LA ESCRITURA EN SÍ Y LA METAFICCIÓN
Con El imperio Oblómov (2014), Carlos A. Aguilera deja una novela como gesto autorreflexivo sobre la literatura y sobre la «literatura-nación».[9] Hay otras novelas igual de preocupadas por la escritura en sí misma, con interés en la metaficción, las cuales están en contraste con las narrativas referenciales que encuentran espacio en el mercado. En la isla se publicaron algunas de estas obras de corte metaficcional, como, por ejemplo, El pájaro: pincel y tinta china (1998), de Ena Lucía Portela; Sibilas en Mercaderes (1999), de Pedro de Jesús López; El paseante Cándido (2001), de Jorge Ángel Pérez; o Ave y Nada (2002), de Ernesto Santana. El último juega con una superposición de tiempos y con la despersonalización en un paisaje urbano de La Habana. Jorge Ángel Pérez más bien crea una parodia de la picaresca —callejera en este caso—, y construye un entramado intertextual con otras novelas contemporáneas como las de Portela, la de Pedro de Jesús, y cuentos de Ronaldo Menéndez. A su vez, Portela establece un juego intertextual con otros textos suyos y su doble personaje-autor Emilio U. El pájaro… es una reflexión sobre la literatura y el lugar de enunciación. Con saltos de nivel narrativo, propone borrar el lugar desde donde se habla para dejar al lector con una reflexión sobre la escritura en sí.
Por su parte, acomete un proyecto similar. En su Sibilas en Mercaderes el centro se ubica en la digresión. Al romper la relación entre signo y referente, la novela invita a una lectura barroca que oscila entre escritura, imaginario literario cubano y contexto social. Con juegos que recuerdan a Severo Sarduy, el texto narra una historia sobre los/las dos escritores/as Cálida y Gélida, quienes se ganan la vida como profetisas leyendo las cartas, el I-Ching y las runas a los clientes de un bar, y quienes encuentran a otro personaje, el Tibio, quien más tarde resulta ser responsable de un asesinato. Intertextos y alegorías se alternan con bifurcaciones y fugas de todo tipo de anécdotas. Y lo más curioso es que la novela tiene lugar tanto en Kuala Lumpur, Cuba, Bambula, París o San Petersburgo, sin que haya desplazamiento. Con una referencia alegórica a la obra del artista Christo (Christo Vladimirov Javacheff), quien en Sibilas en Mercaderes cubre la nación con una tela de bambula en 1959, se hace evidente el juego con la borradura del nombre de la nación, invitando a una reflexión crítica sobre la situación sociopolítica nacional.
Como anotábamos antes, muchas de estas novelas son menos visibles en el mercado de las grandes editoriales. Pero si bien las escrituras más autorreferenciales y digresivas se encuentran en los márgenes de la esfera comercial, a partir de 2010 este panorama se vuelve más inclusivo dado el surgimiento de algunas editoriales pequeñas fuera de la isla y con catálogo cubano. Siguiendo esa conocida lógica del mercado del arte, que abraza todo, incluso aquello que lo cuestiona, también estos textos que cuentan poco han entrado en las dinámicas editoriales occidentales.
LA DESMITIFICACIÓN DE LOS SÍMBOLOS PATRIOS
Ahora bien, en la última década la novela ha cobrado más cuerpo en la literatura cubana, aunque sea de forma mucho más híbrida. En ella, una de las constantes es la desmitificación de los símbolos patrios, algo que había comenzado mucho antes. Ya las artes plásticas en los años ochenta, y los postnovísimos en los noventa, habían empezado a desacralizar los símbolos nacionales, por lo que muchos —a pesar del humor— terminaron construyendo el imaginario apocalíptico de lo postsoviético. La narrativa actual plantea un reciclaje de esos desechos y escombros. Algunos poetas y narradores que empezaron a publicar en el siglo xxi (más tarde agrupados bajo el nombre de «Generación Cero» por Orlando Luis Pardo Lazo) siguen trabajando en la metamorfosis de la «literatura-nación» y plantean un ataque a la monumentalidad nacional, usando la letra y la transgresión de la ley de modo lúdico. Jorge Enrique Lage, Ahmel Echevarría y Legna Rodríguez Iglesias serían tres ejemplos paradigmáticos.
La novela Días de entrenamiento (2012), de Ahmel Echevarría, por ejemplo, se atreve a tocar la mismísima figura de Fidel Castro. La novela construye una narración onírica que tiene momentos sorprendentes con toques de humor, como cuando el autor-narrador se encuentra en la calle con un anciano en silla de ruedas, vestido de chándal, que se asemeja a la figura del expresidente. El anciano repetidamente aparece en escena interrumpiendo el camino del protagonista, a quien aconseja sobre la escritura. Como bien observa Walfrido Dorta, «las repeticiones y el carácter alucinado de todos los encuentros entre joven y anciano ponen en un paréntesis de extrañamiento el rol pedagógico y curatorial del Estado cubano, encarnado en la figura de Fidel Castro».[10] El anciano duda si encarnarse como escritor o como continente en una futura vida. Y le dice al protagonista: «Dentro de la literatura, todo»,[11] frase en la que resuena el dictado de las Palabras a los intelectuales (1961) del expresidente, la cual abre un espacio de indagación sobre el poder y la literatura. El lector entendido terminará mentalmente la frase con «contra la literatura, ningún derecho»… Así también la novela interroga, en concordancia con la obra de Portela antes señalada, el «rol pedagógico y paternalista del Estado y lo institucional, encarnado en la figura del anciano».[12] La novela de Echevarría, por lo tanto, desmitifica un símbolo sacro mediante lo onírico, lo absurdo y el humor y lo somete a una «gramática desestabilizadora» en la que «lo táctil permite comprobar además la fragilidad de un cuerpo y de una mente en su estadio final».[13]
Pero no es sólo la figura del expresidente, sino también los mambises y los héroes nacionales del siglo xix los que estarán sujetos a la desmitificación e incluso la ridiculización. En Las analfabetas (2015), de Legna Rodríguez, se pondrá en solfa el largo historial de héroes y salvadores. La novela arrasa con el tema de la heroicidad. Narrada por una asesina en serie, la obra cuenta el fusilamiento de las ocho estudiantes de medicina; el asesinato al profesor Petrovich y su respectivo banquete; la huida del deshollinador, la escritora y la asesina en un Fusca con un bonsái en la mano hasta colisionar contra un piano en medio de la carretera. En ese accidente, estos tres personajes, más los héroes de la historia nacional y las ocho estudiantes terminan todos sobre el piano. Esta imagen final de una catástrofe rocambolesca condensa la propuesta poética de Legna Rodríguez, recreada sobre la sonoridad del piano en medio de los restos del archivo y de la memoria histórica. La historia nacional como monumento se profana al escenificarse la misma versión de la historia repetida sin cesar por el discurso oficial, y el presente se fusiona, en su sinsentido, con el pasado. Al convertir a los padres de la patria no sólo en mujeres, sino además en iletradas, se hace más que desacralizar la historia oficial, se aniquilan igualmente los discursos modernos de prosperidad, para instalar un lenguaje que cuestiona todo y juega a ser una polifonía sin fin: «Tú te pareces a Antonio Maceo, me dice la escritora. / Alta. / Esbelta. / Hermosa. / Valiente / Negra. / Ojos penetrantes. / Sonrisa de porcelana. / Pezones muertos. / Cicatriz. / Boca, manos y pies grandes. / Vagina enorme. / Legañas al despertar. / Orejas suaves. / Cabello crespo. / Antonio Maceo en persona».[14]