POR LUIS ANTONIO DE VILLENA

Javier de fachada altiva e intimidad jubilosa.

Javier del desprecio del mundo (de este mundo) y del

calor generoso de la amistad y el arte. Javier del don

de lenguas, del querido inglés y el español, sobre todo.

Javier del fracasado amor y los amores mansos, Javier

del triunfo no esperado y aceptado en secreto, dadivoso

en ayudas y dadivoso en cartas, amigo de ilustres perdedores

-el Gawsworth de Redonda- y de nombres de lujo

como bandera amiga. Javier del humilde orgullo

y la humildad sin timbres. Amigo de los libros, de

las charlas enormes en el Palace postrero, amigo de

la risa y del desprecio al necio (y a las necias)

y sobre todo, Javier -y es lo que no perdonan-

amigo de lo excelso, del «citius, altius, fortius».

Fotografía de Lisbeth Salas