca. Ese miedo a decir las cosas, a enfrentarse con el pasado, a ver las cicatrices y las heridas, a resolver ciertos temas que solo han empeorado en las últimas décadas. Más que el conflicto armado en sí es la situación general del país, la desigualdad, la desnutrición, la extrema pobreza. Un estado fallido y una sociedad atemorizada que aún prefiere callarlo.

Yo sigo escribiendo. Busco momentos de silencio para seguir escribiendo. Aunque no sepa realmente qué estoy escribiendo. Nunca sé, hasta que sé

En Duelo también hay algo de lo que nunca se habla, al menos, en tu familia: la muerte de un tío tuyo, Salomón, siendo un niño. De la misma manera, tu abuelo polaco rehusó a hablar durante casi toda su vida de su experiencia en Auschwitz. ¿Haber crecido entre silencios de ese calibre te sirvió para, en algún momento concreto, plantearte la posibilidad de ser el portavoz que revelara aquellos tesoros escondidos de tu familia? 

Más que los silencios, las prohibiciones. No hablar sobre la muerte de Salomón; no contar la historia de mi abuelo en Auschwitz; no relatar el secuestro de mi abuelo libanés por la guerrilla en los años sesenta. Hay algo que me atrae en las prohibiciones, o en esos silencios familiares, o en esas grandes historias que ya nadie en la familia quiere ni debe contar. ¿Por qué son prohibidos? ¿Por qué me los están prohibiendo? Hay algo muy arcaico en mí que necesita perseguir las historias que se me prohíben y que están llenas de silencios, para luego llenar esos silencios con literatura. 

Precisamente en Canción vuelves a esa etapa oscura del país que mencioné antes. Después de centrarte en la figura de tu abuelo materno, cambias de foco y este recae en la figura de tu abuelo paterno y el secuestro que sufrió unos años antes de que nacieras, en la época de reforma agraria. Percy, Rogelia, etc. La historia es digna de una novela y retoma la inquietud de aquel niño que no veía diferencias entre militares y guerrilleros: Canción era un guerrillero, pero ante todo un criminal, al igual que muchos militares. ¿Se podría decir que en esta novela le das voz a aquellos que sufrieron los atropellos de la guerrilla? 

No sé si mi intención haya sido darles voz a algunos. Pero de ser así, quizás darles voz a aquellos que sufrieron los atropellos de la guerrilla y de los militares, no solo de la guerrilla, y no solo de los militares. En toda guerra hay algo de incierto e incomprensible al intentar entender quiénes fueron las víctimas y quiénes fueron los verdugos. Y quizás eso, en una situación como el conflicto armado interno en Guatemala, se complica. Yo sabía que si iba a entrar en ese tema tan grande, tenía que hacerlo con objetividad. Tenía que poder tratar a un guerrillero o a un militar de la misma manera, con la misma distancia. La distancia en este libro me era muy importante. Contar la historia con la debida objetividad. Una historia, claro, que parte de un punto muy íntimo, de una historia familiar muy íntima pero que solo me sirve como puerta de entrada hacia esa historia más grande que es la guerra civil de Guatemala, tan larga y tan violenta.

¿Qué importancia tiene en tu obra el haber nacido en Guatemala? ¿Es posible que, además de tu talento para contar historias y en la manera novedosa en la que sigues completando tu proyecto literario, ese hecho le haya dotado de cierto exotismo y contribuido a despertar el interés de editores, traductores y lectores? Esto, en el sentido de que no eres el típico judío de Brooklyn, etc. 

Alguna vez me preguntaron cuáles eran los libros que no había leído que más me habían influenciado como escritor. Una pregunta que al inicio pensé ridícula, pero que luego me di cuenta de que era muy inteligente. Y de inmediato supe mi respuesta. Dos libros. Dos libros que no he leído y que me han influenciado como escritor: el Popol Vuh y la Torá. La casa que es mi identidad está cimentada y construida sobre esas dos columnas: Guatemala y el judaísmo. Yo nací en Guatemala. Guatemala es y será siempre parte de quien soy. Aunque me haya ido a vivir a Estados Unidos, aunque siga viviendo fuera, soy guatemalteco. Y asimismo, aunque lo rechace y lo niegue, soy judío. Nací judío y crecí judío y fui educado como un judío. Esas, entonces, son las dos grandes columnas que me sostienen. Pero yo sabía que tenía que derrumbarlas. Sabía que, si quería ser escritor, tenía que derrumbar mi casa y construirla de nuevo. Necesitaba alejarme lo más posible de Guatemala y del judaísmo. Necesitaba destruirme para luego reconstruirme de nuevo a través de la literatura.

