Vitrina Sir Thomas Browne

1605-1682

Cuaderno azul

La tarde del 16 de enero de 1632 Sir Thomas Browne está presente en el teatro anatómico de Amsterdam, cuando el cirujano mayor de la ciudad disecciona el cadáver del criminal Aris Kindt, ahorcado ese mismo día. 

Sabe, porque así lo predican las grandes mentes de su tiempo, que ya es hora de dejar atrás los taxones y abocarse a lo furtivo de la carne. Hay que abrir el atlas de los cuerpos, es la nueva consigna, encontrar las recurrencias en lo fugaz de las formas. 

Siente un agudo malestar de estómago.

¡Qué espantoso espectáculo! se dice. No hay más que sangre aquí. Y vapores asquerosos. Prefiero, toda la vida, los cementerios de grullas, la amistad de Coleridge, los alfabetos de ideas, el condado de Norfolk, los rombos que desperdiga en el mundo el Gran Retórico Divino. 

Mira al joven pintor que registra la escena a su lado. 

Calcula lo que acaece o puede acaecer antes de que llegue el tiempo de emprender el viaje sobre las aguas negras. 

Sólo hay dos inviernos, piensa. Un invierno blanco y un inverno verde. En el invierno blanco, todo está muerto. En el verde, todo está por morir. En cuanto a la literatura, es una forma no menos radical del esplendor del frío. Imposible saber si uno escribe por costumbre, por afán de prestigio, por amor a la verdad, o por mera desesperación; si escribir lo vuelve a uno más sagaz o más triste. 

Y aún así me inclino, concluye, a favor del jardín lírico. Allí el demonio azul trama su casa fúnebre con artefactos verbales y el arte invalida, como una clavis universalis, la supuesta coherencia de lo real. Con eso alcanza, aunque no sé para qué. 

En ese mismo instante, Sir Thomas Browne se levantó, abandonó el lugar y se marchó para siempre en dirección a los repertorios mágicos del emperador de Praga, a las bibliotecas ocultas y a los museos apócrifos, a esa lección de tinieblas donde ceniza, cuerpo y oro se abrazan en el fuego, dejando una estela sonora—sístole y diástole de la respiración de Dios.