Esta «teología de las cosas pequeñas» no es pretenciosa. El hombre emula a Dios y aprovecha su cuota contingente de poder creativo, según Diego, siendo consciente de que el nivel infinito de la divinidad es absolutamente inalcanzable por la imperfección humana. Quizá contestando a Vicente Huidobro y a los vanguardistas, el cubano expresó: «La idolatría literaria, el ver un poema como el destello de un pequeño dios al que se adora, es por tanto una desdichada impureza» (2014: 31). Se trata de una creación humana, operada con materiales preexistentes en el tiempo y el espacio, que pone de manifiesto la maravilla de la existencia, el gozo del disfrute. En el ensayo «Piratas de América», dedicado a La Isla del Tesoro, el cubano describe la actividad del niño Stevenson estimulando su creatividad en su casa, cerca de la chimenea, con su caja de pinturas, poniendo en imágenes el contenido de su mundo interior. Observándolo, dice Diego, podemos «intuir que la justa belleza de las creaciones humanas está en que no se las alza jamás de la nada, sino de ese ocre de la acuarela que es la materia ya hecha» (2014: 69).
En el ámbito católico, sobre el que Eliseo teoriza y arma su poética, esa teología «doméstica» sobre la participación en el poder creador de Dios es nueva, ya que durante siglos se entendía que la santidad o la perfección sólo podían conseguirse apartándose del mundo, para evitar sus peligros, o realizando acciones visible y radicalmente heroicas, como dar la vida por un ideal o protagonizar un papel extraordinario como el que concurre anejo a los paras, fundadores o seres excepcionales que responden a un proyecto vocacional fuera de lo común. Hacia la mitad del siglo xx, y coincidiendo con otro tipo de corrientes (la literatura conversacional o coloquial, las huella del marxismo en la elevación del dominado frente al dominante, la solidaridad de los movimientos sociales emergentes a partir del término de la Segunda Guerra Mundial, la opción preferencial por los pobres de la filosofía latinoamericana de la liberación, etcétera), la sublimación de lo poco, lo corriente, fue formulada alrededor de una teología de las cosas pequeñas, auspiciada por nuevos grupos de corte espiritual, laicos, fuera del dominio de las órdenes religiosas, con miembros que trataron de abrazar el mundo sin mundanizarse, para rechazar el sentido de huida que gravita en el fondo de algunas instituciones eclesiales de clausura o semiclausura. El núcleo de esa teología descansa en dos presupuestos: el «vio-Dios-era-bueno» y la potencial colaboración humana en el mejoramiento de la realidad circundante:
Cabe entender al hombre como el perfeccionador perfectible. El hombre perfecciona el universo, pero su fin no es perfeccionar el universo, sino perfeccionarse con ello. Esto significa que ambos perfeccionamientos no son del mismo orden. Y esto, a su vez, quiere decir que la absolutización de la acción humana implica la confusión o reduccionismo (Polo, 2010: 217).
En «Esta tarde nos hemos reunido», por ejemplo, Diego comenta los cuentos de misterio de Chesterton que, según los cánones literarios de prestigio, ocupan, como género, «el último peldaño en las jerarquías literarias», pero sus pequeños enigmas, escritos «en la salud comunicante del idioma», acaparan totalmente nuestro interés, que no es otro que el de la perfectibilidad humana, es decir, «la batalla entre el derecho y el revés, entre el bien y el mal» (Diego, 2014a: 37). A veces, ese mejoramiento de la condición de realidad, que afecta al hombre, es levísimo, sutil, y se apoya en la facultad de mirar. Las cosas corrientes descargan en el poeta o el hombre sensible sus secretos y lo pequeño, intrascendente, sirve para que alguien reciba una recompensa espiritual, ligada al arte. En el ensayo sobre Andersen, la mirada vuelve a ser el elemento que distingue al artista del hombre vulgar:
Una y otra vez este titulado soñador vuelve a sorprendernos, y lo que al principio parece una invención fantástica hallamos luego que procede en realidad de una mirada increíblemente intensa. Una aguja rota al fondo de un arroyo, y sobre ella, allá en lo alto, ramitas, varillas girando, trozos de periódico, desechos: he aquí un enigma poético, es decir, una situación que al advertirla nosotros parece que va a cedernos un fragmento de la única respuesta anhelada ancestralmente desde lo hondo del ser, pero que en seguida se transforma, a su vez, en interrogante, como toda buena respuesta de la Sibila. Apela el poeta a la astucia y descubre, como médula del enigma, esa fábula del patético, absurdo, grotesco y espléndido orgullo de la aguja de zurcir que, a semejanza del hombre, de quien es criatura, no se entera nunca de cuándo pierde y, desde el fondo de su desastre, mira compasivamente cómo el periódico de ayer cruza, arriba, hacia el olvido final de que saliera. Cuando se cierra la historia nos hallamos donde estábamos antes: una aguja rota al fondo de un arroyuelo, y sobre ella, allá en lo alto, ramitas, varillas girando, trozos de periódico, desechos: la fábula no ha sido más que el esfuerzo de acomodación de la pupila (Diego, 2014: 53-54).