@ Miguel Lizana

Tu nombre aparece ya en la extensa lista de escritores latinoamericanos que producen desde fuera de sus países de origen, algo que casi no ocurre con escritores europeos o de otras latitudes. En el caso de Guatemala, ocurre con Dante Liano, Rodrigo Rey Rosa… ¿Ves necesario salir de Guatemala para obtener ese reconocimiento? ¿Es la escritura desde el extranjero una condición característica de muchos autores latinoamericanos?

Fue lo primero que me dijo Horacio Castellanos Moya cuando lo conocí en Guatemala, poco después de haber publicado mi primer libro: “¡Andate!” Y creo que tenía razón. En sociedades como la nuestra, en países como Guatemala, quedarte te limita, te cohíbe, te silencia, te puede mantener dando vueltas en un mismo barrio. Salir, me parece, ya sea temporal o permanentemente, te puede sacar de ese barrio. Y en tu escritura entonces también se moverá el horizonte. 

¿Encuentras rasgos compartidos entre los escritores latinoamericanos de tu generación, aparte de la propia lengua? La escritura desde fuera del país de origen, como comentábamos, o la pertenencia a un mismo imaginario literario, o a lo mejor ciertas manifestaciones narrativas que puedan estar dándose de manera simultánea en autores de distintos sitios, los cuales se han despojado o han abandonado la influencia del boom.

Es difícil definir qué significa hoy ser un escritor latinoamericano. Yo creo que con el boom era más fácil responder esa pregunta, pero con mi generación es mucho más difícil porque ya hay poco o nada que nos une. Geográficamente no, porque muchos estamos viviendo y escribiendo fuera de Latinoamérica, ya sea en Europa o Estados Unidos o donde sea. Ya tampoco nos une una lengua porque hay escritores latinoamericanos escribiendo en inglés, por ejemplo. Tampoco nos unen los grandes temas que unían al boom: no tenemos nuestras novelas de dictadores como tenía cada uno de ellos. Tampoco nos une un subgénero, como el realismo mágico o lo fantástico. Entonces, ¿qué es? ¿Qué significa hoy ser un escritor latinoamericano? Quizás lo que podría definirnos es también aquello que nos diferencia: el cosmopolitismo. Estar por todo el mundo, escribir desde y hacia todo el mundo. Estemos físicamente en nuestros países latinoamericanos o no. Miradas desde fuera, desde otra parte, hacia Latinoamérica. O sea que ser un escritor latinoamericano hoy es más complicado de definir, somos más difícil de catalogar, y está bien que así sea. Eso quiere decir que estamos llevando a Latinoamérica a todas partes.

Llegaste a Francia gracias a una beca y en unos meses te mudas a Berlín por el mismo motivo. ¿Cómo has vivido estos tiempos de pandemia, confinamiento y nuevos desplazamientos en relación con tu escritura? ¿Algo en lo que estés trabajando con miras a una nueva publicación? 

Es que el escritor ya vivía aislado antes de ser forzosamente aislado. Escribir requiere silencio y soledad. La pandemia lo que ha hecho en mi caso es oficializar esa soledad, impedirme ver a otros y salir y viajar, cosa que se aprecia y agradece en términos de trabajo. Viajar es maravilloso a nivel personal, claro, pero interrumpe muchísimo el proceso de escritura. Ir a un festival o a dar una charla implica toda una semana de interrupción; en lo que vas, en lo que vuelves, en lo que recuperas el ritmo. Ahora no se ha podido viajar, y yo he podido permanecer en casa sin tener que dar excusas. Pero al mismo tiempo ha habido durante la pandemia mucho ruido mental. Mucha incertidumbre. No sabíamos nada cuando todo esto empezó, en los primeros meses del 2020. Estábamos en París, inseguros, temerosos. Pero luego, poco a poco, uno siempre se reajusta a su nueva realidad. Yo sigo escribiendo. Busco momentos de silencio para seguir escribiendo. Aunque no sepa realmente qué estoy escribiendo. Nunca sé, hasta que sé. 

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