Obsérvese de paso como siguen siempre presentes los dos sumandos básicos del arte de la novela naturalista: la observación y la experimentación; la mimesis y la composición. Las razones en las que se autoriza Clarín para proponer como objeto de la novela la morfología de la vida son básicamente dos. La primera es la compleja relación que une al personaje con el medio y que ejemplifica en el arte narrativo de Flaubert, y cuya descripción formula así:
La vida se compone de influencias físicas y morales combinadas ya por tan compleja manera, que no pasa de ser una abstracción fácil, pero falsa, el dividir en dos el mundo, diciendo: de un lado están las influencias naturales; del otro la acción propia, personal del carácter en el individuo. No es así la realidad, no debe ser así la novela. A más del elemento natural y sus fuerzas, a más del carácter en el individuo, existe la resultante del mundo moral social, que también es un ambiente que influye y se ve influido a todas horas por la acción natural pura, por la acción natural combinada con anteriores fuerzas, compuestas, recibidas y asimiladas de largo tiempo, y por la acción del carácter de los individuos. Precisamente, este elemento general, no físico y social, es el que predomina en la vida que copia la novela, y no queda estudiado en el análisis fisiológico y psicológico del individuo, ni debe ser considerado como puro medio del carácter, sino como asunto principal y directo, por sí mismo; como parte integrante y sustantiva de la realidad, de cuya expresión artística total se trata.[27]
Palabras en las que está latiendo la segunda razón, y que no es otra que la concepción que profesaba del arte, concepción de raigambre idealista, krausista, en la que el oportunismo histórico ha dado cabida a la conquista de la realidad que propugnaba el naturalismo novelesco a la altura de los primeros años de la década de los ochenta. El texto de Alas es diáfano:
Si el arte debe ser reflejo, a su modo, de la verdad, porque es una manera irremplazable de formar conocimiento y conciencia total del mundo bajo un aspecto especial de totalidad y de sustantividad, que no puede darnos el estudio científico, no hay razón para querer que sólo sea el carácter humano lo que sea objeto de tal fuente de percepción, sino que la realidad entera debe y merece ser estudiada y expresada por modo artístico.[28]
III
En carta del 22 de diciembre del 1883, mientras espera el dictamen crítico acerca de La Tribuna (que aparecería el 2 de marzo del 1884 en El Día), Pardo Bazán, a quien seguramente Clarín ha enterado de que está escribiendo una novela, le dice que «nunca será un buñuelo su Regenta».[29] Ésta es la primera noticia de las decenas de cuartillas que el gran crítico llevaba escritas de la que será su obra maestra. Semanas después —12 de febrero de 1884—, cuando todavía no ha visto la luz la reseña de La Tribuna, Pardo Bazán, a quien Clarín le va comunicando el trabajo esforzado y gustoso de novelista, le escribe: «Deseo mucho leer esa Regenta, a ver qué dicen y hacen esos curas. Nunca harán cosa alguna que antes no hicieran curas de carne y hueso, pues de todo hay en esa clase respetable por su ministerio, pero bien atrasada e ínfima por acá».[30]
De estas breves indicaciones se deduce que La Regenta era presentada por su autor —aunque desconocemos los términos de esa presentación— y esperada por la ansiosa lectora Pardo Bazán como una novela —lo que en parte es cierto— que se desarrollaba en unos escenarios eclesiásticos. Incluso doña Emilia piensa que será una sátira y que quizás haga «el oficio de un sermón».
En efecto, Pardo Bazán supo antes que Galdós de la escritura de La Regenta. A Galdós se lo comunicó Clarín en una carta de finales de la primavera del 1884, cuyo tema principal gira en torno a Tormento y La de Bringas, y en la que le decía: «No sé si sabrá usted que yo también me he metido a escribir una novela, vendida ya (aunque no cobrada) a Cortezo, de Barcelona. Si no fuera por el contrato, me volvería atrás y no la publicaba: se llama La Regenta y tiene dos tomos por exigencias editoriales».[31]
Al publicarse el primer tomo de La Regenta muy a finales del 1884, Clarín escribe a Galdós (enero, 1885) pidiéndole que lea el tomo y que le dé su opinión porque «el parecer de usted es el que me importa más; siguen el de Tuero, Palacio, Pereda, Emilia Pardo, etcétera, pero el de usted es el primero».[32] El 24 de febrero Galdós, quien está a punto de finalizar la lectura del primer tomo, escribe a Clarín para comunicarle que va a analizar la novela minuciosamente, mientras le solicita, a su vez, que haga lo propio con Lo prohibido. Ciertamente tanto un análisis como el otro ocuparan cartas muy extensas. La carta de Galdós es del 6 de abril; la de Clarín data del 11 de junio de 1885. Galdós alaba genéricamente la novela de Alas, a la par que señala algunos defectos: la preocupación por la lascivia («hay en la obra demasiada lascivia»)[33] y las dimensiones de la novela («no ha querido reservar nada para otra vez»), y por el contrario se siente encantado con un recurso que Clarín venía elogiando en el arte de la novela galdosiana: «la gracia, la flexibilidad con que usted ha sabido encontrar el lenguaje que debe hablar cualquier personaje». Con brevedad se ocupa de varios personajes, con excepción de la Regenta y del Magistral, «a quienes dejo intactos hasta conocer el segundo tomo», si bien adelanta que le gusta más Fermín que Ana, personaje femenino en el que ha querido «bordar» demasiado y aparecen ciertas inverosimilitudes en su configuración: «Cuando las cosas se particularizan tanto es preciso dedicar al personaje un libro entero».[34]
