Vitrina Emerson

1803-1882

Carta a un escolar americano

Concord, junio 21, 1845

Mi muy estimado Thoreau,

Siempre pensé que la palabra juventud era la más hermosa de la lengua. Ratifiqué mi convicción el día en que lo conocí. También supe de inmediato que usted llevaría mis premisas al más alto nivel existencial.

Quiero, sin embargo, hacerle un par de observaciones.

Ambos sabemos que la ciencia no ambiciona otra cosa que advertir lo afín en lo dispar. También sabemos que una obra de arte es la expresión en miniatura de la naturaleza. 

A esto último, podríamos llamarlo religión de la conciencia, pues ¿qué es un bosque sino un evangelio mudo?

Usted lo ha intuido como nadie, se ha instalado en Walden y ha puesto en marcha, desde allí, su gran experimento para volverse un orador crecido en lo agreste, es decir un poeta, alguien que deja de hacer para aceptar, sin tener miedo, porque está lleno de ese amor que viene de sentirse en unidad con el todo.

Hasta aquí lo sigo. Pero me preocupa, le confieso, su exagerada entrega a la escritura. 

Querido amigo, hay un peligro grave en esa apuesta. Recuerde que sólo aprendemos en la medida en que vivimos. El mundo, esa sombra del alma que se extiende alrededor, no es más que la cantera de la que extraemos las piedras para la construcción. La vida es nuestro diccionario. 

Respire entonces. Y viva en el día, como el maíz y las sandías.

Lo demás es secundario. Me ha tocado muchas veces defenderlo ante los hombres de Concord. Les he explicado que nosotros, los trascendentalistas, preferimos el campo a la ciudad y que, en nuestro ardor por lo excelso, no logramos ocultar hasta qué punto nos repelen la vulgaridad y la frivolidad de la gente.

No sé, y no importa, si he logrado convencerlos.

Recuerde que usted es y será siempre para mí un delegado de la inteligencia y un heredero de la ilustración en América. 

No deje de leer a Montaigne, a Martí, a Baudelaire.

Afectuosamente suyo,