A falta de mejor término, y sin ánimo ni pretensión de sentar cátedra, preferiría denominarlas «antificciones», término que tomo prestado de Lejeune, que creó el neologismo y lo utilizó para definir la forma en que el diarista lleva su diario. Éste no necesita la imaginación para nada, se mueve en el reino de lo factual. Según la tesis de Lejeune, el diarista no puede inventar, pues está pegado al momento y lo registra sin posibilidad de reconstruirlo. Inventar lo ocurrido en un solo día es tal vez posible, aunque esa mentira condicionaría el resto del diario metiéndolo en una dinámica de invención sin fin, que acabaría por trastocar su objetivo inicial. También la autobiografía está regida por la «antificción», pero lo que en el diario es una regla de obligado cumplimiento aquí se trata de la aceptación de un compromiso responsable. Por su carácter retrospectivo y por la distancia temporal que lo separa de los hechos narrados, el relato autobiográfico tiene que enfrentarse a un tiempo lleno de incógnitas y con lagunas por rellenar. No obstante, desde la atalaya temporal desde la que cuenta, puede completar un hecho puntual sin tener que trastocar el resto. El autobiógrafo escribe en el presente lo que ocurrió en el pasado y, cuanto más se retrotrae, menos seguro se siente. La infancia, los orígenes familiares, los hechos olvidados, los fallos de la memoria justifican que el autobiógrafo vacile o se equivoque a la hora de rellenar los agujeros sin documentar. En principio, no quiere inventar ni mentir, ni la autobiografía debe ser falsa a la fuerza y los diarios, por el contrario, sinceros, sino que sus respectivas dinámicas de escritura son distintas: como hemos dicho, el autobiógrafo no domina el pasado y, cuanto más retrocede, aún menos; por su parte, el diarista no puede dominar el porvenir, aunque le preocupe, y quisiera adelantarlo y conducirlo a su gusto.

No pretendo colar de matute bajo el neologismo «antificción» un género nuevo (tampoco Lejeune lo hace), sino destacar lo importante que es en estos textos la predisposición literaria a contar la verdad y sólo la verdad, que excluye radicalmente la tentación de inventar que pueden tener algunos autores de autoficción. Esta actitud entraña conocer la dificultad de la apuesta y la necesidad de hallar una forma novedosa para dar cuenta de una realidad nunca antes enunciada. También se desentiende de algunas de las preocupaciones que polarizan las autoficciones, como la habilidad para mezclar autobiografía y ficción en un juego que pretende confundir las expectativas del lector. Prefiere el compromiso al juego y elige el riesgo de buscar la verdad de la vida a través de la escritura. Así pues, los relatos que se acogen a estos principios se imponen como meta la búsqueda de la verdad.

Para algunos autores estas cuestiones son irrelevantes, puesto que consideran que la verdad en autobiografía es imposible: piensan que siempre se ficcionaliza el pasado y la memoria es errática y frágil. Por tanto, al ceder a la ficción, éstos se resignan. También parecen desconocer que la verdad ni es una ni siempre resulta asequible. Por el contrario, los que aceptan los desafíos autobiográficos tienen que enfrentar el riesgo de ser veraces y ello lleva aparejado el rechazo de recurrir a la ficción. Aunque hoy se acepta de manera acrítica que contar algo supone inevitablemente hacer ficción, la opción antificticia representa a los que aspiran a discernir cuánto de imaginario hay en nuestras vidas. Asumen que la verdad absoluta es imposible, pero no se resignan y luchan por restituir la verdad, su verdad.

 

CINCO ANTIFICCIONES

Las obras seleccionadas son ejemplos de la literatura autobiográfica española actual, tan reticente, por lo general, a las novedades de cualquier tipo. Cada una presenta una aportación formal y temática, sin dejar por ello de inscribirse dentro de la tradición autobiográfica. En La lección de anatomía, Marta Sanz dibuja el camino de la vida siguiendo las marcas y huellas que el roce, el contacto y, a veces, el choque con otros cuerpos han ido dejando en el suyo. El libro, que la autora cataloga «novela autobiográfica», describe, en realidad, el aprendizaje que conduce a Marta Sanz de los titubeos de la infancia al conocimiento de la primera madurez en el autorretrato final (y provisional), que con el nombre de «Desnudo» cierra este volumen. Digo «provisional» porque posteriormente la escritora ha dado a la imprenta Clavícula (2017), que, en muchos sentidos, es una secuela, continuación o ampliación de la misma manera de pasar revista a su biografía, ahora centrada en el dolor y la enfermedad. El relato dibuja la cartografía del propio cuerpo, que se inicia en el nacimiento, a partir de los recuerdos del parto que su madre le trasmitió. La madre no le ahorró los detalles más repulsivos y truculentos y la niña de once años saldría de aquella experiencia con el firme compromiso de que no habría de tener ningún hijo. Sobre su cuerpo, de la infancia a la juventud, se le fueron pegando pieles e identidades, como camisas superpuestas, que lo habían deformado. El trabajo autobiográfico ha consistido en ir despojando el cuerpo de falsas identidades. Al final, reconciliada consigo, puede mirarse de frente, sin veladuras, desnuda.

