POR VÍCTOR MANUEL RAMOS

Mientras me desempeñaba como editor de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán, de Tegucigalpa, creé la Revista de la Universidad, dedicada al arte y a las letras, para divulgar la creación de los profesores y los estudiantes de la institución y la creación universal. En una ocasión, Din Roger Fortín, diagramador de la editorial, me trajo una carta de su tío Lauro José Zavala Maradiaga, enviada desde México, en enero de 1891. Lauro Zavala había emigrado a México cuando era un adolescente para estudiar Antropología y Arqueología con una beca concedida por el gobierno azteca por sus altas calificaciones conseguidas en el Instituto Nacional de Tegucigalpa. Lauro se quedó en México y ahí destacó como antropólogo, como editor y traductor. Su trabajo en el Fondo de Cultura Económica fue muy apreciado. La carta se publicó en la Revista[i] y esa publicación dio lugar a que estableciera una fluida correspondencia con Lauro Zavala hijo, profesor de Literatura de la Universidad Metropolitana, Unidad Xochimilco, de México. Lauro trabajaba, junto con Henry González de la Universidad Pedagógica de Bogotá, en un proyecto destinado a realizar antologías de cuento breve de los países americanos de habla española y me invitó a preparar la antología hondureña. Yo acepté el reto y me puse a trabajar.

En esos días estuvieron de visita en Tegucigalpa Jorge Eduardo Arellano, entonces director de la Academia Nicaragüense de la Lengua, y su sobrino Edgard Escobar Barba; les conté del proyecto y aceptaron hacer la antología nicaragüense. En enero de 2005, ambos habían publicado sendas antologías.[ii]

Tras unos meses de búsqueda, logré seleccionar cincuenta minirrelatos, con una extensión no mayor de doscientas palabras, representativos de la historia del relato breve en la literatura hondureña. Como trabajo inicial tomé un fragmento del Popol Vuh, la obra sagrada de los mayas, para dar un salto a los albores de la literatura hondureña, en donde me encontraría con Froylán Turcios (1874-1934), quien había recopilado sus relatos en el libro Cuentos del amor y de la muerte[iii] y cultivaba el modernismo, puesto en boga por Rubén Darío.

Le siguen, en secuencia temporal, los aportes de Rafael Heliodoro Valle (1891-1956), cuya vasta obra la había realizado en México; y, más tarde, los escritores de la generación del 50, hasta los contemporáneos. El interés por la minificción es reciente en Honduras, si apartamos los aportes de Turcios y Valle. Y la influencia viene de cerca: del hondureño Óscar Acosta, con su libro El arca (1956);[iv] del salvadoreño Álvaro Menén Desleal –como a él le gustaba firmar–, con su libro Cuentos Breves y maravillosos (1963); y de Augusto Monterroso, quien nació en Tegucigalpa y vivió en esta ciudad hasta su adolescencia.

Óscar Acosta, a muy temprana edad, se desempeñaba como secretario de la Embajada de Honduras en Lima. Ahí hizo amistad con Sebastián Salazar Bondy, a quien visitaba en la redacción del diario La Prensa. Éste le condujo a la Antología de cuentos breves y extraordinarios (1953), de cuya lectura surgieron los minicuentos de El Arca. Uno de los cuentos de Acosta, «La letra lh», tuvo respuesta de Álvaro Menen Desleal, con un cuento similar sobre la letra lh, y, más tarde, yo escribí otro minicuento, Mamá abecedario,[v] que cuenta una historia de las letras ch, ll y w.

Julio Escoto, en su revista Imaginación, convocó un certamen de cuento súbito en 1991. En la revista se publicaron los finalistas. El concurso fue convocado nuevamente en el año siguiente. Los galardonados fueron Samuel Trigueros y Débora Ramos Elizabeth Ventura. En 2003, la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán convocó al Certamen Cuento Breve Universitario y se otorgó un premio al cuento Al Este del paraíso, de Yasmín Elizabeth Gutiérrez, y un accésit a Once fábulas para un narrador de cuentos, de Moisés Daniel Gutiérrez.