En esta lectura de la primera parte de la novela, como en la segunda lectura unas semanas después y en la extraordinaria recapitulación que ofrece el prólogo a La Regenta (1901), el diapasón de «lector modelo» que emplea Galdós para medir la suficiencia estética de la novela de Alas apuesta por la concordia entre la realidad y la vida y la verdad humana de los personajes y de los mundos sociales que habitan. Las reflexiones epistolares del 6 de abril se detienen en los personajes secundarios y en algunos de los cronotopos de la novela. A propósito del mundo clerical escribe: «Las intrigas de aquel mundo catedralesco están tan bien, que me parecía, cuando lo leí, estar viendo los tipos y sucesos que en otro tiempo vi y goce en la catedral de mi tierra».[35] En el «Prólogo» de 1901 advierte al lector: «Comienza Clarín su obra con un cuadro de la vida clerical, prodigio de verdad y gracia».[36] El otro cronotopo en el que se detiene es el del casino vetustense. En la primera lectura, lo considera «lo mejor de la novela como cuadro de costumbres, aunque en ella haya otras cosas que como concepción le sean superiores».[37] En esta primera lectura, Visita y Obdulia le parecen personajes muy humanos con un temperamento de «gatas en enero», mientras en 1901 presta atención a la «estampa primorosa de Obdulia Fandiño», diablesa que entretiene su liviandad y despliega sus artes de seducción en el ámbito eclesiástico. Mesía es, en la lectura de la primavera del 1885, un paradigma de «ligereza y corrupción provinciana», mientras en el «Prólogo» de 1901 —donde la apelación simbólica es frecuente, dada la realidad histórica de la España de los albores del siglo xx— Galdós escribe:
¡Con qué admirable fineza de observación ha fundido Alas en este personaje las dos naturalezas: el cotorrón guapo de buena ropa, y el jefe provinciano de uno de estos partidos circunstanciales que representan la vida presente, el poder fácil, sin ningún ideal ni miras elevadas! Ambas naturalezas se compenetran, formando la aleación más eficaz y práctica para congregar grandes masas de distinguidos, que aparentan energía social y sólo son materia inerte que no sirve para nada.[38]
Víctor Quintanar le parece, en su lectura de la primavera del 1885, un tipo falso o, por mejor decir, carente de la verdad que requiere su condición de magistrado: «Es imposible que un hombre que ha estado en tratos tan íntimos con la miseria y debilidades humanas, sea tonto y no vea el peligro que tiene al lado con su mujer guapa, de veintisiete años, y un poco levantada de cascos».[39] En la lectura de otoño, completada la novela, su juicio es categórico: «Don Víctor es el personaje que menos me gusta en la obra, porque resulta excesivamente simple, y es cabrón desde el principio».[40] En 1901 rebaja el tono y subraya sus «vislumbres calderonianas»: «Hace años, don Víctor me pareció el hilo conductor de un tema muy querido por Clarín: mentira calderoniana y verdad novelesca».
Por último, Paula Raíces, que le parece tras la lectura del primer tomo un poco inverosímil, aceptando que «esta figura es más grandiosa que verdadera». Sin embargo, su decisivo papel en los aprendizajes de Fermín queda explicado en 1901: «Las páginas en que esta mujer medio salvaje dirige a su cría por el camino de la posición, con un cariño tan rudo como intenso y una voluntad feroz, son de las más bellas de la obra».[41]
Aunque en la primavera de 1885 le prometió al maestro asturiano hablar de don Fermín, en el otoño apenas lo hizo. En el prólogo de 1901 se detiene lo suficiente para perfilar al personaje, «bloque arrancado de la realidad», verdaderamente humano «por el lado de sus méritos físicos, como por el de sus flaquezas morales, que no son flojas». Sintetiza «el poder fisiológico de un temperamento nacido para las pasiones y la dura armazón del celibato, que entre planchas de acero comprime cuerpo y alma».[42] Y propone una significación simbólica: «Fermín de Pas es más que un clérigo, es el estado eclesiástico con sus grandezas y desfallecimientos».
Ana Ozores, en el otoño del 1885, le «gusta menos que sus dos amantes», como en la carta de semanas antes ve en ella «dos o tres mujeres», reconociendo la alta dificultad de configurar este personaje. En el prólogo de 1901 define la personalidad de Ana de modo más complejo, reconociendo que Clarín ha puesto todo su arte, su observación y su conocimiento para adentrarse en «los escondrijos y revueltas del alma humana», mostrando un gran dominio del análisis psicológico. El drama de Ana personifica según Galdós «los desvaríos a que conduce el aburrimiento de la vida en una sociedad que no ha sabido vigorizar el espíritu de la mujer por medio de una educación fuerte y la deja entregada a la ensoñación pietista, tan diferente de la verdadera piedad, y a los riesgos de frívolo trato elegante».[43] Para advertir, finalmente, que la atmósfera que la novela presenta con entera verdad tiene plena vigencia en la actualidad.