En Tiempo de vida Marcos Giralt Torrente levanta la crónica familiar del padre, verdadero protagonista del relato, su grave enfermedad y el planctus por su muerte. A diferencia de la enfermedad, el duelo se caracteriza por esterilizar de manera inmediata la escritura. Mientras éste dura el escritor se queda «seco». Después, pasado un tiempo, en este caso año y medio, nos dice el autor, lo vivido puede ser recuperado mediante la escritura. Además, la narración da cuenta de su taller y de la dificultad de abordar literariamente un asunto tan difícil como éste sin la red de la ficción. El meollo argumental lo constituye la relación conflictiva entre padre e hijo y el desenlace mortal del primero, pero no es éste un libro sobre la muerte, sino sobre la vida, como el propio título se encarga de subrayar. Y, sobre todo, sobre el misterio y el equívoco que constituye la existencia humana y el no menos misterioso hilo que une a padres e hijos, por encima de cualquier desencuentro y desavenencia. Este libro muestra la reversibilidad de los roles paternofiliales y cómo los hijos toman conciencia de la dificultad de ser padres cuando llegan a serlo.

Visión desde el fondo del mar es una obra plena de sabiduría, verdad y originalidad, pero se encuentra emparentada también con la tradición autobiográfica, especialmente, con la obra que, según Argullol, ha sido la de mayor influencia y estímulo intelectual a lo largo de su vida: los Essais, de Montaigne. Y el motivo para escribirlo no es menos autobiográfico: «Cuando mi padre murió y vi que la cosa iba en serio, me di cuenta de que tenía que escribir este libro para sentirme más libre». Visión desde el fondo del mar tiene múltiples registros, en ella cabe casi todo: recuerdos autobiográficos, ensayo, sucesivos autorretratos con el mundo de fondo, relato de infancia y adolescencia, reflexión filosófica, libro de viajes y diarios. Pero, a pesar de la mezcla, evita la ficción. A este propósito, Argullol ha dicho que todo lo que cuenta es verdad, aunque a la verdad empírica ha incorporado la del imaginario —la verdad mítica, que dice el autor—, que también forma parte de la vida sin mixtificaciones. Incluso para reforzar el carácter referencial y documentado de su escritura, en la web de Acantilado, que ha publicado la obra, el contenido está refrendado por las fotografías del propio autor.

El desencadenante de la escritura de El balcón en invierno, de Landero, es una prueba, entre otras que se podrían aducir, del lugar subalterno a que el sistema literario español confina el género autobiográfico. «No más novelas», que así se titula el primer capítulo del libro, cuenta cómo el autor se atasca en una novela recién iniciada, cuyo resultado no termina de convencerlo. «Saturado de ficción», «cansado y aburrido de la novela», confía en el poder salvador de la memoria personal y familiar para que lo saque de la sequía literaria: «Y entonces me acordé de un anochecer de finales de verano de 1964». El autor concibe esta obra desde el específico lugar en el que el género autobiográfico se funda, que no es otro que el de la veracidad, es decir, la búsqueda de la verdad personal, que nunca es, ni lo pretende, absoluta ni única. Por eso, y sin desconocer los límites de este desideratum, Landero subraya que «Esta vez no hay mentiras. Es un libro donde todo lo que se dice es verdad». Y, siendo fiel a la función salvadora que encomienda a estos textos, rescata lo vivido, lo salva del olvido, para que no se pierda por completo. O, como dice el autor, para «que se oiga, o se imagine oír, el alegre o triste repicar de la vida a través de los siglos». Landero ha descrito y explicado, literariamente y a través de su propia experiencia, el éxodo del campo a la ciudad, que modificó el mapa social de España, en su caso, de un pueblo de Extremadura a Madrid, donde en oleadas crecientes y desde los años cincuenta emigraron miles de familias en busca de trabajo y progreso. En un solo viaje, el autor y los suyos, como tantos otros españoles, pasaron, sin transición, de una edad cuasimedieval a la modernidad.

Total
2
Shares