POR ASTRID SANTANA FERNÁNDEZ DE CASTRO
PRELIMINARES

El ensayo es un género indócil, que se desplaza de unos límites hasta otros por su variedad de propósitos, estilos y temas. Hace ya más de treinta años, en su texto «Quirón o del ensayo», Luisa Campuzano analizaba los comportamientos del género en Cuba y declaraba que muy poco se había escrito o dicho sobre el ensayo producido en la isla. Por otra parte, la definición del género partía de constantes actualizaciones, pues los propios ensayistas habían «contribuido de manera aplastante a hacer saltar en pedazos lo que podría quedarnos de prevención y cautela a la hora de establecer los límites» de este tipo de escritura.[1] Más adelante, la autora define la madurez como una base para la exposición de criterios, rasgo constitutivo del texto ensayístico, que no puede «basarse en una mera apropiación de la información, sino en una formación decantada por la experiencia social e individual».[2] Madurez, urgencia y vocación de servicio eran conceptos cardinales para comprender lo que se conceptualizaba entonces como «ensayo de la Revolución», a saber, el ensayo escrito e inscrito dentro del proceso político de cambio iniciado en 1959.

En las dos primeras décadas del siglo xxi, los asuntos y perspectivas del género en Cuba se han desplazado; no sólo porque la circulación acelerada de la información ha generado una serie de redes y conexiones, o porque las obsesiones hayan cambiado de signo, sino porque la escritura y el pensamiento se mueven hacia zonas limítrofes, donde ensayo e investigación académica se tocan con frecuencia. La nómina de ensayistas cubanos hoy es muy amplia. Reúne a profesores universitarios, estudiosos de la literatura y la cultura, periodistas, historiadores, sociólogos, especialistas en filosofía y derecho, así como a novelistas, poetas y dramaturgos que se dedican al género.[3] Si bien se puede evaluar el panorama a partir de las generaciones de escritores, o de la línea que divide la producción insular de la generada por los autores de la diáspora, las voces son recolocadas por los dosieres, las antologías y los premios a manera de superposición, se entrecruzan en el tiempo y se conectan a partir de los temas frecuentados. Lo que aquí propongo es una aproximación cartográfica, siempre limitada y excluyente a lo que se puede concebir como el ensayo cubano del siglo xxi; esto es, textos escritos y/o antologados dentro y fuera del marco insular, por autores cubanos que dedican su ejercicio de criterio a temas literarios y culturales en torno a procesos acontecidos en Cuba.

Una exploración de esta naturaleza requiere pensar no sólo en las generaciones que conforman a los grupos de escritores, sino en las tendencias del pensamiento, las conexiones entre voces, su lugar de enunciación y los marcos de producción del discurso. El ensayo se promueve en forma de tejido según va estableciendo diálogos, sea a través de polémicas explícitas o tácitas, de intertextualizaciones, herencias o traspasos de conceptos. La recepción de autores foráneos (principalmente Michel Foucault, Pierre Bourdieu, Gilles Deleuze) mueve el pensamiento cubano hacia nuevas tramas conceptuales, que permiten repensar en términos simbólicos el acontecimiento estético o cultural y los dispositivos asociados, desde la maquinaria política de la revolución hasta los micropoderes, desde las políticas culturales hasta las redes de sociabilidad intelectual.

Para la profesora e investigadora mexicana Liliana Weinberg, el texto ensayístico resalta la «configuración artística de un acto individual de intelección» que «reactualiza, pone sobre la mesa, hace explícitos, tematiza, problematiza, representa simbólicamente, los procesos interpretativos que maneja el complejo social y la comunidad hermenéutica a través de sus distintas órbitas».[4] El texto ensayístico es, por lo general, indagador y propositivo e involucra al lector de manera cómplice. Se apoya en determinadas premisas teóricas, filosóficas, y su punto de partida, más allá de los problemas que lo ocupen, es el presente. El yo-autor se posiciona desde el aquí-ahora y su voz se vuelve interlocutora de otras voces y procesos, mientras cumple su misión intelectiva.

 

ENSAYAR PARA DISCERNIR

Un tema que recoge la ensayística cultural cubana con particular insistencia dentro y fuera de Cuba es el del lugar del intelectual vinculado a las políticas culturales de la revolución. Desiderio Navarro publica en 2001, en la revista La Gaceta de Cuba, «In media res publica: Sobre los intelectuales y la crítica social en la esfera pública cubana». El texto resulta una exploración de la historia cultural cubana desde 1959, focalizada en el ejercicio crítico de los intelectuales y sus límites, emplazados «en nombre de la Raison d’État» para coartar la emergencia de ciertas verdades y prevenir la heterodoxia, nociva para la unidad ideológica de la nación.[5] El autor llama la atención sobre el perfil temático de las publicaciones culturales en Cuba hasta ese momento, pues «salta a la vista el carácter estrictamente artístico-cultural de los temas abordados» y la ausencia de «temáticas sociales —como la ecología, la educación, la moral, el modo de vida y, hasta hace poco, pero todavía presentes en grado mínimo, la religión, la raza y el género—».[6] Alerta además sobre la administración de la memoria y el olvido que se ejerce para borrar de la memoria colectiva la actividad crítica de los intelectuales y su represión, de manera que su propio texto resulta un contradiscurso restaurador y una obertura para el examen del pasado.