Javier de fachada altiva e intimidad jubilosa.
Javier del desprecio del mundo (de este mundo) y del
calor generoso de la amistad y el arte. Javier del don
de lenguas, del querido inglés y el español, sobre todo.
Javier del fracasado amor y los amores mansos, Javier
del triunfo no esperado y aceptado en secreto, dadivoso
en ayudas y dadivoso en cartas, amigo de ilustres perdedores
-el Gawsworth de Redonda- y de nombres de lujo
como bandera amiga. Javier del humilde orgullo
y la humildad sin timbres. Amigo de los libros, de
las charlas enormes en el Palace postrero, amigo de
la risa y del desprecio al necio (y a las necias)
y sobre todo, Javier -y es lo que no perdonan-
amigo de lo excelso, del «citius, altius, fortius».