La aguja rota, inservible, en medio de ese paisaje de cosas inútiles, adquiere un significado espiritual en forma de reconocimiento del alma del poeta cuya mirada crece y alimenta su interior, su sensibilidad. La mirada sutil, «comprehensiva», es la obsesión central de Eliseo Diego. Es un movimiento fino, casi imperceptible, que no tiene correlato exterior. Nadie se da cuenta de lo que un matiz, una cosa mínima, puede causar en un alma sensible, que perfecciona su ser y lo eleva. Lo más relevante es que aquello que ha causado ese terremoto de incalculables consecuencias puede ser un detalle mínimo, una realidad supuestamente anodina. Así lo corrobora el poeta en las primeras palabras de su ensayo «Cómo tener y no tener una alondra»:
La poesía, a mi modo de ver, es una manera peculiar de mirar el mundo. Casi siempre, tenemos ojos y no vemos. Cuando, de pronto, miramos de veras, nace ya la poesía. Es, digamos, el momento mismo de su concepción. Primero, entonces, una mirada de tal intensidad, que nos toma por sorpresa y arrebata —arrebata del hábito en que todo lo damos por supuesto. Cuando, de pronto, vemos un acto, criatura o cosa, y la comprehendemos —no «comprendemos», sino comprehendemos con una h, para que comprender, sin ella, se quede en entender, y con ella se aproxime a abarcar. Quiero decir que vemos la cosa tal como es, puesta en medio de la infinitud de las otras y en todas sus relaciones con cuanto la rodea. Una hoja de un árbol es en cierto sentido el centro del universo: no podemos tocarla sin que un estremecimiento alcance a la galaxia más lejana (Diego, 2014: 173).
La conexión entre lo pequeño y lo sublime es posible gracias al arte. No podemos tocar el cielo pero sí es asequible trazar un puente entre lo inalcanzable y aquello en lo que cotidianamente no nos fijamos porque forma parte de la rutina de la vida. En la poética de Eliseo Diego hay un reto constante que consiste en elaborar, mediante la capacidad de observación, una vía de conocimiento que es a la vez senda que va de lo finito a lo sublime. Lo único necesario es una inquieta lucidez que propicie la mirada. Por eso, como asegura en uno de sus más conocidos poemas, la eternidad puede comenzar un lunes.
BIBLIOGRAFÍA
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· Bécquer, Gustavo Adolfo (1987). Rimas. Madrid: Editorial Castalia.
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· Blanco, Pablo (2006). «Logos: Joseph Ratzinger y la historia de una palabra». Límite. Revista de Filosofía y Psicología, 1, 14, págs. 57-86.
· Cervera Salinas, Vicente (2004). «Neruda y la alegría». Monteagudo, 9, págs. 93-106.
· Diego, Eliseo (1991). «A través de mi espejo» [1970]. En Sainz, Enrique (sel. pról. cronol. y bibliogr.). Acerca de Eliseo Diego (págs. 378-402). La Habana: Letras Cubanas.
· Diego, Eliseo (2001). Obra poética. La Habana: Editorial Letras Cubanas/Ediciones UNIÓN.
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· García, Rafael y Blanco, Pablo (eds.) (2013). Benedicto XVI habla sobre cultura y sociedad. Madrid: Ediciones Palabra.
· Neruda, Pablo (1979). Confieso que he vivido. Barcelona: Argos Vergara.
· Neruda, Pablo (1999). Obras completas II. Barcelona: Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.
· Polo, Leonardo (2010). La originalidad de la concepción cristiana de la existencia. Pamplona: EUNSA.
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