Se señala a los mexicanos Julio Torri, con sus Ensayos y poemas (1917), y Carlos Díaz Durfoo Jr., con sus Epigramas (1927), como los precursores y fundadores del relato breve. Pero no fue sino hasta 1976 cuando Edmundo Valadés publicó El libro de la imaginación,[vi] una colección de minicuentos en la que se incluye tres textos de Torri. Este género de las letras hispánicas sería más tarde consagrado con nombres sobresalientes como los de Augusto Monterroso, Juan José Arreola, Marco Denevi, Álvaro Menen Desleal, Alfredo Armas Alfonso, Max Aub, Ana María Shua, Guillermo Samperio, Óscar Acosta, Oscar de la Borbolla y muchos otros más.

Sin embargo, Froylán Turcios había publicado en 1904 Bajo el cielo inmutable, con apenas 22 renglones; Tres deseos, con nueve renglones, en 1914, y varios relatos breves de menos de una página en su libro Cuentos del amor y de la muerte, en el ambiente del modernismo.

«Un minicuento es un microcosmos, una partícula elemental de acción, un cuanto narrativo», ha definido Armando José Sequera,[vii] de la Universidad Central de Venezuela. Y, como ésta, además de las 20 que propone, se han formulado innumerables definiciones –coincidentes unas, encontradas otras– con el fin de establecer el deslinde de este género narrativo a partir de los textos más destacados que corresponden a Juan José Arreola, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Augusto Monterroso.

Lo cierto es que casi todos los críticos coinciden en señalar en el minicuento una actitud de ruptura como la que se define en el manifiesto de la revista Zona, de Barranquilla: «Sacado de una de sus falsas costillas, el minicuento, ese extraño género del siglo xx, ha conducido al cuento clásico o a una estrepitosa bancarrota».[viii]

Epple[ix] considera a Dolores Koch como la pionera en el estudio de la minificción por proponer rasgos característicos en las minificciones de Torri, Monterroso y Arreola: prosa sencilla, cuidada y precisa pero bisémica; humorismo escéptico que se vale de la paradoja, la ironía y la sátira; rescate de formas literarias antiguas (fábulas, bestiarios) y uso de formatos nuevos de los medios modernos de comunicación; luego resalta la labor de Edmundo Valadés con su artículo El cuento brevísimo, publicado en la revista Puro Cuento de Buenos Aires, en cuyas páginas se acuñaron los nombres de minicuento y minificción. No se puede dejar de destacar la labor de Lauro Zavala hijo, quien lleva más de una decena de libros sobre la minificción. Para él, minicuento es brevedad, diversidad, complicidad, fractalidad, fugacidad y virtualidad.

En Honduras, el único que ha teorizado sobre el cuento es el narrador Arturo Mejía Nieto (1900-1972). En su trabajo Estructuras del cuento y sus leyes, opina que:

«[El cuento corto] constituye, por su brevedad y vívida forma de expresión, el texto adecuado al ritmo acelerado de la vida… Capaz de distraer, por su variado material de tema, ya sea humorístico, lo erótico o misterioso, la intriga o la farsa, sirve para despertar la imaginación de millones de seres sometidos al yugo de la existencia moderna».[x]

 

Fue Froylán Turcios el precursor del cuento breve en Honduras. En su época escribieron uno que otro cuento breve Juan Ramón Molina, Carlos Alberto Uclés y Salatiel Rosales, pero no consideraron la minificción como una nueva modalidad narrativa y genérica. Y en la temática no superaron el ámbito del Romanticismo tardío y del modernismo.

Después, es Rafael Heliodoro Valle, formado en México, quien explora con alguna abundancia la narración breve con gran contenido de cotidianeidad y de recuerdos del terruño, sin dejar de aprovechar sus experiencias en Chile y México (sobre todo en la historia de esta nación). Valle posiblemente leyó a Torri y a Durfoo, pero no conoció las obras fundamentales de Arreola y Monterroso. Mejía Sánchez, el eminente nicaragüense radicado en México, secretario particular de Valle y amigo de Monterroso y Arreola, produjo minificciones desde 1947 que fueron incluidas en el libro Puro cuento, en formato que el mismo Mejía Sánchez había organizado en 1973. Valle aprovechó, a la manera de Eduardo Galeano, muchas de las anécdotas para producir numerosas piezas de delicado estilo, argumento simple y aquilatada prosa.

Es, sin embargo, Óscar Acosta (1933-1914) el verdadero fundador de la minificción en Honduras, con su libro El Arca. El libro fue acogido con entusiasmo en Honduras, pero los escritores del país no valoraron la ruptura que con estos textos se les presentaba, y los narradores continuaron con el cultivo de la narración en base a los cánones tradicionales de Poe y Quiroga. Los autores jóvenes no advierten las novedades que había en aquellas narraciones breves hasta el año de 1991, en que el libro de Acosta es nuevamente reeditado por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Nelson Merren publicó algunas narraciones breves en las revistas universitarias que dirigió Óscar Acosta. Eduardo Bärh es otro autor interesante.

Pompeyo del Valle, de la misma generación del 50 a la que pertenece Acosta, publicó dos libros con narraciones breves que guardan mucha distancia de la intertextualidad de El Arca: Los hombres verdes de Hula y Retrato de un niño ausente. Néstor Bermúdez Milla, otro narrador hondureño, escribió algunas narraciones breves. Eva Thais, más poeta que narradora, publicó un libro de minicuentos con mucho contenido experimental y de naturaleza súbita: Constante sueño (1999). Luego vinieron Víctor Manuel Ramos, con sus libros Acuario y Monsieur Hérisson y otros cuentos (2001); José Adán Castelar; Julio Escoto, con Historia de los operantes, y Ernesto Bondy.

Nery Alexis Gaitán ha cultivado el minicuento con dedicación exclusiva. Le siguen los novísimos que se iniciaron, algunos con una producción profusa y otros con aportes ocasionales, estimulados por el concurso de la revista Imaginación. De esa cosecha surgen Samuel Trigueros, Débora Ramos, Javier Vindel, Julio César Anariba, Adalid Martínez. Junto a ellos, Raúl Ernesto Alvarenga, Marco Carías Chaverry, Marco Salvador Mendoza, Moisés Daniel Gutiérrez, Rocío Tábora, Antonio Ramos, Daniel Callejas, Jorge Luis Oviedo, Manuel de Jesús Pineda, Rafael Valladares Ríos, Lourdes Núñez Ortiz, José Humberto Sosa Canizalez, Luis Antonio Núñez Duarte, Julio César Pineda, Gustavo Fernández Zúniga, Mónica Romero Lepe, Miguel Barahora, etcétera.

Especial interés merecen los cinco lipogramas de Rodolfo Alirio Hernández «Vocales en vacaciones», incluidos en su libro Guijarros, publicado en 1952.

NOTAS
1 «Carta de Lauro José Zavala Maradiaga», en Revista de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán, 87-90, Tegucigalpa, Honduras, abril, mayo y junio de 2003.
2 Arellano, Jorge Eduardo. Minificciones de Nicaragua. Brevísima antología, Academia Nicaragüense de la Lengua, Managua, 2004; Barba Escobar, Edgard. Antología del minicuento nicaragüense.
3 Turcios, Froylán. Cuentos del Amor y de la Muerte, Le Livre, 141, Boulevard Périere, París, 1930.
4 Acosta, Óscar. El Arca, Talleres Gráficos Mercagraph, S. A., Jirón Inca, Lima, Perú, 1956.
5 Ramos, Víctor Manuel. «Mamá abecedario», en Monsieur Hérisson y otros cuentos, Editorial Girándula, Tegucigalpa, 2001.

6 Valadés, Edmundo. El libro de la imaginación, Fondo de Cultura Económica, México, 1976.
7 Sequera, Armando José. «La narración del relámpago. 20 microapuntes para una poética del minicuento y cuatro anotaciones históricas anotadas», en Noguerol Jiménez, Francisca: Escritos disconformes. Nuevos modelos de lectura, Universidad de Salamanca, 2004.
8 Citado por Edmundo Valadés: «Ronda por el cuento brevísimo», en Puro Cuento, 21, Buenos Aires, 1990.
9 Epple, Juan A. «La minificción y la crítica», en Noguerol Jiménez, Francisca: ídem.
10 Mejía Nieto, Arturo. «Estructura del cuento corto y sus leyes», en Tres ensayos. Teatro, novela y cuento, Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca, 1959.